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La apuesta europea de Emmanuel Macron

jeudi 29 juin 2017   |   Bernard Cassen
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Cada elección nacional en un Estado miembro de la Unión Europea (UE) tiene una dimensión extraterritorial. Dicha dimensión puede tomar implícitamente –o explícitamente, como el brexit de junio de 2016– la forma de un referéndum a favor o en contra de la construcción europea realmente existente.

Queda claro que, a pesar de la igualdad formal entre los Veintiocho (muy pronto veintisiete) asegurada por los tratados, el impacto exterior de un escrutinio difiere mucho según se trate de “pequeños” o de “grandes” países.

No obstante, dentro de esta última categoría existe una jerarquía que contaba, en su cúspide, con lo que se denominaba la “pareja” franco-alemana en una época en que las relaciones entre ambos países eran equilibradas. Ese pasado se ha extinguido, y la nueva relación de fuerzas se traduce simbólicamente en el ritual de la ceremonia de acatamiento a Berlín : unos días después de asumir su cargo, los dirigentes europeos en su mayoría vuelan a la capital alemana para presentar sus respetos a su soberana, la canciller Angela Merkel, y obtener de ella el estatus de interlocutor válido. Humildemente le plantean sus demandas, a las que rara vez responde con un “sí”.

La palma al mejor vasallo sin duda se la lleva el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron. Incluso ha realizado dos veces el peregrinaje a Berlín : la primera, inmenso privilegio que la canciller le otorgó, mientras era apenas un candidato a la presidencia de la República ; la segunda, al día siguiente de su entronización como jefe de Estado. Al mismo tiempo, compuso un Gobierno en el que los puestos clave están ocupados por personalidades favorables a una profundización de la integración europea. Es particularmente el caso de la ministra de Defensa, Sylvie Goulard, expresidenta del lobby Movimiento Europeo, que milita por una Europa federal.

Hay que reconocerle a Emmanuel Macron el mérito de la franqueza : mientras que, en la primera vuelta de la elección presidencial, el 23 de abril, la mayoría de los electores se habían pronunciado por candidatos euroescépticos y aun hostiles a la UE, hizo de la cuestión europea su prioridad política. Volvemos a encontrar esta preocupación en los términos de lo que era el Ministerio de Asuntos Exteriores y devino en el Ministerio de Asuntos Exteriores y Europeos. No se trata de una simple cuestión semántica ; es, con razón, reconocer que las relaciones europeas no son de la misma naturaleza que las relaciones con países externos a la UE.

Emmanuel Macron, con todo, no es ingenuo. Sabe bien que las políticas europeas –austeridad y libre comercio–, impuestas por Alemania y retomadas por la Comisión, no cuentan con ningún apoyo popular ni en Francia ni en otros países. Por eso, con el fin de consolidar su poder, necesita lograr algunos triunfos políticos, en particular la revisión de la directiva sobre los trabajadores desplazados y la mutualización de las deudas soberanas europeas. Pero Angela Merkel le hizo entender que toda concesión por su parte tenía un precio : la adopción de “reformas estructurales”, es decir, entre otras, de medidas de liberalización del mercado laboral y el debilitamiento de la protección social. Ella dirá si el resultado es el esperado.

En otras palabras, el presidente francés depositó su suerte en manos de una canciller alemana que no se conformará con una simple demostración de adulación servil. Una apuesta arriesgada…





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