Durante el año en curso, varios acontecimientos han suscitado reflexiones acerca del significado del contorno socioespacial de la Unión Europea (UE). Es decir, sobre el papel geopolítico de sus límites territoriales y de sus márgenes simbólicos. La geografía fronteriza de la UE se ha situado, una vez más, en el plano central de un proceso de construcción europea que halla en la identidad y en el espacio dos de sus pilares fundamentales.
El pasado 8 de marzo, la Comisión Europea lanzó el llamado “Partenariado para la Democracia y una Prosperidad Compartida con el Mediterráneo Sur” (1). La comunicación subrayaba, entre otros aspectos, la necesidad de crear nuevos “Partenariados de Movilidad”. Argumentaba que “a corto plazo, la Comisión trabajará con los Estados miembros la legislación en materia de migración legal y la política de visados para apoyar el objetivo de una mayor movilidad, en particular para estudiantes, investigadores y personas de negocios” (2). Los Veintisiete parecían estar abriendo la puerta a un viraje en el régimen de movilidad humana en el Mediterráneo. En el horizonte se intuía un modelo de circulación de personas entre la UE y sus vecinos norteafricanos más equilibrado, menos asimétrico. Sin embargo, paradójicamente, al tiempo que crecía la llegada de inmigrantes a las costas comunitarias (en particular a la isla italiana de Lampedusa), la UE emprendía la senda de la refronterización.
A medida que avanzaban las revueltas árabes, se resquebrajaba el dispositivo externalizado de controles fronterizos que la Unión había subcontratado a los regímenes autoritarios de Libia y Túnez. En paralelo, nutrida por el miedo al curso de los acontecimientos, una ola renacionalizadora y refronterizadora alcanzaba distintas cancillerías europeas. En abril, la resaca fronteriza de la “primavera árabe” llegó a su punto culminante, y cristalizó en la crisis franco-italiana de Ventimiglia. Sus consecuencias pusieron de relieve el complejo vínculo existente entre la fortificación del perímetro exterior de la Unión y la libre circulación de personas en el interior del espacio Schengen (3).
Ante este escenario, sorprende constatar la poca atención mediática atraída por una efeméride significativa : el 1300 aniversario de la llegada de Tarik Ibn Ziyad (y del islam) a la orilla septentrional del Mediterráneo. Se trata de un episodio histórico clave, que remite a la génesis de las –de nuevo en boga– reivindicaciones de pureza socioespacial vinculadas a la idea de Europa. En 2011 se cumplen trece siglos desde que Tarik ibn Zyad desembarcó en un lugar del estrecho al que dió su nombre : Gibraltar, del árabe Djebel Tariq o montaña de Tarik. En un contexto como el actual, dicho aniversario resulta evocador. Aunque más evocador, si cabe, resulta el olvido selectivo al que los medios de comunicación europeos parecen haberlo condenado.
Como atestiguan las declaraciones del terrorista noruego Anders Brievik tras los atentados perpetrados el pasado mes de julio (4) –en las que identificaba su acción como un intento de salvar a Europa de la influencia del Islam–, los discursos xenófobos e islamófobos a menudo se fundamentan en una concepción ilusoria de la pureza socioespacial de Europa. Suelen apelar a una delimitación del espacio y de la identidad de Europa nítida, maniquea, de carácter absoluto. Sin embargo, la observación de los límites físicos de Europa, así como la lectura crítica de episodios históricos cruciales como el desembarco de Tarik, contribuyen a dibujar un paisaje distinto. Menos estático. Más abierto. Menos arbitrario.
La conmemoración del desembarco de Tarik en la península Ibérica brinda la oportunidad de revisitar un punto de la geografía gibraltareña cargado de un extraordinario simbolismo geopolítico. En el linde meridional de este “Territorio Británico de Ultramar”, se encuentra un área llana conocida como Punta Europa. A escasos kilómetros de África, en el extremo sur del continente europeo, ese paisaje de Punta Europa se caracteriza por la rica dialéctica visual que discurre entre un templo musulmán y un templo cristiano : la Mezquita de Ibrahim Al Ibrahim y el Santuario de Nuestra Señora de Europa.
La Mezquita de Ibrahim Al Ibrahim fue construida en 1997. Asisten al templo, principalmente, los trabajadores marroquíes (y sus familiares) llegados a Gibraltar, en sustitución de los transfronterizos españoles, después de que el General Franco cerrara la verja en 1969. Por otro lado, el Santuario de Nuestra Señora de Europa es la iglesia donde se rinde culto a la Virgen de Europa, la patrona católica de Gibraltar. Anteriormente el mismo lugar albergó una pequeña mezquita erigida a principios del siglo XIV, convertida más tarde, en el contexto de la Reconquista, en un santuario cristiano.
Frente a Gibraltar, en la orilla opuesta del Mediterráneo, la Ciudad Autónoma de Ceuta constituye un verdadero desafío a las obstrucciones continentales en ocasiones esgrimidas ante hipotéticas futuras ampliaciones de la UE. Desde este territorio, ahora fragmento de la UE en suelo africano, la Virgen de África (la patrona católica de Ceuta) embrolla y enriquece, a distancia, el paisaje de Punta Europa. Desde allí partió Tarik trece siglos atrás, antes de desembarcar en Gibraltar y completar el recorrido entre Abyla y Calpe, las dos “columnas de Hércules”. El diálogo visual que se establece entre la Mezquita de Ibrahim Al Ibrahim y el Santuario de Nuestra Señora de Europa (salpicado a su vez por la imagen transmediterránea del Santuario de la Virgen de África de Ceuta) esculpe el perfil físico y simbólico de Punta Europa. Su lectura evidencia la complejidad socioespacial que planea sobre los límites de Europa. Conforma un auténtico escenario de entrelazamiento cultural y continental.
Los 1300 años transcurridos desde que Tarik y el islam desembarcaran en la península ibérica brindan la ocasión para preguntarse ¿dónde acaba Europa ?, ¿dónde están los límites físicos y simbólicos de la UE ?, ¿y cuál es su utilidad ?
Durante los últimos años, viejos y nuevos debates han proliferado en torno a la europeidad del Islam, la islamidad de Europa, la cristiandad de Europa, la europeidad del cristianismo, la africanidad de la UE, y la europeidad de África. Parece sin embargo evidente que alcanzar el consenso sobre dónde empieza o acaba exactamente Europa, o sobre qué es, y qué no es la identidad europea constituye una tarea sísifa. En especial, tras los atentados del 11 de Septiembre (cuyo décimo aniversario sí se ha conmemorado, y de forma holgada), el deseo de controlar y recuperar el espacio, el poder y la identidad nacional ha encontrado nuevos partidarios entre los políticos ultranacionalistas y populistas (5). Después de haber sido categorizados como “sospechosos” por la retórica posterior a los atentados de Nueva York y Washington (2001), Madrid (2004) y Londres (2005), en el marco de la propagación de la “guerra contra el terror”, los musulmanes han sido arrastrados hacia el ojo del huracán. En la Unión Europea, los discursos huntingtonianos de diferenciación cultural-civilizatoria (6), y de distinción entre lo que es y lo que no es “europeo” han ganado terreno en el debate político (7). En este contexto, la (re)construcción contemporánea del “otro” musulmán ha ido colonizando los debates políticos.
A escala europea, las prácticas de alterización con respecto a lo musulmán se han desarrollado en dos frentes distintos pero relacionados entre sí : el debate sobre el alcance territorial del proyecto de la UE, por una parte, y el debate sobre el control de la inmigración y la gestión de la diversidad cultural/religiosa en el interior de la Unión, por otra. Así, por ejemplo, el debate sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea, y la (para algunos) amenaza que ello representa para las raíces cristianas de la identidad europea, se ha visto complementado con otros debates parciales también relacionados con el Islam (el uso del burka/velo integral, la construcción de minaretes, etc.). En otras palabras, al miedo y a la desconfianza a lo musulmán situado más allá de la frontera exterior de la UE se le ha sumado el miedo y la desconfianza a lo musulmán presente en el seno comunitario. Por un lado, el “otro musulmán” allende del perímetro de la UE se utiliza a menudo para justificar los límites espaciales de la Unión. Y, por otro lado, el “otro musulmán” en el interior de la UE sirve de espejo alterizador en el que reflejar los límites simbólicos de la identidad de la UE.
En ese marco, el recuerdo del 1300 aniversario del desembarco de Tarik en Gibraltar transciende la mera conmemoración. Ofrece una conexión directa con el origen de las narrativas de purificación socioespacial forjadas durante la llamada Reconquista. En el contexto español, dichas narrativas fueron doctrina oficial durante buena parte del siglo XX. En la actualidad, formaciones políticas como Plataforma per Catalunya (partido autodefinido como “identitario”), que fundamentan su ideario en el rechazo a la inmigración extranjera, dotan de un vigor renovado al viejo discurso purificador.
No pasar por alto efemérides como la relativa al desembarco de Tarik ayuda a no olvidar el componente fantasioso de la (por algunos) reivindicada pureza del espacio e identidad europeas. En otras palabras, contribuye a tener presente la volubilidad de la esencia socioespacial de Europa, así como la insostenibilidad y la arbitrariedad de los intentos de impermeabilización simbólica y territorial del proyecto comunitario.
(2) Véase nota 1.
(3) Luiza Bialasiewicz , “Borders, above all ?”, Political Geography, Vol. 30, n°6, pp. 299-300, agosto de 2011.
(4) El País, Madrid, 23 de julio de 2011.
(5) Henk Van Houtum, "Human blacklisting : the global apartheid of the EU’s external border regime", Environment and Planning D : Society and Space, Vol. 28, n° 6, pp. 957-976, marzo de 2010.
(6) Samuel P. Huntington, “The Clash of Civilizations ?”, Foreign Affairs, Nueva York, Vol. 72, n° 3, 1993.
(7) James Scott, Henk Van Houtum, "Reflections on EU territoriality and the ‘bordering’ of Europe", Political Geography, Vol. 28, n° 5, pp. 271-273, junio de 2009.