“Cuando Estados Unidos estornuda, América Latina se resfría”, se decía en otra época. Los miasmas ya no bajan del Norte : atravesaban el Pacífico. Pero la amenaza sigue estando. Ya en los años 1950, el economista argentino Raúl Prebisch había analizado los peligros de esta dependencia de cara a los sobresaltos de las economías extranjeras : el Reino Unido, Estados Unidos, más tarde China.
Desde la época colonial, la división internacional del trabajo relegó a América Latina al rango de productor de materias primas, condenada a importar los productos manufacturados que producen los talleres del Norte. En las antiguas colonias donde las burguesías aprendieron a reproducir las modas de consumo del Norte, cualquier aumento del ingreso nacional conducía a un crecimiento más rápido de las importaciones que de las exportaciones y al desequilibrio de la balanza de pagos. Prebisch recomendaba entonces una política voluntarista de sustitución de importaciones para desarrollar la industria local.
En Brasil, la terapia de choque del presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) avanza en dirección contraria : ya no se trata de promover un desarrollo autónomo mediante una producción local, sino, al contrario, de facilitar importaciones que se supone que estimularían la productividad y la competitividad brasileñas. ¿Se hunde la balanza comercial en los números rojos ? No pasa nada : las cuentas externas se van a equilibrar atrayendo a los capitales especulativos internacionales, principalmente mediante tipos de interés estratosféricos.
El precio de las materias primas ha caído un 40% desde 2010 ; el del petróleo, un 60% entre junio de 2014 y enero de 2015. Implacable, la reacción en cadena no se hizo esperar : en 2015, el crecimiento se iba a estancar en Ecuador y en Argentina, se iba a contraer un 3% en Brasil y se iba a derrumbar un 10% en Venezuela.
Las nubes todavía no han terminado de acumularse sobre Brasilia. Preocupados por los mitigados balances del estado de las economías “emergentes”, los inversores repatrían su liquidez al Norte. Tanto más cuanto que la Reserva Federal, el banco central estadounidense, menciona una subida de sus tipos de interés, base sobre la cual remunera los capitales. El 14,25% ofrecido por Brasil (al que conviene recortarle una inflación de alrededor del 7%) ya no es suficiente para garantizar un flujo suficiente de divisas. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, los países emergentes registrarán en 2015 la salida de capitales más importante desde que se inventó la noción de “emergencia” en los años 1980 (Financial Times, 2 de octubre de 2015). Entre los países más afectados, Brasil. Mientras que hace unos años algunos celebraban la “desvinculación” del Sur con relación a las economías del Norte, el equilibrio de la balanza de cuentas externas del gigante sudamericano descansa, en gran parte, en la decisión de una estadounidense : Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal.
Conscientes del mecanismo analizado por Prebisch, los Gobiernos progresistas intentaron reequilibrar sus economías mediante la estimulación del sector industrial. Con tanto entusiasmo que la mayoría de sus dirigentes se atribuye una idea desarrollada por el movimiento comunista : en las naciones subdesarrolladas, la revolución se dirige en primera instancia a la emergencia de la burguesía nacional ; justo después de esta primera etapa “antiimperialista” será posible trabajar en la revolución socialista.
Usar a una parte de la patronal contra la otra : la idea podría parecer seductora. Pero, ¿despierta la modernización capitalista verdaderamente el capital ? Interesándose en el caso venezolano, el investigador libertario Rafael Uzcátegui, hostil a la revolución bolivariana, sugiere que estaría operando otra forma de instrumentalización : “La hipótesis que nosotros formulamos es que la llegada al poder en Venezuela de un presidente populista, carismático, que parece un caudillo, hace posible la adaptación del país (…) a los cambios que han pasado a ser necesarios para el proceso de producción globalizado” (1).
El razonamiento de Uzcátegui se muestra tanto más dudoso cuanto que los esfuerzos que tenían como objetivo estimular a los industriales han resultado ser un fracaso por el momento. Después de haber sufrido un golpe de Estado orquestado –entre otros– por el patrón de los patronos venezolanos en 2002 y, más tarde, un lock-out generalizado en 2003, el ex presidente Hugo Chávez reunió a más de 500 patronos el 11 de junio de 2008 para proponerles un esfuerzo nacional de “reactivación productiva”. Durante un discurso de reconciliación, repitió la palabra “alianza” más de treinta veces. Cinco años después, las cosas apenas habían avanzado. Y su sucesor Nicolás Maduro renovaba la iniciativa : “Hacemos un llamado (…) para construir un sector privado nacionalista”, declaraba a la prensa (Folha de S. Paulo, 7 de abril de 2013).
Un poco más al sur, los esfuerzos de la presidenta brasileña Rousseff para complacer a los industriales alteran hasta a la muy liberal Veja : “La Presidenta hizo todo lo que los empresarios exigían –constata el editorial de la revista en un número cuya portada menciona un ‘choque de capitalismo’ (12 de diciembre de 2012)–. ¿Querían que bajaran las tipos de interés ? Bajaron, a niveles récord. ¿Querían tipos de cambio favorables a las exportaciones ? El dólar sobrepasó los 2 reales. ¿Reclamaban una bajada de los costes salariales ? Estos fueron reducidos en varios sectores de actividad”.
Y sin embargo, ni la producción industrial ni la inversión privada aumentaron. Miembro del Partido de los Trabajadores (PT), Valter Pomar no está verdaderamente sorprendido. “Los patronos se encuentran con una verdadera dificultad : son capitalistas. No sería responsable por su parte elegir un camino que no sea el que optimiza la rentabilidad”. Tanto en Brasil como en el resto del mundo, la financiarización de la economía ha borrado la oposición entre capital industrial y especulativo. Apostar por productos financieros (en Brasil) o jugar con los tipos de cambio (en Venezuela) resulta mucho más rentable que invertir en el aparato de producción… “Existen mil y una maneras de hacer crecer la demanda –concluye el periodista Breno Altman–. Se puede introducir un salario mínimo, programas sociales, desarrollar servicios públicos. Incentivar la oferta, en cambio, es un verdadero rompecabezas. En este terreno, los Gobiernos dependen de la buena voluntad de los patronos”. Pomar llega a la misma conclusión : “O el Estado se hace cargo y acepta medir sus fuerzas con las de la burguesía, o la intenta convencer para que quiera entrar en el juego, sin estar seguro de que vaya a aceptar”.
NOTAS :
(1) Rafael Uzcátegui, Venezuela : la revolución como espectáculo, LaMalatesta Editorial - Los libros de Anarres - El Libertario - Organización Nelson Garrido - Tierra de Fuego, Buenos Aires - Caracas - Madrid, 2010.