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Socialistas intercambiables con neoliberales

samedi 29 juillet 2017   |   Bernard Cassen
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En Francia, la elección de Emmanuel Macron a la presidencia de la República, el pasado 7 de mayo, así como los resultados de las elecciones legislativas del 11 y del 18 de junio, se inscriben en un movimiento más general de rupturas políticas que afectan también a unos cuantos países europeos. Bajo distintas formas, se trata en primer lugar de un replanteo de las estructuras históricas de la representación democrática, a saber : los partidos.

Entre los síntomas de este desmoronamiento que desde hace ya algunos años caracteriza el tablero electoral, podemos mencionar el avance de los movimientos populistas de derechas y de extrema derecha, especialmente en Hungría y en Polonia ; la irrupción de Podemos y de Ciudadanos en el paisaje político español ; la del Movimiento 5 Estrellas en Italia, y el brexit en el Reino Unido. En diversos grados, cada uno de estos fenómenos pone en evidencia un inmenso desfase entre las aspiraciones de la población y la capacidad (incluso la voluntad) de los partidos y de los Gobiernos de responder a ellas.

En buena parte, esta impotencia se debe a las políticas neoliberales de la Unión Europea (UE), la cual, con el impulso de la Comisión y de Alemania, impone la austeridad como única política económica posible. La suerte inhumana reservada a Grecia tiene poder disuasivo para los eventuales Gobiernos rebeldes. En la medida en que las políticas europeas no dejan más que un ínfimo margen de maniobra a los dirigentes nacionales, poco importa a la larga que estos sean miembros de tal o cual partido.

Así como existía en la década de 1990 un “consenso de Washington”, impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, existe hoy un “consenso de Bruselas” entre las tres corrientes políticas –conservadora, liberal y socialdemócrata– presentes en el seno de la Comisión.

Los partidos socialdemócratas no previeron las consecuencias de esta complicidad : ahora que, con su participación activa, la UE está sólidamente instalada en el neoliberalismo, se han vuelto políticamente inútiles, dado que son intercambiables con los representantes de la derecha.

En Francia, la desconfianza hacia los gobernantes, cualesquiera que sean, ha tomado igualmente la forma de un rechazo de los balances y de los actores de cada una de las dos últimas presidencias, ya sea de derechas con Nicolas Sarkozy (2007-2012) o la autoproclamada “de izquierdas” con François Hollande (2012-2017). Este rechazo se extendió a las organizaciones políticas como tales y ha desembocado en la elección de un hombre presentado como “nuevo” por los medios de comunicación, Emmanuel Macron, y, pocas semanas más tarde, en la victoria aplastante de su movimiento La República en Marcha (LRM) en las elecciones legislativas.

Para medir la violencia simbólica de este escrutinio, hay que saber que casi la totalidad de los diputados de LRM eran totalmente desconocidos hace unas semanas. No han sido elegidos sobre la base de un programa, sino por fidelidad incondicional a Emmanuel Macron y bajo el lema de la “renovación” como doctrina, es decir, de la expulsión del personal político establecido y de la pulverización de los dos grandes partidos que, en alternancia, han gobernado Francia desde el inicio de la V República (1958) : Los Republicanos (LR) –última denominación hasta la fecha del principal partido de derechas– y el Partido Socialista (PS). Ambos partidos atraviesan una crisis existencial que, en el caso del PS, puede llevar a su desaparición pura y simple. Este deceso no hará derramar muchas lágrimas a la izquierda. Sin embargo, será ciertamente deplorado por los neoliberales, cuyos dogmas contribuyó a implantar en las políticas públicas. 





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