La sélection du Monde diplomatique en español

Hibridez, modernidad y desarrollo. La política de la guerra fría, la academia y la cultura

jeudi 9 juillet 2009   |   Ángel G. Quintero Rivera
Lecture .

Durante los años 1950 y 1959, Puerto Rico experimentaba las tasas de crecimiento económico más elevadas de Latinoamérica. Su acelerado progreso se asociaba a un programa de industrialización dirigido a transformar una economía colonial de plantación (de monoproducción agraria) en una economía dinamizada por la diversidad manufacturera, aprovechando la emergente hegemonía industrial mundial norteamericana de la posguerra y su necesidad de exportación de capitales. Este programa de industrialización se asociaba en Puerto Rico, a su vez, a un movimiento político populista de corte reformista liderado por sectores medios profesionales, que presentaba al latifundio agrario (que en el Caribe era, además, en proporción considerable, de dominio ausentista) como el epítome del atraso y el gran enemigo del “pueblo” y sus aspiraciones de justicia social ; con paralelos evidentes, en muchos sentidos, con otros populismos latinoamericanos de la época. Inicialmente, tal como estos otros populismos, la propuesta justicialista modernizadora puertorriqueña intentó una política de transformación industrial nacionalista basada en las fuerzas productivas internas. Pero reconociendo la naturaleza históricamente “abierta” de las economías caribeñas, y aprovechando la coyuntura económica internacional de la posguerra, fueron re-conceptualizándose sus premisas ideológicas iniciales para incorporar un tipo de inversión externa a su programa transformador, una inversión no extractiva, agraria, financiera ni monopólica, sino industrial y diversificada.

Lo que vino prontamente a conocerse como “el modelo puertorriqueño de industrialización por invitación”, apoyado por numerosos indicadores de progreso estadísticamente verificables, incrementos en la producción y en los llamados “estándares de vida”, se constituyó en los años cincuenta en la utopía modernizadora para la mayoría de los países del Caribe y para otros tantos en América Latina, cuyos programas de industrialización nacional para la sustitución de importaciones no habían arrojado los resultados esperados. Pero este programa de cambio social de intención modernizante, inicialmente generado desde un movimiento populista en una colonia subdesarrollada como eje de su política justicialista y de descolonización –es decir, en ruptura con el modelo históricamente “clásico” de la explotación colonial en el Caribe, y más ampliamente en las regiones “tropicales”, basado en la economía de plantación– fue apropiado ideológicamente –como modelo a seguir, como “vía de desarrollo” para otros países– por las “ciencias del desarrollo” de la antigua “potencia” colonial, la misma que ahora se presentaba como “aliada para el progreso” en su nuevo rol de exportadora de capitales industriales que su dinámica económica requería. […]

EL VIGOR HÍBRIDO Y EL DESARROLLISMO

El modelo puertorriqueño de modernización “asociada” –económica, política e intelectualmente– a los Estados Unidos, a la inversión transnacional del capital industrial y a la racionalidad burocrática fue cuestionado, a finales de la década, por el modelo alterno de desarrollo endógeno antiimperialista simbolizado por la política y economía de la Revolución Cubana de 1959. La consigna “¡Patria o muerte, venceremos !” manifestaba dramáticamente un agudo nacionalismo en dicho intento de implementar un modelo alternativo, y resultaba altamente seductora para sociedades que en aquel entonces atravesaban luchas de descolonización política, como la constitución de los nuevos Estados-naciones en Asia, África y el Caribe, proceso que marcó la política internacional de los años cincuenta y de la década siguiente. La exportación del “modelo puertorriqueño”, además de la propaganda de sus logros, comenzó a requerir también, frente a dicho modelo alterno, nuevas bases justificadoras a nivel ideológico-cultural.

En este contexto, justamente a finales de la década, el planificador económico Richard L. Meier circuló un ensayo titulado “Vigor híbrido en aculturación : la transformación puertorriqueña”, a cuya crítica habría de dedicarse el artículo más destacado del primer número publicado en la década del sesenta de la Revista de Ciencias Sociales, significativamente titulado “La transformación ilusoria de Puerto Rico”. Como muchos otros jóvenes académicos progresistas que habrían de alcanzar notoriedad en las Ciencias Sociales (José Medina Echeverría, C. Wright Mills, Sidney Mintz, John Murra, Eric Wolf, etc.), Meier fue curtiéndose en la investigación social en el “laboratorio” que representaba la experiencia desarrollista puertorriqueña. Había dirigido, conjuntamente con Harvey S. Perloff, desde el Centro de Investigaciones Sociales de la UPR, un amplio proyecto de investigación junto con diez advanced graduate students norteamericanos para aquilatar las posibilidades de un futuro industrial para Puerto Rico, que daba continuidad al libro más importante sobre la economía del país que Perloff había publicado poco tiempo antes con el apoyo y el aval de los líderes y cuadros técnicos locales del movimiento populista modernizador. Poco después, Meier publicaba, también con el aval institucional de la Junta de Planificación del gobierno “insular” (encargada a su vez de los programas internacionalistas del Punto Cuarto), un estudio que incorporaba los “requisitos sociales” al análisis de proyectos para “una sociedad industrial estable” en países que pronto comenzarían a ser denominados como “en vías de desarrollo” en lugar de “subdesarrollados”, manifestando el “carácter irremediable” de la línea progresiva del tiempo. Ambas investigaciones fueron ampliamente influyentes en la conformación del “modelo puertorriqueño”, de cuyo laboratorio, precisamente, se nutrían.

“Vigor híbrido en aculturación : la transformación puertorriqueña” aparentemente nunca apareció impreso en forma “definitiva”, aunque las problemáticas del laboratorio puertorriqueño indirectamente subyacen en muchos de los libros que Meier publicó, varios considerados contribuciones importantes a la literatura sobre el “desarrollo” : Science and economic development : new patterns of living (1956), A communication theory of urban growth (1962), Developmental planning (1965), Planning for an urban world (1975), entre otros.

Es interesante que, como García Canclini décadas despúes, “Vigor híbrido en aculturación…” enfatizara a finales de los cincuenta los aspectos positivos de los procesos de hibridación, como crítica subyacente implícita al considerado limitante nacionalismo entonces imperante en muchos de los países “en vías de desarrollo”, sin considerar otros aspectos –más bien negativos– que la genética, de donde se tomaba el término, planteaba como fundamentales para su análisis, sobre todo, el concepto de infertilidad. A este respecto, es posible citar numerosos ejemplos, tal como la ya entonces proliferante investigación botánica para aumentar la productividad agrícola, más conocida a nivel popular por sus resultados en la zoología, y en particular por el caso “clásico” de la mula, en que el “vigor” derivado del entrecruce de caballo y burro resultaba problemático por la infertilidad del híbrido resultante. El híbrido era incapaz de auto-reproducirse, de generar autónomamente su continuidad histórica. Sólo continuarían existiendo híbridos, en un ininterrumpido proceso de hibridación mientras continuaran entrecruzándose las especies-madre (sólo continuarían existiendo mulas mientras continuaran cruzándose caballos con burros).

Y es que diferentes análisis desde diversos contextos consideraban el milagro puertorriqueño como una labor de transformación “titánica”. En 1955, por ejemplo, el presidente de Costa Rica, José Figueres, señalaba : “Todo el heroísmo de que es capaz el ser humano lo están empleando [los puertorriqueños]. Puerto Rico es hoy una oportunidad histórica sin precedentes. Es el principio de la integridad americana”. […]

DEL PUENTE ENTRE CULTURAS A LA HIBRIDEZ

El mismo año en que The Annals dedicaba número monográfico al “desarrollo” puertorriqueño, uno de los principales cuadros técnicos del desarrollismo populista, el presidente de la Junta de Planificación, organismo encargado del programa del Punto Cuarto, Rafael Picó, primer presidente, a su vez, de la Sociedad Interamericana de Planificación (SIAP), planteaba que “su posición geográfica, cultura y bilingüismo hacen de la Isla [Puerto Rico] un enlace natural entre las Américas”.

Al año siguiente, el mismo líder máximo del populismo y su gobierno, el gobernador Luis Muñoz Marín, se expresaba en términos equivalentes : “Puerto Rico está en la frontera marina entre Norte y Sur América, en la frontera del idioma y la cultura de las dos grandes civilizaciones de las Américas […] y se ha desarrollado aquí una libre y amistosa relación entre las dos culturas del Nuevo Mundo”.

Esa idea de Puerto Rico como puente entre dos culturas diferenciadas –incluso iconografiado como tal en las solapas internas del antes citado Transformation : the story of modern Puerto Rico de Parker Hanson (1955)­– es analíticamente diferente a lo argumentado a finales de la década por Meier, y adelantado por uno de los editores de The Annals con el concepto de mixed culture o fusion of culture (mixtura de cultura o fusión de cultura). Los editores organizaron dicho número monográfico en cuatro secciones, una de las cuales titularon “Fusion of cultures” (Fusión de culturas), respondiendo a la tesis del ensayo de Hansen. Sin embargo, los otros dos autores invitados a contribuir en esa edición especial para evitar celebrar el “desarrollo puertorriqueño” postularon tesis divergentes. La única vez que aparece la palabra “hibridez” (hybridism) en todo el número monográfico (según el examen minucioso realizado por este servidor) es en la contribución del inmigrante español Francisco Ayala a esta sección de la obra, cuando introduce su ensayo como una crítica a la visión de que “Puerto Rico representa un campo de hibridismo cultural”. Podemos deducir, por su crítica explícita, que ya estaba barajándose y popularizándose el concepto, al menos a nivel oral, por lo cual este autor sintió la necesidad de rebatirlo.

Para Ayala, aclarando que entendía que toda cultura era dinámica y cambiante, Puerto Rico “había mantenido intacto el núcleo de la tradición cultural hispánica” y su ejemplaridad consistía en enriquecer dicha tradición incorporando a sus procesos de “desarrollo” prácticas elaboradas en la cultura anglosajona a nivel básicamente instrumental (como si las prácticas y los valores pudieran distinguirse tan nítidamente). De aquí, las lecciones de su modernización para América Latina, y su capacidad para tender puentes entre ésta y los métodos modernizadores del pragmatismo norteamericano. En un artículo posterior a “The transformation of the Spanish heritage” de Ayala, pero anterior a “Vigor híbrido en aculturación : la transformación puertorriqueña” de Meier, Ayala intentó fortalecer subrepticiamente su defensa del hispano puente desarrollista puertorriqueño a través de la reseña comparativa de dos libros antropológicos que invitaban a repensar problemáticas de la modernidad. Es significativo que escogiera a la Revista de Ciencias Sociales, que estaba recién comenzando su segundo año, como plataforma desde donde discutir la “Antropología del vecino”, como tituló su artículo-reseña del tal vez más importante libro de J.A. Pitt-Rivers, The people of the Sierra (1954), sobre un pueblo español “tradicional”, y un libro de Seeley, Sim y Loosley titulado Crestwood Heights : a study of culture of suburban life (1956) sobre “el punto de evolución más avanzado de la ‘gran sociedad’ occidental” en los Estados Unidos. Escrito en y desde Puerto Rico, aunque sin mencionar directamente su problemática cultural, “Antropología del vecino” enfrentaba dos estudios sobre lo que Meier conceptualizaría como “las especies-madre” de la supuesta hibridez puertorriqueña, recalcando su compleja historicidad y sus enormes limitaciones. Frente a ambas, la modernización puertorriqueña resultaría ejemplar y con fundamentos muy sólidos para su auto-reproducción positiva. Escapado del franquismo, Ayala no podía menos que rechazar el “tradicionalismo” español que aquella dictadura representaba y estimulaba, aunque no renegaba de valores relacionales que consideraba centrales a lo hispano, y que, aun con su postura modernizante, lo ayudaban a percibir las limitaciones, en cierta medida “arcaicas”, del desarrollismo estadounidense.

Ayala, quien a finales del cuarenta había sido invitado por el rector de la UPR a dirigir el curso básico en Ciencias Sociales, obligatorio para todo estudiante universitario, era un intelectual a medio camino entre la sociología deductiva de carácter más bien filosófico tipo Hostos y las ciencias sociales “profesionalizadas”, inductivas, basadas en la investigación y el método científico de indagación y análisis, como evidencia su Tratado de Sociología en tres tomos publicado en 1947 en Buenos Aires. Con la emergencia de esta última tendencia en el desarrollismo puertorriqueño, Ayala fue quedando un tanto al margen de la actividad sociológica –fue transferido, en promoción, a dirigir la editorial de la UPR– y se destacó en sus últimos años más bien como escritor. Tuvo una última participación en la Revista de Ciencias Sociales, reseñando una enciclopedia alemana de sociología. Allí básicamente criticaba las referencias de dicha enciclopedia a autores españoles, alerta contra el modelo angloamericano de “ciencia empírica” frente a las posibilidades de desarrollo de una sociología latinoamericana, y defendía el concepto de crisis y la incorporación de la historia a las ciencias que este conlleva. Nuevamente se negaba, con argumentos convincentes, a aceptar lo anglo como epítome de la modernidad.

El segundo invitado a contribuir en la sección relativa a la problemática cultural del número especial de The Annals fue el antropólogo norteamericano Julian Steward, especialista en la etnografía de las culturas amerindias, quien había justamente dirigido, en el laboratorio puertorriqueño, una de las más minuciosas y abarcadoras investigaciones realizadas hasta ese momento sobre el cambio cultural de una sociedad en proceso de modernización, junto con un grupo de estudiantes doctorales, algunos de los cuales alcanzarían luego alta notoriedad en la antropología, como Sidney Mintz y Eric Wolf. La contribución de Steward a The Annals adelantaba las conclusiones principales de esa investigación, que tardaría tres años más en publicarse y que sería entonces inmediatamente reseñada, aunque realmente poco discutida, en la Revista de Ciencias Sociales. Enmarcada en la escuela de la “ecología social”, y exhibiendo algunas influencias del marxismo, esta investigación postulaba una visión que tal vez hoy sería considerada “posmoderna” : la cultura no podía entenderse como un conglomerado homogéneo de valores y prácticas, sino como un entrecruce de heterogeneidades, de subculturas basadas en los tipos de relaciones sociales generadas por distintos ambientes de producción económica. El ensayo, así como posteriormente el libro, enfatizaba las diferencias culturales entre las comunidades de pequeños agricultores independientes del tabaco y los frutos de subsistencia, y la hacienda cafetalera tradicional, la plantación cañera capitalista, la plantación cañera nacionalizada y los comerciantes de los barrios “altos” de la ciudad capital. Sólo estos últimos –the upper classes (las clases altas)– se “distinguían por su extremada americanización” y para nada representaban –como asumían los emergentes development studies– un polo modernizador ; al contrario, el estudio encontraba que representaban posiciones reaccionarias al cambio, la modernización democrática y el desarrollo. Por otro lado, aquello que los development studies denominaban como la “cultura tradicional” (el polo hispano en la tesis de la hibridez) estaba, en realidad, circunscripto a los remanentes del dominio hacendado, cuyo proceso de desintegración había comenzado muchas décadas antes del proyecto populista modernizador.

Por su enfoque de “ecología social”, Steward y sus colaboradores examinaban las clases sociales sólo en su ámbito comunal geográfico, dejando fuera las relaciones de clase al nivel societal más amplio que representaban el país y las instituciones “insulares” (por no llamarlas aún nacionales). Su enfoque no les permitía examinar otros sectores o clases constituidas en términos de esos procesos más amplios, como el sector profesional y/o los servidores públicos, foco principal de los proyectos modernizadores, y aquilatar en estos el supuesto “encuentro, choque o fusión” de culturas. Aunque en The people of Puerto Rico : a study in social anthropology admiten que existe una fuerte tendencia entre todos los puertorriqueños a sentir que comparten la misma suerte, su tipo de análisis llevaría a concluir que “Puerto Rico no tenía unidad, [que era] meramente una colección de subculturas”, como bien señalaba la reseña de la Revista de Ciencias Sociales. Dos años antes, el autor de la reseña, otro antropólogo norteamericano, se había involucrado en la problemática de la identidad cultural, desarrollando un acercamiento macro –diametralmente distinto a la investigación microfocalizada de Steward y sus colaboradores– que intentaba caracterizar la cultura latinoamericana como un todo. Sin embargo, este acercamiento reconocía el valor de la investigación minuciosa y consideraba a la obra como “un sobresaliente estudio inicial sobre las realidades vitales de un área cultural compleja y moderna”. La reseña concluía que “actualmente el problema más urgente es elucidar las interrelaciones funcionales entre las subculturas, que producen ese grado mínimo de integración total en el sistema que caracteriza a las sociedades-estados modernos”.

Pero, ¿qué tal si “ese grado mínimo de integración” no existiera ? ¿Cómo definir lo que constituiría un mínimo ? ¿No estaría asumiendo Gilin como “realidad” precisamente aquello que Steward y sus colaboradores se habían propuesto problematizar ? El debate sobre si Puerto Rico era un país que podía tender puentes entre culturas (como señalaba el líder máximo del desarrollismo populista) ; un mero puente ya integrado –como su economía y su institucionalidad política– a la dinámica nacional del melting pot norteamericano (tal como los nombramientos de Morales Carrión como subsecretario de Estado de los Estados Unidos o de Moscoso para representar ese país en su “Alianza para el Progreso” implicaban) ; un mero puente por su falta de definición cultural ante la ausencia de aquellos “mínimos” integradores –más explícitamente en aquella secuela de Steward et al. que representó la encomienda a Sidney Mintz del US-PR Commission on the Status of PR– ; o un puente precisamente por su mezcolanza cultural (el concepto de fusión de culturas –fusion of cultures– de Hansen), continuaría subrepticiamente subyaciendo los debates académicos del laboratorio sobre la identidad.

Intentando combinar el primero y el último (es decir, las posiciones del puertorriqueño Muñoz y del norteamericano Hansen), el especialista en planificación para el desarrollo de las áreas todavía subdesarrolladas, Richard L. Meier, intentaría argumentar una quinta posición : Puerto Rico se constituía en un ejemplo para dichas áreas como país dinamizado por su vigor híbrido y por la transformación permanente que sus procesos de hibridación conllevaban. […] 

 

Notas :

El texto completo publicado en este Cuaderno es parte de ‘Crítica y emancipación. Revista latinoamericana de ciencias sociales’. CLACSO. Primer Semestre de 2009. Año I. Nº 2.





A lire également