“Un desafío, un verdadero desafío, una revolución en los hábitos de acción y pensamiento” de los latinoamericanos : en esos términos resumía el excelente diario La República, de Caracas, las decisiones tomadas en Punta del Este. Y, de hecho, basta conversar con latinoamericanos de más de 50 años para medir el carácter innovador y casi escandaloso de la idea integracionista.
Alrededor del año 1930, el argentino o el uruguayo, tan sensibles a las más mínimas informaciones venidas de Londres o París, consideraban a México o Venezuela comarcas tan lejanas y desconocidas como podría ser Mongolia Exterior para un francés de hoy. Y al revés era lo mismo, pero con la diferencia de que las preocupaciones del mexicano o el venezolano se orientaban hacia Nueva York y no hacia París. Cada uno de los Estados desunidos de América Latina había atravesado el siglo XIX dando la espalda a sus vecinos, pero viviendo en estado de simbiosis con una gran potencia extranjera. Por paradójica que fuera, esta posición prolongaba además la tradición hispano-colonial, en virtud de la cual los diversos virreinatos constituían microcosmos cerrados, que sólo se comunicaban entre sí por intermedio de Sevilla o Cádiz. [...]
La conciencia del callejón sin salida en que se encontraba la industria latinoamericana incitó a los expertos a lanzar, ya en 1964, un grito de alarma y a promover [...] la creación de nuevos mecanismos de integración. Golpeado por sus argumentos, el presidente [chileno] Eduardo Frei tomó la iniciativa de enviar, el 6 de enero de 1965, a “cuatro sabios” particularmente cualificados –Raúl Prebisch, J. A. Mayobre, Felipe Herrera y Carlos Sanz de Santa María–, una carta que constituye el punto de partida del proceso que debía culminar en la conferencia de Punta de Este.
Invitados a dar a conocer sus sentimientos, los “cuatro sabios” formularon “propuestas para la creación de un mercado común latinoamericano”. Se pronunciaron a favor de la instauración de un mecanismo automático y gradual de reducciones de las tarifas, en todos los sectores, incluido el de la producción industrial. También promovieron una planificación y una coordinación del desarrollo industrial. [...] En todos los sectores clave –siderurgia, aluminio, industria automotriz, papel, celulosa–, los “sabios” prevén la creación de amplios complejos industriales que produzcan en serie para el conjunto de la zona o, por lo menos, para varios países. […]
La declaración firmada el 14 de abril, tras la reunión en la cumbre, no prevé solamente la realización común de amplias obras de infraestructura. El texto recomienda “prestar especial atención al desarrollo industrial dentro de la integración” y prevé “llevar a la práctica una política industrial conjunta y coordinada”. Pero ¿tendrán los jefes de Estado el valor de imponer, a pesar de todas las presiones, el desmantelamiento de las barreras aduaneras al abrigo de las cuales vegeta una industria sin porvenir ?