Al menos dos marcas inéditas dejará en la historia de Chile la presidenta Michelle Bachelet cuando, el 11 de marzo próximo, abandone el Palacio de La Moneda habrá sido la primera mujer que haya ocupado el sillón presidencial y lo hará con una adhesión ciudadana que, según las encuestas, supera el 70%. El apoyo que recibe en los sondeos (1) se explica, en buena parte, por el sello de su gobierno, que ha definido como de “protección social”. Se trata de una batería de programas y reformas que apuntan a mejorar la calidad de vida de los chilenos a través de políticas públicas que atenúen los efectos del modelo económico neoliberal, cuyas bases matrices quedaron instaladas por la dictadura del general Augusto Pinochet, quien gobernó entre 1973 y 1990 y heredó un sólido entramado político, institucional y económico que gradualmente ha sido desmontado en los casi veinte años de gobiernos democráticos.
Michelle Bachelet, socialista, ex ministra de Salud y Defensa, llegó al gobierno de la mano de la Concertación Democrática, un conglomerado de partidos que reúne a demócrata cristianos, liberales y socialdemócratas, tras derrotar, en 2006, en segunda vuelta, al empresario conservador Sebastián Piñera, quien ha vuelto a postularse y es, según las encuestas, favorito en las elecciones del 13 de diciembre.
Apoyada en las herencias de los gobiernos democráticos de los presidentes Patricio Aylwin, Eduardo Frei y Ricardo Lagos, Bachelet, en sus casi cuatro años de mandato, ha extendido la cobertura de salud de la población, ha introducido reformas al sistema de fondos de pensiones –que incluye una “pensión solidaria” para más de un millón de personas– y establecido una red nacional de guarderías (serán 3.500 en marzo de 2010), con lo que estimulaba una creciente participación de las mujeres en el mercado laboral (2).
La promesa incumplida del bloque gobernante es que Chile no será un país desarrollado en su Bicentenario de la Independencia el 2010, como prometió el ex presidente Ricardo Lagos. El vaticinio se basaba en las cifras de crecimiento económico durante toda la década de 1990, cuando el Producto Interior Bruto creció a un promedio de 7,6%. La crisis asiática frenó de golpe la expansión económica y durante los seis años de mandato de Lagos (2000-2006) el PIB promedió un modesto 4,3% (3).
Con esa herencia batalló Bachelet cuando llegó al Palacio de La Moneda en marzo del 2006. Durante los tres primeros años de su gobierno, el PIB cayó al 4,2% y la tendencia es a la baja, por los efectos de la crisis económica mundial que ha reducido la demanda y los precios del cobre, principal producto chileno en los mercados internacionales y que ocupa casi el 50% de sus exportaciones.
Pero el equipo económico de Bachelet había tomado precauciones con la aplicación de una medida anti-cíclica. Cuando el precio del cobre había alcanzado máximos históricos en los mercados internacionales –principalmente por la demanda de China– Bachelet destinó esos ingresos suplementarios al ahorro, con lo que llegó a acumular más de 25.500 millones de dólares. A su vez, el Banco Central registraba reservas de 24.200 millones de dólares. A comienzos de 2008, cuando empezaron a evidenciarse las señales de deterioro de la economía, el gobierno de Bachelet abrió la caja de ahorros fiscales. Y ahí está la otra explicación a su alta popularidad.
Ya instalada la crisis global, a inicios de 2009, la gobernante anunció un plan de estímulo al empleo (el paro supera la barrera del 10%), un paquete de nuevos subsidios, un robustecido programa de inversiones en infraestructuras, así como la capitalización de la empresa estatal del cobre por más de 4.000 millones de dólares. Las medidas para mitigar la crisis se sucedieron con el correr de los meses, asignando nuevos bonos, planes de estímulo a la construcción y programas focalizados de empleo para los jóvenes. El paquete de medidas ha costado apenas un 20% de las reservas acumuladas en los tiempos de altos precios del cobre.
Con ese escenario, Bachelet pudo continuar –pese al bajo crecimiento de la economía a causa de la crisis internacional– con su proyecto de “protección social” (que busca cubrir al 40% de la población más vulnerable) y de reducción de la pobreza, que en 1989 era de 38,6% y que ahora está por debajo del 13% (4). O con el aumento de la cobertura de la educación pre-escolar, que creció del 16 al 36% en el mismo periodo.
La alta adhesión con que Bachelet termina su mandato está relacionada pues con las medidas que adoptó ante la crisis y el manejo que de ésta ha tenido su equipo económico, pese a que Chile también marca récords en los indicadores de desigualdad. Un informe de desarrollo humano de la ONU de 2005 incluyó un ranking del coeficiente de Gini –que cuantifica el nivel de distribución de ingresos y mide la desigualdad entre ellos– que sitúa a Chile en el lugar 110, de un total de 124 países. El mismo indica que el 10% de los chilenos más ricos supera 31,3 veces los ingresos del 10% más pobre.
Entre tanto, según la Encuesta de Presupuestos Familiares del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) –realizada entre octubre de 2006 y noviembre de 2007– en el 80% de los hogares del Gran Santiago sus ingresos no son suficientes para cubrir sus gastos, por lo que recurren al crédito formal o informal. En el segmento de los más pobres, el ingreso per cápita diario es apenas un poco más de 3 dólares, la mitad de los cuales se destina al transporte. De acuerdo con la medición del INE, la brecha de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más pobre es de 14,7 veces.
Aun así, Michelle Bachelet misma explica cómo es percibida su gestión : “La gente ve y siente lo que hemos hecho. Es ahí y sólo ahí donde se explican los índices de aprobación que hoy tenemos como gobierno de la Concertación”. Y agrega : “Ese es el secreto del gran respaldo a mi gobierno, que la gente ve que la Reforma Previsional existe y se paga en tiempo y forma. Ve que se reconoce la maternidad a través del bono por hijo. Ve que la mujer ha dejado de ser una carga del marido y percibe una pensión por su propio aporte a la sociedad, por ser un sujeto de derechos”. Y además precisa el sello de administración : “Porque ser progresista es asegurar derechos sociales permanentes en el tiempo para, de esa manera, corregir las desigualdades. No se trata de entregar asistencia hoy para quitarla mañana” (5).
Nada ha sido fácil para esta mujer de 58 años que a inicios de la década de 1970, cuando estudiaba medicina y vivía la “revolución con empanadas y vino tinto” del Gobierno de Salvador Allende, ingresó en el Partido Socialista. Sus estudios fueron interrumpidos por el golpe militar de 1973, y su padre, el general de Aviación Alberto Bachelet, fue hecho prisionero para meses más tarde morir por efectos de la tortura. Ella misma, junto a su madre, Ángela Jeria, fue secuestrada por los servicios de seguridad y llevada a una cárcel clandestina donde también sufrió torturas. Eran los años de plomo de la dictadura y Bachelet participaba activamente en la resistencia clandestina. La represión la obligó a salir al exilio hacia la desaparecida República Democrática Alemana.
A su regreso a Chile, en la década de 1980, se sumó a la lucha por la recuperación democrática y se mantuvo vinculada a organizaciones de defensa de los derechos humanos. Pero su popularidad dio un salto cuando fue nombrada como la primera mujer a cargo del Ministerio de Defensa por el ex presidente Ricardo Lagos, a inicios del 2002. Ese cargo no había sido ocupado por ningún socialista desde el Gobierno de Allende. “Soy mujer, socialista, separada y agnóstica. Reúno cuatro pecados capitales. Pero vamos a trabajar bien”, fueron las palabras con las que saludó a los jefes militares cuando asumió el cargo.
El “fenómeno Bachelet” nació meses más tarde, en pleno invierno. Temporales de lluvias inundaron sectores de la capital chilena y Bachelet destinó fuerzas militares al trabajo de ayuda a la población. Ella misma supervisó los trabajos a bordo de un carro blindado y esa imagen quedó para siempre. Bachelet consiguió su nominación a la candidatura presidencial del bloque oficialista en el 2005, después de desplazar con su popularidad –medida en encuestas– a reconocidas figuras socialistas. Y posteriormente derrotó sin competencia a la postulante de la Democracia Cristiana, la ex canciller Soledad Alvear, no sin antes tener un destacado papel en la campaña electoral municipal que precedió a la presidencial.
En las elecciones de diciembre de 2005, Bachelet se enfrentó a dos candidatos de derechas, el empresario Sebastián Piñera y el pinochetista Joaquín Lavín, además del representante de la izquierda extraparlamentaria Tomás Hirsch, apoyado por “humanistas” y comunistas. Bachelet, con el 53,5% de los votos, ganó en segunda vuelta frente a Piñera. En marzo del 2006, la doctora Bachelet entraba a La Moneda.
Nunca fue la favorita de élites políticas del oficialismo, su candidatura fue empujada por su apoyo ciudadano. Y la ciudadanía elevó sus expectativas. Consciente de eso, Bachelet postuló un diseño de “gobierno ciudadano”, con mayor participación y consultas en el desarrollo de políticas públicas ; estructuró un equipo ministerial con paridad de mujeres y hombres, un sello que enfatizó desde el primer día de su gestión ; y procuró formar equipos con “nuevas caras”, en un esfuerzo por renovar los cuadros dirigentes y hacer más cercano su Gobierno. “Nadie repetirá el plato”, prometió, al referirse a los cambios que introduciría su Administración. Las élites se resintieron y resistieron. Desde el propio oficialismo surgieron dudas sobre su capacidad de gobernar, que fueron cotidianamente reiteradas por la oposición de derechas. Varios hechos contribuyeron a esa percepción. La consolidación de su Gobierno llevó más tiempo del que estaba acostumbrada la clase política.
A poco andar sólo dos meses después de haber asumido el cargo, estalló un conflicto que estaba larvado : más de un millón de estudiantes salieron a las calles para protestar por la baja calidad de la educación pública y a la demanda se sumaron universitarios, profesores y padres de los alumnos. Durante un mes, el Gobierno estuvo en jaque. La propia Bachelet aceptó el grueso de las demandas de un conflicto que no estaba en su agenda. La arremetida de los escolares produjo las primeras bajas en el gabinete de Bachelet : la remoción del ministro del Interior y de Educación.
Ni la muerte de Pinochet en diciembre del 2006 le produjo a Bachelet tantos problemas como la puesta en marcha del plan de transporte público de Santiago. Diseñado por el Gobierno de Lagos, entró en funcionamiento simultáneo en toda la capital en febrero del 2007. A partir de ese día y durante meses, millares de personas sufrieron largas horas de espera para trasladarse, desorientadas por los nuevos recorridos y amontonadas a causa del número inferior de autobuses. Las inversiones en infraestructuras, máquinas, nuevo personal, subsidios y otros apartados ha significado para el fisco un gasto superior a los mil millones de dólares (6).
Un problema sigue latente : la demanda territorial del pueblo mapuche en la Araucanía, al sur de Chile. Los habitantes originarios paulatinamente han perdido sus tierras, casi al mismo ritmo que han visto destruir su cultura. El impulso de proyectos de explotación forestal y pesca produjo un devastador ingreso de capitales chilenos y extranjeros que transformó a pequeños propietarios en precarios obreros asalariados (7). Ello aumenta la conflictividad social, y las movilizaciones han dejado a dos jóvenes comuneros muertos durante el actual gobierno.
Los problemas sociales más duros a los que Bachelet ha hecho frente, no sólo eran heredados de las Administraciones anteriores, como el del transporte público cuyo diseño era ineficiente. El de la reforma educacional demandada por los estudiantes en las calles responde más bien a problemas estructurales originados en la Constitución heredada de Pinochet, que consagró el lucro como motor del sistema y dejaba en manos del mercado la administración de los colegios, con un precario y desfinanciado sector público.
Pero el Gobierno de Bachelet también afronta las dificultades de apoyarse en una coalición que muestra señas de desgaste, con permanentes fugas de parlamentarios y continuos conflictos entre los partidos. Por eso, el alto respaldo ciudadano a Bachelet está a una distancia abismal de la adhesión que reciben los partidos. Si la derecha ha tenido las mejores marcas en décadas, es porque la Concertación gobernante muestra una alta conflictividad y su candidato presidencial –Eduardo Frei– es incapaz de capitalizar el apoyo que recibe la mandataria. Ello sin contar con que los otros dos candidatos (Jorge Arrate y Marco Enríquez-Ominami) provienen del mismo partido de Bachelet.
Aún así, Bachelet ha mostrado su capacidad de hacer perpetuar la novedad más profunda que simboliza, un cambio cultural que ha llegado para quedarse : las mujeres en Chile tienen hoy más poder, mañana tendrán más aún. Y ese paso adelante es irreversible.
© lmd edición en español
Notas :
(1) Ver encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), agosto 2009.
(2) Ver informes del Ministerio de Planificación.
(3) Cifras promedio, Banco Central de Chile.
(4) Ver Fundación para la Superación de la Pobreza (www.fundacionpobreza.cl)
(5) Ver discurso de Michelle Bachelet ante el Foro Anual del Progresismo, 10 de septiembre de 2009.
(6) Según cálculos de Ana Luisa Covarrubias, experta en Transportes del Instituto Libertad y Desarrollo, vinculado a la oposición de derecha.
(7) Ver José Aylwin, director del Observatorio Ciudadano, La Nación, 31 de agosto de 2008.