Entre los discursos de tendencia profética que pululan en estos tiempos de crisis de fe, uno de los más interesantes – porque refleja el estado del mundo – es sin duda lo que podría llamarse el sino-catastrofismo: se trata de un discurso económico de origen generalmente occidental, según el cual la República popular de China estaría al borde de una crisis apocalíptica vinculada a la naturaleza de su crecimiento económico, basado en un insostenible endeudamiento público y privado.
El 27 de enero de 2011, la agencia Bloombeg anunciaba para antes de cinco años el estallido de la burbuja inmobiliaria china, basándose en una encuesta llevada a cabo a profesionales de las finanzas, en su mayoría pesimistas [1] Algunos años más tarde basándose en un indicador bautizado “rascacielos” [2] diseñado por un economista bancario llamado Andrew Lawrence, Le Figaro, consideraba que el record de altura alcanzado por el Sky City – Un edificio de 838 metros de altura en construcción en Changsa – el signo anticipado de un futuro colapso.
Así como Le Figaro está bastante lógicamente dispuesto a ver el desplome del crecimiento chino, algo similar sucede con algunos profetas franceses del “decrecimiento” como Pierre Larroutourou. Son los que ven en el modelo de desarrollo chino, basado en la inversión masiva del Estado y en el ahorro, el paradigma del delirio productivista contemporáneo anunciando regularmente de igual modo su próxima caída.
Estos argumentos, sin embargo, resultan tímidos comparados con la abundante literatura estadounidense sobre el tema: la crisis de la deuda (pública y privada) china, siempre mal cuantificada ha sido considerada por muchos comentaristas como la próxima etapa del caótico desarrollo de la crisis financiera mundial de 2007 [3]. Cuestionando a veces los datos oficiales, considerados como políticamente manipulados, muchos de ellos, como el economista Nouriel Roubini [4] apodado “doctor Doom” (“doctor Catástrofe”) consideran que el crecimiento chino es el resultado de la subvaluación del yuan y de una enorme burbuja especulativa basada en la construcción inmobiliaria: ciudades fantasma, grandes e inútiles infraestructuras serían los síntomas. Su estallido podría haber comenzado en el 2013 y se parecería a la sufrida por Japón en 1990…
El ahorro y las masivas inversiones de los chinos, su orientación hacia la exportación más que al mercado interno, que permitió el decolaje de su economía – cuya producción ha inundado los mercados mundiales – todo lo cual se apoyaría de ahora en más en la afirmación de la competencia, el alza de los costos salariales, los límites demográficos, etc. La reorientación del modelo hacia el consumo familiar, sobre lo que los occidentales han insistido sin cesar, tratando de que la China liberalice su sistema financiero, no podría lograrse sin grandes dificultades.
Por el contrario, existe también un sino-optimismo que tiene (o tenía) tendencia a maravillarse con cada nueva estadística sobre las más que halagüeñas performances macroeconómicas, considerándolas como un inexplicable fenómeno vinculado a una fuerza casi sobrenatural bautizada como las “reformas” o la “apertura”.
También es cierto que la dupla facisnación/repulsión es característica de la percepción occidental del Imperio Medio desde el siglo trece y los relatos de Marco Polo [5] : si bien las primeras narraciones de los viajeros traducían una enorme admiración frente a una civilización multimilenaria de sutiles costumbres y sorprendentes códigos, esta percepción se invertirá muchas veces a lo largo de la historia. Tal será el caso particular, a principios del siglo veinte, del discurso de las potencias occidentales dominantes, que veían una China con estrategias de poder imperiales, donde casi no quedaban rastros de su antigua civilización [6].
El hecho de que China cristalice hoy algunos discursos de tendencia profética o de carácter casi religioso, es porque ciertamente la “emergencia” china es un fenómeno misterioso o por lo menos muy difícil de interpretar. Pone en tela de juicio los fundamentos mismos de la representatividad ordinaria que prevalece en Occidente que observa en China una incomprensible mezcla de capitalismo y de comunismo y que se resiste a pensar la intrínseca hibridez del capitalismo de Estado chino [7]. Pero lo que en realidad pareciera expresar es la velocidad con que se producen los cambios estructurales de la economía mundial y del dominio de Occidente en cuanto polo dominante de la economía mundial y punto de referencia universal [8].
Mientras que el impulso japonés, seguido por el de los “dragones” y por el de los “tigres” asiáticos había alimentado cierta fascinación por estos países, erigidos a veces como modelos organizativos [9], la llegada de China al seno de estos mismos procesos significa ante todo la evidente existencia de un reequilibramiento global, del que debiera ser verosímilmente esta la primera beneficiaria. Ese crecimiento de su potencialidad cada vez más evidente e ineluctable. Alienta la inquietud y también la angustia y plantea la pérdida de referencias conocidas y desde hace largo tiempo estabilizadas alrededor de la idea de la tendencial declinación del Imperio Medio, desde el advenimiento de la Revolución industrial y su oscilación comunista.
En el fondo, su dinámica trayectoria se puede resumir sencillamente: el país más poblado del mundo, cuya población es hoy en día cuatro veces más importante que la de los EEUU, transita un largo período de crecimiento de su producto interno bruto (PBI), entre los más altos observados a lo largo de toda la historia económica [10]. Estableciendo la paridad del poder de compra (basado en el 2005) el PBI chino era de 10.748 mil millones de dólares en el 2012 mientras que el de los EEUU era de 13,518 mil millones [11].
Su crecimiento promedio por habitante en el período 2002-2012 fue del 9,9% mientras que el de EEUU fue de solo el 0,8%, el de la Unión europea (UE) de los 27 de 0,9% y el de Japón 0,8%: de modo que los tres polos de la Tríade vivieron una “década perdida” en cuanto a producción per cápita se refiere, mientras que China creció siempre a ritmo sostenido en el mismo período.
Sólo es necesario proyectar estas tendencias para comprender que aunque el PBI chino se desacelerara a un 7% (actual objetivo del gobierno chino) se está aproximando rápidamente y más aún al PBI estadounidense. Y esta recuperación significaría solamente que China habría logrado alcanzar un cuarto del PBI por habitante estadounidense, lo que le permite mantener aún un amplio margen de aumento.
La creencia de que próximamente la economía china podría desplomarse, solo si se sobreentiende que la objetiva dinámica global de los últimos treinta años pudiera invertirse de pronto y China dejara rápidamente de progresar, un año bueno un año malo, en todas sus relaciones en el marco de la escena mundial. Porque el crecimiento del PBI ha sido acompañado por un crecimiento del Indice de desarrollo humano (IDH) [12] que aunque muy distante de la media mundial en 1980, llegó a superarlo a fines de los años 2000.
Eso significa que la juventud china está mejor escolarizada y que el nivel de esperanza de vida chino ha aumentado regularmente, aunque los sistemas educativos y de salud sigan siendo muy caros para los más pobres. Han sido también acompañados por un aumento del poder multisectorial: las empresas chinas, casi siempre públicas, han conquistado una posición dominante en muchos mercados y amenazan a los oligopolios de la Tríade en sectores clave y en regiones en que hasta ahora eran competitivos.
La cantidad de millonarios chinos va en aumento y aún más los chinos que figuran en la clase media de nivel e ingresos mundiales en el seno de la cual son actualmente mayoritarios [13]. Las intervenciones del Estado - una vigorosa política de recuperación – conjuraron rápidamente el desplome de las exportaciones en 2009. El estallido del “crack” inmobiliario complacientemente descripto en Occidente en el verano de 2013 no ha derivado hasta ahora hacia una dinámica coyuntural negativa. Los últimos datos, por el contrario dan muestra de que los indicadores son confiables y se hallan nuevamente bien orientados y que la aceleración del crecimiento en 2013, será en el tercer trimestre a un ritmo anual del 7,8% y no ya del 7,5% como lo fue en los seis primeros meses.
Es cierto que el sino-catastrofismo se alimenta también de la relativa inestabilidad de la vida política y social china [14] en un contexto en que varios actores centrales intentan acelerar el ritmo de las reformas económicas y políticas, en que el activismo democrático se difunde por Internet y en la sociedad, especialmente en razón de resonantes y escandalosos procesos. Cualesquiera fueren los temas que provocan tensiones (la corrupción, los movimientos sociales, el Tibet, el terrorismo, las disidencias intelectuales, las múltiples reivindicaciones, etc) su gran cantidad alimenta ciertamente la crónica de una larvada crisis social en la que la pérdida de tres puntos de crecimiento está acusada de liberar telúricas fuerzas de oposición.
Construido en contra de la temática oficial de la armonía, este discurso se basa mayoritariamente en la visión maoísta de una sociedad atravesada por fundamentales contradicciones (“principales” y “secundarias”) más que en la filosofía confucionista de que se precia el Partido comunista chino, orgulloso de sus registrados más de 80 millones de miembros [15] De allí que llegar a la conclusión de que pronto bajo el peso de todas esas acumuladas contradicciones se desplomará su sistema social y político, hay asimismo un paso…
El crecimiento del poder de China constituye también un proceso político global particularmente evidente en el seno de las arenas internacionales (ONU, FMI, Banco Mundial.etc.) La puesta en tela de juicio, por Zhou Xiaochuan, del papel dominante del dólar, sin duda el menos visible, pero no por eso menos eficiente dirigente de banco central, del planeta – pone de relieve la tendencia de Pekin de avanzar con constancia en sus posiciones sacando provecho de las nuevas debilidades de los Occidentales, particularmente visibles en el expediente sirio de 2013. Puestos en tela de juicio un sistema monetario internacional dominado por el dólar, el unilateralismo de las potencias occidentales que instrumentaliza Naciones Unidas, en lugar de ser la expresión de un proyecto democrático mundial, el “soft power” encarnado en el desarrollo de los Institutos Confucio, la construcción de redes regionales económicas y diplomáticas: China está en el comienzo de un movimiento de lenta pero de neta afirmación en el seno del cerrado círculo de las grandes potencias.
El sino-catastrofismo depende posiblemente sobre todo de la negativa y del voto piadoso, que pretende conjurar la gran transformación en curso del orden mundial.
Traducción Susana Merino