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La lucha libre o las metamorfosis del “catch” latino

Los vengadores enmascarados de la calle mexicana

dimanche 16 octobre 2016   |   Benjamin Fernandez
Lecture .

Menos conocido que su hermano norteamericano, el catch mexicano –o lucha libre–, con sus luchadores enmascarados, sus mallas y su abigarrada iconografía, inspira y fascina mucho más allá de su país de origen. La popularidad de esta “comedia humana” aparecida a principios del siglo XX ahonda sus raíces en la cultura, la historia y la vida política mexicanas, de las cuales revela aspectos inesperados.

El Padrino, pequeño, fornido y con la cara oculta bajo una máscara dorada, ocupa el lugar de honor de la capilla dedicada a la Santa Muerte, diosa sincrética que vela por los marginados y que ha sido adoptada por los cárteles. Observa a los hombres que montan en la esplanada el armazón de un gran cuadrilátero de hierro. Bajo el cielo oscuro, la estructura, que delimita un ring, se integra perfectamente en el paisaje de hormigón de los bloques de viviendas de Apatlaco, un barrio popular situado en el corazón de Iztapalapa, la delegación con mayor pobreza y desocupación de Ciudad de México. Para el Día de Muertos, el ex luchador ofrece en su barrio un combate de lucha libre.

Después de un breve discurso de El Padrino, que alaba el orgullo de Apatlaco y honra a la santa patrona de los parias, los luchadores enmascarados entran en la pista haciendo acrobacias aéreas espectaculares. Los niños, muy emocionados, se agolpan alrededor del ring, seguidos de cerca por los vendedores de helados y de máscaras. Detrás de ellos, los adultos beben grandes vasos de cerveza.

El Sublime, de silueta atlética y con máscara y pantalón azul cielo, realiza una demostración de sus técnicas : llaves, contrallaves, patadas voladoras... Junto a sus compañeros Enigma y Skyder, forman el equipo de los los técnicos, que se esfuerzan por luchar de forma limpia, siguiendo las reglas del arte, frente a los rudos, que encarnan la brutalidad y el engaño. Pronto se cumplirá un siglo desde que, en todas las arenas de México, rudos y técnicos luchan por ganarse la simpatía de los espectadores.

En Apatlaco, los rudos son los más populares : ganarán el combate. Tras una dura lucha en tres tiempos, los técnicos se inclinan mientras el chico malo Aztlán (por el nombre del dios azteca del inframundo) se lanza desde lo alto de la tercera cuerda del ring, a pesar de las protestas desesperadas del árbitro, para aplastar a su adversario sobre el asfalto de la explanada... entre el clamor general.

Tras el combate, todos los luchadores se reúnen para un banquete fraternal después de haber rendido homenaje a El Padrino y a la Santa Muerte. Óscar se ha quitado la máscara de El Sublime para mostrar una sonrisa afable y colocarse unas pequeñas gafas cuadradas. El luchador –que pide conservar el anonimato, esencial para su prestigio– no guarda rencor por su derrota : “Es la lucha universal del bien contra el mal. Los rudos incumplen las normas, como los políticos. La gente se esfuerza en luchar para seguir siendo honesta. Es lo que vivimos cada día en México : la impotencia, pero también el humor. México inventó la lucha libre para reírse de su propia tragedia”.

En unos meses, El Sublime pondrá en juego su máscara en un combate “máscara contra máscara” fuera de la capital, en Veracruz. El ganador arrancará la máscara de su adversario, una humillación suprema que a veces significa para el luchador el final de su carrera. Aunque se trate de una regla tácita, es común que el resultado del combate se fije con anterioridad a cambio de una importante suma de dinero pagada por los organizadores. Pero, en la lucha libre, es el público en última instancia quien hace o deshace el destino de los luchadores. “Tengo que ganarle”, dice Óscar con brillo en los ojos.

Óscar enseña Artes Plásticas en una escuela de Tepito, un barrio popular de la capital también conocido por la pobreza y por la delincuencia. Como muchos otros practicantes de lucha libre, proviene de un linaje de luchadores. Su padre, ex empleado de la compañía nacional de electricidad, también ejerció como aficionado. “Crecí con este imaginario. En los barrios, los niños necesitan olvidar sus problemas. Los payasos y los luchadores aportan esta fantasía”.

Como apertura de Mitologías, publicado en francés en 1957, el semiólogo Roland Barthes alababa el universo del catch-as-catchcan francés, ancestro del wrestling estadounidense (1) y de la lucha libre mexicana. Subrayaba su proximidad con el teatro griego : “Se trata, pues, de una verdadera Comedia Humana, donde los matices más sociales de la pasión (fatuidad, derecho, crueldad refinada, sentido del desquite) encuentran siempre, felizmente, el signo más claro que pueda encarnarlos, expresarlos y llevarlos triunfalmente hasta los confines de la sala. (…) Lo que el público reclama es la imagen de la pasión, no la pasión misma”. Barthes opone el catch, en el cual el resultado está fijado de antemano, al boxeo, “deporte jansenista, fundado en la demostración de una superioridad ; se puede apostar por el resultado de un combate de boxeo. (…) El proceso racional del combate no interesa al aficionado del catch ; por el contrario, el boxeo siempre implica una ciencia del futuro” (2).

La lucha libre ahonda sus raíces en México durante el periodo industrial posrevolucionario, en los años 1920, cuando el país se urbanizó y se desarrolló. Tiene su origen en el universo del barrio, en las generaciones de chilangos, esos hijos o nietos de migrantes que partieron a la capital mexicana en busca de mejores condiciones de vida. Es el caso de su personaje más emblemático : El Santo, también conocido con el nombre de “El Enmascarado de Plata”. El joven Rodolfo Guzmán Huerta, nacido en 1915 en Tulancingo –en el estado de Hidalgo– antes de que su familia migrara a la capital y se instalara en el barrio de El Carmen, se volvió, al igual que otros, hacia la única esperanza de ascenso a la que puede aspirar un niño sin recursos : el éxito deportivo. El boxeo, pero también la lucha libre, fue popularizada por la visita de combatientes europeos y por la creación, en 1933, de la primera empresa profesional, el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL).

También fue la época del esplendor mexicano, con, entre otras cosas, la llegada del cine. El Santo salió del ring para sumergirse en las revistas ilustradas y en la linterna mágica. Entre 1952 y 1973, participó en el rodaje de más de cincuenta películas, defendiendo a la viuda y al huérfano, cuando no era a toda la humanidad, de los marcianos, de los zombis, de las momias de Guanajuato, de las vampiresas e incluso de algunos magnates de los medios de comunicación. Pero, después de cuarenta años, la mayor leyenda de la lucha libre se despidió de este ámbito quitándose su máscara en directo en la televisión –una primicia–. Murió unos meses más tarde, en 1984.

Nadie supo captar mejor que la fotógrafa Lourdes Grobet esta época dorada, el entrelazamiento de lo corriente y del mito, en un tríptico fotográfico dedicado a los luchadores y a las luchadoras en sus combates cotidianos, al público absorto –proveniente de las filas de los “sin calzones”, como los llamaban los notables– y a las gloriosas arenas, símbolos de modernidad arquitectónica a los que Lourdes Grobet dio la dimensión de lugares de culto. Tardaría 25 años en publicar su obra, testimonio de vanguardia de una “teología de la lucha libre”, tal y como lo escribió en el prólogo del libro Lucha libre (3) Carlos Monsiváis, escritor y poeta que nunca se cansaba de recorrer México y su espectáculo diario.

Para Monsiváis, el apogeo de la lucha libre es el de la cultura popular latinoamericana : “Su época dorada dialoga con otras épocas doradas en el cine, el bolero, el tango, el vals peruano y la canción ranchera (…) : una sensibilidad urbana que comienza con el orgullo del barrio y que acaba transformando la jactancia en arma de supervivencia”. Lo popular, escribe, se entiende “no como lo opuesto a lo aristocrático o a lo burgués, sino como respuesta a la invisibilidad institucionalizada” de las masas anónimas.

La lucha libre gana en la actualidad una nueva aura entre las clases medias e intelectuales. Se le dedicó un primer seminario universitario en septiembre de 2014 en México (4) y decenas de estudios lo analizan a la luz del marxismo, del situacionismo o incluso de la teoría queer, que intenta ver en lo kitsch asumido y en la pasión de las máscaras la matriz de la construcción posmoderna de las identidades múltiples... Junto a técnicos y rudos nació una tercera categoría de luchadores transgénero, caracterizados y vestidos como mujeres : los exóticos. Cassandro, indiscutible campeón del mundo en 1992 y luchador exótico de Ciudad Juárez, se convirtió en un icono gay en todo el mundo.

“Antes, la lucha libre estaba mal vista y era juzgada como un espectáculo vulgar. Se consideraba que era practicada por brutos, bestias –explica Orlando Jiménez–. Ahora es un símbolo de modernidad”. Para este historiador, especialista iconoclasta de la lucha libre y árbitro en sus ratos libres, esta evolución corresponde a las transformaciones de la sociedad mexicana y, en primer lugar, al auge de los medios de comunicación de masas. “En 1954, con la llegada de la televisión, la lucha fue prohibida porque transmitía un mal ejemplo a los niños. A continuación, en los años 1990, la televisión impuso sus condiciones a los luchadores en un contexto de disolución de los sindicatos, que estaban corrompidos”. Antaño, éstos defendían a los luchadores frente a los promotores, les otorgaba cierto estatus, reclamaban la regulación sanitaria, y se limitaban a dos grandes arenas de México. El primer sindicato fue creado por... El Santo.

Desde su fundación en 1992, la nueva empresa de promoción de la lucha libre Asistencia Asesoría y Administración (AAA) organiza espectáculos no sólo en México, sino también en Estados Unidos y en Japón. Al beneficiarse de la liberalización de las cadenas de televisión en los años 1990, la “Triple A” contribuyó en gran medida a copiar la disciplina del modelo estadounidense, con luchadores culturistas, pantallas gigantes, sonido y luz, animadoras y combates de enanos. Esto obligó a la lucha libre a adecuar su lenguaje a los códigos televisivos y a que el espectáculo estuviera marcado por un guión para las cámaras más que para el público.

La muerte en directo del célebre rudo El Hijo del Perro Aguayo, víctima de un traumatismo cervical, causado por una patada voladora de su adversario el 21 de marzo de 2015 en Tijuana, causó un profundo malestar en la profesión. Su interminable agonía fue grabada en primer plano mientras continuaba el espectáculo. El accidente reveló la vulnerabilidad de los luchadores, símbolos intocables del machismo mexicano, cuya inmensa mayoría trabaja sin protección social ni cobertura médica.

Pero, para Orlando Jiménez, las consecuencias de esta globalización de la lucha libre no se reducen a una pérdida de autenticidad. “Es una reacción que incluso sorprende a los ‘gringos’. Pensaban conquistarnos, pero es la lucha libre la que está conquistando el continente : América Latina, donde se desarrolla poco a poco, pero también Estados Unidos y Canadá gracias a la población mexicana-estadounidense. Realiza una integración cultural”.

¿Se trata de una señal de la universalidad que caracteriza el fenómeno de la lucha ? Jiménez está convencido de ello : “Se pueden destacar las diferencias de estilo, pero en Estados Unidos, en Japón y en México –países industriales con una gran tradición de lucha– se encuentra la misma situación : poblaciones que sufren una economía capitalista socialmente destructora, que están acostumbradas a recibir golpes”.

Por otra parte, afirma el historiador, los luchadores y las luchadoras tienen la oportunidad de defender sus derechos con la profesionalización : “El problema de este país es la desorganización. En el siglo XXI, esto ha cambiado : los luchadores se organizan contra la explotación de los promotores. La Fundación Equidad y Dignidad Lucha Libre, dirigida por tres luchadoras, ha conseguido abrir el debate sobre la protección social”.

Para Jiménez, la lucha libre siempre ha conllevado un fuerte simbolismo político, “el de la petición de justicia social”. Del Zorro al subcomandante Marcos, la máscara es un atributo popular. Varios practicantes de lucha libre son figuras de la lucha social, como Fray Tormenta, el sacerdote que se lanzó al ring para financiar su orfanato, del cual hizo un vivero de luchadores. De la misma forma, la lucha libre inspiró a militantes en busca de emblemas unificadores.

En 1985 surgió de entre los escombros de un México destruido por el gran terremoto un personaje enmascarado, vestido con una capa roja y dorada : Superbarrio Gómez, activista vecinal, intervino a favor de las víctimas sin techo ni auxilio abandonadas por parte del Gobierno. Con la Asamblea de Barrios, consiguió que se escucharan las reivindicaciones de los “condenados” de la gran ciudad. Superbarrio Gómez continuó llevando a cabo una parte de la protesta, sobre todo contra el enorme fraude electoral que permitió en 1988 la victoria de Carlos Salinas de Gortari en las elecciones presidenciales. Así, el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernaba el país desde hacía más de medio siglo, ganó a Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que encarnaba en aquella época una esperanza de cambio antes de caer en los mismos entramados de clientelismo y de corrupción. “Quería que la lucha libre, todo ese gran simbolismo, real y cósmico, se traspusiera fielmente y sin ambages a la lucha social y política cotidiana (…) ; que, poco a poco, las ciudades y sus calles se convirtieran en grandes cuadriláteros”, escribe Marco Rascón Córdova, alias Superbarrio Gómez, en su manifiesto de la “superdisidencia” (5).

“Superbarrio, el luchador social, captó la señal –admite Jiménez–. Pero, a continuación, Superbarrio se convirtió en súper-PRD, es decir, en un alto cargo del corporativismo y de las prácticas partidistas. Se convirtió en rudo. Demuestra que un héroe puede ayudar, pero también traicionar. Es la lección política de la lucha libre”.

 

NOTAS :

(1) Véase Balthazar Crubellier, “Grandeur et délires du catch américain”, Le Monde diplomatique, París, mayo de 2010.

(2) Roland Barthes, “El mundo del catch”, Mitologías, Siglo XXI, Madrid, 2016 (1ª ed. en francés : 1957).

(3) Lourdes Grobet, Lucha libre. Masked Superstars of Mexican Wrestling, D.A.P. - Trilce, Nueva York, 2008.

(4) “Seminario internacional sobre el espectáculo de la lucha libre en México”, www.indecusac.org

(5) “Where did the golden light that made Superdisidencia come from ?”, www.superdisidencia.net





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