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EXPOSICIÓN DE CÉZANNE EN PARÍS

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Jueves 5 de enero de 2012   |   John Berger
Lecture .

En el Palacio de Luxemburgo, en París, hay actualmente una magnífica exposición de setenta y cinco cuadros de todos los periodos de la vida de Paul Cézanne, además de un catálogo espléndido y muy exhaustivo, y esto nos ofrece la oportunidad de contemplar a este pintor, en toda su originalidad, una vez más.

Cualquier europeo que haya vivido durante el siglo XX y haya sido un apasionado de la pintura ha tenido que aceptar el logro, el misterio, el fracaso y el triunfo del trabajo de Paul Cézanne a lo largo de su vida. Murió seis años después de que comenzara el siglo, a la edad de sesenta y siete. Fue un profeta, aunque, como muchos profetas, eso no fue lo que se propuso ser.

Para mí, después de una amistad de toda una vida con él, la actual exposición en el Palacio de Luxemburgo de París constituye una revelación.

Me olvidé del impresionismo, del cubismo, de la historia del arte del siglo XX, del modernismo, del postmodernismo y solamente vi la historia de la pasión de Cézanne, de su relación con lo visible. Y lo vi como un diagrama, uno de esos diagramas que encuentras en un folleto de instrucciones sobre cómo utilizar un nuevo aparato o utensilio.

Empiezo con el negro que se encuentra en muchos de sus trabajos más tempranos, cuando era un veinteañero. Es un negro como ningún otro en la pintura. ¡Tiene tanta presencia, tanta sustancia! Su dominio es bastante similar a la oscuridad de los últimos Rembrandt, pero este negro es mucho más tangible. Es como el negro de una caja que, potencialmente, contiene todo lo que existe en el mundo sustancial.

Aproximadamente diez años más tarde, Cézanne comenzó a extraer colores de la caja negra: no colores primarios, ya que éstos son abstracciones, sino complejos y sustanciales. Y trató de encontrarles lugares en lo que observaba tan detenidamente: un tejado o una manzana para un rojo, un cuerpo para un color de piel, un espacio concreto de cielo entre nubes para un azul.

Estos colores que extrajo son como muestras de tela tejida salvo que, en vez de estar hechas de hilo o de algodón, están hechas a partir de los rastros que dejan los pinceles o la espátula en la pintura al óleo.

Entonces, durante los últimos veinte años de su vida, empezó a aplicar esos pequeños toques de color sobre el lienzo, no donde correspondían con el color específico de un objeto, sino donde, en sí mismos, podían indicar un camino que retrocede o avanza ante nuestros ojos a través del espacio. Y al mismo tiempo, dejó cada vez más partes del lienzo blanco sin tocar. Aunque estas zonas intactas no están mudas; representan el vacío, el campo hueco, desde donde lo sustancial, con todo el espacio que le rodea, emerge.

Los proféticos últimos trabajos de Cézanne son acerca de las creaciones, la creación del mundo o, si se desea, del universo. Ahora estoy tentado de llamar a la Caja Negra, a la que veo como su punto de partida, ¡un Agujero Negro! Aunque hacer eso sería un truco verbal y, por consiguiente, demasiado fácil. Teniendo en cuenta que lo que hizo fue obstinado, persistente y difícil.

Creo que el estado de ánimo de Cézanne, durante su viaje como pintor, cambió de manera escatológica.

Desde el principio le obsesionó el enigma de lo sustancial. ¿Por qué las cosas son sólidas? ¿Por qué todo está hecho de materia, incluidos nosotros mismos como seres humanos? En su obra muy temprana se ocupó de reducir lo sustancial a lo corpóreo, como evidencia del cuerpo humano en el que estamos condenados a vivir.

Y ante el cuerpo humano era plenamente consciente de los anhelos ciegos del deseo y de una inclinación hacia la violencia gratuita. De ahí su reiterada elección de temas como el Asesinato y la Tentación. Quizás era mejor que la Caja Negra se mantuviera cerrada.

Sin embargo, comenzó gradualmente a expandir o a extender la noción o la sensación de corporeidad para poder incluir cosas de las que normalmente no pensamos que tienen un cuerpo. Esto es particularmente evidente en sus bodegones.

Las manzanas que pintó tienen autonomía corporal. Cada manzana es dueña de sí misma. Tuvo en su mano cada una de las manzanas y las reconoció como si fueran únicas. Sus tazones vacíos de porcelana están esperando que se les llene. Su vacío es expectante. Su jarra de leche es incuestionable.

La mesa en la que sitúa las cosas que quiere reunir y pintar se convierte en un ágora ateniense donde el debate es acerca de lo tangible, y el lenguaje utilizado el de la articulación espacial. Difícil de captar, era un profeta.

En la tercera y última fase del trabajo que Paul Cézanne realizó a lo largo de su vida, de acuerdo con mi diagrama, llevó la noción de corporeidad todavía más lejos y descubrió una complementariedad entre el equilibrio de una anatomía de un cuerpo y la inevitabilidad geológica y natural de un paisaje.

Un adolescente (probablemente su hijo) yace sobre la hierba junto a la ribera de un río en algún lugar cerca de París, y el aire a su alrededor le roza visiblemente de la misma manera que la luz del sol y el viento de un día particular rozan la montaña Santa Victoria en la Provenza. Las hendiduras de algunas rocas en el bosque de Fontainebleau tienen la intimidad de las axilas. Sus últimas Bañistas forman filas como si fueran montañas. La cantera desierta en Bibémus parece un retrato.

¿Cuál es el secreto que hay detrás de esto? La convicción de Cézanne de que lo que percibimos como visible no es una aceptación sino una construcción formada por la naturaleza y por nosotros mismos.

“El paisaje mismo –dijo– piensa en mí, y yo soy su conciencia”. Asimismo dijo: “El color es el lugar donde nuestro cerebro y el universo se encuentran”.

Así es como deshizo la caja negra.





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