Una encuesta reciente de la televisión pública británica BBC World Service, llevada a cabo en 27 países, ha revelado que sólo el 11% de las 29.033 personas interrogadas piensa que la economía capitalista funciona correctamente. Más del 45% de los encuestados creen que es menester “regular o reformar el capitalismo”. Y el 23% (en Francia, el 43%) estima que hay que cambiar de sistema (1).
¿Por qué el capitalismo se ha vuelto tan impopular ? Entre otras razones, porque en la presente etapa del capitalismo, cualquier aumento de la productividad destruye puestos de trabajo. Los bienes, producidos en mayor cantidad y más rápidamente gracias a modernas tecnologías, se ofrecen en un mercado cada vez menor en términos de poder adquisitivo, a causa del desempleo. Como la tasa de ganancia del capital tiende a disminuir, las empresas intentan disminuir costes reduciendo el número de asalariados o deslocalizando (traslado de la producción a otros países). El principal objetivo de las deslocalizaciones son los salarios más bajos y menores requisitos impositivos, sociales, ambientales, etc.
En esta etapa de su evolución, el capitalismo sólo crea mercados efímeros, porque su tendencia objetiva es achicarlos. Desde el fracaso del socialismo autoritario de Estado en la Unión Soviética, esta lógica interna del capitalismo se ha expandido hasta alcanzar vigencia planetaria (2). El otro gran ensayo “progresista”, China, es hoy una extraña mezcla de viejo autoritarismo comunista y de capitalismo ultrasalvaje, y además protagonista del entramado del sistema dominante en su condición de principal titular de bonos del Estado de Estados Unidos, su primer cliente comercial.
La razón por la que el sistema capitalista no logra salir de esta crisis no es la incompetencia de los capitalistas. Ocurre que se trata de un fenómeno objetivo que opera en la lógica interna del sistema y anuncia el final de una época. El capitalismo debe cambiar, mutar en su esencia. Quién o quiénes lo harán, cómo se hará, en cuánto tiempo, con qué consecuencias, son los interrogantes a responder. Hacia dónde acabará mutando el sistema –una mayor destrucción, o un salto cualitativo ; ambas posibilidades están abiertas– constituye el actual desafío histórico de la humanidad.
Por ahora, y por todas partes, sólo se observan desesperación, encono, polarización. También el despunte de nuevas organizaciones sociales, de nuevas propuestas políticas. De diversas formas de expresión de “nuevos” sectores de clase – desocupados, marginales, inmigrantes, bandas juveniles, crimen organizado, sectas religiosas– que buscan su lugar en esta nueva etapa de la lucha de clases.
Hace cuatro décadas, cuando explotó el desarrollo tecnológico y científico aplicado a la producción, su primer efecto fue un progresivo debilitamiento del empleo, de la afiliación sindical y un gran fervor financiero. En los países desarrollados, los trabajadores que quedaban en la calle seguían cobrando parte de su salario por un par de años, se acogían a planes de reciclaje y esperaban un nuevo empleo. Los trabajadores en activo recibían todo tipo de ofertas de crédito. De este modo, los efectos en el consumo apenas se notaban. En los países subdesarrollados se empezaba a recibir el beneficio de las deslocalizaciones. Los mercados se ampliaban por el doble efecto de los salarios, los préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el flujo de la especulación financiera transnacional. Las sociedades capitalistas iniciaban una vertiginosa etapa de consumo basada en el endeudamiento que concluyó con la explosión global de 2008.
Durante este periodo, la globalización económica y la especulación financiera fueron para el sistema tanto el escape hacia adelante como un recurso para disimular una crisis estructural de la demanda mediante la creación de una demanda artificial.
Pero, por otro lado, la presión para reducir costes empezó a crecer. La variante salarial bajo relativo control, los principales costes, desde el punto de vista del capital, eran los altos impuestos y cargas necesarios para mantener el Estado y el andamiaje social desarrollado durante las tres décadas de crecimiento económico real (1945-1975).
El capitalismo atacó entonces con éxito el poder regulatorio y distributivo del Estado y las conquistas sociales, provocando a la larga menos demanda y mayores desigualdades. La expresión política de este periodo, en los países en vías de desarrollo, fueron las dictaduras militares ; en EEUU : el conservadurismo neoliberal ; y en Europa : los ilusorios esfuerzos de la socialdemocracia por “reformar” el sistema. Sus personajes emblemáticos : Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Felipe González, François Mitterrand, Tony Blair, Gerhard Schröder.
El neoliberalismo acabó por desembocar en la grave crisis planetaria actual. Ahora, la “salida de la crisis”, anunciada a los cuatro vientos, presenta como únicos números rojos… la deuda pública y el empleo (3). Y todo parece indicar que, una vez más, el capitalismo obedece a su lógica interna : trata de recuperar la tasa de ganancia allí donde esa lógica acabó llevándolo, la especulación : “La configuración actual se parece a la de los años 1970 : bajo crecimiento : bajos tipos de interés ; aumento del precio de las materias primas. Esto confirma, una vez más, que los inversores han perdido el sentido de la realidad” (4).
De este modo, la salida de la gravísima crisis mundial es todo menos una certeza (5). No obstante, la pregunta clave es cómo quedará conformado el mundo en la hipótesis de una resolución exitosa con los medios tradicionales. Con escasos matices, la estrategia adoptada tiene dos pilares : la transferencia de los quebrantos privados al sector público, y la confianza en una “reactivación del consumo”. El primero está provocando un endeudamiento público tal que podría causar el estallido de una megaburbuja (6). El segundo no se sustenta en lógica alguna. Todas las empresas que parecen salir de la crisis lo hacen “racionalizando”, es decir, suprimiendo puestos de trabajo. Y esto en el mejor de los casos ; en el peor, se torna a métodos de explotación decimonónicos : en España, último “milagro” europeo, el 30% de los inmigrantes, alrededor de un millón de personas, trabaja en negro (7).
O sea que el sistema continúa operando con su propia lógica interna. Y si bien es posible que continúe un largo tiempo generando destellos,¿en qué se convertirá el mundo ? ¿De qué vivirán sectores cada vez más amplios de la población planetaria ? ¿Cómo resolverán los empobrecidos Estados los problemas derivados de la indigencia masiva ? Aún no hemos visto casi nada en materia de indigencia estatal, pero ya, en el Reino Unido, “más de 4.000 bebés nacieron el año pasado en ascensores, oficinas o baños (…) por falta de obstetras o de camas en los hospitales” (8). En cuanto al empleo, Alemania parece salir de la recesión, pero “se teme que a finales de este año haya un millón más de desocupados” (9). En Estados Unidos la cifra oficial de desempleo es el 9,4%, pero Dennis Lockhart, responsable de la Reserva Federal en Atlanta, aclaró que “si se toman en cuenta los trabajadores ‘desalentados’ (que dejaron de buscar empleo) y aquellos que trabajan menos horas de las que necesitan, la tasa de desempleo real sería del 16%” (10).
La implacable continuidad del problema en la economía real implica su contracara política : la generalización de crisis, más o menos larvadas o en pleno desarrollo. Hasta tal punto el sistema no tolera trabas a sus necesidades, que el menor anuncio de reformas suscita reacciones violentísimas. Después de haber salvado al sector financiero con billones de dólares de los contribuyentes, el presidente Barack Obama se está haciendo tratar de “comunista” y hasta de “nazi” por algunos medios de comunicación y una parte de la clase política, a causa de su propósito de crear un seguro médico universal de Estado que costaría la enésima parte de lo que costó el salvamiento financiero. La prueba de que la crisis política se instala es la asombrosa decisión del presidente Obama de excluir a la cadena neoconservadora Fox News de sus conferencias de prensa, a causa de la virulencia y del tono de sus ataques. Un periodista estrella de la Fox critica al Presidente y su gestión con un vocabulario que afecta la dignidad presidencial y… esgrimiendo un bate de béisbol (11).
Se puede opinar distinto sobre este hecho en sí ; pero no sobre lo que expresa como tal : la imposibilidad de resolver conflictos en el marco y con las maneras políticas que hasta ahora han funcionado. “La polarización es adictiva ; el crack de la política : una sensación breve e intensa que el sistema ansía experimentar una y otra vez, hasta que comienza a desmoronarse. La exacerbada división entre ‘derecha’ e ‘izquierda’ en EEUU viene de una pérdida de la realidad. Ya no se corresponde con la manera como la mayoría de los votantes responde a los políticos o ve sus propias necesidades” (12).
Existe la idea de que los únicos afectados por la crisis económica son las llamadas clases populares. Pero a la desocupación crónica debe sumarse el hundimiento de la pequeña clase media, la desaparición del pequeño y mediano comercio y el deterioro salarial en el sector servicios. La concentración empresarial y el estancamiento o disminución de los salarios medios y del ingreso profesional, afecta por su parte a las capas media y alta. Esta nueva realidad, un presente desconcertante y sin futuro, desestabiliza la estructura tradicional de millones de familias (13). España, por ejemplo, “vive el drama de una generación que termina su carrera sin apenas perspectivas de trabajar” (14). Los asombrosos 25 suicidios de trabajadores en menos de dos años en France Telecom, un sector laboral hasta hace poco considerado de privilegio, no sólo obedecen al deterioro salarial, sino al despótico estilo de gestión de los “recursos humanos” : cadencias infernales ; intempestivos cambios de horario o de lugar de trabajo ; recorte de los beneficios sociales (15).
En la relación empresa-asalariado, las tradicionales “relaciones laborales” implicaban una noción de igualdad entre el capital y el trabajo en el sector de la producción, al menos en la negociación del contrato. Los trabajadores equilibraban la desigualdad individual frente al empleador mediante la negociación colectiva, sindical. La noción moderna de “recursos humanos” implica, en cambio, un retorno a la negociación individual, al contorneo o simple prohibición del sindicato ; a la negación de la posibilidad de conflicto por parte de la empresa. Es, además, una confesión empresarial : los trabajadores ya no son personas que participan de un emprendimiento en determinadas condiciones, sino un “recurso” más, del que la empresa se sirve como de cualquier herramienta o materia prima, sin consideración por su esencia humana.
¿A qué alineamientos sindicales y políticos conducirán estas luchas, esta nueva configuración de clases ? La derecha capitalista, por su parte, encuentra dificultades en todo el mundo para ordenarse detrás de un proyecto político. Basta ver el descrédito de los “neocons” estadounidenses, que condujo a un vuelco electoral masivo hacia las propuestas renovadoras de Barack Obama, o los escándalos de corrupción que sacuden a la derecha española, para comprobarlo. Son sólo ejemplos, pruebas de esta fase de implosión y desconcierto general.
Las crisis políticas y sociales del momento actual podrán ser más o menos extremas, más o menos incipientes o en desarrollo, pero todas expresan una suerte de girar en redondo, como si a nadie, ni a la derecha ni a la izquierda, se le ocurriese otra idea que ensayar con los mismos métodos que provocaron la crisis. En ciertos países –particularmente latinoamericanos, como Venezuela, Bolivia y Ecuador– se ensayan cambios políticos y sociales con entusiasmo, decisión y apoyo popular, pero aún distan de conformar un proyecto alternativo claro y consolidado al modelo dominante.
El capitalismo y la democracia representativa están en cuestión.
© lmd edición cono sur
Notas :
(1) L’Humanité, París, 10 de noviembre de 2009.
(2) Ignacio Ramonet, “Una ocasión perdida”, Le Monde diplomatique en español, noviembre 2009.
(3) Le Monde, París, 18 de octubre de 2009.
(4) Le Monde, París, 17 de octubre de 2009
(5) Laurent Cordonnier, “Recuperación económica, la gran ilusión”, Le Monde diplomatique en español, noviembre de 2009.
(6) Joaquín Estefanía, “Prudencia, pero todavía no”, El País, Madrid, 29 de junio de 2009.
(7) El País, Madrid, 29 de junio de 2009.
(8) Clarín, Buenos Aires, 27 de agosto de 2009.
(9) Clarín, Buenos Aires, 26 de agosto de 2009.
(10) Le Monde, París, 27 de agosto de 2009.
(11) El País, Madrid, 26 de octubre de 2009.
(12) Léase Robert Hughes, La Cultura de la Queja, Anagrama, Barcelona, 1995.
(13) El País, Madrid, 25 de octubre de 2009.
(14) El País, Madrid, 5 de noviembre de 2009.
(15) El País, Madrid, 21 de octubre de 2009.