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VENCIENDO ESTEREOTIPOS

La novela gráfica y el mundo musulmán

dimanche 15 juillet 2012   |   Marc Pastor I Sanz
Lecture .

La caída del Muro de Berlín, en 1989, cerró un periodo histórico en el que el “bloque comunista” encarnaba al enemigo oficial de “Occidente”. Desaparecido el “rojo con el cuchillo entre los dientes”, hubo que retomar viejos antagonismos. El ensayista estadounidense Samuel Huntington publicó entonces su célebre tesis sobre el “choque de civilizaciones” difundiendo la idea de que el mundo musulmán era el nuevo enemigo. Idea que los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York ayudaron a convertir en dogma. Pero, para que toda esa corriente de pensamiento cuajara, hacía falta contar no sólo con el fanatismo de unos sino también con un desconocimiento general de la cultura de los “otros”. En ese sentido, la novela gráfica se ha convertido en una inesperada arma para desbaratar ese miedo que nutre todas las xenofobias

Diversos son los autores de novelas gráficas que han contribuido a vencer las peligrosas generalizaciones sobre el mundo árabe y musulmán. Principalmente podemos distinguir dos enfoques. El primero seguiría la estela de la iraní Marjane Satrapi, caracterizada por relatos de corte autobiográfico que van desde lo íntimo a lo social. El segundo iría tras los pasos de Joe Sacco, con una densidad que varía entre el reportaje periodístico y el simple dietario de viajes. En todo caso, el origen de los distintos autores es de sumo interés porque contribuye a un eventual diálogo de culturas. Los hay que proceden de Oriente pero residen en Occidente, otros han hecho el camino inverso, y finalmente están los que nos hablan directamente desde aquellos países. Todos conocen ambas culturas.

Cuando en 2002 se publicó en España el primer volumen de la versión en castellano de Persépolis (ed. Norma) de Marjane Satrapi, la recepción entre el público habitual de la novela gráfica fue más bien ambigua. De dibujo precario y guión errante, parecía escapar al gusto que poco a poco se iba asentando entre los lectores adultos. Sin embargo, la obra venía avalada por un notable éxito de su edición original francesa que no tardó en repetirse en el ­mercado español. Hoy, con miles de ejemplares vendidos, ediciones integrales y de haber sido traducida al catalán, podemos decir que es una obra fundamental en el desarrollo de la novela gráfica.

Tres fueron las razones de su éxito. Primero, el hecho de que la autora fuese una mujer, con un enfoque autocentrado y por tanto de tendencia feminista. Segundo, el haber sabido conectar con un público nuevo, ni especialmente aficionado al cómic ni excesivamente politizado, que amplió el horizonte que se le suponía a este medio de expresión. Y tercero, quizá sobre todo, su capacidad para acercarnos de primera mano al siempre turbulento Irán. Su relato, especialmente en los dos primeros tomos, de las condiciones de vida bajo el régimen islamista, así como las pequeñas lecciones de historia vista desde su punto de vista, resultaron enormemente enriquecedoras. Más aún, Marjane Satrapi planteaba un relato cuya ética apostaba por el reconocimiento de una izquierda que había sido y sigue siendo brutalmente aplastada. Asimismo, nos hablaba de sus amistades y de su familia, de la desgarradora experiencia de la emigración y del extrañamiento que le produce el devenir de su propio pueblo. Más adelante, en obras como Bordados (edit. Norma), retrataría una faceta más hogareña de su cultura.

La trascendencia, dentro del mundo cultural europeo, que tuvo Persépolis llegó a su paroxismo con una adaptación cinematográfica que certificaba su éxito. Pero antes de eso ya se estaba gestando toda una escuela de autores dispuestos a seguir su estela, y de editores dispuestos a aprovechar el filón. Formalmente, la tendencia es hacia un dibujo realizado en blanco y negro, y regido por una sobriedad que subraya ante todo el realismo del guión. Eso sí, hay que tener en cuenta que el realismo en lenguaje del cómic no significa necesariamente una equiparación con la imagen fotográfica. Más bien al contrario, pues la exploración psicológica de los personajes así como la descripción de los ambientes encaja mejor con una cierta estilización que, en todo caso, evita subrayar en exceso el lado artístico del medio. Antes que nada se busca transmitir una experiencia vital, en vez de usar ésta como excusa para bellas ilustraciones.

En esta línea, debemos citar dos otras obras centradas en Irán. En Nylon Road. La vida en Irán (edit. Norma), Parsua Bashi repasa, desde su exilio en Suiza, cómo era su vida en Persia. A través de distintos episodios y siempre desde una óptica crítica, nos cuenta distintas experiencias que van desde lo familiar a lo social. Aunque es sabido que los detalles son muy importantes para comprender el por qué de las cosas, y estos son expuestos con minuciosidad, todo el conjunto le sirve a la autora como excusa para la reflexión. Más que añorar su país, hecha de menos cómo podría haber sido, y del mismo modo intenta apreciar lo bueno y lo malo de vivir en Zúrich. Así, igual que expone cómo sufrió la represión del régimen teocrático, resulta tajante cuando afirma que, en el fondo del alma, su patria sólo puede ser aquella donde se hable farsi.

Algo más dura resulta El paraíso de Zahra (edit. Norma), novela gráfica que firman, bajo pseudónimo, Amir y Khalil. Narra la peripecia de una madre y su hijo, autor de un blog con el mismo nombre, para saber qué ha sido de su hijo y hermano. Este tomó parte en las protestas contra el fraude electoral de 2009 y fue víctima de la represión. La historia del desaparecido, que nos lleva a los más oscuros lugares de la República Islámica, bien podría haber sucedido en la Argentina de Videla, el Chile de Pinochet o la España de Franco, pues la tiranía parece repetir sus macabros patrones con escalofriante exactitud por encima de todo rasgo cultural. Aunque visceral, la obra ofrece un interesante retrato de las clases dirigentes y populares, de las adeptas al régimen, las resignadas y las resistentes ; además de dejar constancia de los mecanismos y mentalidades que sostienen ahora mismo el régimen iraní.

Desplazándonos hasta el Líbano, encontramos dos interesantes obras de la libanesa afincada en Francia Zeina Abirached : Me acuerdo. Beirut y ­El juego de las golondrinas (edit. Sins Entido). Ambas remiten más directamente a las propuestas de Satrapi, con el recurso a la memoria de la niñez y un tratamiento gráfico y narrativo similar. El escenario común es la guerra civil (1975-1990) que asoló el Líbano, su horror, la angustia de quienes la padecieron y la melancolía por el brillante futuro de su ciudad que quedó cercenado. En todo caso, la autora más que extenderse en una explicación sobre las complejidades de dicho país, de paz siempre delicada, prefiere centrarse en el retrato familiar. Nos encontramos así con una familia del Beirut más moderno, abierto y desacomplejado.

Por otro lado, si nos centramos en los autores americanos y europeos, encontramos varias referencias a tener en cuenta. Como decíamos más arriba, resulta ineludible hablar del poso que dejó una obra seminal como fue Palestina. En la franja de Gaza (edit. Planeta), de Joe Sacco, originario de la isla de Malta. Máxime cuando el mismo autor presentaba, en 2011, su continuación natural Notas al pie de Gaza (edit. Random House). En ella, se asentaba esa personal técnica mediante la cual combina la narración propia de la novela gráfica con los contenidos del reportaje periodístico. Un calificativo bien merecido a tenor de lo elaborado del texto y lo detallado del dibujo. Difícilmente puede uno encontrar obras que nos acerquen más al punto de vista de ese “otro” como las de Joe Sacco. Haciendo suya esa premisa de Carlos Giménez, maestro del tebeo español, según la cual “se debe ser objetivo pero nunca imparcial”, Sacco se desplaza a las zonas ocupadas y desde allí desgrana el conflicto árabe-israelí. Eso sí, en la reciente Notas al pie de Gaza, Sacco busca ir más allá del relato detallado de lo vivido y hace hincapié en una perspectiva histórica y psicológica. Es decir, en cómo los sentimientos del victimizado pueblo palestino terminan por generar una espiral de odio.

Con objetivos tan elevados, una factura gráfica tan exigente y un retrato tan crudo de la realidad, no nos debería extrañar que sus seguidores hayan preferido moverse en terrenos más accesibles. Sea como fuere, varios han sido los autores que se han lanzado a dejar constancia de sus viajes, de entre los que podemos entresacar algunas obras recientes centradas en el mundo árabe y musulmán.

Habría que empezar por un autor de relativo éxito como el canadiense Guy Delisle, quien ha ido perfeccionando su idea del diario de viajes tras su paso por China, Corea del Norte y Birmania. Su última obra, Crónicas de Jerusalén (edit. Astiberri), retrata su estancia de un año en dicha ciudad y alrededores, tiempo más que suficiente para acumular un buen puñado de experiencias. Con todas ellas confecciona un mosaico que cubre someramente tanto la vida cotidiana como las costumbres de los distintos grupos nacionales y religiosos que allí habitan. Pese a su interés por lo anecdótico, su preferencia por el tono ligero y un humor casi gestual, Delisle no evita retratar los aspectos más sórdidos y tristemente habituales del conflicto palestino-israelí : los controles, el derribo de viviendas, la segregación, el “muro de la vergüenza” y hasta los bombardeos sobre Gaza... Sin embargo, en ningún momento se deja vencer por el fatalismo, a lo que le ayuda un estilo de dibujo asequible y hasta casi infantil.

Algo similar –pero notablemente peor ejecutado– encontramos en las dos entregas de la obra del francés Nicholas Wild, Kabul Disco (edit. Ponent Món). Ambas dejan constancia de sendos viajes del autor a Afganistán para participar en el diseño de dos campañas publicitarias, una a favor de la entonces reciente Constitución y otra en contra del cultivo del opio. Aunque se trate de un cómic concebido desde el entretenimiento, no deja de ser significativa la evolución del autor a medida que pasa de relacionarse sólo con expatriados a hacerlo más con afganos. Así, transita de la ingenuidad de quien se esfuerza por seguir el discurso oficial de la “reconstrucción del país” mantenido por las potencias ocupantes, al desencanto y hasta el sarcasmo de quien empieza a entender su verdadera función allí. Sobre todo en el segundo volumen, el contraste entre la miseria del pueblo y el oportunismo de ciertos cooperantes resulta esclarecedor.

Si lo que queremos es acercarnos con más profundidad y sensibilidad a la realidad de un país como Afganistán, mejor haríamos en leer la recientemente recopilada obra de Didier Lefèvre, Emmanuel Guibert y Frédéric Lemercier : El fotógrafo (edit. Sins Entido). Excelente en su acabado, mezcla la narración propia de la novela gráfica con la fotografía de viajes, y su proceso creativo, en un original concepto. En ella se refleja la odisea que supuso para Lefèvre seguir a una misión de Médicos Sin Fronteras por las montañas del Afganistán de 1986, inmerso en la guerra entre soviéticos y los muyahidin. La fecha parece lejana pero sin embargo se diría que pocas cosas han cambiado. En todo caso, logra transmitir la experiencia de haber convivido con el pueblo afgano, con su modo de vida, costumbres, pensamiento, y su relación con la naturaleza árida y escarpada del país.

Para cerrar este breve análisis de algunas de las novelas gráficas que pretenden acercarnos al mundo árabe y musulmán, nada mejor que hacerlo con El coche de Intisar (edit. Glénat). Esta obra de Nacho Casanova y Pedro Riera, centrada en la vida de las mujeres en Yemen, conjuga con acierto elementos propios de las dos escuelas propuestas en este artículo. Es un trabajo de investigación y síntesis realizado merced a una larga estancia en el país. A lo largo de ésta, los autores recogieron numerosos testimonios de mujeres que luego han servido para dar forma a la protagonista. De este modo, la obra se organiza como un relato en primera persona, una especie de diario dramatizado mediante el cual se compone el retrato de una sociedad tremendamente machista. Sin embargo, la historia de Intisar, verdadera heroína feminista, musulmana y trabajadora, resulta tan desmitificado como lleno de esperanza.

En resumidas cuentas, no deja de ser curioso cómo un medio que, debido a sus formas de expresión, tiende a alejarse de la realidad, sea capaz de confrontarnos a ella y ayudar a derribar nuestros prejuicios. Quizá sea por la capacidad de seducción del dibujo, o por el hecho de que, a primera vista, nos parezca inofensivo. El caso es que tras estas lecturas, debería ser honestamente difícil ceder al estereotipo de ese “otro” árabe y musulmán, violento y fanatizado, que suele servir como chivo expiatorio. La impresión que sacará el lector o la lectora es que, salvando las circunstancias, la tiranía es esencialmente equiparable en todas partes ; al igual que la capacidad casi instintiva de las personas de adoptar ideales de emancipación. En última instancia, por cierto, algunas de estas obras dejan constancia de unas semillas que luego hemos visto florecer en la recientes las revueltas de la llamada primavera árabe.





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