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Los náufragos del libre comercio y del atlantismo

Sábado 25 de febrero de 2017   |   Bernard Cassen
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Todos aquellos que no se tomaban en serio a Donald Trump o pensaban que, una vez electo, edulcoraría sus intenciones y sus promesas de campaña se equivocaron. Ciertamente, el nuevo inquilino de la Casa Blanca recuerda más a un payaso charlatán y megalómano que a un jefe de Estado; efectivamente, el Congreso, aun con mayoría republicana, no le dejará las manos libres. Pero la realidad se impone: el multimillonario es, a partir de ahora, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la primera potencia mundial, dotado de poderes ejecutivos no desdeñables. Y en su discurso de investidura, el 20 de enero, no mostró la mínima intención de modificar el rumbo que había definido en sus discursos y en sus tuits anteriores.

Parafraseando al general De Gaulle, quien, al mencionar su viaje en avión de agosto de 1942 al Líbano y a Siria, escribía en sus Memorias de guerra: “Hacia el Oriente complicado volaba yo con ideas sencillas”, se podría decir que Donald Trump sobrevuela los complejos problemas geopolíticos mundiales con eslóganes sencillos, que son otras tantas variantes del “America first” (Estados Unidos primero). Para él, y eso en todos los campos, Estados Unidos debe recibir por lo que da, en el sentido literal de la expresión. Y mala suerte si, como en una empresa, en la que sólo cuentan los intereses de los accionistas, esta lógica implica reestructuraciones o incluso la ruptura de relaciones internacionales hasta ahora consideradas sacrosantas.

El vínculo transatlántico es lo primero que esta nueva política tiene en su punto de mira. Ya no se trata de mantener tal cual la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), creada en 1949. Trump ve esta alianza como algo obsoleto, dado que Rusia –contrariamente a la URSS– no sólo no representa ya una amenaza para Europa, sino que se ha convertido en un socio estratégico indispensable contra los únicos adversarios que importan: el yihadismo islamista y China. Además, la OTAN le cuesta demasiado al contribuyente estadounidense, que es quien financia el 70% de su presupuesto. Si a los europeos les importa realmente, deben pagar su precio mediante un aumento sustantivo de las aportaciones para su funcionamiento. Y aun así, no tienen garantía alguna de la aplicación automática del artículo 5 de la OTAN, el cual prevé un compromiso militar de todos sus miembros en caso de que uno de ellos sea víctima de una agresión.

La Unión Europea (UE) no recibe mejor trato. Para Donald Trump, no es más que un instrumento de Alemania, lo que justifica un brexit llamado a ser imitado por otros Estados, así como, entre otras medidas proteccionistas, un aumento de los aranceles sobre la importación de vehículos alemanes a Estados Unidos.

Ante estas reiteradas embestidas, los dirigentes europeos han quedado noqueados. De un manotazo, el sucesor de Barack Obama acaba de tirar a la basura de la historia los dos principales pilares de sus políticas y las de la UE: por un lado, el libre comercio; por el otro, el atlantismo, es decir, el alineamiento con Washington, que constituía una segunda naturaleza para la mayoría de ellos. Se encuentran en la situación de unos náufragos de una nave que sigue su camino dejándolos atrás, y prisioneros de un Tratado de Lisboa que menciona explícitamente la OTAN y que sacraliza las “libertades fundamentales” de la UE como la libre circulación de capitales, la de bienes y la de servicios; otros tantos referentes ridiculizados por Donald Trump y, además, rechazados por amplios sectores de la opinión pública. Es comprensible el desconcierto que reina en las capitales europeas. Sin hacernos ilusiones, sería deseable que fueran capaces de recuperarse…





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