Conocía a Celso Emilio Ferreiro desde que abrí los ojos al mundo. Mi casa era un hotel llamado Chao : doce habitaciones y ningún confort, pero célebre en toda Galicia tanto por la personalidad histriónica de mi padre como por el cabrito asado y el brazo de gitano que confeccionaba mi madre. Situada en el centro de la Tierra Llana –un pino aquí, otro allá y el resto soledad–, Vilalba es la capital de esta región rica en conejos, liebres y perdices que atraen a los cazadores de la zona, a los pescadores de agua dulce del río Aveso –literalmente “al revés”–, así llamado porque sus aguas discurren hacia arriba y llevan al manantial que equivale a la muerte.
Dos o tres veces al año iban allí de caza o de pesca los escritores Torrente Ballester, Alvaro Cunqueiro, Celso Emilio Ferreiro y José María Castroviejo. Este, por cierto, me consiguió la primera colaboración regular en la prensa española –¡nada menos que en el diario El Alcázar, que me apresuré a abandonar !–. En aquel tiempo, Castroviejo gozaba de una bien merecida reputación de bromista decían que por haber puesto una bomba bajo la cátedra de su profesor y padre, que estalló en plena clase de Literatura.
Antes de saber que esos clientes eran grandes escritores, a mí me sucedía como a aquel sacristán que se santiguaba al pasar por delante de todas las imágenes de la capilla salvo de la de un santo de madera y cuando le preguntaron por qué lo menospreciaba así, contestó : “¡Pero si a ese lo conocí cuando era un abedul !”.
En cambio, Celso Emilio Ferreiro contestaba prolijamente –en prosa y en verso– cuando explicaba su procedencia : “Mi patria primordial y poética es Galicia, una de las tierras de más acusada personalidad de la marcas hispánicas, y también una de las más antiguas. Siguiendo a Carlos Pelegrín, diré que el gentilicio ‘gallego’ es mil años más viejo que el gentilicio ‘castellano’, mucho más antiguo que el gentilicio ‘español’ acuñado en Provenza a comienzos del siglo XIII”.
El niño creció, se convirtió en poeta “como fueron Hugo y Sartre en Francia, y en el pasado gallego Curros, Pondal o Rosalía”, según dijo Méndez Ferrín en 1989, o como Manuel María lo describiera en 1963 en el Ateneo de Monforte de Lemos : “Este hombre que veis aquí, de cabellos plateados que antes fueron de oro, de contextura recia como la de un roble o de un castaño, de grandes ojos abiertos escrutando el misterio de vuestro interior es Celso Emilio Ferreiro, tal vez el mayor poeta vivo de Galicia de nuestros días”. ¿Y qué conclusión sacó Celso de sus observaciones ? Se lo explica al periodista Fernando Salgado :
“Cada día es más evidente que el mundo está dividido en dos grandes sectores : los revolucionarios y los contrarrevolucionarios. Con todos los matices que se quiera, pero no existen más que esos dos estamentos. Los galleguistas contrarrevolucionarios son tan enemigos nuestros como los fascistas, porque no defienden puntos que, aparentemente, pudieran semejar a los nuestros, sino que están al servicio de la contrarrevolución por encima de todo y antes que nada. Hay que convencerse de esta realidad de una puñetera vez. Piñeiro, el metafísico, y Paco del Miedo, el burro mecánico, prefieren cien veces una Galicia franquista a una Galicia socialista o revolucionaria. Ellos y sus amigos no luchan por la liberación de la tierra, sino que están actuando, abierta y claramente, porque la liberación de Galicia no sea revolucionaria. Son, simplemente, anticomunistas, de los demócratas oligárquicos que hablan gallego, escriben sobre cultura gallega, pero no como instrumento de politización, sino como algo abstracto y aséptico, ajeno a todo planteamiento sociopolítico. (…) Unión sí, pero con todos los gallegos revolucionarios, desgraciadamente divididos en grupos, grupúsculos y grupitos. Por ahí es por donde hay que empezar a trabajar, fuerte y claramente”.
Estudió Derecho en las universidades de Santiago de Compostela y Oviedo. En 1934, fundó la Federación de Mocedades Galeguistas y dirigió la revista Guieiro, portavoz de dicha organización. Movilizado en 1936, estuvo encarcelado varios días en el monasterio de Celanova. Su fidelidad al ideal republicano le valdría, en 1937, una condena a muerte que se le conmutaría gracias al apoyo de su familia. Por ello, de esta experiencia y de los días de reclusión pasados en el Monasterio de Celanova, sacaría el material vital que serviría de inspiración para su obra más conocida, Larga noite de Pedra, en clara referencia a la oscura época que se vivía en Galicia y en el resto de España. Se trata de la obra esencial del poeta y donde se afirman anteriores rasgos y aparece también su habitual existencialismo (“Los corazones de los hombres que a lo lejos acechan, hechos que serán también de piedra”). Versos como : “Mirad cómo estamos mutilados, levantados los muñones podridos en la noche interminable” sirven como crónica perfecta del ambiente de esos años. “El techo es de piedra. / De piedra son los muros / y las tinieblas. / De piedra el suelo / y las rejas. / Las puertas, / las cadenas, / el aire, / las ventanas, / las mirada / son de piedra. / Los corazones de los hombres / que a lo lejos acechan, / hechos están / también de piedra. / Y yo, muriendo / en esta larga noche / de piedra”.
Al igual que otros tantos jóvenes de la época, muy a su pesar (cuando estalla la Guerra Civil tiene poco más de veinte años), se ve alistado en el bando franquista. En esos momentos, 1936, publica su primer poemario, Cartafol de poesía (Carpeta de poesía). Como sucede en los inicios de muchos escritores, está imbuido por las vanguardias y más centrado en el interés estético.
En su posterior libro O sono sulagado (El sueño sumergido, 1954) editado casi 20 años después de su debut debido, en parte, a un “‘retiro’ personal y la dedicación a otros trabajos”, se atisba ya con decisión la voz personal que irá construyendo Celso Ferreiro todavía con la resaca de su “esteticismo”, en el que con los aires de trovador se entremezclan su conciencia humanista y un posicionamiento social claro. Así aparecen versos en que se hacen patentes esos diversos tonos : “Celso Emilio me llaman pero tengo / otros nombres más severos apuntados en un registro de vientos polifónicos” o “Antiguas torres en líquenes doradas, el surtidor, las calles silenciosas”, y su ya palpable militancia, “Yo canto a los emigrantes que no quieren ser topos hozando día tras día”.
Un año después de la publicación de este libro fundó, junto con el escritor Xosé Luis Méndez-Ferrín y con otros intelectuales gallegistas, la Unión do Povo Galego. Es cierto que recorrió casi todos los caminos posibles, políticamente hablando, dentro de la izquierda de aquel entonces. Era fatal que, con esas ideas, Celso no fuera una persona grata para los fascistas que destrozaban España. El 15 de mayo de 1966 decidió “autoexiliarse” –como él decía– a Venezuela, donde permaneció siete años. El acto de despedida se convirtió en una auténtica manifestación. Lo presidió Amadeo Varela, abogado nacionalista. Explicó que, en realidad, se trataba de una protesta contra el Gobierno de Franco y contra la construcción del embalse de Castrelo de Miño. En el acto, al que asistieron los principales intelectuales gallegos, como Ramón Otero Pedrayo, Xoaquín Lorenzo Fernández “Xocas”, el poeta Antonio Tovar y unos jovencísimos Xesús Alonso Montero y Xosé Luís Méndez Ferrín, Celso Emilio justificó así su decisión : “Empúxanme as raigames. Os lonxanos abós das carballeiras, as misteriosas nais que cavilaban á luz do sol nas albas precursoras”.
En Caracas encontró una institución llamada Hermandad Gallega fundada en 1960, poblada por paisanos de todo tenor y entre los que hacía vida una congregación, nada desdeñable en número y poder, de enanos y de liliputienses de yugo y flecha. En su cargo de Secretario General de Cultura, Ferreiro no despertó la más mínima simpatía ni avenencia. Trata de organizar las actividades culturales de la Hermandad. Así, sus ideas chocan con los grupos dominantes de la emigración gallega, abiertamente franquistas. Tras un proceso fraudulento, recibe la comunicación oficial de su expulsión. Ha de pasar de un trabajo a otro : profesor de Gramática Castellana en una academia, corrector de pruebas en la imprenta de un gallego emigrado. Como reacción, Celso Emilio publica Viaxe ao país dos ananos (1968), un ataque a esos emigrantes enriquecidos y envilecidos.
Una buena ocasión para mí de conocer a Celso Emilio fue cuando, en 1973, Alejandro Finisterre –poeta, editor e inventor del futbolín– organizó un gran homenaje del exilio a León Felipe en el bosque de Chapultepec de México. Finisterre era su albacea universal y los hijos del Presidente Luis Echevarría habían sido alumnos del poeta castellano. Allí congregó Finisterre, con los medios que le permitió el Gobierno mexicano, a intelectuales de España y del exilio, así que se pudo ver por las calles de la capital mexicana a personajes como Ramón Xirau, José Hierro, Méndez Ferrín, Caballero Bonald, Francisco Giner de los Ríos, Juan Marichal, José Miguel Ullán, Celso Emilio Ferreiro, Camilo José Cela y a otros. Estábamos alojados en el hotel Camino Real, uno de los más lujosos de la capital. Todo era gratis : estadía, comidas y bebidas, incluso en el bar de recepción. Cuando Celso Emilio descubrió que se invitaba y no se pagaba, agarraba a un amigo por la manga y decía al modo socarrón gallego : “¡Ay, hombre ! Así también invito yo…”. Y desde entonces no paró de ofrecer café, whiskies y Coca-Colas a todos los asistentes.
Por entonces yo residía en París y escribía en el semanario Triunfo. Un buen día recibí una carta de Celso Emilio. Me recordaba los años de mi niñez, cuando yo tocaba El Lago de Como, y me preguntaba si él podría escribir en la revista Triunfo. Le trasladé la petición al director José Angel Ezcurra y semanas después empecé a leer artículos suyos ; entre ellos recuerdo un excelente obituario de Lourenzo Varela, fallecido en 1978.
Poco después recibo otra carta de Celso Emilio. Venía acompañada de un cuaderno de poemas firmados por un joven llamado Farruco Sesto. Los leí, me parecieron excelentes y se los ofrecí a la editorial du Seuil, en París, en la que tenía un excelente contacto con Severo Sarduy. No volví a saber nada entre cambio de editores, de colecciones y de personas. En cambio, a Farruco Sesto lo conocí años más tarde, cuando asistí a una conferencia de países progresistas de América Latina celebrada en Caracas, en la época de Chávez. Hablaron el padre Arístides, Lula, Daniel Ortega y otros. En medio de la peroración de Ortega se presenta en mi palco un oficial uniformado con una tarjeta : “Farruco Sesto Novas. Ministro de Cultura” ; “Me gustaría verte”. Y nos vimos varias veces ; luego coincidimos en repetidas reuniones en América Latina.
A comienzos de 1973, Celso Emilio aterrizó en Madrid. Colaboró en varias publicaciones y se le encargó la dirección del aula de Cultura del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. Estaba yo entonces preparando una película con José María Berzosa sobre la historia del franquismo irónicamente titulada Arriba España. En su casa nos grabó el inicio de este documental : “Si el Gobierno de Galicia, formado por abogados federalistas, centralistas y nada revolucionarios, en vez de dedicarse a poner obstáculos al cumplimiento inmediato de la autonomía de Galicia, cuyo plebiscito había sido aprobado por un 75% de la población gallega, se hubiera dedicado a aplicar dicha autonomía, puedo afirmar que la Guerra Civil no se hubiera producido, porque Galicia, presa fácil para los sublevados, habría opuesto unos resortes de poder que hubieran impedido el triunfo de los fascistas”.