Una de las principales reformas estructurales que se pusieron en marcha durante la revolución neoliberal en Ecuador fue la liberalización financiera : los mercados, aseguraban, se autorregularían a través de la competencia. En 1998, en pleno auge neoliberal, la nueva Constitución instauró la autonomía del Banco Central. Su único objetivo : garantizar la estabilidad monetaria.
Nuestro país había elevado al rango de norma constitucional el mandato legal que le prohibía al Banco Central otorgar garantías y créditos a instituciones financieras privadas (artículo 265 de la Constitución de 1998). Pero ante la inminencia de la crisis, los poderes financiero y político introdujeron una disposición transitoria según la cual “hasta que el Estado disponga de los instrumentos legales adecuados para afrontar las crisis financieras y por un periodo de dos años o más a partir de la entrada en vigor de esta Constitución, el Banco Central de Ecuador podrá conceder préstamos de estabilidad y solvencia a las instituciones financieras” (transitoria 42 de la Constitución). Se estaba preparando el terreno para el rescate de los bancos que comenzaría apenas cuatro meses más tarde.
A finales del año 1998, la ley de garantía de los depósitos obligaba al Estado a garantizar el 100% de los depósitos, sin límite de importe. ¡Incluso los depósitos offshore, colocados en el exterior ! Al día siguiente de la promulgación de la ley, pasó a manos del Estado el banco más grande del sistema : Filanbanco, en quiebra.
En un último intento por salvar a los bancos, en marzo de 1999, el gobierno procedió a la mayor confiscación de bienes privados de la historia del país : prohibió la retirada de depósitos bancarios. Este “congelamiento” tuvo lugar en un momento en el que el cambio de la moneda nacional era de 10.000 sucres por 1 dólar. Un año más tarde se liberaron los depósitos, en dólares, pero a un cambio de 25.000 sucres por dólar. Los depositantes les habían transferido a los bancos el 60% de sus ahorros, es decir alrededor de 2.500 millones de dólares.
Todo el mundo conoce los problemas de Europa, sin monedas nacionales pero con una moneda común. ¡Imaginen la vulnerabilidad de Ecuador, cuya moneda… ya ni siquiera era la suya !
Cerca de dos millones de ecuatorianos abandonaron el país en unos pocos años, por todos los medios posibles. Fuimos testigos de naufragios similares a aquellos en los que hoy mueren, desgraciadamente, emigrantes del norte de África. En ciertas zonas de gran emigración incluso hemos sido testigos de suicidios de niños –un fenómeno inédito en nuestro país– provocados por el hecho de que sus padres habían emigrado.