“Desde las alturas, en el cielo, ¿puede saberse si estamos en Francia o en España ?”, se preguntaba, en el avión que la llevaba de Marsella a Barcelona el 30 de julio de 1936, la enviada especial de Le Petit Parisien, un diario de información popular que figuraba entre los “cinco grandes” en la Francia del periodo de entreguerras (1). Andrée Viollis era la reportera francesa más aguerrida presente en suelo ibérico después del golpe de Estado. Una de las periodistas más célebres de la época que permanecería en España hasta finales de agosto durante su primera estancia.
Desde febrero de 1936 y la victoria del Frente Popular en las elecciones legislativas, en España soplaban vientos de esperanza. Pero, después de varios meses de tensión, llegó el choque previsible : un golpe de Estado militar. El 17 de julio estalló una insurrección en el Marruecos español, que el 18 se trasladó a la Península. Algunas ciudades cayeron en manos de los “rebeldes” ; otras resistieron, como Madrid y Barcelona. Desde el otro lado de los Pirineos se enviaron rápidamente reporteros de todas las tendencias políticas : periodistas socialistas, comunistas, radicales, libertarios e incluso unos cuantos conservadores. Algunos seguirán volviendo hasta la caída de la Segunda República en abril de 1939.
Seguirlos en ese comienzo del conflicto, confrontar sus escritos, significa comprender el inicio de la Guerra Civil española a través de sus ojos ; es darse cuenta de cuán débiles eran sus posicionamientos ideológicos, producto en especial de la similar fascinación que les animaba. Por último, es evaluar cuán cercanos eran sus relatos entonces y cómo mostraban las señales de división que pronto se hicieron evidentes. ¿Qué vieron ? ¿Qué sintieron frente a ese pueblo en pie ? ¿Qué querían transmitir ?
En su reportaje inaugural, Andrée Viollis juega con la similitud de los paisajes en ambos lados de la frontera. Ese juego descriptivo aparece en el trabajo de otro reportero, que llegó en otras condiciones, ya que los medios de los órganos militantes no eran los de la “gran prensa”. Jean-Maurice Hermann, que firma en el diario socialista Le Populaire, es uno de los primeros en llegar a la Península insurrecta, donde permanecerá hasta principios de septiembre para realizar una primera serie de reportajes. Tras haber atravesado el paso de El Pertús junto con un camarada de Narbona el 23 de julio, constata : “Las mismas hermosas carreteras bordeadas de alcornoques que al otro lado, las mismas casas cuadradas. Pero, en la entrada del pueblo, un grupo de obreros, todos armados”.
En este país que se ha levantado en armas y que se extiende ante la mirada de los reporteros se respira un aire revolucionario ; dos de esos reporteros vivieron la eclosión en Cataluña. Charles Wolff, periodista y traductor, quien más tarde se enrolará en las Brigadas Internacionales, se encuentra en Barcelona el 19 de julio. “En diez minutos se levantaron barricadas (…). En media hora, toda la ciudad se llenó de fortines que sus ocupantes pretendían defender hasta con la última gota de sangre”, relata en La Lumière, semanario radical-socialista de educación cívica y de acción republicana.
La descripción más efervescente de Barcelona es la del reportero comunista Georges Soria, que permanecerá en España durante toda la guerra. Entre otros, es el enviado especial del semanario ilustrado Regards, cercano al Partido Comunista Francés. En la edición del 30 de julio describe la jornada del 18, el día posterior a la insurrección de las guarniciones del Marruecos español : “Desearía poder contar durante horas el heroísmo de los combatientes de esas trágicas jornadas. El heroísmo de esas mujeres que empuñaban las ametralladoras, de esos aguerridos adolescentes a quienes un simple llamamiento de las organizaciones les había lanzado a la calle, todos esos niños que acercaban las municiones a sus mayores. Aquí, el relato pierde los derechos que conquista lo pintoresco”. Lo “pintoresco” ofrece al lector un imaginario ligado a la Comuna de París de 1871 que no es sólo el fruto de la escena que vive el reportero. Todos los periodistas que entran entonces en España toman como referente la Revolución de Asturias de octubre de 1934 (2). Desde los periódicos comunistas hasta los socialistas, pasando por los radicales y los libertarios, se convirtió en la “Comuna Asturiana”, a la que no dejaban de asociar el adjetivo de “heroica”. En aquel verano de 1936, esa glorificación de la lucha aparecía bajo la pluma de todos los reporteros franceses.
Gracias a Jean-Maurice Hermann, el lector de Le Populaire comparte su camino a través de este ambiente revolucionario : “Atravesando las calles todavía dormidas de la antigua ciudad de Gerona nos encontramos, en la calzada, un amontonamiento de muebles despedazados, cuidadosamente colocados frente a un inmueble donde ondea una bandera roja”. El redactor diplomático del diario comunista L’Humanité, Paul Nizan, atravesó los Pirineos por Puigcerdà –es decir, por Latour-de-Carol por la parte francesa– el 28 de julio, para quedarse hasta mediados de agosto. Llega a Barcelona el 30 de julio. Sus primeras impresiones : “En todos los cruces hay milicianos armados, obstáculos, blocaos. El pueblo vela por sus libertades”. A comienzos de agosto está en Valencia : “La ciudad está llena de barricadas” (3).
¿Cuál es ese pueblo combatiente ? El libertario Robert Louzon, ingeniero y uno de los principales promotores de la revista sindicalista revolucionaria La Révolution prolétarienne, el 10 de agosto traza el perfil en sus “Notas sobre Barcelona”, las cuales tomó el día 5 : “En cuanto se pone un pie en la ciudad, uno se da cuenta de que el obrero es su amo –el único amo–”. El mismo término aparece en otro periódico, el semanario La Flèche de Paris, órgano del Frente Común contra el Fascismo, cuyo director es Gaston Bergery. La reportera Marguerite Jouve, en España desde hacía un año, aseguraba el 1 de agosto desde la capital, donde en ese momento pasó unos diez días : “Dado que el pueblo de Madrid ha tomado las armas –el pueblo y todos sus aliados antifascistas de las clases intelectuales– hablemos claro : es el amo” (4). Todos los reportajes rebosan de un asombro fascinado ante este “ejército popular”, al igual que el diario liberal de izquierdas L’Œuvre, que abre sus columnas a personalidades muy variadas. Su enviada especial, Germaine Decaris, miembro del Comité Central del Partido de Unidad Proletaria (5), llegó el 23 de agosto al País Vasco para pasar algunos días allí. Su descripción de las milicias populares en Irún señala la aparente ausencia de jerarquía : “Acabamos de hablar con un teniente. En realidad, si no nos hubiesen presentado no habríamos podido adivinar que poseía cierto grado en el ejército. En efecto, las marcas exteriores de respeto no aparecen en las filas de los milicianos. Gracias a Dios no se cuadran. Un pequeño empujón, una palmada en la espalda reemplazan las formalidades ordinarias…”.
Estos primeros enviados especiales abordan el tema de la vestimenta de este pueblo combatiente. En el frente de Zaragoza, Hermann describe a los “maestros, obreros, campesinos, vestidos todos con simples monos de trabajo” : “el mono azul”, uniforme de estos atípicos soldados, símbolo del carácter popular de la revuelta contra el golpe de Estado. Algunos periodistas lo vestirán en señal de apoyo, como los reporteros gráficos Robert Capa y Gerda Taro. En su primer artículo en Le Petit Parisien, Andrée Viollis descubre a “obreros armados que visten ropa variada e informal, en mono, con camisa con el cuello abierto, sin sombrero o con boinas ; algunos se cubren la cabeza con gorros o con gorros rojos”.
En el órgano de la Unión Anarquista Le Libertaire, bajo la pluma de Charles Ridel (de nacionalidad belga) y de Charles Carpentier, llegados a España el 29 de julio por Puigcerdà, se lee una descripción similar, además con una pizca de cliché. Obreros, pero el primero también periodista, llegan para combatir en la columna Durruti (6). Le Libertaire insiste en su “testimonio”, detallando que “ése no es el trabajo de periodistas que pasan dos horas aquí o allí y emiten después opiniones tan definitivas como aproximativas”. Con fecha del 2 de agosto en Bujaraloz (Aragón), su escrito informa : “Los milicianos se parecen a los de Pancho Villa, popularizados por el cine. Ninguno lleva el mismo uniforme : monos azules, ropa de paisano, uniformes dispares, cascos, boinas, grandes ‘sombreros mexicanos’, gorras de policía rojas y negras, etc. Lo único en común son las alpargatas”. La pintura icónica de la revuelta popular adquiere una dimensión pintoresca : el mono, las alpargatas, los ‘sombreros mexicanos’, las boinas… Pero la especificidad de la revuelta antifascista española no oblitera su carácter universal.
Este pueblo abigarrado suscita en los reporteros la evocación de figuras de la revolución. Y de las más singulares. El periodista y traductor J. E. Pouterman, pluma recurrente de la prensa comunista –pero también reportero de L’Œuvre–, llegó a Barcelona el 1 de agosto vía Cervera/Port-Bou, y se quedará en España tres semanas. En el frente de Zaragoza, a principios del mes, comparte con el lector de Regards su estupefacción al ver a los ametralladores : “En efecto, fue una enorme sorpresa para mí constatar que esta sección cuenta con varias mujeres”.
Andrée Viollis, en el frente de Guadarrama (Madrid), señala el carácter asexuado de la española en el combate : “Cuando llegan a las manos con el enemigo, tanto de un bando como del otro, no es un nada idílico”. Georges Soria se detiene también en las combatientes, vacilando entre dos caracterizaciones. En primer lugar expone “el espectáculo de esas mujeres que, cuando se les anuncia la muerte de uno de los suyos, miliciano, lo abandonan todo, su hogar y su familia, para ir a vengar, fusil en ristre, al hijo muerto”. Sería el instinto maternal el que impulsa a las mujeres a la acción, al combate… A continuación, contando la historia de una de ellas, concluye : “Esta mujer era absolutamente fantástica en su dolor. Hoy ha orientado su deseo de justicia. Es miliciana”. La mujer puede tener un compromiso racional, ideológico : la militancia le permite salir de su condición cultural…
Henriette Nizan, esposa de Paul, a quien acompaña en su expedición española, es cronista en el semanario Vendredi : “Hebdomadaire litteraire, politique et satirique”, cuya existencia está ligada a la del Frente Popular en Francia, y representa las tres tendencias de la coalición (7). Con ocasión de la victoria del Frente Popular en febrero, en esa España de la Segunda República donde se le había otorgado a las mujeres el derecho de voto en 1931, la cronista alegó : “Se hará justicia con respecto a las mujeres cuando se piense que son más bien capaces de hacer la política de su clase que la política de su sexo”. La España en armas le dará la razón.
Las distintas figuras de la revolución se entusiasman especialmente ante dos circunstancias. Una tiene que concentrar en ella toda la imaginación del lector y, como consecuencia, todo el talento de escenificación estilística del reportero : el canto. “De repente, resuenan cantos”, escribe Hermann en el frente de Zaragoza. La brevedad de la frase añade la “inmediatez”, procedimiento que muestra también Viollis en el frente cerca de Madrid : “Pero, ¿qué es ese canto que sale de cien pechos, que se eleva en la noche con una grandeza grave y salvaje ? (…) Son los vencedores, mil soldados regulares que regresan”. El asombro de los reporteros encuentra eco en un testigo, en Les Cahiers des Droits de l’Homme, el Boletín de la Liga epónima : “¡Qué inolvidable espectáculo el de esos obreros, empleados, pequeños burgueses que, dada las circunstancias, no vestían ningún uniforme, ninguna camisa multicolor y que, después de haber sofocado en Barcelona la reacción fascista, partían cantando hacia Zaragoza para defender la República !”. Como si los españoles fueran a la guerra bailando pasodobles, dando palmas o tocando las castañuelas. A pesar de ese estereotipo cultural proveedor de propaganda, la fórmula refleja una realidad confirmada tanto por los reporteros como por los testigos.
Otra animada imagen que irrumpe, y con un mecanismo similar : los puños en alto. “Cada cinco o seis kilómetros nos paran jóvenes sonrientes que nos saludan levantando el puño”, escribe Hermann, mientras que Nizan indica que “al paso de los combatientes, los que quedan en el frente del trigo levantan el puño”. Por último, Soria cuenta en Vendredi que en el campo entre Barcelona y la Sierra de Guadarrama, incluso “los niños elevan el puño”. Tanto si es una postura provocada por la presencia del periodista o un gesto espontáneo, la señal demuestra el entusiasmo revolucionario y el fervor antifascista. En los reportajes, por su intermedio, los anónimos se convierten en personajes de pleno derecho. La figura de la España en rebelión, en revolución, es la de una sombra multiplicada con el puño en alto. Y que tiene que enfrentarse a una campaña de denigraciones, de calumnias por parte de la prensa opositora, de derechas y de extrema derecha.
Ésta se concentra principalmente en la cuestión de las iglesias incendiadas, altercado que se atribuye a los anarquistas. Ningún reportero lo niega. Todos lo explican. “Es verdad que casi todas las iglesias de Barcelona han sido quemadas, pero también es verdad que, en la lucha, el clero español se ha alineado abiertamente en el lado de la rebelión”, declara Pouterman en L’Œuvre. La misma razón es mencionada por Viollis en Le Petit Parisien cuando señala que se trata de un “odio no religioso, sino anticlerical”. Esos análisis atrajeron hacia ella la ira del periodista de extrema derecha León Daudet quien, en L’Action française, le reprocha su “interpretación en un sentido favorable al Frente Popular [de las] abominaciones que han cometido recientemente los gubernamentales en Barcelona. Sabía que Andrée Viollis era una ‘roja’ apasionada, pero no la creía ‘roja’ hasta el punto de querer sangre fresca, aunque sea de curas y de hermanas de la caridad”.
Muchos reporteros de izquierdas señalarán la diferencia entre esta reacción visceral con respecto a las iglesias y la voluntad de conservar el patrimonio cultural. Dos escritores, enviados por el Comité del Frente Popular, cogieron el avión con Viollis. Jean Cassou, inspector de monumentos históricos y miembro del gabinete de Jean Zay (el ministro de Educación Nacional y Bellas Artes), también era redactor jefe de la famosa revista Europe ; Jean-Richard Bloch, cronista en la misma revista, publicará más tarde una obra, Espagne, Espagne !, fruto de su estancia. Ambos eran compañeros de viaje del Partido Comunista Francés (PCF). En Vendredi, Jean Cassou menciona que “junto a las iglesias incendiadas” en Barcelona, también vio “tesoros salvados por equipos de jóvenes artistas y jóvenes arqueólogos que los retiraban de las llamas o que, a menudo, de acuerdo con el pueblo, elegían los objetos de valor antes de entregar la pacotilla a la ira popular”. Sólo una voz disonante : la de Gabriel Péri, responsable de la política extranjera de L’Humanité, igualmente miembro del Comité Central del PCF y diputado. Llegó a Barcelona en torno al 5 de agosto y permaneció en España dos semanas : “Quemar las iglesias no ha sido nunca un punto del programa comunista. Ningún comunista francés ha recomendado nunca incendiar una iglesia”. Se puede percibir la invectiva implícita.
Ese tono contrasta con otros reportajes en los que, en esos primeros días y semanas, se manifiesta la noción de “unidad”. Pierre Mars, reportero de L’Humanité, es uno de los primeros que llegaron a territorio español por Puigcerdà hacia el 25 de julio. Cuenta con la particularidad de haber recorrido tanto el noreste como el noroeste de España, y también de haber visitado tierras en poder de los “rebeldes”. En el País Vasco, a principios de agosto, describe a los militantes que leen el diario Frente Popular, editado allí : “Lo lee el combatiente que vigila delante de Oyarzun, el que lucha en Villafranca, así como el miliciano vestido con un mono, sentado en el camión y que desciende de las trincheras al amanecer. El militante con brazalete verde, blanco y rojo del Partido Nacionalista Vasco lo hojea con tanta atención como el combatiente anarquista con brazalete negro y rojo y como los comunistas y socialistas con una insignia roja colocada en las hombreras”.
A menudo, ese discurso unitario va acompañado de la mención de la Revolución de Asturias donde, contrariamente a lo que se produjo en Barcelona, la Unión General de Trabajadores (UGT), socialista revolucionaria, y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), anarcosindicalista, se habían aliado. Sin embargo, desde el 27 de julio, Hermann se preocupa : “En Barcelona, por ejemplo, los anarcosindicalistas, cuya entrada en combate fue el cambio decisivo, ahora están armados y su bandera roja y negra ondea en casi todas las barricadas. ¿Persistirá el espíritu de unidad ?”. En el mismo lugar y en el mismo periodo, Nizan afirma : “Todos esos vehículos llevan una señal de la unidad que se logró en el combate. Todos llevan los símbolos, mucho tiempo enemigos y hoy asociados, de la CNT y de la UGT”. Y añade : “Desde ayer he estado charlando con muchos anarquistas : ninguno de ellos quiere romper la unidad que se ha logrado en nombre de la sangre derramada”.
Esos anarquistas invaden como nunca los periódicos franceses, preocupados a la vez que desconcertados por su importancia. Desde finales de julio, gracias a un avión fletado por su director Lucien Vogel, está presente en España el célebre semanario ilustrado Vu. Su número especial del 29 de agosto, cuya portada lleva la firma del fotógrafo Georg Reisner, rebosa de clichés de Robert Capa, Gerda Taro, Chim… En él podían leerse reportajes y otros artículos de algunas de las plumas importantes de la época. Señal de la unidad reivindicada, integra un artículo sobre los comunistas (Nizan), otro sobre los socialistas (Louis Parrot), otro sobre la izquierda republicana (Parrot), otro sobre los anarquistas (Alexandre Croix).
A partir de la segunda quincena de agosto, el discurso sobre la unidad va a sufrir sacudidas en los reportajes comunistas. Alrededor del 20 comienzan las polémicas implícitas por medio de dos artículos, uno de ellos firmado por Gabriel Péri. A mediados de agosto asiste en Madrid a una reunión en la que está presente Dolores Ibárruri, la diputada comunista que exclamó el “¡No pasarán !” desde el balcón del Ministerio del Interior en Madrid el 19 de julio. Pétri garantiza : “Hoy, la Pasionaria no representa sólo al militante obrero más popular de España. Su autoridad se impone en el país republicano. La Pasionaria es España”. Entre los reporteros comunistas, la creciente insistencia sobre la importancia del Partido en España anuncia las tormentas venideras. El 6 de agosto, el rostro de Ibárruri ocupaba la portada de Regards gracias a Chim. La guerra de las imágenes por la República Española había comenzado.
Pero, por el momento, esta batalla está muy lejos de la mente de la mayoría de los reporteros. Su presencia en suelo ibérico transmite menos la polémica que la exaltación mezclada con preocupación. “Todo está en calma”, nos dicen Hermann y Nizan cuando llegan en julio, con algunos días de intervalo, uno de El Pertús y el otro de Puigcerdà. Ese “topos” del reportaje de guerra, en este caso en guerra civil y en una región que aplastó la rebelión, sirve tanto para acentuar la estupefacción del reportero ante esa “calma” como para certificar que la situación se encuentra en manos del campo republicano. El estupor parece más auténtico ante el ambiente distendido de los lugares donde fracasó la rebelión : el “buen humor” en Barcelona (Hermann) ; “la alegría más pura que reina en la mesa” en el frente de Zaragoza (Pouterman) ; las “calles (…) llenas de gente” en San Sebastián, descritas por Paul Vaillant-Couturier, redactor jefe de L’Humanité, también alcalde y diputado comunista, desde finales de julio y durante algunos días en el País Vasco.
“Pero no hay que confiar en esa calma”, subraya Hermann desde que atraviesa la frontera. Tres días después, en Barcelona, explica : “Ya que tiene lugar una auténtica guerra”. En el mismo lugar, Michel Caron, el colaborador del semanario literario Marianne, editado por Gallimard y dirigido por el escritor Emmanuel Berl, señala : “Reina la inquietud. A lo lejos se oyen los disparos de fusil”. En cuanto a Andrée Viollis, ésta usa una frase breve donde la aliteración crea el contraste : “Ayer por la noche, cuando llegué, Valencia tenía el aspecto de una ciudad en fiesta. Me equivocaba. No era de fiesta, sino de fiebre”. ¿Se curará España de la enfermedad fascista ?
Esta realidad de la guerra va acompañada por la sangre derramada. A finales de julio Vaillant-Couturier asiste a los combates del cuartel de Loyola (San Sebastián), es testigo de tiroteos con los milicianos, presencia la muerte de algunos de ellos a pesar de que ondea la bandera blanca : “¡Asesinos !”, exclama. En Regards, el 18 de julio Soria describe “la inmensa plaza de Cataluña cubierta de cadáveres”. A finales del mes se respira un “persistente olor a cadáveres [que] deja en el aire capas de gas”, escribe en Vendredi. En agosto, un reportero de Regards, Jean-Paul Bouguennec, visita a los rebeldes cerca de Huesca (Aragón) : “Aquí, las ejecuciones son acontecimientos insignificantes de la vida diaria. Se fusila por fusilar”.
¿Evocan esos periodistas ejecuciones cometidas por republicanos ? Andrée Viollis se detiene en esto, ya que asistió en Valencia a un combate contra un regimiento de caballería “rebelde” encerrado en un cuartel : “¿Qué pasó después ? Más vale no conocer los detalles de la tragedia. (…) ¿Son cien o ciento cincuenta oficiales los que fueron ejecutados ? (…). Ya no se trataba de los desafortunados”. Esas menciones escasean en el bando antifascista. La propaganda impone el callarlas ; el apoyo a la lucha, también. Además, la amplitud de la represión fascista las hará desaparecer. En los reportajes empiezan a aparecer los primeros cadáveres. Después de los bombardeos de noviembre sobre Madrid, ya no abandonarán sus líneas.
Pero por el momento gana la vida, en los artículos reina la exaltación de la lucha. Sin embargo, rezuman cierta preocupación que los comentarios y los editoriales escritos en Francia dejan de lado por la “certeza de la victoria”, común a todas las tendencias de izquierdas –a pesar de que, por supuesto, es una certeza transmitida por los reportajes–. Algunos autores de pluma fulgurante pueden aún hoy hacernos sentir esa mezcla de esperanza y temor, esa vacilación entre el fervor y el relato cotejado de la realidad.
Así surge de un artículo de una famosa reportera de entonces, Madeleine Jacob, que durante el inicio de esa guerra colabora en el número especial de Vu y que había llegado a España unos días después de la insurrección. Sentémonos con ella en la plaza de Cataluña, en Barcelona, y examinemos la tensión de ese verano de 1936, de la que el posterior mito de esa guerra nos informa muy poco : “Hombres de todas las edades deambulan paseándose con el fusil en bandolera. Al igual que en nuestro país, algunos porteros pacíficos charlan en la acera el domingo, entre vecinos, sentados confortablemente en butacas. Pero con el fusil apoyado contra ellos. Allí, un chico acaricia a una chica con la mano izquierda, mientras que con la derecha sostiene el fusil, con cuyo cañón traza en la arena de la plaza de Cataluña sus iniciales entrelazadas. Aquí, en Barcelona, ya no se combate. Se vigila”.
NOTAS :
(1) L’Intransigeant, Le Petit journal, Le Petit Parisien, Le Matin, Le Journal. Le Petit Parisien tiene la particularidad de publicar artículos calificados tanto de izquierdas como de derechas. Así, al lado de los reportajes de Andrée Viollis figuran los de André Salmon, efectuados en el bando franquista.
(2) En octubre de 1934 tuvieron lugar varios movimientos de huelga, entre ellos la Revolución de Asturias. Este importante alzamiento dirigido por los mineros, que conllevó la unión de todas las fuerzas de izquierdas, quedaría como uno de los momentos de lucha social más importantes de la historia española de esos años. Fue reprimido por el general Francisco Franco, entonces comandante general de Baleares, ayudado por la Legión Extranjera y por tropas marroquíes.
(3) Todos esos reportajes de Nizan serán publicados en el tercer volumen de la edición crítica de los artículos de Paul Nizan que ha realizado Anne Mathieu y que será editado por Cherche-Midi en 2017.
(4) En 1937, la editorial Flammarion (París) publicó Vu, en Espagne.
(5) El Partido de Unidad Proletaria (PUF) surgió en 1930 en Francia de la fusión del Partido Obrero y Campesino (POC) y del Partido Socialista Comunista o Unión Socialista Comunista (PSC) de Paul-Louis, creado en 1923.
(6) Columna dirigida por el anarquista Buenaventura Durruti (1896-1936).
(7) Comunistas, socialistas y radicales.