La importancia científica de Juan Negrín –creador de una notable escuela española de fisiólogos– y su relevante dimensión política, desde que en 1937 fuera nombrado presidente del Gobierno, han dejado en una zona de sombra otros afanes e intereses como su pasión por los libros y por la lectura. De maniático e indiscriminado coleccionista de libros se definió a sí mismo en 1944 en una carta a Luis Araquistáin. Otros testimonios, en el umbral de los años 1930, avalan esa imagen. “Gran devorador de libros y de periódicos”, escribió Mariano Ansó, que sería ministro de Justicia en el primer Gobierno de Negrín. “Era frecuente encontrarlo en los cafés leyendo libros y revistas en el escaso tiempo libre que le permitían sus obligaciones”, recordó el pintor e ilustrador Luis Quintanilla.
Entre Las Palmas de Gran Canaria, donde nació en 1892, y París, ciudad en la que murió en 1956, hubo muchas geografías en la vida y en los libros de Negrín. Geografías elegidas por razones profesionales y familiares, pero también dictadas por exigencias políticas, sobre todo a partir de 1939, cuando abandonó España camino del exilio. Con él, viajaron sus libros y documentos, aunque no siempre pudo acceder a ellos con facilidad. Lo que llamamos biblioteca de Negrín es, sobre todo, su tenaz empeño por reunir fragmentos dispersos de bibliotecas. Esta nota comenta algunos de los libros de los que tenemos noticia o que han podido conservarse.
Entre Leipzig y Madrid
Tras cursar dos años de estudios en Kiel, en 1908 el joven Negrín se trasladó a Leipzig, donde acabó su formación como médico en el reconocido Instituto de Fisiología dirigido por Theodor von Brücke. A finales de 1914, las dificultades creadas por el inicio de la Gran Guerra aconsejaban el regreso a España. Fue entonces cuando, aprovechando la caída del precio de los libros a causa del conflicto y con la ayuda económica de su padre, comenzó a adquirir una amplia biblioteca médica. Esos libros tardarían algo en llegar, lo hicieron apenas acabada la guerra y quedaron acomodados entre su domicilio madrileño y la Residencia de Estudiantes, en el recién creado Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios cuya dirección le había ofrecido Santiago Ramón y Cajal en 1916. A juicio de su discípulo Severo Ochoa, era la biblioteca más completa que había en España para los estudios de Biología.
Las ciencias, las letras y las artes se confunden en su biblioteca porque se fueron confundiendo en su vida. Albert Einstein, Max Planck o Blas Cabrera, gran divulgador de la relatividad eisensteniana, convivían con Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, George Grosz o Pedro Salinas, cuyo primer libro, Presagios, le dedicó el poeta en 1924. Ese año, su nombre aparecía entre los de José Moreno Villa –a quien trataba en el Laboratorio de la Residencia– y Edgar Neville en una larga lista –una suerte de mapa de la Edad de Plata– de subscriptores de la plaquette póstuma dedicada a José de Ciria y Escalante. El interés por el movimiento moderno lo recuerdan muchos títulos : Paris de Nuit (1933), de Paul Morand y Brassaï, el primer fotolibro de vida nocturna ; Walter Gropius con su Internationale Architektur (1925) ; la revista D’Aci i d’Allà ; o las obras de ese peculiar arquitecto y paisajista que fue Nicolau Maria Rubió i Tudurí. A finales de los años 1920, al tiempo que menguó su atención a la investigación, creció su interés por la política y, en 1929, se afilió al Partido Socialista. Diputado desde 1931, su amplio manejo de idiomas facilitó que fuera representante en la Unión Interparlamentaria, donde conoció al socialista francés Jules Moch, con quien trabó una larga e íntima amistad. Por entonces, con sus amigos Luis Araquistáin y Julio Álvarez del Vayo fundó el sello España, ejemplo del afán modernizador de la Generación del 14 y precursor de las editoriales de avanzada. Allí verían la luz, entre muchos otros títulos, Sin novedad en el frente (1929), de Remarque –un gran éxito que pronto alcanzó nueve ediciones–, Mis peripecias por España (1929) de Trotski –con la traducción de Andreu Nin–, o el primer libro de Alejo Carpentier, ¡Écue-yamba-O ! (1933).
Libros en guerra
Hasta el comienzo de la Guerra Civil, la biblioteca de Negrín, aunque dispersa por diferentes laboratorios y domicilios madrileños, era sedentaria. La situación cambió cuando, a finales de 1936, el Gobierno, en el que Negrín desempeñaba la cartera de Hacienda, decidió establecerse en Valencia. Fue entonces cuando sus libros iniciaron un incierto éxodo que el final de la guerra y los avatares del exilio convirtieron en serpenteante y laberíntico. De Madrid fue transportada a Náquera, una localidad cercana a Valencia donde se alojaron algunos ministros. A finales de 1937, acompañando un nuevo traslado del Gobierno, viajó a Barcelona y quedó instalada en la que fue residencia del Presidente del Gobierno, una magnífica torre en Pedralbes.
Como no podía ser de otro modo, la biblioteca de Negrín es un generoso filón de la imprenta republicana en guerra, con títulos de Hora de España, Nuestro Pueblo y Ediciones Españolas, que fueron las editoriales de mayor fuste. De esta última merecen crédito Guerra Viva, de José Herrera Petere, que ilustró Manuel Ángeles Ortiz con hermosas litografías en color, y la biografía de Pablo Iglesias escrita por Julián Zugazagoitia, colaborador y muy cercano a Negrín. La impecable nómina de artistas la recuerdan algún fotomontaje de Renau o las ilustraciones de Miguel Prieto, Arturo Souto, Gabriel García Maroto o Antonio Ballester. También destacan por su valor documental Propaganda y cultura en los frentes de guerra, parte de cuya tirada se destinó a los asistentes al Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura reunido en Valencia en julio de 1937, o los folletos editados por el Quinto Regimiento con el título genérico de “Documentos Históricos”.
En la rúbrica de la propaganda dirigida a la opinión pública internacional encontramos La lucha del pueblo español por su libertad (1937) y Work and War in Spain (1938), dos fotolibros con imágenes de Capa, Namuth, Reisner y Chim editados por la Embajada de España en Londres. De similar alcance, Arthur Koestler con Menschenopfer Unerhört (1937), en las parisinas Éditions du Carrefour, sello controlado por Willi Münzerberger. Mención aparte merece Espionnage en Espagne (1938), panfleto estalinista que contó con un prólogo de José Bergamín que, a juicio de Gonzalo Penalva, le fue solicitado por Negrín y que firmó un “Max Rieger”, tras quien se ocultaba Wenceslao Roces. En la biblioteca menudean folletos y discursos, entre ellos, Les 13 points pour lesquels combat l’Espagne, programa del Gobierno de Negrín, cuyo traductor fue André Malraux.
Bibliotecas en el exilio
Cercana la derrota, los libros y el archivo de Negrín viajaron de Barcelona a Toulouse y a París, aunque los documentos que guardaban más relación con la guerra acabarían en Marsella, custodiados por la Embajada de México en Francia. Negrín salió de España el 6 de marzo de 1939 y se instaló en París. Apenas estuvo un año. El avance alemán le exigió abandonar Francia y en junio de 1940 se embarcó con destino a Inglaterra. Antes de hacerlo depositó su biblioteca en Andrésy, no lejos de París, al amparo de un notario de simpatías republicanas.
Negrín, por tanto, llegó a Londres sin libro alguno, pero muy pronto, para escándalo de Pablo de Azcárate y sorpresa de los agentes franquistas que seguían sus pasos, comenzó una nueva biblioteca. Entre 1940 y 1946 espigó por librerías de Oxford y Londres y logró una excelente colección, ahora de bibliófilo. Esa biblioteca quedó instalada en Dormers, en la localidad de Bovingdon, aunque, en 1946, Negrín se trasladó a Combe Court, una hermosa propiedad de estilo isabelino cercana a Londres. No obstante, por esas fechas, razones políticas y de índole familiar hacían conveniente fijar su residencia en París. Así lo hizo en 1947, aunque los libros se quedaron en Inglaterra.
Muy costosa de mantener, tras la muerte de Negrín, los herederos se vieron obligados a liquidar Combe Court y lo que en ella había. En 1958, la firma Sotheby anunció la venta de cerca de 550 lotes de libros propiedad de un “Spanish Private Collector”, que no era otro que Juan Negrín. Ciertamente, el conjunto era digno de respeto. Incunables como la Compendiosa Historia Hispanica, de Rodericus Zamorensis (Roma, hacia 1470) ; Novae veraque Medicinae (Medina del Campo, 1558), de Gómez Pereira, un libro que Araquistáin le propuso intercambiar sin éxito ; los elegantes volúmenes del Viage de España, de Antonio Ponz, impresos por Ibarra entre 1772 y 1794 ; la edición príncipe del Traité élémentaire de chimie (1789), de Lavoisier ; y matizando la dominante clásica, obras de Rilke y de Freud y la primera traducción inglesa de los poemas de García Lorca, al cuidado de Stephen Spender y J. L. Gili (Londres, 1939). La subasta se celebró en dos sesiones en febrero de 1958. Por esos días, su hijo Rómulo Negrín avanzaba algún resultado a sus hermanos Juan y Miguel : “En el caso de los libros, las ediciones de libros franceses, aún las buenas, han sido las que se han vendido mal, luego vienen las ediciones inglesas y lo que mejor se ha vendido ha sido los libros españoles y los alemanes”.
A finales de 1947, Negrín se instaló de nuevo en París en un amplio piso de la avenida Henri Martin y recuperó la biblioteca que había dejado en Andrésy. Los libros de estos años renuevan el gusto por lecturas variadas y mantienen las diferentes identidades lectoras de Negrín. Desde Slightly out of Focus (1947), el relato fotográfico de Robert Capa, a la literatura de la Guerra Fría, con The God that Failed : A Confession (1949), y libros de Einstein y Wiener que recuerdan su vivo interés por la ciencia. Del trato con los medios culturales dan cuenta dedicatorias como la muy afectuosa de Albert Camus, a quien debió conocer a través de la actriz María Casares. Atento a la política internacional, en abril de 1948 publicó unos artículos en el parisino Herald Tribune en los que defendió que España no debía quedar excluida del Plan Marshall, una opinión que le mereció fuertes críticas del exilio republicano. No obstante, desde México le llegaron envíos amistosos : No (1952), de Max Aub –quien, al igual que Negrín, había sido expulsado del Partido Socialista en 1946–, y Recordación de Cajal, homenaje celebrado en 1952 con ocasión del centenario en el que participaron discípulos suyos como José Puche.
En 1954, quizás para defender mejor su gestión financiera durante la guerra y poner fin a las insidias franquistas y prietistas sobre el oro del Banco de España, recuperó la valiosa documentación relacionada con la Guerra Civil que habían custodiado las autoridades diplomáticas mexicanas. Quedó depositada en el sótano de su domicilio parisino.
Negrín falleció el 12 de noviembre de 1956 en su residencia de París. Atendiendo a su voluntad fue enterrado, con discreción y sobriedad, en el cementerio de Père Lachaise en una fosa cercana al Muro de los Federados, bajo una lápida con sus iniciales, J. N. L. Por aquellos días, una sumaria descripción notarial de los muebles y objetos del domicilio mencionaba, junto a una cámara Leica –con la que le vemos en alguna fotografía de aquellos años–, “quatre bibliothèques ouvertes entièrement garnies de livres” y “soixante quatorze rayonnages contenant des livres brochés et reliés soit en français soit en langue étrangère” (1).
De preservar todo ese patrimonio se ocupó Feliciana López de Dom Pablo, la mujer que había compartido su vida con Negrín desde 1925. Tras la muerte de Feli, a finales de los años 1980, libros y papeles quedaron al cuidado de su nieta Carmen Negrín. En 2001, con la ayuda de Gabriel Jackson, comenzó a ordenar el archivo en el que, además del historiador norteamericano, han investigado Ángel Viñas y Enrique Moradiellos, entre otros. A comienzos de este año, acompañado de Juan Manuel Bonet, pude trabajar en ese sótano, una especie de cámara de las maravillas colmada de baúles y maletas, de baldas atiborradas de revistas, libros y carpetas. Una sobrecogedora escenografía del exilio al tiempo que una isla del tesoro de tinta y papel en la que tuvimos la fortuna de encontrar un prodigio de la edición republicana : España en el corazón, de Pablo Neruda. Al cuidado de Manuel Altolaguirre, el libro se acabó de imprimir en noviembre de 1938 por cuenta del Ejército del Este en las viejas prensas del monasterio de Montserrat. Documentada en muy escasas bibliotecas, esta primera edición española del libro del poeta chileno es una de las joyas de la exposición “La Biblioteca errante. Juan Negrín y los libros”, presentada en el Instituto Cervantes de París en la pasada primavera, que ahora se exhibe en la Fundación Juan Negrín, en Las Palmas de Gran Canaria. La muestra es un vislumbre de las muchas bibliotecas de Negrín, unas bibliotecas que quizá contenían, como destaca Umberto Eco, no solo los libros leídos sino aquellos, tanto o más valiosos, que tenemos pero que no hemos abierto y que están ahí, en las baldas, como un prometedor anuncio de lo que podemos conocer.
NOTAS :
(1) N. de la R. : “Cuatro muebles biblioteca llenos en su totalidad de libros” y “74 estanterías que contienen libros con encuadernación en rústica y cartoné tanto en francés como en lenguas extranjeras”.