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150 años después de la publicación de ’El origen de las especies’

Los enemigos de Darwin

lundi 8 juin 2009   |   Federico Kukso
Lecture .

El 24 de noviembre de 1859 se publicaba en Londres ‘El origen de las especies’, libro en el que su autor, el naturalista inglés Charles Darwin, desplegaba las bases de la teoría evolucionista y provocaba una conmoción en el mundo de las ideas equiparable a la que más tarde causarían propuestas como la teoría de la relatividad de Einstein o el psicoanálisis de Freud. Pero la virulencia con que fue combatido el evolucionismo de Darwin no tuvo paralelo, pese a las abrumadoras evidencias científicas que lo fundamentan, y continúa en nuestros días.

Los verdaderos enemigos de Darwin no son los fanáticos estadounidenses ni algún arzobispo romano conservador. Son, más bien, los miles de niños predicadores peruanos que, como poseídos, despotrican contra la evolución. Sin duda el más famoso se llama Nezareth Casti Rey. Hoy tiene catorce años pero comenzó a predicar en público a los tres. Y no hace falta irse hasta Lima para escuchar sus observaciones punzantes y advertir cómo despierta aplausos. Se le puede ver en Youtube, donde Nezareth es una estrella.

“Algunos científicos modernos han tratado de despojar a Dios de su calor, de su afecto por la humanidad. Engañan y dicen que Dios no existe. Dicen que somos de la evolución ; dicen que somos parientes del mono –vitorea como si fuera un adulto pero con voz aflautada–. Pero quiero decirles a todas esas personas que están pensando así, o que están diciendo así, ¡que el mono y la mona producen monitos, hasta hoy ! Los peces producen pececitos. ¡Yo no soy la evolución, yo no soy pariente del mono ! ¡A mí me creó Dios en el vientre de mi madre ! ¡Dios creó a Adán a su imagen y semejanza !”.

Enfervorizado, combativo, así es el fundamentalismo creacionista actual, si bien Darwin no vivió para presenciar tantos ataques a su nombre y sus ideas. Curiosamente –o no tanto– la teoría de la evolución por selección natural no fue rechazada con protestas masivas apenas abandonó la casa de Darwin en Kent, Inglaterra, y comenzó a desparramarse por el mundo. Muy por el contrario : fue bien aceptada incluso entre gente religiosa –sobre todo protestantes– que admitían el lento cambio de los organismos a lo largo del tiempo, pero reservándose sí el argumento de la intervención divina en el caso del alma humana.

El verdadero conflicto, en realidad, estalló cuando la teoría cruzó el Atlántico y desembarcó en Estados Unidos, país en el que los defensores de una lectura alegórica y metafórica de la Biblia –aquella guía para la vida en el nuevo mundo– eran por entonces minoría ante los literalistas, aquellos que creían, por ejemplo, que la Tierra había sido creada exactamente en seis días –ni un minuto más ni un minuto menos– no hace demasiado tiempo por medio de un milagro, lo que claramente excluía aquel larguísimo y lento proceso de cambios naturales sin piloto llamado evolución.

Ya sea por ignorancia o por no tomarse el tiempo de leer lo escrito por el supuesto enemigo, los creacionistas le achacan a Darwin haber matado públicamente a Dios, prescindir de él, cuando en realidad el naturalista inglés nunca excluyó de la fórmula a un Creador que sólo establece las condiciones iniciales para que rija la evolución de los organismos.

El Dios de los defensores de la teoría del diseño inteligente, en cambio, es uno que produce estructuras complejas y terminadas, el relojero que intervino en el reloj. “La teoría del diseño inteligente presenta varias dificultades –advierte con ferocidad Michael Ruse, uno de los filósofos de la ciencia más respetados (1)–. ¿Cuándo intervino Dios ? ¿Podremos hallar hoy pruebas de su intervención ? Tal vez lo más preocupante de esta posición es lo que bloquea la ciencia y que su verdadera finalidad es teológica. Quienes la sostienen quieren un mundo de milagros, un mundo en el que Dios está siempre de guardia activa”.

Así se ve que Darwin encendió la mecha no sólo dentro de los límites de la biología sino sobre todo fuera de ella : religión, psicología, filosofía, política, sociología, medicina, en definitiva, casi todos los campos incluso el deporte fueron alcanzados por sus ideas.

Sin embargo, son los filósofos como Michael Ruse y Daniel Dennett (autor de La peligrosa idea de Darwin) quienes señalan que, como ocurrió con el heliocentrismo en los siglos XVI y XVII, la mecánica newtoniana en el XIX y el psicoanálisis en el XX, que descolocaron al ser humano del centro del universo y del puesto de conductor de sus propios actos, la teoría darwiniana produjo y producirá también sacudidas filosóficas aún no advertidas por la gran mayoría, rebasando en importancia las disputas creacionistas.

“Darwin no ha sido absorbido por completo por el tejido de la cultura colectiva occidental dominante –indica el paleontólogo estadounidense Niles Eldredge (2)–. Darwin es el símbolo de una cosmovisión acerca de qué es la vida y cómo ha llegado a ser así, y, lo que es más importante, acerca de qué somos los seres humanos y cómo hemos llegado a ser lo que somos que, para algunos, es una promesa que aún no se ha cumplido y, para otros, una amenaza diabólica contra todo lo que es bueno y sagrado”.

Justamente por eso siempre que se hable de Darwin, sus teorías y sus polémicas ninguna palabra será definitivamente la final. Tan sólo se dará paso a un abierto y esperanzador “continuará”.

 

NOTAS :

(1) Michael Ruse, Charles Darwin, Katz, Madrid, 2009.

(2) Niles Eldredge, Darwin : el descubrimiento del árbol de la vida, Katz, Madrid, 2009.





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