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Mis encuentros con personalidades

Antonio Rouco Varela

dimanche 7 février 2016   |   Ramón Chao
Lecture .

Villalba es una pueblito de unos seis mil habitantes ubicado en el meollo de la “Terra Cha” lucense. Sobre todo despunta el Gran Hotel, modesto y familiar, como lo describían las guías turísticas, aunque no pasaba de ser una humilde fonda y careciese de “agua caliente en todas las habitaciones”, según fanfarroneaba la propaganda del dueño. En la prolongada recta que parte el municipio en dos, formada por casuchas cuando más de piso y buhardilla, su mole sobresalía por encima de tejados y azoteas. Señero dulce y firme, lograba equipararse con el campanario parroquial, apreciable en el horizonte.

Villalba –donde nacimos los Chao– es también la patria chica de Manuel Fraga Iribarne y de monseñor Rouco Varela. Cuando se alude al primero se contesta con una exclamación, y si se añade al segundo : ¡“aún peor” ! Preferimos a los poetas, escritores o incluso seminaristas, que abundan.

Uno de los primeros recuerdos que tengo de Rouco se sitúa en la ribera del río Magdalena. Una vez a la semana iba a bañarme allí con los seminaristas. En cierta ocasión, al cambiarnos para ponernos los taparrabos, le saltó de la espalda una sanguijuela como un puño. ¡Se había alimentado durante siete días con su sangre !

A los nueve años, los padres lo metieron en el seminario de Mondoñedo. Era costumbre en Galicia cuando no se sabía qué hacer con los hijos ; de ahí tantas carencias afectivas de los ex seminaristas o curas a la fuerza. Desde la infancia crecen como personas huidizas, malformadas por sentimientos abarrotados, siempre a la defensiva y sin dejar a nadie o a casi nadie penetrar en su corazón. Esa situación se dio con Rouco y, dos o tres años antes, con mi hermano Pepe. Cuando estaban en Mondoñedo fueron presas fáciles para “buscadores de talentos” que aconsejaban completar los estudios en la Universidad Pontificia de Salamanca primero y más tarde en la de Múnich. Allí, en 1959, un compañero de estudios le prestó a Rouco unas notas del profesor Ratzinger, del que mi paisano nunca había oído hablar ni de lejos.

Por aquel entonces yo llevaba unos cuatro años en Francia. Cada vez que “Tucho” –como aún le llamábamos– iba o volvía de Alemania, hacía escala en París para verme. Mi mujer y yo lo invitábamos a comer en algún restaurante del Barrio Latino. Nuestras charlas eran cada vez más punzantes. Yo no apreciaba para nada –y se lo manifestaba sin tapujos– la rigidez doctrinal de la Iglesia, la persecución de la pederastia en general y el silencio de la jerarquía sobre los abusos que se producían en los seminarios. Nos irritó y escandalizó que durante su visita oficial a Nicaragua, Juan Pablo II increpase a Ernesto Cardenal frente a cámaras de televisión que retransmitían a todo el mundo, mientras el poeta permanecía arrodillado en la pista del aeropuerto. El Papa recriminó a Cardenal que propagara doctrinas apóstatas y que formara parte del Gobierno sandinista. Amonestados, perseguidos, vigilados, en una institución intelectualmente inhabitable, los pensadores de la Iglesia optaron por largarse (Leonardo Boff), callarse (Gustavo Gutiérrez) o romper la baraja (Hans Küng) de la Iglesia. Fuera de juego quedaba toda una corriente innovadora en el campo pastoral, teológico, catequético y social.

En aquellos años iban también a París otros curas de Villalba, entre ellos mi hermano Pepe y García Cendán. Pero ellos se alojaban y adoctrinaban en Meudon, en la periferia de París, en una parroquia que a principios del siglo XVI pertenecía al gran Rabelais. Cuando sucedía lo que ahora cuento la regentaba Andrés Aubry, zapatista de la primera hora y fundador del Centro de Estudios Mayas en San Cristóbal de las Casas.

Todo esto enturbió (o aclaró) mis relaciones con Tucho. De hecho, no lo volví a ver, y sé que mi hermano tampoco. Sólo mi padre siguió frecuentándolo y él bien se cuidaba de no pasar por nuestra casa cuando sabía que estábamos en ella.

Lo que supimos después fue por la prensa y por la imprenta. En la revista Interviú vimos a su sobrina Magdalena mostrando unos senos exquisitos en protesta por la dejadez en la que tenía el cardenal a la rama canaria y pobre de su familia. A sus 26 años, Magdalena denunciaba que, tras la muerte de su padre, su tío Antonio María Rouco no la había recibido, por lo que decidió mostrar sus encantos para denunciar “la doble moral de su insigne familiar”. Según declara a la revista, su familia fue siempre “muy religiosa” y asegura que “a través de mi tío he descubierto la hipocresía de la Iglesia que predica una cosa y hace la contraria”. Según reconoce en la entrevista, Rouco Varela no acudió al entierro de su propio hermano porque tenía una cita con el “Santo Padre”, aunque Magdalena lo desmiente, ya que acababa de descubrir que el papa Juan Pablo II no le esperaba aquel día. De su vida privada señala con ironía que se casó a la edad de 16 años porque “la sobrina de Rouco Varela no podía irse a vivir con su novio sin pasar por el altar” (1).

No hace mucho, el teólogo José Manuel Vidal publicó un libro sobre este villalbés ilustre. Empezaron ambos a trabajar hasta que Rouco rompió la baraja y la obra se quedó en biografía no autorizada.

Rouco no soportaba el tono libre y hasta crítico que llevaba José Manuel Vidal ; pero éste se negó a censurarse. De la vida privada del biografiado, los villalbeses estábamos al tanto de todo lo que figura en esas páginas… y de mucho más. Por ejemplo, yo que lo conozco y lo traté mucho desde la niñez, no ignoraba que el seminarista era tosco, bruto y testarudo. En el comedor familiar de nuestro Hotel Chao, junto con Pardeiro, destacaba contando los chistes más verdes y groseros que se oían, y se mostraba bruto y violento con las bandas rivales, por lo que se avisaban : “¡Cuidado, que viene Bronco Varela !”. Este carácter le dura hasta hoy. Su biógrafo (no autorizado) asegura que el cardenal “instauró un clima de miedo en la Iglesia católica española, un clima insano, paralizante, que no permitía aunar esfuerzos, que dividía y encerraba a cada cual en su gueto. Miedo que mantenía a los provinciales, a los superiores y a los propios obispos pendientes de un telefonazo y, por lo tanto, sin poder ser libres ni promover la sana libertad de los hijos de Dios entre sus curas, frailes, monjas y fieles. Como consecuencia, se extendió la autocensura y la niebla del miedo lo que recubría todo… Rouco y los suyos no querían teólogos secretarios de los obispos. Querían simples papagayos del magisterio. Y estaban decididos a acabar con todos los que no se plegasen a su santa voluntad”.

El biógrafo a medias Vidal trata de buscarle disculpas por el “estreñimiento que Rouco ha sufrido desde siempre, de origen nervioso, desde que ya en Salamanca sus compañeros se reían de sus dificultades para evacuar, y cuando veían un servicio cerrado, decían : ‘Ya está Rouco en la labor’”.

Juicio semejante emite quien fue su profesor en Mondoñedo, mi hermano Xosé Chao. Le dijo a Vidal que Rouco es “un hombre depresivo y estreñido, de salud muy precaria, lo cual afecta a la escasa seguridad que tiene en sí mismo, a pesar de aparentar todo lo contrario”.

Rouco Varela pasó algunos años de docencia en Salamanca, donde llega a vicerrector de la Pontificia ; inicia una carrera episcopal que empieza de auxiliar en Santiago y acaba en el pontificado de Madrid. Volviendo a Ratzinger, hoy papa emérito Benedicto XVI, sobre sus espaldas hay que cargar el restauracionismo y la involución hacia Trento del polaco Juan Pablo II. Esta actitud convenció a Juan Pablo II de que su hombre en España era Rouco, germánico, nacido para mandar obedeciendo.

En una demostración de confianza personal, Juan Pablo II incorporó al cardenal Antonio María Rouco Varela a la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede, formada por ocho cardenales y encargada de preparar los presupuestos, aprobar los balances y supervisar la gestión de los fondos. La Prefectura de Asuntos Económicos está presidida por el cardenal italiano Sergio Sebastiani, mientras que la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, que se ocupa de los inmuebles y otros bienes, la preside su compatriota el cardenal Attilio Nicora. Junto con el cardenal Rouco Varela, el Papa había nombrado igualmente miembro de la Prefectura de Asuntos Económicos al cardenal Angelo Scola, patriarca de Venecia, a quien ya distinguió la semana pasada nombrándole relator del Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía que se celebrará el próximo mes de octubre.

El cardenal Rouco Varela tuvo su primera tarea de relieve en Roma como relator del Sínodo de Obispos sobre Europa en 1999, encargándose de presentar un extenso análisis de la situación religiosa del Viejo Continente que sirvió de punto de partida para los debates, resumidos en el informe final por el cardenal Dionigi Tettamanzi, otro de los miembros de la Prefectura de Asuntos Económicos. Cuando Bergoglio, hoy Francisco, empezó a reunir votos en el cónclave y ya parecía imparable su elección, Rouco hizo una última intentona en favor de su candidato, el italiano Scola. Ocurrió almorzando en la residencia Santa Marta, donde los electores estaban encerrados bajo llave (eso significa “cónclave”). “A Bergoglio le falta un pulmón”, comentó con su voz queda. Un partidario del prelado argentino, conociendo las intenciones de su par en Madrid, estuvo presto al quite. “Y a usted le falta un riñón y eso no le impide llevar su diócesis y la conferencia episcopal”. Aparte de que a Francisco no le falta un pulmón, sino sólo un pequeño trozo extirpado cuando era joven, la anécdota refleja el afán intervencionista del cardenal español, el más poderoso en España desde Cisneros.

Finalmente, el Papa pide el desalojo de Rouco para poner en su lugar a Carlos Osoro. No se resigna a perder su puesto ni su palacio : se encastilla y, en una decisión sin precedentes, que suscitó sorpresa e indignación en el propio Vaticano, decidió seguir viviendo en el palacio episcopal. Al estupor de la jerarquía católica se une el bochorno de muchos fieles y, también, el regocijo de sus detractores. “Cuando los dioses quieren destruir a un hombre, primero lo enloquecen. No encuentro otra explicación para las últimas decisiones de Rouco”, opinó el sacerdote Carlos F. Barberá, citando la famosa sentencia de Eurípides. “Quienes apostamos por una Iglesia equitativa e igualitaria pensamos que este despropósito merece un rechazo público, una denuncia profética y un escrache (intelectual, al menos)”, concluyó Redes Cristianas su editorial de aquella semana. “¡Un escrache, por Dios !”, lo titula. En Redes Cristianas conviven 200 organizaciones muy activas y prestigiosas, entre otras, la Asociación de Teólogos Juan XXIII, el Foro de Curas, las Comunidades Populares, la Federación de Mujeres y Teología, el Movimiento por el Celibato Opcional y la asociación Católicas por el Derecho a Decidir.

Sorprendentemente, el cardenal Rouco continuaba residiendo en el Palacio Arzobispal, mientras que el nuevo arzobispo de la capital vivía en un pequeño apartamento cedido por unas religiosas en el barrio de Chamberí. La situación era tan hilarante que hasta el propio papa Francisco se refirió a ella con ironía cuando recibió en Casa Santa Marta a Osoro : “¿Qué, ya tiene un lugar donde vivir ?”.

Tal y como les explicó en ese encuentro, el cardenal decidió quedarse en su residencia habitual y acondicionar el primer piso (justo por debajo del suyo) como vivienda del nuevo titular de la archidiócesis, Carlos Osoro. Rouco continuaría, pues, ocupando la zona noble del palacio. El segundo piso es el más vistoso, tiene varias galerías y la escalera noble conduce directamente hasta él.

La única concesión que está dispuesto a hacer al nuevo arzobispo es no salir a la calle por la escalera central, para lo cual habilitó una salida a la calle de la Pasa (en la parte trasera del palacio) a través del apartamento de uno de los obispos auxiliares.

El primer piso, en el que, hasta ahora, sólo había salones, acaba de ser acondicionado como vivienda por orden de Rouco, para ponerla a disposición del nuevo arzobispo. A diferencia del segundo piso o planta noble, el primero tiene ventanas con enormes rejas a escasa distancia de la acera de la calle y no dispone de balcones ni de galerías. Hasta por fuera se nota perfectamente, con sólo verlo, que el “jefe” es el que vive en la segunda planta.

Finalmente, en febrero de 2014 se mudó a un piso cercano al Palacio de Oriente, en el centro de la capital. “Un piso de 300 metros cuadrados, donde vive con un ayudante, un secretario y dos monjas que lo atienden”, apuntaba Carmen, que se definía como cristiana y que estaba allí “para recordarle que con el dinero que Rouco gasta se podría ayudar a muchas personas que lo están pasando mal o están siendo desahuciadas”.

Ya de ex presidente episcopal, Rouco pasó uno o dos días en Villalba. Habló con un amigo mío, quien le explicó mis actividades en la creación de la Asociación de Amigos de Prisciliano, obispo de Ávila en el siglo IV decapitado a instancias de la Jerarquía Católica. Su cuerpo reposa en la cripta de la catedral de Compostela, y no el de Santiago. Según mi amigo, le escuchó con cierto desprecio. 

 

NOTAS :

(1) Véase en : http://www.20minutos.es/noticia/375314/0/rouco/varela/desnuda/#xtor=AD-15&xts=467263 





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