La sélection du Monde diplomatique en español

El conflicto en el cine israelí

lundi 8 février 2010   |   Josefina Sartora
Lecture .

El cine israelí se ha constituido hoy en la tribuna de aquellos que sostienen una posición distinta de la oficial acerca de la cuestión palestina, y varias películas denuncian los abusos cometidos con los palestinos que viven en los territorios ocupados.

Gracias a los festivales de cine podemos acceder a una serie de películas israelíes de notable sentido crítico, ya que son pocas las que consiguen el estreno comercial en Argentina. La más sorprendente es Vals con Bashir, dirigida por Ari Folman. Palma de Oro en Cannes, premios César y Globo de Oro, laureada en Israel, esta rara avis del documental en primera persona relata la investigación que el director lleva a cabo para rescatar del olvido, que tanto él mismo como sus contemporáneos padecen, los hechos más lamentables de la invasión de Israel al Líbano en 1982. Folman había eliminado de su memoria la experiencia de la guerra, en la cual participó siendo muy joven, y perturbado por ese vacío inicia un viaje casi fantasmal de recuperación de sus recuerdos, en un proceso terapéutico. Lo más original del film radica en el uso de técnicas de animación, casi nunca asociadas al documental, que recrean admirablemente la confusión, la niebla distorsionada del olvido, la alucinación evocativa, las pesadillas recurrentes. Folman entrevista a varios compañeros veteranos de aquella campaña, que también han bloqueado su memoria, como un mecanismo de defensa. Valiéndose de imágenes oníricas, fragmentarias, inconexas –como lo es todo viaje hacia la recuperación del recuerdo reprimido– que mezclan realidad y fantasía, los personajes van recuperando las vivencias de su incursión en Beirut. Era septiembre de 1982, poco después del asesinato del presidente electo libanés Bashir Gemayel, líder de las milicias cristiano-falangistas aliadas a Israel. Folman y sus compañeros pertenecían a las Fuerzas de Defensa israelíes que controlaban el campamento de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, y permitieron el ingreso de las milicias falangistas en busca de terroristas. Allí se produjo con su connivencia, durante tres días, la masacre de unos 3.000 palestinos, niños, mujeres y hombres, en venganza por el magnicidio. El film establece el paralelo entre la conducta de los soldados israelíes y la de los nazis en los campos de concentración. Combina la estética con la intención moral, hasta que al final deja de lado toda subjetividad y el artificio de la animación y pasa a tomas reales de los miles de cadáveres abatidos en la masacre.

La defensa contra el terrorismo es la excusa para declarar guerras que siembran terror. Tal es el pretexto del ejército israelí para justificar el asesinato de Rachel Corrie, una pacifista estadounidense que en 2003 actuaba con un grupo de una ONG como escudo humano para intentar detener la demolición de hogares palestinos en Rafah, en la Franja de Gaza. Hasta que una pala mecánica manejada por un soldado le volcó toneladas de tierra encima. Simone Bitton es una documentalista franco-marroquí que se autodefine como árabe judía, hizo su servicio militar en Israel y se ha especializado en documentar la realidad de Medio Oriente. Su film anterior, Mur, registró la construcción del muro de hormigón que separa ilegalmente a israelíes de palestinos, y observó sus consecuencias en la vida de ambas sociedades. Su nuevo documental, Rachel, indaga lo ocurrido seis años atrás con esa joven, entrevista a voceros del ejército y testigos del crimen. A Bitton se le hace muy difícil atravesar este otro muro, el de la conspiración oficial que se urde para falsear el atropello, calificado de “accidente”. Las entrevistas a los militares no hacen más que enturbiar el hecho, y descubre que las filmaciones de las cámaras de seguridad han sido adulteradas. Sólo le quedan los testimonios de los compañeros de la víctima y las fotos que pudieron tomar en aquellos momentos. Después de la muerte de Rachel, todos sus compañeros fueron obligados a irse del territorio y hoy han abandonado la tarea de resistencia pacífica que involucraba aquella acción de solidaridad con el pueblo palestino, vista a la distancia como “ingenua”. 
Son de gran impacto las imágenes actuales de los inmensos escenarios donde viviera una comunidad, que aparecen reducidos a pilas de escombros. Pero lo más significativo es la entrevista que la directora realiza a un joven soldado israelí, quien –de espaldas– relata con total irresponsabilidad los abusos que él y sus compañeros solían cometer casi mecánicamente contra el pueblo palestino, sin tener conciencia del atropello. Bitton declaró al presentar su película en el Bafici : “Siempre es peor. Cuando filmé en 2008, la situación era allí mucho más dura que en 2003, pero después de lo acontecido este año en la Franja de Gaza se ha vuelto insostenible.”

El tema de la culpa irresuelta constituye el meollo de Z32, reciente documental de Avi Mograbi. El experimentado Mograbi, quien viene denunciando en sus documentales las políticas abusivas de Israel, imprime una vuelta más al tema de la culpa : ¿cómo encarar la representación de un asesino ? El de su documental es un joven de las fuerzas militares israelíes cuyas víctimas fueron en una ocasión policías palestinos indefensos, en un operativo de venganza nunca bien especificado, excusado en la búsqueda de elementos terroristas. También este joven pone en evidencia una instrucción militar que entrena a los soldados israelíes para matar mecánicamente, sin cuestionamientos morales de ninguna índole, bajo la consigna de la defensa del territorio. Escuchando su relato, se comprende cómo acaecieron las muertes de Rachel Corrie y de estos palestinos. En una confrontación con su novia, ella le recrimina su proceder y asoma un principio de culpa en el joven, quien accede a filmar su historia pero se niega a dar la cara. Mograbi se cuestiona entonces cómo filmar a un asesino confesando su crimen, cómo representar cinematográficamente la verdad sobre hechos dolorosos y a su responsable, sin denunciar su identidad. Él mismo pone el cuerpo ensayando la forma estética de la información, e incluso apela al humor y a la música como medios para la representación del horror. Finalmente decide utilizar máscaras digitales sobre los rostros de ambos jóvenes, y con esa técnica original se preserva su anonimato, a la vez que se atempera la crueldad que llevó a ese muchacho al asesinato.

Los tres films no hacen más que cuestionar la lógica de una formación militar que entrena a sus soldados en la ignorancia de los elementales derechos humanos. Preguntado el soldado de Rachel si no pensaba que era un abuso disparar a los edificios palestinos por pura diversión, él manifestó que jamás se lo había planteado. Ambos soldados carecen de argumentos para su accionar terrorista. Sólo saben que deben disparar contra cualquier ser que pueda ser considerado una amenaza para la seguridad de Israel.

Mograbi, Bitton y Folman representan a una corriente de intelectuales israelíes que están cuestionando la política exterior de su país, considerada belicista, y cuyos métodos represivos son similares a los sufridos en el Holocausto. Sus films asumen un mea culpa colectivo y ponen en crisis la lógica del estado de guerra permanente, y las lesiones morales que los crímenes de guerra dejan en sus combatientes, valiéndose de creativos recursos para la representación del horror y su memoria.

La ficción también aborda el tema desde el cuestionamiento. A veces basándose en hechos reales, como en El árbol de lima, del israelí Eran Riklis, suerte de alegoría del conflicto. Una historia pequeña reproduce la mayor : una viuda palestina se ve impedida de acceder a su propio monte de limoneros porque el ministro de Defensa israelí se ha mudado frente a su casa, y esos árboles podrían ser refugio de terroristas en un atentado. Ante la decisión oficial de eliminar la plantación, la mujer tomó una posición de resistencia llevando el asunto a los tribunales, hasta llegar a la Corte Suprema de Israel, que bajo la presión de la opinión pública decidió podar los árboles hasta los 30 centímetros. 

El tiempo que queda es la última, premiada película del palestino –autoproclamado también israelí– Elia Suleiman, director de Intervención divina. Sus films están estructurados en forma de viñetas, el primero sobre las condiciones humillantes de la vida cotidiana en los territorios ocupados, y el último sobre distintos momentos en la historia de Palestina, siguiendo la trayectoria familiar desde la creación del Estado judío en 1948, las luchas de la resistencia que abrazó su padre, hasta la actualidad, en que él es un emigrado entregado en buena medida a la resignación. Sus personajes y situaciones evidencian la absoluta impotencia ante esa situación de sometimiento y colonización, pintada con humor corrosivo y melancolía ante un estado de cosas que aún no encuentra solución. 

© lmd edición cono sur





A lire également