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¿Al borde del abismo ?

jeudi 7 janvier 2016   |   Bernard Cassen
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Una de las palabras clave de la Guerra Fría fue brinkmanship, es decir, la política del “borde del abismo” llevada a cabo por los dirigentes de Estados Unidos y de la Unión Soviética. Para las dos superpotencias militares de la época, se trataba de hacer avanzar a sus peones lo más lejos posible en las casillas del tablero de ajedrez mundial, cuidándose de no caer en el precipicio de la confrontación armada. Tanto en Moscú como en Washington era sabido que un conflicto nuclear tendría como consecuencia inevitable lo que la doctrina militar llamaba “la destrucción mutua asegurada” –concepto cuyo acrónimo en inglés, significativamente, es MAD…–.

En muchos aspectos, la situación actual de la Unión Europea (UE) obedece a una lógica comparable, salvo por dos excepciones principales. Por un lado, no va a ­desembocar en un conflicto armado ; por el otro, no hay dos ­campos enemigos : todo ocurre en el propio seno de la UE –instituciones comunitarias y Gobiernos– sin adversarios externos declarados. En suma, una especie de brinkmanship interno... Si se cree lo que dice el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, no estamos muy lejos de caer al vacío : “La Unión Europea está en peligro. Hay fuerzas operando que buscan alejarnos los unos de los otros y esto traería consecuencias dramáticas”. Por su parte, Michel Barnier, ex comisario europeo, evoca abiertamente “el riesgo de desintegración” de la UE. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha sido más explícito ante el Parlamento Europeo al declarar que los factores de esta desintegración serían el abandono del tratado de Schengen y el fin del euro : “Una moneda única no tiene sentido si Schengen fracasa”.

Puede parecer insólita esta íntima relación establecida entre un espacio de libre circulación de personas y el uso de una moneda única. Técnicamente, estos dos fenómenos nada tienen que ver entre sí. Así pues, de los 28 Estados miembros actuales de la UE, solamente 22 son signatarios del Tratado de Schengen, y 19 de la zona euro. El Reino Unido no pertenece a ninguno de estos dos espacios. Hecho que, hasta el día de hoy, no ha ocasionado mayores trastornos. La explicación de las palabras de Jean-Claude Juncker es de tipo ideológico. Remite a la concepción neo­liberal de la Europa verdaderamente existente que coloca en lugar preferente cuatro “libertades” : libertad de circulación de capitales, de mercancías, de servicios y de personas. En este último caso, se trata menos de favorecer los intercambios turísticos y culturales que de utilizar las olas migratorias para alimentar el dumping social.

A partir de ahí, se entiende mejor la “fetichización” del espacio Schengen a fin de evitar que, para afrontar los flujos masivos de refugiados sirios y de otros países, el poner en tela de juicio la libertad de circulación de las personas no sirva como precedente para volver atrás en las otras tres “libertades”. En lo que se refiere a la moneda única, si se la ubica en la misma categoría de víctimas potenciales que Schengen, es esencialmente por razones políticas y no de desarrollo económico o de lucha contra el desempleo, esferas en las que ha fallado completamente. Para Alemania en particular, y como se ha visto en Grecia, se trata de conservar una herramienta para someter a cualquier Gobierno que rechace las políticas de austeridad.

Una eventual “desintegración” de la UE, limitada a la del espacio Schengen y del euro, sería ciertamente presentada como una catástrofe para toda Europa, mientras que, en realidad, se trataría solo del fracaso de un modelo puramente contingente de construcción interestatal. La cuestión sería entonces saber qué fuerzas podrían movilizarse para proponer otro modelo susceptible de gozar del apoyo popular. 





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