El escritor Ricardo Gullón dejó dicho que Josep Llorens i Artigas era “un barcelonés pequeñito, moreno, en quien se daba cierto caso extraordinario de doble personalidad que bien pudiera haber servido de modelo a Stevenson para su Jekyll y Hyde. En él viven dos personas distintas –y estoy por decir tres, pero la historia se haría un poco larga– ; una especie de bon vivant despreocupado, parlero, alegre y no muy amigo del trabajo”. También era concienzudo, afanoso y capaz de realizar considerables esfuerzos con enorme seriedad. Cuando el horno estaba encendido, Llorens pasaba a segundo plano y Artigas, absorto en la tarea, ponía en ella los cinco sentidos propios y aún los cinco de Llorens, cedidos para la coyuntura. “Conseguido el empeño, Artigas descansaba y Llorens reaparecía con mejor ánimo y más locuaz que antes ; su buen humor templaba la severidad de Artigas y en el curso del trabajo asomaba, en momentos inesperados, para dar a las cerámicas un punto de gracia mejor, una imprevista delicadeza”.
La mejor ilustración de la dualidad del personaje se reveló en 1955, cuando se le atribuyó el gran premio de la III Bienal Internacional Hispanoamericana de Arte. Acudió a recibir la recompensa, subió al tablado y, al percatarse de la presencia del dictador Franco, corrió a esconderse detrás de unas cortinas. Pero había tantos fotógrafos que algunos lo pillaron por el lado contrario del escondrijo y así salió en la prensa. Tengo más pruebas de su entrañable doble faz : hace más de cuarenta años me encomendaron colaborar en un programa de la televisión francesa. Yo le haría la entrevista y el realizador Georges Ferraro dirigiría la película. Me voy a Gallifa, en el Vallés, hablo largo y tendido con él, me cuenta anécdotas divertidas que vivió con Picasso, Miró, Manolo Hugué y otros. Vuelvo a París entusiasmado y comunico a Ferraro que habíamos dado con un filón. Nada de nada : en cuanto empezamos a filmar se cerró en banda, echó balones fuera, se fue por las ramas y hubimos de rellenar el documental con diversos testimonios que no venían necesariamente a cuento.
Nacido en Barcelona, hijo de un cerrajero de la calle de San Rafael, Llorens Artigas vivió una infancia sin instrucción académica. En su adolescencia fue curtidor de pieles y, más tarde, estudiante de comercio, antes de inscribirse en la Escuela de Bellas Artes y luego en el Círculo Artístico de Sant Lluc. Entorno humilde pero espíritu alegre y emprendedor, uno de sus primeros compañeros de juegos fue Manolo Hugué, que había vivido en el mismo barrio y habría de compartir luego su fama en París ; una fama de escultor original tanto en obra artística como en carácter de conversador ingenioso y campechano. A su paso por el Círculo Artístico de Sant Lluc, Llorens conoce a Joan Miró, con el que mantendrá gran amistad a lo largo de su vida y con quien realizará más tarde, en la doble posguerra –española y mundial–, vasos, esculturas, formas escultóricas y grandes murales.
“La decoración es delito” –lanzaban a una los vanguardistas en búsqueda de la estructura y de la pureza de la línea, el plano y el color. A partir de 1915, Llorens se inicia en la cerámica en la Escola Superior de Bells Oficis y dos años después publica sus primeras críticas de arte. En política era afecto a la Unió Catalanista, organización clandestina ubicada en la calle de la Canuda, 14. Con su amigo Manuel Alcántara cofundó en el año 1914 el semanario La Nació, periódico en el que colaboraban socialistas y liberales, Serra entre los primeros. En 1918 funda la Agrupació Courbet, a la que se apunta también Joan Miró. Esto sucedía en la Barcelona inquieta de comienzos de siglo XX, justamente cuando la estética giraba en torno a la forma y a la decoración que en Cataluña se concretaría con variantes más o menos próximas o lejanas en el Noucentisme impulsado por Eugenio d’Ors.
Ante el peligro de ser arrestado por desertor, Artigas huyó a Girona. Trabajó para la compañía de Eiffel en la construcción de un puente de hierro ; pero también escribía críticas de arte y fundó varias asociaciones artísticas. Fue secretario de la Escuela de Bellos Oficios y viajó a París becado. Allí, en un par de años, sin más medios que su arte, colaboró en películas publicitarias con Jean Aurenche y los hermanos Jacques y Pierre Prévert. Y no hay que olvidar su participación en La Edad de Oro, el film de Luis Buñuel. En él encarna al personaje del Gobernador que desembarca en la isla de Menorca con la intención de fundar la Roma Imperial. En la misma película asume un papel mucho más ingrato, oculto detrás de la actriz Lya Lis desnuda para sostenerle los senos caídos : los proyectores desprendían tal calor que la carne le resbalaba en las manos.
Artigas conoce a Picasso en 1921. “Iba a verme continuamente. Además de la amistad que nos unía, yo le interesaba porque hacía crítica de arte en diversas publicaciones de Barcelona y también de París. A su mujer casi no la traté, me daba el bonjour y desaparecía en seguida : era el ama de la casa, pero no contaba ni se la veía. No recuerdo haber salido nunca con él ; o visitaba la calle de la Boétie o bien nos encontrábamos en alguna reunión con amigos. Cuando estábamos solos hablábamos en catalán...”. Debió de ser en 1925 cuando Picasso le propuso trabajar juntos. Dos veces quedaron citados en el estudio del ceramista, pero Picasso no acudió. “Ahora me alegro de que no fuese, pues con su genial personalidad, puede que Picasso me hubiera anulado y yo habría pasado por un ayudante suyo. No habría podido trabajar después con Dufy o con Miró de igual a igual”. Picasso colaboró más tarde con otros ceramistas, con los que no llegó a cristalizar la obra que, en tal oficio, hubiera conseguido con Artigas, quien, en cambio, se unió a Dufy, más viejo que él, durante cuatro años –de 1924 a 1928– durante los cuales soldaron una gran amistad. Sin embargo, la colaboración con Miró destaca sobre las demás por lo constante y lo cualitativa.
En 1936, al estallar la Guerra Civil española, regresó a Barcelona para enseñar cerámica en la Escuela Massana. Luego regresa a París pero, al entrar los nazis en la capital francesa, en 1940 se traslada a Ceret, donde se hizo amigo de Arístides Maillol, el escultor más destacado del “novecentismo” catalán. Pero Ceret también fue invadido por los alemanes. Ya Llorens se habia casado con la francesa Violette Gardy y había tenido dos hijos, Juan y Mariette, por lo cual decide volver a Barcelona a buscar trabajo. Alquila un piso para vivienda en el carrer de Carolins y un taller en la calle de Julio Verne. El trabajo lo encuentra en la casa Sangrá y muy bien pagado. Luego, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1944, tras su temprana amistad con Joan Miró en Barcelona y París, ambos comenzaron su colaboración en jarrones de cerámica. En septiembre de 1949, Llorens Artigas participa en la fundación de la Escuela de Santillana del Mar, una de las manifestaciones más ricas y más cargadas de posibilidades de acción estética producida en España. Esta Fundación se acogía al signo de Altamira por considerarle emblema de arte vivo, de arte fuera del tiempo histórico, de arte por encima de todo nacionalismo, de una pintura reveladora de gran capacidad de síntesis. Para ello, el pintor de Altamira era un clásico, entendiendo que clasicismo es capacidad de aunar eficazmente líneas y volúmenes para que vivan, expresivos, por una eternidad incorruptible con perfecta precisión en la que no sea posible más ni menos. El distintivo de esta nueva Escuela era el bisonte de las Cuevas pintado por nuestros antepasados de hace doce mil años –o algo así, pues un margen de error de mil o dos mil años representa aquí poca cosa–. Si ustedes quieren ver la influencia de Altamira (más precisamente los frescos de la Colegiata de Santillana), vayan a visitar los murales del Sol y de la Luna en el jardín de la UNESCO en París.
En 1953, Joan Miró y Artigas habían renovado su alianza en un aislado y pequeño estudio que Artigas poseía a aproximadamente cuarenta kilómetros de Barcelona en el montañoso pueblo de Gallifa. En Francia, se había instalado en un taller de Charenton, en la periferia de París, con 112 hornos suyos. Ya estimado en el mercado, colabora con el pintor Raoul Dufy, en boga por entonces, y expone en la colectiva del Museo Galliera con obras totalmente propias. La actividad de Llorens necesita lugares amplios en los que desarrollar una obra de mayores proporciones, y es entonces cuando descubre el pueblo de Gallifa, aprovechando la estancia allí de Joanet, su hijo enfermo. Se instala en una preciosa masía de altos techos, todo propicio para su colaboración con Miró. Primero decorando jarrones y, en 1957, junto con los famosos murales del Sol y la Luna para la UNESCO, la Escuela de Sankt Gallen (Suiza) y la Universidad de Harvard. Aimé Maeght le cede un gran taller en 1968, del que han salido, en colaboración siempre con Miró, los dos murales más grandes de ambos : el de la Exposición de Osaka, en Japón, y el que figura en el aeropuerto de Barcelona, que tiene 10 x 50 metros. Estos murales fueron el prototipo para todos los siguientes. En 1960 el de la Universidad de Harvard ; en 1964, el de la Handelshochschule de Sankt Gallen en Suiza , el de la Fundación Maeght para Saint-Paul-de-Vence ; en 1966, el del Guggenheim Museum ; en el año 1970, uno para el aeropuerto de Barcelona y tres para la exposición internacional de Osaka ; al siguiente año, el de Wilhelm-Hack-Museum de Ludwigshafen ; por encargo de la Cinémathèque française de París realizó un mural también junto a Miró en el año 1972. Y, finalmente, se inauguró en 1980 el mural del nuevo Palacio de Congresos de Madrid.
Cuando yo llegué a París en 1955 conocí a su hijo Joanet, pronto amigo hasta hoy, que también trabajaba en la cerámica en Vitry. Con él aprendí a moldear cacharros y creía que esta sería mi actividad en la vida. Éramos inseparables, Joanet y yo. Cuando hubo de irse de vacaciones me invitó a acompañarlo en su destartalado 4 latas Citroen a su casa de Gallifa. Así pude conocer ese lugar paradisíaco que es El Racó y sus habitantes : los Artigas y Mossèn Dalmau, cura progresista que me reprochó que no estuviera afiliado al Partido Comunista. Uno de aquellos días atravesábamos Sant Feliu de Guíxols y Joanet cometió no sé qué travesura con el coche. Lo detuvo el guardia municipal y, tras la regañina, le pidió la documentación al conductor. Joanet sólo llevaba la tarjeta francesa. No valía. Entonces salta el padre, seguro y firme, : “Es que mi hijo es residente en Francia”. “¿Presidente de qué ?”, preguntó la autoridad. “¡De Francia !”, remachó el viejo Artigas imperturbable. “Bueno, bueno ; váyanse no vayamos a meternos en líos…”.
En Gallifa conocí mejor a Miró. Trabajaba diariamente con Llorens Artigas en los hornos japoneses que Joanet había montado delante de la masía. Le presenté una lito para que me la firmara. Estaba conmovido. ¿De dónde sacaste esto ? Acariciaba a los personajes y me puso una frasecilla : “Para Felisa y Ramón, afectuosament”. Su amigo Artigas leyó la dedicatoria, y con voz zumbona (siempre se estaban lanzando pullas) soltó : “Lo ha escrito en catalán para ahorrarse una letra”.
En 1989, Joan Gardy Artigas, el escultor hijo del ceramista creó, en Gallifa, la Fundación que lleva el nombre de su padre para recordar su obra y trabajo y para fomentar las vocaciones artísticas.