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DIEZ MESES DE GUERRA CIVIL LARVADA

Democracia libia sobre un fondo de caos

mercredi 22 août 2012   |   Patrick Haimzadeh
Lecture .

Las elecciones del pasado 7 de julio en Libia vieron, contra todo pronóstico, la victoria de la Alianza de las Fuerzas Nacionales, coalición “liberal” presidida por Mahmud Yibril, ex Primer Ministro del Consejo Nacional de Transición (CNT). Este Consejo desaparece y será sustituido por un Consejo General Nacional (en realidad una Asamblea Constituyente) del que formarán parte los 200 diputados elegidos el 7 de julio. Aunque, en apariencia, la democracia avanza, en realidad el país sigue dividido en infinidad de territorios controlados de hecho por milicias opuestas a la autoridad de un poder central.

El pasado 20 de junio, las milicias de Zintan y Machachiya llevaban ya tres días de enfrentamientos alrededor de la ciudad de Chgueiga, en la región libia del jebel Nefusa. Los primeros pertenecen a una tribu que lideró la insurrección contra Muamar Gadafi, mientras que los segundos apoyaban al “guía” asesinado en octubre de 2011. Mukhtar al-Akhdar, líder carismático de los Zintan, vuelve a experimentar las sensaciones del combate (1). Aunque estaba levemente herido, se había reintegrado a su puesto de comandante en jefe.

Mientras se esperaba el final de la ofensiva, el 13 de junio, la carretera que conduce a la ciudad estaba bloqueada en el pequeño pueblo de Al-Awiniyya, donde no quedó un habitante machachiya. Sólo estaban autorizados a pasar los combatientes de Zintan y sus todoterreno 4x4 pesadamente armados con cañones antiaéreos o lanzaproyectiles, los cuales se cruzaban con las ambulancias que evacuaban a los heridos. El origen del conflicto es poco claro. Los Zintan acusaban a los Machachiya de haber matado a uno de sus hombres en una emboscada preparada con el apoyo de los ex oficiales gadafistas. Los heridos del campo adverso encontrados en el hospital de Gharian afirmaban, por su parte, ser víctimas de una operación para echarlos de sus tierras, como ocurrió en Tawurgha en agosto de 2011, cuando los 40.000 habitantes de la ciudad, sospechosos por los de Misrata de haber apoyado a las tropas de Gadafi, fueron expulsados y sus casas sistemáticamente destruidas.

La presencia en el escenario de las operaciones del ministro de Defensa, Oussama al Juweili, y del comandante del sector militar del Oeste, el coronel Mukhtar Fernana, podría hacer pensar en una intervención de las autoridades oficiales libias para resolver el conflicto. Pero esos oficiales son, antes que nada, habitantes de Zintan : por lo tanto, eran a la vez jueces y partes. Según un guión bien establecido, la versión oficial, retomada por la prensa de Trípoli, fue la de una operación realizada por un grupo de fieles al antiguo régimen o de miembros de una “quinta columna” opuesta a la revolución del 17 de febrero. El 20 de junio, después de diez días de enfrentamientos, finalmente fueron –como siempre– las delegaciones de ancianos y de sabios de otras ciudades y regiones (Misrata, Cirenaica) las que lograron obtener un alto el fuego. Balance provisional : más de cien muertos y quinientos heridos. Y como nada se resolvió entre las dos tribus, no pueden excluirse nuevos estallidos de violencia.

El final oficial de la guerra civil, el 23 de octubre de 2011, había dado lugar a una serie de comunicados triunfalistas del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, y del Primer Ministro británico David Cameron, para quienes la intervención militar, bajo la égida de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), era la única forma de proteger a la población civil y de resolver la crisis libia. Desde entonces, los enfrentamientos entre milicias y tribus casi no han cesado en Tripolitania y en el sur del país. En las zonas rurales, en general se trata de antiguas disputas intertribales que a veces se remontan a la época otomana. En efecto, Gadafi se apoyó, a lo largo de todo su mandato, en esas viejas rivalidades para reforzar su poder, invirtiendo a veces las jerarquías tradicionales y atribuyendo tierras o influencia a pequeñas tribus más pobres o menos prestigiosas : así pues, los Machachiya, inicialmente presentes en las regiones desérticas del Sur, habían recibido tierras en 1978 en zonas de pastos que antes pertenecían a los Zintan.

Las diferencias entre los defensores de Gadafi y sus opositores vuelven a resurgir en un contexto donde todas las partes están sobrearmadas y donde ya no hay un Estado capaz de arbitrar los litigios. En las ciudades y las regiones fronterizas, a menudo se lucha para controlar los tráficos de todo tipo que florecen ante la ausencia de una autoridad estatal. Hay un gran riesgo de ver instalarse allí, de forma duradera, la economía mafiosa que se desarrolló durante la guerra civil y que alimenta, a su vez, la prosecución de la violencia.

A dos horas de ruta, los habitantes de Trípoli parecen indiferentes a los enfrentamientos de Chgueiga, así como también a los enfrentamientos –recurrentes– que tienen lugar a lo largo del país. Las pancartas que convocaban a los ciudadanos a participar en las primeras elecciones libias, el 7 de julio pasado, se codeaban con los grafitis de las milicias que invadieron la capital y las caricaturas del “guía” difunto.

El desafío simbólico era grande : se trataba de elegir una Asamblea Constituyente de doscientos miembros que vendrá a sustituir al actual Consejo Nacional de Transición (CNT) como instancia de representación del pueblo libio. Esta nombrará el nuevo gobierno y redactará la futura Constitución, que luego se someterá a referéndum. La población esperaba con impaciencia dicho escrutinio y se inscribió de forma masiva en las listas electorales (2,7 millones de inscritos de 3,4 millones de ciudadanos en edad de votar). Se repartieron las papeletas y se organizaron las oficinas de voto con el apoyo de expertos de las Naciones Unidas. El recorte electoral, determinado oficialmente sobre las bases del último censo de 2006, sólo fue cuestionado por una parte de la población de Cirenaica, que estimaba que su región había sido perjudicada.

La Asamblea Constituyente contará con 120 diputados independientes, designados en el escrutinio mayoritario entre cuatro mil candidatos, y 80 diputados de forma proporcional en las listas establecidas por los cerca de 370 partidos oficialmente en liza. La relación de fuerzas en términos de organización, medios y concienciación política se inclinaba, a la víspera de la votación, a favor de los partidos cercanos a los Hermanos Musulmanes y, en especial, a dos de ellos : el Partido de la Justicia y la Edificación (Hizb al adala wal bina) de Mohammad Hassan Sawan, encarcelado bajo el antiguo régimen por pertenecer a la cofradía, y el Partido de la Patria (Hizb al watan), del cual el yihadista arrepentido Abdelhakim Belhaj –que, en agosto de 2011, también fue el gobernador militar autoproclamado de Trípoli– es miembro fundador. Estos disponían, al parecer, de un importante apoyo financiero de Qatar. Pero ya vimos que los resultados no coincidieron con las previsiones.

Los principales partidos no islamistas son calificados aquí de “liberales”, lo cual no significa de ninguna manera que los demás cuestionen la ideología económica neoliberal adoptada por todos en el país. La que resultó finalmente vencedora fue la Alianza de las Fuerzas Nacionales (Tahalouf al quwwa al wataniyya) de Mahmud Yibril. Ex colaborador de Saíf Al Islam Gadafi, el segundo hijo del dictador, que contribuyó a la liberalización económica del país en los años 2000, este rico empresario fue, junto con Mustafa Abdeljalil, uno de los miembros fundadores del CNT y el interlocutor privilegiado de Nicolas Sarkozy y Bernard-Henri Lévy durante la guerra civil.

Si bien este escrutinio interesó a la mayoría de los ciudadanos libios (aunque no conocieran la identidad de los candidatos que competían en su circunscripción dos semanas antes de las elecciones), no fue el caso de los hombres que ostentaban el poder de las armas en cada ciudad, tribu o barrio de la capital, y que no eran candidatos a nada. A pesar del resultado de la votación y de la victoria de la Alianza de las Fuerzas Nacionales, el poder real quedará en manos de quienes disponen del monopolio de la violencia y no tienen ningún interés por la vida política naciente. Entre estos, los antiguos oficiales del ejército, como el coronel Salem Joha en Misrata o el coronel Waar en Bani Walid, algunos ex responsables del antiguo régimen que se unieron pronto a la revolución, como Abdel Majid Miliqta en Trípoli, o bien ex civiles que se iniciaron en el combate durante la guerra.

En Misrata, tercera ciudad del país, donde se cuentan no menos de 250 milicias para 450.000 habitantes, el hombre más respetado, y probablemente el más influyente, es Joha, que dirigió la Junta militar de la ciudad durante la guerra. Aunque ha renunciado oficialmente a toda función oficial, éste recibe a sus visitantes en las lujosas oficinas del Consejo local de la ciudad. Hoy trabaja en la reconversión de los 30.000 milicianos de Misrata, algunos de los cuales pasarán a estar bajo las órdenes del Consejo Superior de Seguridad de la ciudad, que teóricamente depende del Ministerio del Interior, y los demás, bajo las órdenes de la rama local de la división “escudo de Libia” (Daraa Libya), que depende –al menos en los papeles– del Ministerio de Defensa. Cuando se le pregunta por sus ambiciones políticas, Joha afirma que quiere volver a ser “un ciudadano libio como cualquier otro, alguien que se conforma con el aire que respira, el agua que bebe y con un poco de pan”. Joha es un caso emblemático de estos nuevos hombres fuertes que tienen pocas probabilidades de imponerse a nivel nacional, pero que dispondrán de una legitimidad y un poder reales muy superiores a los de los tecnócratas desconocidos elegidos en base a criterios como su honestidad y sus competencias para la gestión.

Para legitimar sus poderes, todos estos pequeños jefes de guerra locales han encabezado manifestaciones cuyo único denominador común es la utilización de la palabra mágica thouwar (plural de tha’ir, que significa “revolucionario”). Para Al Akhdar, que pertenece al movimiento de los thouwar de Libia (Tajammu thouwar libia), hay que distinguir a los rebeldes verdaderos, los de la primera hora –ellos mismos divididos entre combatientes y no combatientes– y los de la última hora –designados con el vocablo de “thouwar del aerosol” (thouwar al bakhakha)–, cuyo papel se habría limitado a pintar eslóganes revolucionarios durante la caída de Trípoli. Para él, se trata de “proteger la revolución” ; lo cual, en la práctica, equivale a constituirse como contrapoder de las instituciones surgidas de las elecciones.

Aunque el CNT la haya convertido en uno de sus eslóganes, la reconciliación nacional será difícil. La experiencia de la cárcel modelo de Misrata, si bien es anecdótica a escala nacional, merece ser mencionada. En esta ciudad que practica el culto de sus mártires y rechaza mayoritariamente cualquier idea de perdón, su director, Fathi Abdessalam Dard, se enorgullece de presentar a sus visitantes su proyecto de rehabilitación por el islam de los enemigos de ayer. Mientras dice abiertamente profesar el salafismo de influencia wahabita, esgrime con orgullo su larga barba y no esconde a sus visitantes nada relativo a su cárcel, que alberga a 728 prisioneros, en su mayoría ex combatientes gadafistas. Casi todos tienen una barba larga y el pelo rapado y no escatiman los elogios hacia su director, que bromea con cada uno de ellos y no duda en escuchar sus quejas sobre tal o cual aspecto material. Sin una ambición política explícita, contrariamente a los Hermanos Musulmanes, los salafistas se distancian de los yihadistas, que han reivindicado los atentados de las últimas semanas de junio contra intereses extranjeros en el este del país, pero también en Misrata.

Detrás de la imagen oficial de una Libia unida, camino a la prosperidad y la democracia, esgrimida por el CNT, pero también por las cancillerías de los países occidentales involucrados en la guerra, se esconde una realidad más preocupante. En efecto, el mosaico de las regiones, ciudades y tribus nunca pareció más fragmentado, como si fuesen pequeñas entidades feudales dotadas de sus propios señores y de fuerzas militares autónomas. Si bien la cuestión de la construcción del Estado y de la articulación de lo local con lo nacional está en el corazón del problema, aún nadie puede ver qué forma puede adoptar ­esta construcción. Esta situación de “ni paz ni guerra civil” podría continuar con un nivel de violencia residual elevado, inferior al señalado en Irak después de la invasión de Estados Unidos de 2003, por cierto, pero no menos preocupante ­para el futuro.

A nivel económico, el retorno de las empresas petroleras extranjeras presentes antes de la guerra (principalmente la italiana Ente Nazionale Idrocarburi (ENI), la francesa Total, la alemana Wintershall, la española Repsol, las estadounidenses Exxon y Marathon Oil), que operan mayormente sobre sitios asegurados por milicias tribales locales, le permitió a Libia producir, desde finales de mayo pasado, tanto como antes de la intervención, o sea, 1,6 millones de barriles de crudo al día. El mercado de la reconstrucción, estimado en 200.000 millones de dólares en veinte años, podría terminar siendo más complejo de lo previsto para las empresas extranjeras a causa del clima de violencia. La inestabilidad es, en cambio, generadora de importantes perspectivas de beneficios para las empresas de seguridad y compañías militares privadas, diez de las cuales, sólo para el caso de Francia, ya están presentes en Libia. Todo eso, con el dinero del “pueblo libio”, en el nombre del cual la OTAN hizo la guerra.

(1) Léase “¿Quién ha ganado la guerra en Libia ?”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 2011.





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