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Otra Europa es posible

¿Entenderán Berlín y Bruselas el “Yo soy Charlie”?

Miércoles 25 de febrero de 2015   |   Bernard Cassen
Lecture .

Tras la profunda emoción suscitada por los atentados perpetrados en Francia por fundamentalistas islámicos –que causaron la muerte de diecisiete personas, la mitad de ellas pertenecientes a la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo– la política retomará sus derechos. Y es legítimo, pues la gravedad de la situación evidenciada por esos actos terroristas lleva, en primer lugar, a un análisis y luego a decisiones de carácter eminentemente político. 

Por su amplitud y su fervor, sin precedentes desde la Liberación hace setenta años, las marchas de los días 10 y 11 de enero –cuatro millones de participantes en Francia y múltiples manifestaciones de solidaridad en el resto del mundo– han creado una especie de objeto político aún no identificado, que se sitúa, levitante, por encima del campo político. Nadie puede decir si perdurará o si, como una nube, se irá deshilachando progresivamente, o bien encontrará su traducción en estructuras de representación, los partidos en primer lugar. 

En todo caso, los dirigentes políticos, excepto aquellos, en la extrema derecha, del Frente Nacional, y de algunos elementos de la izquierda radical, dan muestras de una enorme prudencia. Temen que se les acuse de intentar recuperar un movimiento masivo a favor de la libertad de expresión y los valores de la República que se ha cristalizado alrededor de la consigna unificadora “Yo soy Charlie”.

En Francia, sin embargo, será muy fuerte la tentación para François Hollande de utilizar ese sentimiento mayoritario de unidad nacional no sólo para hacer adoptar nuevas medidas de seguridad contra el terrorismo islámico, sino también, de rebote, para hacer aprobar una ley actualmente discutida en el Parlamento, que lleva el nombre del ministro de Economía, (el ex banquero Emmanuel Macron) y que se inscribe en la lógica de austeridad de los requerimientos de Berlín y Bruselas. 

A quienes se opongan a esta ley y a las demás decisiones abiertamente neoliberales del Gobierno –a saber, la izquierda radical y una parte de los diputados socialistas y ecologistas– se les acusará de romper la hermosa unidad nacional que se manifestó en las calles. Estarían reunidas las condiciones para una reconfiguración del campo político francés con la puesta en marcha de una “gran coalición” –de facto, en primera instancia– que asociaría al Partido Socialista (o lo que queda de él) y los diputados de la derecha y del centro. Algunos de estos últimos ya han anunciado su intención de votar la ley Macron.

El hecho de que la amenaza terrorista esté igualmente presente en Alemania, en Bélgica y, sin duda, en otros países permitirá dar una dimensión y un pretexto europeos a un problema francés bajo el lema “al mismo mal, el mismo remedio”. Y los únicos “remedios” previstos son las políticas neoliberales que llevaron a sectores enteros de las sociedades de ciertos países a la fragmentación, al desempleo masivo, a la precariedad y al desmantelamiento de la protección social y de los servicios públicos. 

No se trata aquí de endilgar las causas de la radicalización de ciertos jóvenes franceses y otros europeos, la mayoría emergentes de la inmigración, a los aspectos puramente económicos y sociales. Dicha radicalización tiene múltiples orígenes, particularmente geopolíticos y religiosos, pero encuentra un terreno fértil en las deplorables condiciones concretas de existencia de los habitantes de los “suburbios” y en las discriminaciones de carácter racial que sufren muchos de ellos. Continuar con las actuales políticas europeas y sus variantes nacionales es no sacar ninguna lección de los acontecimientos que acaban de enlutar a Francia.





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