La sélection du Monde diplomatique en español

Imágenes y fantasmas

mercredi 6 janvier 2010   |   Paco Ignacio Taibo II
Lecture .

A 42 años de la muerte del “Che” Guevara en Bolivia, la derecha internacional no descansa en su afán de destruir el mito del “guerrillero histórico”. En sus últimas declaraciones en la Feria del Libro de Miami, el 16 de noviembre 2009, Juanita Castro –la hermana de Fidel que colaboró varios años con la CIA– acusó nuevamente al cubano-argentino de ser responsable de fusilamientos masivos de soldados de Batista ocurridos luego de la entrada de las tropas revolucionarias en La Habana. La TVE difundió esos mismos días un documental retomando las mismas acusaciones.

Del 40 aniversario de la muerte del Che (2007) hasta hoy, importantes periódicos europeos como El País o Liberation han multiplicado supuestas revelaciones sobre otro tema polémico : ¿Los restos de Guevara han sido o no trasladados a Cuba como lo afirman los dirigentes cubanos ?

La próxima salida en librerías, en España y toda América Latina, de la nueva edición corregida y ampliada del “Che” de Paco Ignacio Taibo II (“Ernesto Guevara, también conocido como el Che”, Editorial Joaquín Mortiz) debería poner un término definitivo a las especulaciones entretenidas por los medios de comunicación sobre los fusilamientos y el traslado de los restos del Che. El autor así lo afirma y ofrece a los lectores de Le Monde diplomatique en español un avance exclusivo de lo que será el último capítulo del libro, el cual comprueba con informaciones y entrevistas recientes que, a pesar de los ataques, el mito del Comandante sigue vivo.

El poeta Paco Urondo, que habría de morir años más tarde asesinado por los militares argentinos, escribió desde Buenos Aires al conocer la muerte del Che : “Durante una semana lloverá ininterrumpidamente y los menos crédulos, o los no supersticiosos, pensarán que es una casualidad, una mera : que es un poco excepcional lo que está corriendo, pero fortuito. Los amigos van llegando cada vez más mojados, esta vez se largó en forma este tiempo de porquería. Pero las conjeturas esta vez no son a la porteña, es decir, no se habla de la humedad y las calamidades que desencadena : ni del hígado, esta vez se conjetura de otra manera, no hay serenidad, hay silencio.”

Celia, la cuarta hija del Che, nacida en el 63, el penúltimo año del comandante en el Ministerio de Industrias de Cuba, dos años y medio antes de la salida del Che hacia La Paz, una mujer que sólo puede recordar a su padre en los recuerdos de otros, ha intentado leer el diario de Bolivia muchas veces, sin poder hacerlo.

Fidel ha visto al Che en sueños frecuentemente en estos últimos años. Le confiesa al periodista italiano Gianni Miná que el Che le habla, “le dice cosas...”. No es el único, Harry Villegas, su compañero en la sierra Maestra, el Congo y Bolivia dirá : “a cada rato sueño con el Che”.

Ana María, la hermana, le contará a principio de los setenta a un periodista español : “A veces siento que me están mirando más allá de mí misma, como si yo fuera él de alguna manera, y una siente que no es nadie y no sabe cómo reaccionar ni qué hacer. He tenido que aprender a vivir en esta circunstancia”.

Calixto García, su compañero de cárcel en México y a lo largo de la guerrilla cubana, dirá casi 30 años después de aquellos hechos : “Hablo de él como si estuviera vivo”.

Esto no es inusitado, todos sabemos de qué manera cruel y maravillosa los muertos dejan un gran vacío, un agujero tierno en las personas cercanas que los sobreviven. Pero Ernesto Guevara había creado en aquellos años un halo mágico, que ni siquiera su desaparición impidió que siguiera tocando a tantos que nunca lo conocieron.

Después del paso de la guerrilla por sus tierras y de haber cobijado en su escuela el cadáver del Che, una tremenda sequía asoló el pueblo de La Higuera, animales y plantas morían y los campesinos tuvieron que emigrar. La voz popular, los rumores en voz baja, las consejas, la atribuían a un castigo divino por haber dejado morir al Che a manos de los soldados.

Surge entre los campesinos de Cochabamba una extraña letanía : “Almita del Che, por intermedio de usted quiero conseguir el milagro de que se cure mi vaquita, concédamelo almita del Che”.

En el pueblo de La Higuera se muestran como relicario fragmentos del pelo o pedazos del pantalón ensangrentado del comandante Guevara. En Lagunillas un fotógrafo ambulante ha hecho su agosto vendiendo fotos : muchos de los pobladores se precian de tener la verdadera foto del Che muerto sobre la plancha de piedra del lavadero del Hospital de Malta, la foto del Cristo laico.

La enfermera de Vallegrande que lo desnudó ya muerto confiesa : “A veces sueño con el Che y lo veo vivo, él me visita y me habla, y me dice que me va a sacar de esta miseria en que vivo”. En ese mismo pueblo, en el 71, la avenida que va al cementerio fue rebautizada como “Che Guevara”, pero aquel año el golpe militar de Banzer echó para atrás el bautismo y llamó a la calle “Avenida del ejército”.

La escuela de La Higuera fue derruida, se construyó en su lugar una posta sanitaria que nunca funcionó, a la que no llegaron jamás ni médicos ni medicinas. Al paso de los años se levantó de nuevo una escuela, en el 71, el periodista uruguayo González Bermejo la visita :

–¿Qué sabes del Che ?- le pregunta a un niño campesino en un descuido de la maestra.

–Es ese que está ahí- responde y señala un retrato de Simón Bolívar.

Francisco Rivas, campesino de las cercanías de La Higuera, 60 años, catorce hijos, narra : “Entonces no me daba cuenta. Ahora sé que he perdido mucho”.

En los años posteriores a su muerte, en cada aniversario, los aviones militares bolivianos realizaban vuelos rasantes sobre la Quebrada del Yuro y La Higuera, para recordar que había que olvidarlo, logrando lo contrario.

La posta sanitaria en La Higuera volvió a funcionar. En el 30 aniversario de la muerte del Che, los millares de visitantes pudieron constatar que el pequeño consultorio médico estaba de nuevo activo, atendido por un médico voluntario cubano.

Los mercaderes no han entrado aún al templo, el acceso a la lavandería del hospital de Vallegrande, centro de peregrinación laica, aún es gratuito, registrará en el 97 Christian Lionet. Diez años más tarde el novelista y fotógrafo Patrick Bard (Les routes du Che) registraría en un par de fotos bellísimas, el último lecho del cadáver en la lavandería, sobre el que se encuentra un ramo de flores tristes y amarillas y los centenares de grafitis que en las paredes han dejado millares de visitantes de todo el planeta.

En una iglesia de Matanzas, Cuba, Ernesto Guevara se encuentra en un retablo, perdido en medio de los santos de una corte celestial católica ; sin embargo en una iglesia en el estado de Tamaulipas, México, comparte una esquina de un mural con el diablo. En octubre del 97 la Radio Vaticana dedicó un encendido panegírico a este hombre que nunca creyó en dios, “santo laico de todos los pobres”.

La muerte de Ernesto Guevara provocó estupor, desconcierto, asombro, turbación, rabia, impotencia, en millares de hombres y mujeres. En tan sólo 11 años escasos de vida política y sin quererlo el Che se había vuelto material simbólico de la tantas veces pospuesta o traicionada revolución latinoamericana y nuestra única certeza en aquellos años, era que el material de los sueños nunca muere. No moría el estilo, la irreverencia y el desapego ante el poder, la continua batalla contra la burocracia, las formas desarrapadas ; la burla de sí mismo y la autoexigencia brutal, el mensaje portador del igualitarismo a ultranza, casi monacal, del respeto a los parias, la dignidad del sacrificio.

Ariel Dorfman dirá que es a causa de "estos tiempos huérfanos de incesantes identidades cambiantes y alianzas".

Sin embargo Ernesto Guevara había muerto en Bolivia. El poeta Mario Benedetti dejó constancia :

“Así estamos/ consternados/rabiosos/ aunque la muerte sea/ uno de los absurdos previsibles”.

Julio Cortázar se encontraba en Argel cuando recibió la noticia y "rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar ; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir", a unos cuantos kilómetros de Cortázar, Ahmed Ben Bella, en confinamiento solitario a causa de un golpe de estado, dirá : “Fue un día de inconmensurable tristeza”.

Pasaron los años. La estatua de bronce de siete metros que se encuentra en Santa Clara es de José Delarra, el mismo que le dio a un astronauta cubano una cara del Che en porcelana, para que viajara a la estratosfera. Se trata de un Che Guevara fornido, casi gordo, con una barba santaclosesca, no sonríe. Ese es el problema con las estatuas. El bronce reproduce mal la sonrisa.

En el ascenso a la sierra de Guerrero vi hace años centenares de imágenes simplificadas de la perenne foto de Korda del Che pintadas sobre las casas blancas en la vereda de la carretera, bajo ellas, un signo críptico : 1 x 1. Un amigo me explicó que eran un mensaje a la policía judicial : "Por cada campesino asesinado, un judicial ajusticiado". En la zona se habían producido varias masacres y existía una gran tensión social. Más tarde explotaría. El Che era allá como personaje de un cómic que portaba un terrible mensaje.

Entrevisto a Dariel Alarcón en una casa en las afueras de La Habana, es un hombre dicharachero, sonriente, pero hacia el final de la entrevista una sombra cruza por el cuarto cuando recuerda que Inti, Villegas, Tamayo, él, quizá hubieran podido rescatarlo aquella tarde de octubre. Es una de esas cosas que no dejan vivir. Años más tarde se iría de Cuba, cada uno de sus nuevos textos y entrevistas lo iba alejando del fantasma del Che. Hacia fines de los 90 viajó a Miami para encontrarse con Félix Rodríguez, el agente cubano de la CIA que colaboró en la captura del comandante. Luego posaron juntos para una foto en la terraza de un café de París, estaban muy sonrientes.

Con Manresa, su secretario, converso en la oscuridad, el barrio habanero sufre de un apagón. A veces la voz se detiene, se adivina las emociones.

–Ustedes, los guevaristas, los hombres que vivieron junto al Che dan la impresión de estar marcados, de tener una huella, con la Z en la frente con la que marcaba El Zorro- le digo.

–Nosotros éramos unos pobres diablos que quién sabe a dónde nos iría a llevar la vida y estábamos esperando encontrarnos con un hombre como el Che.

Se hace un largo silencio. Luego se oye un sollozo. Uno no sabe qué más preguntar.

Esta sensación de abandono, de que el Che se había ido sin ellos, mata. Joel Iglesias entró en una profunda crisis que lo llevó al alcohol, Mora se suicidó, Díaz Argüelles nunca pudo perdonar al Che que llevara a su íntimo amigo Gustavo Machín y no a él, no lo perdonó ni siquiera cuando murió en Angola deteniendo a los blindados sudafricanos años más tarde, en una epopeya que nada pide a las hazañas del Che.

Ameijeiras se debate entre decir que él hubiera podido frenar los voluntarismos del Che y el dolor por no haber estado allí para frenarlos ; Dreke durante muchos años se preguntó ¿qué había hecho mal en Africa para que no lo llevara a Bolivia ? Y por más que “nada” era la respuesta, la pregunta corroe al personaje. Los Acevedo, se lo siguen preguntando. “Pude haber participado en la gesta de Bolivia, no importa cual hubiese sido el destino que me esperaba”, dirá Enrique. Igual que su amigo Fernández Mell, que Aragonés, quien sufrió una tremenda enfermedad al regreso de Africa que casi lo mata ; que Freddy Ilunga que estudió en Cuba hasta convertirse en un respetado neurocirujano pediatra, Ulises Estrada al que despachó en Praga porque era muy visible, Borrego su viceministro, Oltuski, que tardó 30 años en escribir el libro en el que quería entre otras cosas contar que había muchas cosas en las que no estuvieron de acuerdo... Y cuando hablo con ellos, podría apostar la cabeza sin riesgo de perderla, afirmando que en Cuba todavía en 1995, casi 30 años después de su muerte, existían un centenar de hombres y mujeres que hubieran vendido el alma al diablo por poder morir con el Che en Bolivia.

Encontraré una última foto del Che en casa de Teo Bruns, en Hamburgo, es un cartel con la leyenda : “Compañeros : Tengo un póster de todos ustedes en mi casa. Che”. Se agradece el respiro, el retorno del humor ácido del que tantas veces lo practicó en vida.

 

Han pasado 42 años y el Che retorna una y otra vez, como en el reiterado trailer televisivo que alguien se olvidó de desprogramar, quizá porque como dice Manolo Vázquez Montalbán es un “sistema de señales de la insumisión”. Cuarenta años después de su muerte su voz regresa, Aleida March hace pública una carta, que el Che le dirigió desde Tanzania en noviembre del 65, donde nuevamente Ernesto Guevara hace gala de su terrible capacidad premonitoria : Soy una mezcla de aventurero y burgués, con una apetencia de hogar terrible, pero con ansia de realizar lo soñado. Cuando estaba en mi burocrática cueva soñaba con hacer lo que empecé a hacer ; y ahora, y en el resto del camino soñaré contigo y los muchachos que van creciendo inexorablemente. Qué imagen extraña deben hacerse de mí y qué difícil será que algún día me quieran como padre y no como el monstruo lejano y venerado, porque será una obligación hacerlo.

A lo largo de los años el Che produce enfrentamientos cuando tratan de poner una placa con su nombre en una de las casas en que vivió en Argentina, roban un busto suyo en Montevideo y dirige desde la imagen centenares de manifestaciones a escala planetaria cada año. Hay una fábrica de Niquel cubana que lleva su nombre y fue alguna vez de líder cuando había espartaquiadas. Un ciclista argentino recorre su ruta Latinoamericana en bicicleta. Regalan una estatua de 4 metros para que sea colocada en La Higuera. Se descubre que en la biblioteca de Augusto Pinochet hay un Diario de Bolivia dedicado a él por Kissinger. A raíz de la exposición de Korda, a fines del 2009 en la Casa de América de Madrid, la derecha española enloqueció y la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, famosa por los exabruptos que declara con frecuencia, calificó al Che de “canalla, asesino y totalitario”. El Gobierno polaco preparó una ley “contra la propaganda de tipo fascista y totalitario que podría suponer la prohibición de la imagen del terrorista argentino Che Guevara”. En Lima se vende una marca de cigarrillos llamada “Che”, con su eterna foto en el frente. Se anuncia un nuevo programa en The History Channel, uno más de las decenas que llegan hasta la televisión. Aleida March, la viuda, calificó de “repulsiva” la venta de un mechón de cabello del Che, sacado a subasta por el ex agente de la CIA, Gustavo Villoldo. Un concurso de una televisión panameña declara al Che el político más importante del siglo XX con el 60% de los votos. Cristiano Lucarelli en un partido de la selección azurra de la categoría Sub 21 contra el combinado de Moldavia, en 1997, marcó un gol y para celebrarlo eligió un modo muy particular : dejó ver ante las cámaras de televisión una camiseta con la figura del “Che” Guevara, mientras alzaba su puño al cielo. Lo dejaron sin convocar muchos años. En una página de Internet llamada Sortorama puedes encontrar su carta astral.

¿Deberíamos angustiarnos ? ¿En nombre de qué soberana pureza deberíamos espantarnos de los comunes fenómenos de la sociedad de consumo con los que convivimos diariamente ? Los intelectuales de la nueva derecha se ponen nerviosos, ellos, tan defensores del capitalismo salvaje, tan benévolos con el sistema, se tiran de los pelos ante sus aberraciones : los irrita hasta el delirio el vendedor de camisetas del Che en el submundo de la economía marginal, se exasperan por la inmoralidad con la que se muestra al turista la casa en la que el Che vivió en Guayaquil para ganarse dos pesos, se escandalizan hasta el rasgamiento de sus camisas por la impureza del chebisnes. ¿Son acaso ellos los guardianes del Che ? ¿Son más perversas las camisetas de Ronaldinho, Madona y Maradona que las del Che ? Yo, siendo un convicto y confeso ateo, ando muy feliz por ahí con mi camiseta del estandarte guadalupano del cura Hidalgo, bandera de la primera independencia de México.

No habría que inquietarse, no mayormente ; resultan los lamentables ecos periféricos de un culto de masas, que en muchos casos está provisto de más potentes contenidos. Se hizo viejo Marx, nadie oyó hablar del príncipe Kropotkin, Lenin se volvió sospechoso de haber inventado la dictadura del proletariado sin proletariado y haberle heredado el monstruo a Stalin, que lo corrompió a fondo con plácido delirio totalitario. En el gran espacio queda el Che. Y en la medida en la que la izquierda pierde falsa y vera historia a pasos agigantados, queda bastante solo. Y en soledad se construye en torno a él un culto laico, en cuya periferia aparece maligno el consumo, el chebisnes.

Su nieto Canek decía en una entrevista que por qué a nadie le preocupaba que hubiera camisetas con la imagen de alguien tan banal en nuestra historia contemporánea como Karol Wojtyla. ¿No ha vivido el catolicismo durante años vendiendo estampitas de santos que todo lo curan ? (Por cierto que el Che en uno de sus momentos de máxima miseria, y tuvo muchos, vendía estampitas de santos por las calles de Guatemala para sobrevivir.)

Lo que si debería preocuparnos es que la periferia invada el corazón de la leyenda y lentamente lo desplace. Que a fuerza de no contarlo, mal contarlo, volverlo dogma, frase repetida, esquema o santo bobo, el Che se desvanezca envuelto en seis pósters y una camiseta.

No parece ser el caso. Los mitos son por naturaleza longevos, resisten el paso de un tiempo que no parece afectarlos ; se mueven en el espacio de las medias verdades, tienen versiones simplificadas y complejas, pueden resumirse en dos palabras que no necesariamente serán iguales o pueden contarse una y otra vez durante días. Los mitos más potentes suelen ser policlasistas, van de la hoguera campesina a la mesa de café universitario y no siempre cuentan la misma historia. Más allá de su mensaje central, las versiones difieren, las moralejas son diferentes.

Los mitos suelen adornarse, en la memoria de los portavoces del mito, las horas que duró la operación crecen, la inexistente sonrisa aparece, la frase se vuelve más certera, el momento del choque más largo, el miedo más difuso. A su lado aparece la magia.

Los mitos tienen una historia detrás.

Los mitos son propiedad de las sociedades. Están allí para ayudarlas a construir pedacitos de utopía, para crear santorales, imágenes, referencias, estilos de actuación, una moral, que adoptar.

Pero hay que tener cuidado con los mitos, porque contienen una buena cantidad de falsedades.

Juan Gelman, mi vecino y amigo, escribió hace tiempo : “Pero/lo serio es que en verdad/el comandante Guevara entró a la muerte/ y allá andará según se dice/bello/ con piedras bajo el brazo/soy de un país donde ahora/ Guevara ha de morir otras muertes/ cada cual resolverá su muerte ahora/el que se alegró ya es polvo miserable/el que lloró que reflexione/ el que olvidó que olvide o que recuerde”.

Tras mi mesa de trabajo en la ciudad de México, una foto de Rodolfo Walsh me cuida. El novelista y cronista más importante de este continente común que no acaba de serlo, escribió en el 67, poco antes de que lo asesinaran los militares argentinos : “La nostalgia se codifica en un rosario de muertos y da un poco de vergüenza estar aquí sentado frente a una máquina de escribir, aún sabiendo que eso es también una especie de fatalidad, aun si uno pudiera consolarse con la idea de que es una fatalidad que sirve para algo.”

Crecí en una generación en la que el racionalismo intentaba montarse sobre el romanticismo y le daba un barniz, pero por mucho que perseveraba, lo romántico siempre brotaba bajo la frágil capa de pintura, nunca lo substituía y en la que el marxismo chic adoptaba como cantinela el verbo “desmitificar”. Soy plenamente consciente de que desmitificar al Che, rehumanizar su mito por la vía literaria (que no novelesca, nada que ver con la ficción), la única que conozco, la de contar minuciosamente sus historias, es colaborar a la remitificación, y no me preocupa. Creo en el derecho de los ciudadanos a los mitos.

¿Cómo terminaba el poema de Gelman ? “El que olvidó que olvide o que recuerde”.
El recuerdo.

Hay un recuerdo. Desde millares de fotos, pósters, camisetas, cintas, discos, videos, postales, retratos, revistas, libros, giras turísticas, cds, frases, testimonios, fantasmas todos de la sociedad industrial que no sabe depositar sus mitos en la sobriedad de la memoria, el Che nos vigila. Más allá de toda parafernalia retorna. En era de naufragios es nuestro santo laico. Cuarenta y dos años después de su muerte, su imagen cruza las generaciones, su mito pasa correteando en medio de los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco, moralmente terco, inolvidable. 

© lmd edición méxico





A lire également