La sélection du Monde diplomatique en español

Un dirigente estudiantil interpela

Lo que quiere el movimiento social chileno

samedi 12 novembre 2011   |   Giorgio Jackson
Lecture .

Sigue y se intensifica, en Chile, la protesta social contra el gobierno neoliberal del presidente Sebastián Piñera. El movimiento estudiantil, que comenzó hace cinco meses la alzada, ha recibido el apoyo de organizaciones obreras y populares, el sostén de intelectuales y artistas, el respaldo del movimiento mapuche y de amplios sectores de la sociedad. Por eso la gesta social mantiene toda su vigencia. Además –como lo expone aquí Giorgio Jackson, uno de los principales dirigentes estudiantiles–, el movimiento ha demostrado una gran capacidad organizativa, una constante voluntad de lucha no-violenta –a pesar de la represión y de las amenazas contra su dirigencia– y una inagotable imaginación política para proponer soluciones. A contrapelo de los cálculos y pronósticos de las autoridades del Palacio de La Moneda, las reivindicaciones principales del movimiento estudiantil cuentan ya con 80% de respaldo de la opinión pública en Chile.

Desde hace más de seis meses, todas las reivindicaciones sectoriales del movimiento estudiantil chileno se han ido articulando a través de un eje central : la desigualdad estructural que impera en Chile. O sea la desigualdad organizada de tal modo que se perpetúe, ese ha sido el foco que nos permitió hacer emerger el descontento que estaba latente en amplios sectores de la sociedad y que no se expresaba en forma abierta, debido a un autocomplaciente discurso de las autoridades de Gobierno

Una vez instaladas las demandas sectoriales ancladas en la idea de que éstas son justas porque hay una perpetuación de las desigualdades, el proceso comenzó a profundizarse y fuimos poco a poco entrando –junto a la ciudadanía– en los problemas de fondo. Al inicio, no era llegar y plantear el debate constitucional porque no iba a ser comprendido ; ello requería un proceso de aprendizaje –de la sociedad en general y de nosotros en particular– que es, tal vez, nuestro mayor éxito.

Desde nuestra demanda y discurso inicial de acceso gratuito a la educación, financiamiento y de democratización, hemos llegado a la formulación -a través de este proceso- de una clara demanda ciudadana por los cambios constitucionales. En este caminar han salido a la luz las contradicciones del sistema político chileno, sus limitaciones e incapacidades, así como el potencial que tiene este movimiento y los jóvenes para cambiar todo esto. Ha sido un proceso intenso y no exento de problemas, pero tremendamente esclarecedor.

Esta demanda cayó en terreno fértil. Cuando emergió la “revolución pingüina” (1) había un gobierno de la Concertación (2) que, aunque administraba el mismo modelo, tenía una sintonía y un lenguaje que le permitió neutralizar y administrar ese movimiento y el descontento. Ahora hemos llegado al meollo de las contradicciones porque hay un gobierno (de derechas) que no tiene ni sintonía ni frecuencia para dialogar con esa ciudadanía ; es más, es un gobierno que se muestra orgulloso de lo que piensa y es duro en esa postura ideológica, lo cual es lógico ya que son los creadores intelectuales del actual modelo.

Durante la época de la Concertación era fácil que los gobernantes y autoridades culparan al sistema político, a la obstrucción opositora de derecha que no daba los votos para las reformas y usaba ese argumento para descomprimir la presión social, al tiempo que ocultaba su falta de convicción y coraje para impulsar cambios fuera del marco de la “política de los consensos”. Hoy, el gobierno de derecha de Sebastián Piñera no tiene a quién culpar, porque además acumula todo el poder. Eso permite que la presión social se concentre en un mismo punto : en la desigualdad estructural del sistema. Eso hace que el movimiento popular sea más ambicioso, menos sectorial y más político, desde el punto de vista de que las demandas se hacen transversales.

Las reformas que levanta el movimiento estudiantil suponen, necesariamente, más y mejor democracia. Ya lo vimos el 4 de agosto pasado cuando estábamos planteando una reforma tributaria para obtener los recursos que financien las demandas que postulamos o cuando, entre otras cosas, explorábamos la idea de un plebiscito para que la ciudadanía participe en las decisiones. La respuesta del gobierno fue la represión. Ese día llegamos a la médula de la contradicción del sistema. Esto nos lleva a hacernos cargo de las transformaciones más profundas que necesita Chile. Los jóvenes tenemos que proyectar este movimiento en el mediano y largo plazo y, por tanto, hacernos partícipes de esta construcción de sociedad, lo que nos llevará necesariamente a participar en los distintos procesos políticos que se avecinan. Esto requiere más democracia y participación.

Nuestra demanda por más y mejor democracia ha ido creciendo y es compartida ampliamente, tanto en el movimiento estudiantil como en otros movimientos sociales y la ciudadanía (3). El alto apoyo a las demandas y a la movilización de los estudiantes por la educación pública incluye, muy probablemente, el reclamo por el cambo del sistema electoral y el fin del binominalismo (4). Eso abre un amplio espacio de convergencia democrática. Esta institucionalidad no da el ancho, es una camisa de fuerza, y la ciudadanía cree que la clase política ya no responde a los intereses de la gente, por eso nuestra demanda está calzando con la ciudadanía y hace patente la necesidad de quitarse dicha camisa.

Tenemos la voluntad política de conseguir la fuerza necesaria para estos cambios y para que este movimiento no pase a la historia como uno más. Nuestro sentido estratégico ha puesto en evidencia el desmoronamiento de las actuales alianzas políticas, del Gobierno y de la oposición política. Eso abre el espacio para que entre nuestro proyecto, quizás no para ocupar el mismo espacio, pero sí para reordenarlo.

Si en la década de 1960 la reforma universitaria demoró años, hoy los tiempos son más veloces y hacen que los cambios profundos sean más rápidos, de hecho ya están sucediendo. Se está rompiendo la frontera de lo posible, se está desplazando. Y los sentidos comunes están cambiando. El individualismo –“yo trabajo para darle educación a mis hijos y pago por ello”, como decía mucha gente– ha dado paso a nociones más colectivas, donde se constituye una mayoría social que busca que haya educación de calidad para todos, donde el Estado y “lo público” –que en estos tiempos es de nadie– vuelve a ser de todos. Éste es el principal giro y eso desembocará, necesariamente, en mayor participación política. Esto comenzará a verse reflejado en las demandas que hará la ciudadanía a las autoridades, incluso locales, y a los candidatos al momento que hagan sus “ofertas”. Eso es lo que viene. Porque este punto de inflexión que hemos vivido ha dejado a la democracia más viva que nunca. La gente está participando.

En el propio movimiento estudiantil y en sus instancias de decisión hemos crecido en madurez, y pese a las diferencias y discrepancias, que a veces se hacen notorias, hay diversidad en un proyecto común, donde prima el colectivo por sobre las posturas individuales o de grupo. Esa es una garantía para lo que hemos dicho y hecho, y esperemos que para lo que viene. No se ve cómo esto puede ser detenido. Aunque tomen tiempo, los cambios ya han comenzado. El atrincheramiento del gobierno, en defensa de sus principios ideológicos, sólo genera más descontento y malestar en la ciudadanía, lo que no dejará de manifestarse en los conflictos que vengan, en las coyunturas políticas que se abran, e incluso en los procesos electorales.

Esta movilización, enfrentada a las derechas, es como la lucha de David contra Goliat, y ha generado unidad en la diversidad, ha impuesto el sentido colectivo del movimiento y su independencia. Y eso ya es casi imposible de ser frenado.

(1) Los estudiantes de secundaria realizaron grandes manifestaciones en 2006, bajo el gobierno de Michelle Bachelet, movimiento que se conoció como “la revolución pingüina” por el color oscuro del uniforme y el blanco de la camisa de los estudiantes de institutos públicos.

(2) La Concertación de Partidos por la Democracia (conocida como Concertación) es una coalición de partidos de centro, centro-izquierda y izquierda integrada por los partidos : Demócrata Cristiano (DC), Por la Democracia (PPD), Radical Social Demócrata (PRSD) y Socialista (PS). La Concertación gobernó Chile desde el 11 de marzo de 1990 hasta el 11 de marzo de 2010. Hoy está en la oposición al Gobierno de derecha neoliberal del Presidente Sebastián Piñera.

(3) Léase, Víctor de la Fuente, “Masivas movilizaciones en Chile”, Le Monde diplomatique en español, septiembre 2011.

(4) El binominalismo es un sistema de elecciones destinado a la formación de un sistema bipartidista en torno a sólo dos grandes partidos políticos o coaliciones.





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