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ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS ARTES

Joan Miró, el demiurgo

mardi 18 juin 2013   |   Ramón Chao
Lecture .

Periodista y escritor, Ramón Chao es autor de varias novelas inolvidables (El lago de Como, La pasión de Carolina Otero, Las travesías de Luis Gontán). Fue también, en París donde reside, director de Radio France Internationale y corresponsal del semanario Triunfo. A lo largo de esas experiencias conoció a numerosos creadores. En una serie de textos, Ramón Chao va recordando, cada mes, para nuestros lectores, algunos de sus encuentros con genios como el pintor Joan Miró (1893-1963), del que nos habla esta vez.

En enero de 1936, la galería Esteve de Barcelona presentó una exposición sensacional. Su interés residía en que, ante la inminente tragedia bélica, congregaba a los tres pintores que mejor encarnaban la posición de los artistas españoles más significativos : Joan Miró, hombre de grandes silencios ; Salvador Dalí, quien ya flirteaba con los futuros sublevados ; y Pablo Picasso, referente indiscutible. Los tres soslayaron la guerra abandonando España, lo que les permitía expresar sus ideas de manera más libre. Sin embargo, la actitud de cada uno dependió de su carácter, de su ideología, y hasta de su manera de concebir el arte. El esplendoroso y comunicativo malagueño nada tenía que ver con el histriónico pintor de Figueres, ni con el tímido y bisoño catalanista.

Durante sus años de niñez y juventud, Joan Miró pasaba el tiempo en la masía de su familia, en Montroig, enraizado en el campo y alejado de querellas políticas. Sin embargo, en clara sintonía con los ambientes progresistas de la época, presentía lo que se avecinaba, y formulaba su inquietud a través de un arte cada vez más deforme y agresivo. Ya su cuadro Hombre y mujer delante de un montón de excrementos, de 1935, constituye un espantoso presentimiento de nuestra Guerra Civil.

Pero la obra que mejor recoge su compromiso político es el tríptico La esperanza del condenado a muerte (1974). En esa época lo conocí en París. Yo era muy amigo –soy y seré siempre– de Joan Llorens Gardy, escultor y ceramista que preparaba tierra y esmaltes para los jarrones y murales que firmaba Miró. Por ello nos encontramos varias veces los tres en el taller de cerámica de la rue de la Petite Faucille en Vitry, a las afueras de Paris ; también en varios almuerzos a los que nos convidó en un célebre restaurante de Montparnasse, La Rotonde ; y al fin en Gallifa, pueblito catalán donde el ceramista Llorens Artigas (padre) vivía y tenía su taller.

Un día, en la Rotonde, vimos a Joan Miró más cariacontecido que nunca. Le preguntamos la razón : “Ya sabéis que esos criminales franquistas han asesinado al anarquista catalán Salvador Puig Antich con el garrote vil, un sistema medieval que desde hace años ninguna nación utiliza en el mundo. Anteayer, nos reunimos en el Moulin de la Galette, recogimos muchas firmas ; pero ninguna campaña ablandó a Franco, ni tan siquiera la intervención del Papa”. Y añadió ensimismado : “Es curioso, me impresiona mucho que yo acabara aquella obra el mismo día en que ejecutaron al pobre muchacho, sin que yo lo supiera”.

Cuando Joan Miró viajó por primera vez a París, en 1919, acudió a visitar a Picasso con un pastelón de parte de su madre. Se hicieron amigos para siempre ; Picasso asumió la protección del joven catalanista, republicano y enemigo de cualquier garrotazo, quien después del levantamiento criminal de julio de 1936 decidió mudarse con esposa e hija a Francia.

Mientras tanto, solitario en su exilio, Picasso se jactaba de apoliticismo. Su conciencia se hallaba adormecida, y su sentido de la independencia le había llevado a no adherirse a grupo alguno. Esto no quita para que, influido por sus amigos el arquitecto Josep Lluis Sert, y los escritores Juan Larrea y José Bergamín, ya se inclinara hacia posturas progresistas. No olvidemos que durante su juventud había vivido en Barcelona en una bohemia teñida de anarquismo. Lo decidió el bombardeo de Guernica el 26 de abril de 1937. El impacto que le causó ese crimen fue enorme ; entró de inmediato en ese trance furioso que, según Bergamín, le llevó a pintar el Guernica.

Fruto de los esfuerzos del escritor Max Aub, de los arquitectos Josep Lluis Sert y Luis Lacasa, con el apoyo de Josep Renau, director general de Bellas Artes de Madrid, la España republicana obtuvo un Pabellón en la Exposición Universal de París de 1937. Un edificio moderno con un patio luminoso. El Guernica se instalaría a la izquierda, flanqueado por dos esculturas de Picasso de su época de Boisgeloup (Cabeza de mujer y Mujer con un recipiente) que ahora presiden su tumba en el castillo de Vauvenargues. Estaban también la Fuente de Mercurio de Calder ; la Montserrat de Julio González, pañuelo en la cabeza y hoz en la mano, junto a la inmensa escultura de Alberto “El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella”.

Miró aportó un gran mural, Payés catalán en rebelión. Aunque menos universal que Picasso, Miró ya se mostraba aquí más explícitamente comprometido. Y es que el payés, personaje frecuente en su obra, se impregna de un contenido político, similar al de su cartel Aidez l’Espagne, que había realizado poco antes con el fin de recaudar fondos para el bando republicano. Este cartel demostraba que, a tales alturas de la guerra, Miró ya no desdeñaba la acción directa, atrayendo la atención no sólo con una imagen impactante, sino también a través del texto que la acompañaba : “En la lucha actual, del lado fascista veo las fuerzas obsoletas y del otro lado el pueblo, cuyos inmensos recursos creadores darán a España un impulso que asombrará al mundo”. Aunque la prensa apenas se interesó por el mural de Miró, Juan Larrea le dedicó un artículo en Cahiers d’art : “A fuerza de poner a su pueblo lacerado en el lienzo, Miró ha visto despuntar a un campesino armado de su hoz ; por un curioso fenómeno de orden artístico, es un segador salido del himno de la libertad catalana”.

El caso más peliagudo era el de Dalí. Pese a haber coqueteado con los comunistas, realizando dos bocetos para un cartel del X aniversario del PCE en febrero de 1934, no dudaría en enviar al Salon des Independents de Paris, El enigma de Guillermo Tell, obra en la que ridiculizaba a Lenin con la virtud de provocar la furia de los surrealistas. Quedaba evidente que Dalí había elegido un mundo de ostentación y suntuosidad, muy alejado del desgarrador día a día que iba creando la guerra en España, y con el que Picasso o Miró vivían en Paris. En aquellos años, Miró carecía de recursos, y se dice que llegó a pasar hambre ; éste quizá fue el origen de las Alucinaciones que luego plasmaría en sus cuadros.

Para desgracia de Miró, a mediados de mayo de 1940, los nazis bombardean Normandia, donde se había recluido con su mujer Pilar Juncosa. Se le planteaba la gran opción : quedarse en Francia, volver a España o exiliarse en cualquier otro país. Sus amigos Josep Lluis Sert, Breton y Tanguy le ofrecieron llevarlo a Estados Unidos, lo que rehusó : le preocupaba la salud de su madre ; su hija era demasiado pequeña y la llamada de su tierra muy fuerte : “No quisiera que me enterraran entre rascacielos ; me atormenta la idea de que un día las excavadoras destruyan los dibujos de Son Boter”. Terminó por decidirlo el deseo de Pilar Juncosa de regresar a España cuanto antes.

Lo cual no estaba exento de riesgos ; los fugitivos emprendieron un largo y penoso viaje desde el norte de Francia hasta Perpiñán, donde consiguieron el visado. Por aquel entonces, el pintor catalán no era una gloria internacional. Por lo demás, aunque republicano y catalanista acérrimo, así como antifranquista notorio, nunca se había significado de forma escandalosa o provocadora, ni estaba afiliado a partido alguno. Tras pasar la frontera, ya en Girona, su gran amigo Joan Prat les aconsejó que no se dejaran ver por Barcelona. Marcharon primero al campo, y luego a Palma de Mallorca, en donde vivieron en una suerte de exilio interior que duró unos dos años, tras los cuales regresaron a Cataluña. Cuando, en 1954, Miró regresó a Mallorca, lo hizo para quedarse. Para entonces contaba con 61 años, y según sus propias palabras, una vida en la isla, salpicada con algunos viajes a París y Nueva York, “sería ideal para el trabajo y la salud”.

Bajo el régimen franquista, en el que se ejercían fuertes represiones del catalanismo, Miró seguía colaborando en numerosas iniciativas organizadas por el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), realizando un sinfín de carteles en favor de causas democráticas y de los partidos que luchaban en la sombra. Pero él buscaba el retraimiento : “Lo anónimo permite alcanzar lo universal” decía. Se sustentaba con lo poco que le enviaba su marchante Pierre Matisse. Se sentía tan solo, tan aislado intelectualmente, y en una situación tan precaria, que inventó un arte povera virtual, con el que pretendía comunicarse con el resto de la humanidad.

Siempre mantuvo la idea de que el Guernica de Picasso había denunciado el inicio del franquismo, y él deseaba que Mori el Merma (farsa teatral para la que pintó los decorados) marcara su fin. En una de mis visitas a Gallifa, años después, le pedí que me dedicara tres litografías que había comprado en la Galeria Joan Gaspar de Barcelona : una para la revista Triunfo, otra para mis hijos Manu y Antoine (ahora no sé qué reparto salomónico puedo aplicar), y la tercera para Felisa, mi esposa. Le emocionó que una de ellas fuese Ubu Rey, el estrafalario personaje del decorado que compuso para la compañía La Claca. Miró trabajó en la creación de los ninots, grandes títeres grotescos en los que se introducen los actores, así como en el diseño de la escenografía. Es la culminación del proceso creativo de Miró en torno a un individuo, Ubu, que siempre le fascinó y que tomó como ejemplo para sus reflexiones sobre el absolutismo y el abuso de poder al tiempo que personaje bufo para representar a Franco. Con “Mori el Merma”, una vez más había hablado desde el silencio y en las mismas narices del régimen.

Estaba conmovido. “¿De dónde sacaste esto ?” me preguntó. Acariciaba a los personajes, los llamaba por sus nombres y me puso una frasecilla : “Para Felisa y Ramón, afectuosament”. Su amigo Artigas leyó la dedicatoria, y con voz zumbona (siempre se estaban lanzando pullas) le soltó : “Lo has escrito en catalán para ahorrarte una letra”.

La etapa de Miró en Mallorca representa una de las más productivas de su carrera artística, con obras de una gran fuerza y numerosos proyectos de arte público con los que intentó acercar todavía más su obra al ciudadano corriente. Sus murales y esculturas comenzaron a adornar las calles de Madrid, Barcelona, París, Chicago y tantas otras ciudades del mundo, entre las que se encontraba, por supuesto, Mallorca. En esa ciudad se puede admirar la Femme, monument (1972), y Personnage (1975), situados en el carrer Conquistador y la avinguda Jaume III, respectivamente, y del mural del Parc de la Mar, realizado en el año 1983 en colaboración con el ceramista Manuel Castaldo.

Y, como no, visitar la Fundació Pilar i Joan Miró, donde se expone una gran colección de pinturas, esculturas, dibujos y obras gráficas tanto de Joan Miró como de otros artistas. La parte más conmovedora muestra los talleres en los que nuestro amigo trabajó hasta el día de su muerte. Los cuadros inacabados parecen estar esperando el regreso del demiurgo...





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