De repente nos hicimos viejos. Casi de un día para otro, la política descubrió, tras las pasadas elecciones de mayo, que su modelo teórico y organizativo estaba hecho jirones. Es verdad que los maniquíes de la derecha disimulan su desnudez a base de sacar músculo económico ante la anorexia de la izquierda. Pero estábamos y estamos en situación de inferioridad. Las izquierdas europeas se mueven desubicadas entre las socialdemocracias, lo verde y lo transformador.
Y en España, los jóvenes, y menos jóvenes, que expresan su indignación dicen aquello de : “no nos representan”. Se lo dicen a todos. Incluso a los que los representamos, aunque sea sólo en parte, porque algo de razón tienen por mucho que creamos ser el faro de la auténtica izquierda. Sirva ese grito injusto, pero comprensible, para asumir una reflexión de futuro sobre el camino que debemos seguir. Las socialdemocracias que coquetean con las políticas conservadoras para convivir y compartir el poder han sucumbido a los encantos de los mercados o simplemente han sido fagocitadas por su voracidad. Se equivocaban aquellos que pensaron que, ofreciendo como sacrificio algo de carnaza social a los poderes económicos éstos iban a frenar su avance especulativo. Al contrario, nos hemos convertido en el objetivo de la mayor destrucción de los avances sociales conseguidos en las últimas décadas a base de sangre, sudor y lágrimas…. de los más desfavorecidos.
Ese desconcierto hecho crítica en los gritos del 15-M, también afecta a las izquierdas clásicas o emergentes de carácter transformador. Hablamos de partidos, organizaciones sociales y sindicatos. Quizás sean más las formas que el fondo los principales objetivos de las críticas o, al menos, de la frialdad en la conexión de esas izquierdas diversas con todo lo emergente en torno al 15-M. Pero lo existente ya no sirve. O desde luego ya no sirve igual.
Los partidos políticos son estructuras ancladas a sus intereses en forma de militantes, de votos o de poder. Incluso en la interpretación más beneficiosa de su funcionamiento queda patente un alejamiento entre la realidad de la sociedad y las instituciones democráticas representativas. Si lo es ya de por sí entre los ciudadanos y las instituciones, lo es más evidente con los intermediarios instrumentales en forma de partidos o candidaturas. Más bien apuntamos a un futuro donde la participación tome las decisiones a través de cauces democráticos que conciten lo representativo y lo participativo para alumbrar así un nuevo sistema de mestizaje en el que los ciudadanos y sus representantes estén directamente interconectados con un sistema electoral más justo y proporcional, pero también más participativo y decisorio a través de las nuevas tecnologías de la comunicación y las redes sociales (Facebook, Twitter).
Pero esta crítica a los sistemas de representación se hace también extensiva al conjunto de movimientos sociales. Los sindicatos no podrán funcionar como hasta ahora porque a pesar de mantener tasas de afiliación y representación envidiables para las formaciones políticas, están perdiendo fuelle, y sus propias maquinarias de funcionamiento están pendientes también de una actualización de sus sistemas operativos. Lo mismo podríamos decir de asociaciones vecinales, de consumidores y de movimientos juveniles tradicionales. Todo está o debería estar sometido a transformación. Las viejas formas de movilización no sólo son costosas sino cada vez menos eficientes. Hoy es más fácil promover una actividad desde la Red que desde la estructura organizativa de un colectivo. Y no estamos hablando de inutilidad sino de reutilidad (perdón al diccionario por usar una palabra inexistente). Lo que hay sirve pero no sirve lo que hay. Valga esta aparente contradicción para exponer en este análisis de fondo el gran problema de las formas que manifiesta el 15-M hacia la representación política, social y sindical de nuestro sistema. Desde mi punto de vista, no está en cuestión tanto el qué sino el cómo. Salvando elementos antisistema que siempre han existido nos referimos, en este caso, a la renovación de los actuales modelos de participación en todos los niveles y en todo tipo de estructuras.
Estamos ante una crisis que tiene rasgos propios añadidos a los de cualquier crisis económica y social. Es una crisis de la desigualdad, de la política y del propio sistema en sí mismo. A la situación de descrédito del sistema se le añade el rechazo a la política y a la propia participación. La economía no es de todos sino que todos somos de la economía. Pero no de cualquier economía. Me refiero a la que se rige, exclusivamente, por la especulación y los mercados sin control. La misma que hoy impera en Europa y que quiere seguir creciendo aún a costa de seguir sobreexplotando a otros seres humanos, a nuestro planeta y a nuestros derechos sociales. Es esa crisis la que nos ha hecho menos europeos a pesar de pertenecer a la mayor Europa común que ha conocido la historia. Hoy, alejados de aquella gélida etapa de la “Guerra Fría”, nos encontramos con un continente más débil en su Unión. Sin capacidad de decisión, de cohesión y menos de participación, se va imponiendo en silencio un sentimiento de exclusión que propaga ideas y prejuicios del fascismo populista, racista y xenófobo a países europeos maduros y civilizados. No todos somos iguales en Europa. Los primeros excluidos son los ciudadanos porque no nos han dejado serlo a través de la participación política y de la equiparación en derechos sociales. Y ahora son los propios Estados los que sufren esta exclusión y se ven sometidos por los mercados a duros ajustes que les enfrentan con sus ciudadanos y sus vecinos europeos.
La socialdemocracia en los gobiernos europeos ha ejercido de cirujano social frente a la crisis económica al dictado del golpe de mercado. Toda la ventaja es para la derecha que no sólo socializa las pérdidas sino que, además, recoge los frutos del descrédito y la desafección electoral de la izquierda en forma de amplias y, a veces, absolutas mayorías electorales como acaba de suceder en ayuntamientos y comunidades autónomas de nuestro país y como puede ocurrir en las elecciones del 20 de noviembre.
En España la bochornosa actuación de los dos grandes partidos, PSOE y PP, en la reciente reforma constitucional agrava la desafección generada por el golpe de mercado y sus consecuencias devastadoras sobre la credibilidad del sistema político. El miedo al referéndum, a la consulta ciudadana, es la peor respuesta del sistema ante las demandas de los movimientos sociales que han surgido en torno al 15-M. La toma de las calles y plazas en defensa de una democracia avanzada, en contra de una reforma constitucional con el fórceps del mercado y a favor de lo público, se llame Estado laico o enseñanza pública, han hecho que la semilla de la movilización vuelva al primer nivel de la política con mayúsculas. Si en la calle somos capaces de encontrarnos, las izquierdas transformadoras, los sindicatos y todo lo que implica el 15-M, estaremos ante una reconstitución de la izquierda, hoy pendiente pero necesaria, para recuperar la conexión social, la regeneración y participación democráticas a la par que sus anhelos de transformación social.
Ahora bien, como en toda crisis, quizás debamos ver más oportunidades que fracaso en el escenario de la izquierda. El PP habrá acumulado, si gana con mayoría absoluta, la concentración de poder más monocorde de la democracia. Pero la izquierda se enfrentará a su realidad y sobre todo a su futuro. Y desde esa perspectiva tendremos que iniciar de nuevo un camino de confluencia y de transformación para reformular un nuevo proyecto que sea capaz de conectar primero y representar después todo lo que puede implicar la izquierda más tradicional, los nuevos movimientos surgidos tras el 15-M y los nuevos retos sociales de participación que pueden impulsar las nuevas tecnologías.
La izquierda transformadora y ecologista de la que IU forma una parte mayoritaria mantiene unas perspectivas modestas. Ha aumentado sus votos pero no ha recogido hasta ahora el desgaste o desplome del PSOE, ni ha sido capaz de representar la indignación del precariado y la juventud con el golpe de mercado y la patética sumisión de la política a la economía.
En el peor momento del PSOE la izquierda ha subido modestamente en las elecciones locales de mayo 2011 pero ha perdido poder político para enfrentarse a la derecha, al golpe de mercado y a unas elecciones generales. Sería un error considerar que las elecciones generales traerán mecánicamente un grupo parlamentario suficiente para la izquierda y mucho menos, que cierre el paso a la mayoría absoluta del PP. Quizás la confluencia de la izquierda la debamos hacer desde dentro del Parlamento ya que desde fuera, y con carácter previo, está encontrando serias dificultades y reticencias en todos los sectores. Si fuéramos inteligentes, y no sólo hábiles, ahora sería el momento de aprovechar para invertir en fuerza unitaria, para transformar en oportunidad las crisis de la economía neoliberal y de la socialdemocracia silente.
Queda mucho por hacer ante la oscuridad de los tiempos que se vislumbran. La resistencia frente a la reforma constitucional de un grupo de irredentos “galos de la izquierda” que nos opusimos, ausentamos y dificultamos en la medida de nuestras fuerzas ante semejante maniobra contra la democracia y los derechos sociales, acaba de comenzar. Ante el previsible resultado electoral de noviembre próximo es necesario que la idea de frente amplio de la izquierda se consolide. Primero con un programa mínimo de resistencia y después con un acuerdo de oposición parlamentaria a la derecha y a sus políticas. Sólo así podremos reconstruir, mediante el diálogo y el mestizaje, la izquierda necesaria que reconcilie a la sociedad civil y la política en España y en Europa. Quizás estemos hablando de un plazo muy largo. Demasiado largo en política. Sobrevivir a la próxima legislatura en un escenario de mayoría del PP, puede ser muy perjudicial para la salud social. Pero la rendición es la muerte de la esperanza. En la izquierda transformadora, estamos más acostumbrados que en la socialdemocracia a la resistencia.
Hay que cambiar la política y nuestra política. Hay que sustituir la economía que pretende que todos seamos un poco más ricos por la de, sencillamente, poder ser más felices conviviendo en armonía con nuestro planeta. Debemos transformar la economía del crecimiento por la de la redistribución, empezando por la lucha contra el hambre, y hacer del derecho a la dignidad del ser humano un continuo con la economía.
El respeto al medio ambiente y la sostenibilidad implica que la calidad de vida debe ser compatible con la preservación de nuestro entorno natural y de sus recursos. El premio otorgado a los héroes de Fukushima debe tener su continuidad en el premio al planeta que destierra el uso de las centrales nucleares. Porque hablamos de nuestra seguridad, de nuestro futuro y el de nuestros hijos, amenazados por los sobresaltos cada vez más frecuentes del riesgo nuclear, como el reciente accidente en la central de Marcoule, en Francia.
La revolución en la izquierda que propugnamos empieza por nosotros mismos. Tendremos que activar nuevas y horizontales formas de participación y codecisión en las fuerzas políticas con los ciudadanos. Ya no nos sirven los mensajes políticamente correctos ni el marketing electoral del viejo modelo norteamericano aplicado a Europa. La democracia o se construye y ejercita en lo cotidiano, o no será democracia. El voto debe dejar de ser el recuerdo de los últimos años para convertirse en el ejercicio y el control participativo de la sociedad con sus representantes y de éstos con sus representados. El voto se da y se puede quitar porque sólo pertenece a su dueño : la persona, el elector.
En definitiva, las demandas en torno al 15-M nos deben llevar al cambio de las reglas de participación. Esto afecta tanto a las viejas estructuras de los partidos y a sindicatos como al conjunto de los movimientos sociales. El uso participativo y decisorio de la Red es fundamental para transformar la forma y el fondo de la nueva participación democrática. Es la primera piedra de un nuevo sistema democrático que sólo puede impulsar la izquierda. La nueva economía solidaria y sostenible de un Estado laico, muy fuerte en lo público y participativo en la Red, como eje de participación y decisión, define lo básico de ese nuevo ideario. Por eso la conjunción de fuerzas plurales con objetivos de cambio y transformación debería ser una prioridad para encarar el futuro. Un futuro de resistencia, de frentes unitarios y de nueva formación política que comienza el próximo 20 de noviembre.