El surgimiento del Movimiento 15-M, exigiendo ¡Democracia Real Ya !, ha sorprendido por su extensión, su contundencia y su claridad reivindicativa. Su base social está compuesta mayoritariamente por varias generaciones de españoles –nacidos entre los años 1970 y 1990 del siglo pasado– entre las mejor formadas y preparadas de nuestra historia, hijos del incipiente Estado del Bienestar que hemos construido en los últimos 35 años, resultado del trabajo realizado por gobiernos de izquierda en las distintas instituciones, la movilización social y sindical para realizar avances o frenar recortes de derechos, y una ciudadanía convencida del modelo social que estaba construyendo
La crisis a la que asistimos es la crisis del Estado Social y de Derecho, la crisis del Estado del Bienestar que la socialdemocracia –tras acordar con las fuerzas conservadoras el reparto de un poder prácticamente secuestrado entre ambas fuerzas en alternancia (PP-PSOE)– no ha sabido o no ha podido defender ante la consolidación del neoliberalismo desregulador como única posibilidad de gobierno. Consolidación de la que han sido cómplices : “Tendremos el Estado del bienestar que podamos”, aseguró recientemente el lider de la derecha política española, mientras el gobierno socialdemócrata ni siquiera contradijo tal afirmación.
Vivimos en un planeta próximo a los siete mil millones de habitantes, de los cuales un tercio están condenados a la pobreza y otros dos mil millones apenas pueden sobrevivir dignamente. Ese es el sistema que la derecha política da por único posible y que la socialdemocracia acepta –con mayor o menor desagrado– de forma pasiva, alternando discursos políticamente correctos incluso progresistas, con decisiones seguidistas del mercado y las plutocracias económicas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional acordó elevar a categoría de derechos obligatorios los recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en las Convenciones posteriores que la desarrollaron. Desde entonces, todos los derechos recogidos en esos tratados –civiles, políticos, económicos, sociales y culturales– disfrutan de la misma protección teórica en el derecho internacional, todos ellos son de obligado cumplimiento y respeto por parte de los poderes públicos y de los particulares. Pero el posterior desarrollo constitucional habido en los países occidentales elevó a derechos de especial protección y exigibilidad los derechos civiles y políticos, y sin embargo discriminó a los derechos económicos, sociales y culturales, obviando establecer en las Cartas Magnas mecanismos de cumplimiento y exigibilidad de dichos derechos en caso de ser negados o conculcados, así como obviando en ellas la obligación del Estado de garantizarlos. La socialdemocracia ha abrazado y extendido ese modelo constitucional conscientemente desequilibrado.
El Estado Democrático, Social y de Derecho europeo, fundado sobre el pacto social que garantiza el bienestar, la igualdad y la justicia a todas las personas, no fue un regalo de las oligarquías políticas y económicas del siglo XX a las clases trabajadoras o medias ascendentes. Fue construido por la izquierda y las fuerzas progresistas europeas tras la derrota del fascismo y del nazismo –al precio de más de 60 millones de muertos– y la instauración de regímenes socialistas en la Europa del Este.
Ningún derecho ha sido regalado o prestado a los ciudadanos por las plutocracias como para que éstas puedan de pronto decidir a su antojo recortar o suprimir los más básicos y esenciales derechos de la persona como es el derecho al trabajo o a una vivienda digna.
Esta premisa básica para quienes hoy día se consideran de izquierdas, obliga cualquier fuerza que así se reivindique a oponerse a los recortes y supresiones sociales y de derechos que han ocurrido ante la sorprendente y fraudulenta parálisis e inacción de las instituciones democráticas elegidas por esos mismos ciudadanos para garantizar los derechos que les están siendo usurpados, y con la necesaria connivencia –cuando no han sido directamente los ejecutores de estas políticas neoliberales– de la socialdemocracia europea.
Tanto la derecha como la Internacional Socialista nos han hecho creer que el Estado y el sector público son ineficaces y perniciosos por naturaleza, por lo que deben quedar reducidos a su mínima expresión –recuérdese la Nueva Vía de Tony Blair– sino desaparecer cediendo el testigo al individualismo y la iniciativa privada. Los mercados y sus aliados “social-liberales”, construyeron un idílico relato del porvenir que nos esperaba, anunciándonos riquezas y bienestar inagotables para todos, en una especie de arcadia consumista y feliz que ha acabado revelándose un fraude.
Obviamente, ni la socialdemocracia europea ni, en especial, la española, apuestan hoy día por otra cosa que no sea “gestionar” el sistema capitalista en crisis intentando reflotarlo “con rostro humano” –contraditio in terminis–, para alborozo del gran capital financiero y especulativo y de las empresas transnacionales españolas, cuyos intereses privados siguen siendo confundidos por el PSOE con los intereses de los españoles.
Gobiernos de derecha pero también los autodenominados de izquierda nos habían asegurado que la reducción del impuesto de sociedades, de los tramos altos del IRPF y la desaparición del impuesto de sociedades, eran las herramientas más eficaces para generar riqueza y crear empleo. Y ahora que ha desaparecido el impuesto de Patrimonio, prácticamente el de Sucesiones y Donaciones, y que se han reducido como nunca los impuestos sobre el capital y las rentas más altas, nos encontramos con las mayores cuotas de desempleo, exclusión y pobreza de la historia reciente de este país.
La inmensa crisis-estafa que padecemos demuestra que ha fallado el sistema, ha fallado el marco constitucional y ha fallado la socialdemocracia “realmente existente” como fuerza mayoritaria en la izquierda sociològica
La incapacidad socialdemócrata para reconocer el fracaso de su apuesta política neoliberal, la invalida para ser sujeto de cambios o representante de las mayorías sociales excluidas o en creciente riesgo de exclusión. Esta crisis nos obliga a reubicar el centro de la política, para situarlo entre quienes defienden políticas neoliberales por convencimiento o resignación y quienes, rechazando éstas y constatando el fracaso del sistema, apuestan por superar el capitalismo y construir un sistema alternativo más justo, redistributivo, realmente democrático y tolerante con la pluralidad social
La socialdemocracia ha quedado invalidada para gobernar tras ser cómplice en la ejecución de las políticas neoliberales y por tanto co-responsable de la grave crisis que padecemos. La izquierda real que defiende medidas y políticas para mantener el Estado Social de derecho y avanzar hacia modelos más justos que el capitalismo, tiene ante sí el reto de construir hegemonía política y de aparecer ante los ciudadanos como una alternativa sólida para gobernar.
Tras el final de la Guerra Fría y el surgimiento del movimiento antiglobalización, hemos llegado a la conclusión de que la izquierda que aspira a superar el capitalismo debe ser plural en pensamiento, multifacética en sus formas de organización y expresión, abierta a todo aquel que quiera cambiar la realidad en una perspectiva de progreso. Pero debe ser uniforme respecto a la defensa de los intereses de la mayoría social y firme en la defensa de la democracia y el estado social.
La escasa fortaleza e implantación de la izquierda política alternativa que en España representa Izquierda Unida, probablemente se debe a la ausencia de un gran movimiento político que, con clara vocación de defender propuestas anticapitalistas, aglutine a todas aquellas voces que desde lo más cotidiano –el mundo del trabajo, los movimientos sociales, el mundo académico y cultural, la defensa del medio ambiente y la solidaridad internacional etc– apuestan por hacer realidad un Nuevo Programa Político que aspire a garantizar la totalidad de los derechos humanos para todos. Ése debe ser el eje que condicione cualquier posible política de alianzas entre la izquierda, tanto en la calle como en las instituciones.
La pluralidad de la izquierda real debe gestionarse en torno a un acuerdo programático, claro y concreto en cuanto a sus objetivos, y construido de forma participativa entre la diversidad de los distintos vectores sociales que se reconocen en la izquierda : movimientos, colectivos, partidos, asociaciones, etc.
La izquierda real es la que cuestiona el actual modelo de producción capitalista y de vida por ser no sostenible y ser pernicioso para la supervivencia del planeta. No es posible generalizar el sistema de bienestar social del que disfrutamos en el Primer Mundo, basado en un consumo irresponsable, superfluo y excesivo, al resto del planeta. Es imprescindible cambiar las relaciones económicas y sustituir el “libre mercado” por un control público y social de la economía.
La izquierda real debe apostar por la profundización democrática, por métodos participativos de ejercicio democrático habitual para los ciudadanos, por la elegibilidad de todas las instituciones y poderes reales del Estado, incluyendo aquellos que nunca se han sometido al veredicto de las urnas : la Jefatura del Estado, el poder económico o el poder mediático.
La izquierda real debe propugnar un Estado Republicano, Federal y Unitario, en el que todos los ciudadanos se sientan libres y sean realmente iguales, consolidando así el sentimiento de pertenencia a un proyecto común de país que no puede ser otro que la III Republica espanyola
Es necesario abordar una profunda reestructuración interna de las formas organizativas y las estructuras de participación política de la actual Izquierda Unida, si es que esta fuerza política quiere estar en condiciones de ser el eje vertebrador del amplio movimiento que deberá impulsar los muy profundos cambios sociales y políticos que la actual indignación ciudadana reclama.
La calle esta adoptando la Elaboración Colectiva como seña de identidad y concreción de esta nueva alianza social que se está fraguando, proceso que debe ser estimulado y consolidado para garantizar la identificación permanente de los ciudadanos con la izquierda que defiende el estado social y la democracia y lucha en la calle por ello. Si los ciudadanos no participan directamente en la elaboración de las soluciones para sus problemas no habrá nunca conciencia de la realidad. La elaboración colectiva es un mecanismo de participación de los ciudadanos en la democracia.
La izquierda real que reclaman los “indignados” debe dotarse de nuevas formas de funcionamiento y control de la ejecución de las decisiones adoptadas, como la posible revocación de mandatos representativos y la reducción del poder de las estructuras internas de las organizaciones políticas a la hora de elegir a los miembros de las instituciones.
La izquierda se fortalecerá impulsando un proceso constituyente que refunde el Estado, como única garantía para salir de la crisis y evitar volver a caer en una estafa masiva y criminal de la envergadura de la que estamos padeciendo. Ante la negativa de los actuales poderes públicos a proporcionar herramientas de cambio y decisión a los ciudadanos, debe ser la soberanía popular expresada legítimamente a través de una Asamblea Constituyente, extensa y capilar, participativa y participada no sólo por partidos políticos, sino también por movimientos sociales y personas, la que nos garantice a los ciudadanos los instrumentos por los que la mayoría social hoy está clamando. Y para ello es imprescindible fraguar un amplio acuerdo de todos los sectores que reivindican ser de izquierda para construir una nueva hegemonía política que cumpla el mandato de cambio expresado por la ciutadania
La izquierda se reconoce entre aquellos cuyos programas y propuestas defiendan la existencia de un Estado regulador de la economía y la vida social, la preeminencia de los intereses colectivos sobre los intereses privados, las políticas fiscales progresivas y consecuentemente redistributivas y una política internacional en defensa de la paz entre los pueblos y la solución pacifica y política de los conflictos.
En estos momentos la izquierda está en una situación aceptable para trabajar y hegemonizar el necesario proceso de cambio social y político que se nos demanda. Para ello, deberá apoyarse en la movilización social y en los avances políticos y electorales registrados en los lugares de nuestra geografía donde se ha venido avanzado en los procesos de convergencia social y política tejiendo compromisos con los movimientos sociales. Y en cada desafío político que nos espera, especialmente en los procesos de elección de instituciones publicas, la existencia de una amplia y extensa alianza de la izquierda consecuente y realmente existente con lo antes expuesto, es nuestra única posibilidad de transformar este sistema.