Cuando los historiadores hablan de Unión Latina, en general hacen referencia a una iniciativa adoptada en 1865 por cuatro países (Francia, Bélgica, Suiza e Italia) con el objetivo de fundar una organización monetaria común basada, en sus orígenes, en el régimen del bimetalismo, oro y plata. Llegó a tener hasta 32 Estados miembros, pero no sobrevivió a la inestabilidad de los mercados monetarios de metales al final de la Primera Guerra Mundial. Fue disuelta en 1927.
Pero existe (o mejor dicho, existía) otra Unión Latina (UL), que era también una organización internacional, creada en 1954 por la Convención de Madrid y cuyo objetivo era trabajar por el fortalecimiento de las relaciones entre las culturas de lenguas romances. Era en cierto sentido una UNESCO de los países de expresión latina con 6 lenguas oficiales : catalán, español, francés, italiano, portugués y rumano. En 2012, la UL tenía 35 Estados miembros : la mayoría de los países de América Central y del Sur ; Cuba, Haití y República Dominicana en el Caribe ; los Estados de habla portuguesa de África ; Costa de Marfil y Senegal ; los países europeos de lenguas latinas (incluida Moldavia, pero sin Bélgica, Luxemburgo, ni Suiza) y dos países de Asia : Filipinas y Timor Oriental.
La UL tenía una sede y un secretariado permanente, ubicados en París y animados últimamente por el ex embajador español José Luis Dicenta. Llegó a tener hasta 50 empleados en 2009, antes de que se redujeran a 17 en 2012, repartidos en tres Direcciones : Cultura y comunicación, Promoción y enseñanza de las lenguas y Terminología e industrias lingüísticas. A pesar de ese tratamiento para adelgazar, la Unión Latina había mantenido un nivel de actividad muy excepcional : coloquios, participación en festivales temáticos, exposiciones, capacitaciones para la intercomprensión de las lenguas latinas, publicación de glosarios multilingües, bancos de terminología, etc.
Todo ese patrimonio quedó enterrado cuando el 26 de enero último, el Congreso extraordinario de la UL, realizado con la presencia de representantes de 26 de sus Estados miembros, decidió cerrar la sede a finales de julio y despedir a todo su personal. ¿Cómo se llegó a semejante barbaridad diplomática ?
La Unión Latina tiene por cierto, una larga experiencia en lo que se refiere a precariedad. Después de ser formalmente creada en 1954 permaneció sin presupuesto, sin sede y sin programa hasta que una personalidad fuera de lo común, Philippe Rossillon, la relanzó en 1983. Rossillon (fallecido en 1997) era un alto funcionario del Ministerio francés de Relaciones Exteriores que tenía más del hombre de acción que del diplomático clásico. Sus pares y sus superiores se sintieron felices de alejar del Quai d’Orsay (sede en París del Ministerio de Relaciones Exteriores) a ese personaje brillante, concediéndole carta blanca para ocuparse de una tarea que creían quijotesca : darle contenido a una cáscara vacía. Gracias a su riquísima esposa, el nuevo Secretario General –que era además un hombre frugal–, dispuso de medios para recorrer el mundo y convencer a los gobiernos para que le volvieran a dar vida a la UL. Lo logró y con creces. Ya en diciembre de 1984 se organizó en París una exposición titulada “A la découverte du monde latin” (1) (Descubramos el mundo latino).
Después de él, los sucesivos secretarios generales –y muy particularmente el último de ellos, José Luis Dicenta– tuvieron que luchar tenazmente para que los Estados miembros asumieran su participación y pagaran las cuotas. Las sumas en cuestión eran sin embargo modestas, ya que en estos últimos años, el presupuesto anual de funcionamiento era de solo 1,7 millones de euros. Apenas las comisiones anuales de un trader de segunda categoría en la City de Londres o en Wall Street… El monto de las cotizaciones por país, en 2012, iba de unos 500.000 euros para Italia a unos 5.000 para Timor Oriental. No se trataba de sumas imposibles de reunir, ni siquiera en tiempos de crisis financiera. Fue lo que declaró muy acertadamente el Secretario general, José Luis Dicenta durante el Congreso extraordinario de enero pasado : “El coste de funcionamiento de un organismo con las características actuales del nuestro no podría ser en ninguna circunstancia la razón que justifique su desaparición”.
¿Cuáles fueron entonces esas razones ? Para algunos gobiernos en búsqueda frenética de economías presupuestales, por mínimas que sean, la disminución o la supresión de su contribución era sin duda una tentación. Pero nunca hubieran echado a pique esta herramienta si hubieran secundado realmente sus objetivos.
Es significativo que la ofensiva que apuntó a la disolución del Secretariado general haya sido lanzada inicialmente por la Italia de Silvio Berlusconi y continuada por la de Mario Monti y apoyada por la España de Mariano Rajoy y la Francia de Nicolas Sarkozy, es decir por tres gobiernos particularmente conservadores y “atlantistas”. Está claro que no podían compartir la definición de la Unión Latina que formuló Philippe Rossillon en su tiempo : “No propone intercambios culturales con Japón o Estados Unidos, que es el objetivo de todas las aspiraciones al ‘reconocimiento’, sino intercambios culturales entre Estados con presupuestos modestos y economías inciertas. Va a contracorriente de la tendencia universal que considera que toda lengua extranjera que no sea el inglés es un lujo inútil”.
La decisión del congreso extraordinario que llevó a “la interrupción inmediata de las actividades emprendidas por el secretariado y la utilización del conjunto de los recursos disponibles para la disolución de este último en su forma actual” tuvo 12 votos a favor, 7 en contra y 7 abstenciones. De los 7 votos opuestos a la disolución del secretariado, 6 provienen de América Latina (Cuba, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Uruguay y Venezuela), el séptimo fue el de Rumanía.
Varios participantes analizaron muy bien el significado político de la votación y de la disolución. Así, la delegación cubana constató que eran los países “pobres” quienes deseaban salvar la Unión Latina frente a los países ricos. La delegación de Venezuela por su parte anunció que su país hará todo lo que esté a su alcance para que los ideales de la latinidad puedan ser acogidos en el seno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), creada en diciembre de 2011 en Caracas (2). Cabe hacer notar que 4 de los 6 Estados latinoamericanos recalcitrantes (Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) son miembros de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de nuestra América (ALBA).
El simbolismo es importante : la CELAC, organización panamericana que se liberó de la tutela y hasta de la presencia de Estados Unidos, retomaría la antorcha de la latinidad abandonada por las metrópolis lingüísticas europeas tristemente resignadas al “sólo lo angloamericano vale”.
(1) Ver el dossier “A la découverte du monde latin”, Le Monde Diplomatique, París, diciembre 1984.
(2) La CELAC reúne a 32 países de América Latina y el Caribe, entre los cuales se encuentran Cuba y todos los Estados y micro Estados insulares de lengua inglesa, pero no Estados Unidos y Canadá.