Nacida en Valga (Pontevedra) el 26 de agosto de 1868, Carolina Otero fue una de las más célebres cortesanas y artistas del music-hall del París de la Belle époque (1880-1914). Había huido de su aldea natal para escapar de las amenazas que atenazaban en aquel mundo a esta adolescente precoz, hermosa y pobre de solemnidad.
Y llegó a alcanzar más de lo que nunca podría haber soñado. Mujer fatal (la “Sirena del Suicidio”, la llamaban), deshizo corazones y fortunas a millonarios (como Joseph Kennedy), políticos, escritores (Gabriele d’Anunzzio, Aristide Briand, Colette) y monarcas, los reyes de Inglaterra, Serbia, España, el káiser, el zar de Rusia y muchos otros. Toulouse-Lautrec la retrata y el padre de la patria cubana, José Martí, le dedica versos. Sus senos perduran en las cúpulas gemelas del hotel Carlton de Cannes, moldeados a su imagen y semejanza.Violada por un zapatero remendón a los once años, fue expulsada de Valga y hubo de ganarse la vida con sus encantos. Así debutó en Barcelona, fue a París y triunfó en el Folies-Bergère.
La biografía de Carolina nos revela lo que era la sociedad gallega en la segunda parte del siglo XIX ; dominada por la Iglesia y por una pequeña burguesía mediocre y vulgar. Por evitar el escándalo de convivir con la adolescente violada, la autoridad moral recomienda que salga de la escuela, donde hacía más de criada que de alumna, para servir en hogares decentes de aquellos en que los amos tenían derecho de pernada con las criadas. Ella preferirá trabajar en un prostíbulo, y luego huir con un muchacho a Lisboa y después a Barcelona.Su vida es un testimonio de la dominación machista y de la condición femenina en aquel entonces. Es decir, que si analizamos su imagen, tenemos una idea de lo que pudo haber sido la vida cotidiana de una chica pobre en Galicia. Y es también la otra cara de la sociedad burguesa. Una sociedad de la hipocresía, de fachada y de pulcro pensar.
Desde el otro lado del biombo, Carolina nos muestra la faz oculta de los biempensantes, el oscuro objeto del deseo filmado por Luis Buñuel. La Bella encarna los placeres prohibidos de una sociedad en la que priman el fingimiento, el jesuitismo y la beatería. En realidad, los placeres de estos nuevos ricos son sencillos : divertirse, embriagarse y gozar sexualmente. Pero no lo asumen. Por ello, el buen burgués tiene a su amante oculta, suele ponerle un piso –como le hicieron a la adolescente Carolina en Lisboa primero, en Barcelona después ; y yates y palacetes en Francia, o se encierra –a menudo a la sombra de catedrales– en prostíbulos o meublés. Pero Carolina resiste y se supera. En una de sus biografías se relata el encuentro de la bella, ya anciana, con un sacerdote gallego en un tren que recorre la Costa Azul. Al enterarse de que el cura es paisano, Carolina le suplica que le hable en gallego y se deshace en lágrimas al oír de nuevo el idioma de su infancia. “Para nós –escribiría Luis Seoane años después de la muerte de la bailarina–, a Bella Otero foi sempre un dos símbolos da gracia e a beleza de Galicia”.
A los cuarenta y seis años, decide retirarse e instalarse en Niza para dedicarse a sus dos pasiones : ganar y perder en la ruleta... Allí fue donde la conocí, ya nonagenaria. Su fortuna llegó a calcularse en más de 16 millones de dólares de los años 1940, además de un yate, una isla, un collar de perlas negras de 2 kilos que había pertenecido a Eugenia de Montijo, y algunas pequeñeces más. Y lo perdió todo. Se suicidó a los noventa y seis años porque no quería que la llamaran centenaria. Murió en el olvido y casi en la miseria.
Podemos plantearnos la pregunta de por qué sigue interesándonos una figura que no hubiera pasado a la historia siendo solamente bailarina o meretriz, por mucho que destacara en esos terrenos. Diríamos que si hacemos un análisis bajo un prisma social, independientemente de la anécdota, su vida fue reveladora de la mentalidad de una tierra y de una época : prácticamente vivió un siglo, puesto que nació en 1868 y murió en 1965 ; es decir, que casi conoció el Mayo del 68. Por consiguiente, su vida es un testimonio, decíamos, sobre la condición femenina en aquella época.
Otra visión que podemos sacar de la vida de Carolina Otero, en todo su itinerario, es en cierto modo la de otra cara de la sociedad burguesa. Lo que llamamos burguesía data de esa época. Se instala precisamente en la segunda parte del siglo XIX. Ahí, en Francia, con el Segundo Imperio. Después surgen la segunda y la tercera generación de la burguesía. Ya se aprovechan masivamente del enriquecimiento producido por la sociedad industrial, que había comenzado a finales del XVIII : la invención de la máquina de vapor en 1776, Revolución francesa en 1789, etc. Las generaciones que empiezan a saber vivir como “burgueses” aparecen en la segunda parte del siglo XIX, es decir, son contemporáneas de la Bella Otero. Y ella es algo así como la trastienda de la sociedad burguesa. Pensemos en la sociedad victoriana, sociedad de apariencias, del bien pensar y de fachada. Carolina Otero vive entre bastidores y nos muestra esta cara oculta del apogeo de la sociedad burguesa ; representa no sólo este lado oscuro, sino también el carnaval de la burguesía : el placer, la lujuria, el vicio.
Por eso, y en cierta medida, si analizamos la vida de Carolina, observamos que su paso por Barcelona, los varios meses en que vivió en esta ciudad, coinciden con dos aspectos nefastos del periodo burgués : primero, la explotación de la clase obrera, y la publicación de El Capital de Carlos Marx. Carolina Otero nace diez años después, y prácticamente la víspera de la Comuna de París ; es decir, en el momento de mayor efervescencia obrera. Particularmente, en su paso por Barcelona pudo observar y vivir uno de los periodos en los que hubo el mayor número de protestas en toda Europa, sin duda debido al auge industrial y económico que producía, para la clase pudiente catalana, la preparación de la Exposición Universal. Carolina es testigo de esta pujanza burguesa inicial, y de su motor, la explotación obrera. Tanto por su origen como por los personajes con los que se había codeado en Galicia, y los que luego conoció en Barcelona, se identificó con la clase inferior. Luego, ya en París, conocerá la Edad de Oro de la burguesía, con sus lupanares reflejados por Toulouse-Lautrec.
Entra en los medios artísticos de esta época, es casi la reencarnación de uno de los personajes más célebres de la pintura burguesa de la segunda mitad del siglo XIX. Nos referimos, evidentemente, a la Dama de las Camelias de Alejandro Dumas. Esta novela data de 1852, pero cuando ella se instala en París, unos treinta años después, todo el mundo la había leído y a todos apasionaba. Ella es una Dama de las Camelias que ya no se muere de tisis, gracias a su buena salud gallega, que por otra parte le ayuda a vivir casi un siglo. Es también la “Traviata” de Verdi, tanto por sus dramas, por lo que encarna, como por el vano afán que puso en ser cantante de ópera. Llega también en el apogeo de la literatura erótica. Evidentemente, ya un siglo antes, el marqués de Sade había practicado este género literario, pero se trataba de un erotismo casi de combate, de la utilización del sexo desde el punto de vista de la subversión. En la época de la Bella no : se trataba de un erotismo clandestino y vergonzoso, con las grandes novelas anónimas de finales del siglo XIX como las Memorias de una cantante alemana, uno de los relatos más escandalosos de aquel siglo. Y evidentemente, siempre pensamos que aquella historia la pudiera haber escrito la Bella Otero, y ahora comprobamos que escribió algo semejante, si no mejor, tal como podemos comprobar en sus escritos.
Resumiendo, que la Bella fue mujer, criada, bailarina y prostituta. Es decir que, en este sentido, representa el otro mundo, el “reposo del guerrero”. Los militares, los grandes generales de las dos guerras, la del 1870 y la de 1914, la cortejan ; es la distracción del príncipe, el placer del rey y la carcajada del burgués. Recuerden que también el expresionismo de los años 1920 y 1930 quiere que la prostituta sea la revelación de toda la vulgaridad del burgués. Evidentemente, es “El ángel azul”, la adaptación del profesor Unrath que hizo von Sternberg para Marlene Dietricht, en el que figura la célebre Lulú. Y claro está, repetimos, en todos los grabados corrosivos de Grosz. Porque la Bella es lo que se oponía a la Bestia, y la Bestia es el personaje del burgués representado por Grosz. Es, en cierta medida, la transgresión encarnada ; el aspecto clandestino, nocturno y lúdico del burgués, que no se atreve a vivirlo abiertamente.
Ella es todo lo opuesto a las familias burguesas y a la abnegación, y a la idea cristiana de la salvación por el trabajo, que es lo contrario al placer. Por ello será condenada por la Iglesia, por la Familia y por la Sociedad, que ven en ella la personificación diabólica del “ello”, uno de los conceptos más turbios que describirían los psicoanalistas. Situando a Carolina Otero dentro del contexto de la literatura española, se trata de un personaje universal, como la Celestina o la Lozana andaluza. Pero más que en éstas, pienso en Don Juan. Es el Don Juan femenino. Es el mismo mito producido por España, pero éste en carne y hueso y en mujer, lo que, evidentemente, es mucho más dificil de mantener.