Haití : hay que tomar en serio el silencio que siguió a la enorme vibración de un sismo sin igual que sacudió al país hasta la médula e incluso todavía más. Se lo dice por todas partes. Ocurrió “antes del 12 de enero de 2010”. Ocurrirá “después del 12” . Y Laennec Hurbon no duda en titular la portada del periódico Le Monde : “Haití, el año cero”.
Haití, este país que buscamos en vano por los montes y por los valles, o perdidos en el silencio de las bibliotecas y de los ecos de las salas de concierto ; este país que nunca quiso decir sí y no de una manera clara fue siempre acosado y habitado por los demonios del autocratismo. Una indecisión en el corazón de su alma profunda no le permitió tomar las opciones fundamentales que distinguen a las naciones de avanzada, las que marcan el tono sobre las que marcan el paso, las que no dejan de definir su identidad y de perfeccionar el contrato que las mantiene en armonía, las que eligen el derecho, la libertad y el desarrollo…
Cuando se combate la esclavitud, en su negación de la condición humana y de la obsesión del beneficio sobre la base del trabajo gratuito, el movimiento histórico que deriva de ello y concluye en la independencia tendría que ser inevitablemente una afirmación de la libertad de los seres humanos, de su derecho a vivir en libertad e igualdad, en una comunidad de derecho. ¿Cómo es pues que esta visión que constituye una revolución radical en un sistema feroz y brutal se traduce a continuación en una sociedad poscolonial que reproduce el mismo tipo de poder, mixtura de caracteres provenientes a la vez de tradiciones africanas y de cortes europeas ?
Era claro, al menos para nosotros que doscientos años más tarde vemos a ese Estado nacer y desarrollarse, que desde los primeros minutos de la independencia había que proclamar la nulidad de todos los discursos que admitieran una desigualdad de grupos humanos, una desigualdad entre personas sobre bases raciales y contaminadas por el credo de la esclavitud.
Y eso era Haití. Un Estado que para nacer y funcionar tenía que prohibir toda afirmación de desigualdad de ciudadanos que estuviera fundada en un racismo consciente o no. Una posición radical que fue el motor de la guerra de la independencia y sin la cual este Estado no habría podido nacer. Esta exigencia atraviesa los cambiantes episodios de la guerra de independencia, y se impone a todo otro actor. Ella hace de cada haitiano, sea quien fuere, un soldado de la libertad. Ella es el alma del “juramento de los ancestros”.
Tal es el mensaje para presentar, defender y difundir en el mundo entero durante doscientos años. Sobre todo no había que abandonarlo. No había que dejarlo en el desván. No había que dejar desbordar en la calle y en la vida corriente las futilidades de un racismo primario y de exclusiones recíprocas de niños de una misma familia, sin lo cual nos encontraríamos, y nos encontramos, en competiciones miserables y sórdidas y, finalmente, en la locura asesina de un poder sangriento y estéril que duró 29 años y agotó al Estado.
Ahora bien, en esta sociedad mestiza que, por definición, no podía, sin negarse ella misma, ser acosada por el racismo, el veneno estaba bien allí, activo y nocivo, segregando una biología mística y mítica. Aquí no hay excusas y ni siquiera se tolera la discusión. Y se espera, incluso después de la independencia, la expresión de una política pública de lucha contra este veneno, una voluntad y una política públicas para la erradicación de esos prejuicios racistas ; una política que expresaron Anténor Firmin y Jean Price-Mars y que le habría permitido a todo ciudadano ser liberado del menor sentimiento de indignidad.
¿Es una prisión la raza ? Ciertamente, no. Esas son creencias bastardas, difundidas por intereses poderosos que elaboran esa suerte de prisión. Las transmiten hasta el seno de familias supuestamente descolonizadas provocando neurosis, obsesiones, complejos de inferioridad que funcionan como restricciones y pruritos que empujan a crímenes que permanecerán impunes. Hay que reconocer y admitir el lugar de este factor como una primera explicación de nuestro retraso en la organización del país. En un proceso de refundación, habría que inventariar los perjuicios de semejante metástasis e inventar una nueva base para un programa de vida común librada de los efectos patógenos de las elucubraciones de Gobineau, frente a la rutilante diversidad de seres humanos.
La segunda barrera, que ha impedido la constitución de una nación capaz de asegurar la “felicidad” de los ciudadanos y de asegurar para todo el mundo el acceso a las libertades democráticas, es el mutismo de la mayoría de la población en su no acceso a la escritura ; la incapacidad, de hecho, de explicarse y de comunicarse ; la incapacidad de confiar a la escritura los archivos de la nación y los tesoros del saber. Después de doscientos años, el mundo del saber técnico, el universo de las tecnologías en sus lenguajes diversos, la amplificación de la memoria unida a la escritura permanecen cerrados a la mayoría de nuestros niños.
Esto no es solamente la negación del progreso, es, de hecho, la destrucción de un tesoro. El juramento de los ancestros suponía un deber de revolución : la unión de todos y el saber para todos, sin demora y sin habladurías. El acceso de todos los niños al mantenimiento de dos lenguas es a su vez la apertura al saber, es decir, el acceso a la libertad. El hecho de que no exista todavía la posibilidad de una educación nacional abierta a todos los niños sin excepción, un método pedagógico de acceso al manejo de dos lenguas, es literalmente increíble. Lo mismo que las promesas concernientes a las libertades democráticas hayan permanecido como letra muerta. Se podía dar el lujo de fusilar a los que se levantaron para reclamar, como Félix Darfur el 2 de septiembre de 1822, o los tres hermanos Coicou el 15 de marzo de 1908, sin olvidar a Capois-la-Mort, fusilado en Terrier-Rouge en 1806, dos años antes que Vertières. Recién en 1987 una Constitución pudo finalmente reconocer los derechos de los ciudadanos y de las ciudadanas e imponer el respeto de sus libertades.
Del mismo modo, la decisión del ministro Bernard concerniente al rol y al uso de dos lenguas en la enseñanza requirió el mismo espacio de tiempo para ser formulada. Al igual que en la vida pública donde nosotros hemos impedido, de hecho, que las libertades democráticas sean la regla, hemos permanecido sordos al discurso democrático, hemos fallado en el cumplimiento de la obligación de escolarizar a todos nuestros niños, sin excepción y a cualquier precio.
Si Haití desea seguir existiendo, es a condición de impedir y de combatir sin cesar la aparición de categorías raciales, es decir, racistas, en la vida. Y, en segundo lugar, de movilizar todos los esfuerzos para que todos los niños vayan al colegio. Estas son las dos condiciones no negociables de cualquier tipo de refundación de la nación. Es un desafío que debe imponerse a la novena generación posterior a la independencia. Y esto es porque no basta con hablar de reconstrucción, pues ello sería querer repetir los mismos errores, imponernos nuevamente las cadenas de la desigualdad, las tonterías peligrosas del racismo y el mutismo de la ignorancia. Esto tiene que ser claro y esto tiene consecuencias inmediatas en el sistema y en el contenido de la educación, en la realidad de las relaciones entre ciudadanos y en las leyes del Estado nuevo. Es un juramento que se impone ahora.