Los libros que reflejan en términos concretos y no generales la represión franquista durante la postguerra (1939-1975) llegan con cuentagotas a las librerías. Cierto es que, entre los años 1960 y 1980, algunos autores abordaron ese periodo con sumo talento. Podemos citar, por ejemplo, a mujeres como Juana Doña y Tomasa Cuevas que escribieron impresionantes testimonios vividos directamente. Y hubo –y hay– historiadores como Ricard Vinyes, Julián Casanova, Marta Núñez Díaz-Balart y Francisco Espinosa –por citar a algunos, plenamente reconocidos– que supieron tratar aquella tragedia en su verdadera dimensión.
Es una lástima que un libro reciente como las memorias de Marcos Ana (1) –el poeta que cumplió más de veinte años de cárcel por razones políticas–, de elevada calidad, haya tenido escasa repercusión. Las editoriales con más capacidad de difusión parecen remisas a dar a conocer textos distintos a los que no se puede achacar que violan los principios de lo políticamente correcto. Por eso es importante encontrarse con obras cuyo tema central son esos años de posguerra de los que, en 1986, Josep Fontana, en el prólogo de un excelente libro titulado : España bajo el franquismo (2), decía : “Está claro (...) que las consecuencias retardatarias del franquismo no se ejercieron solamente sobre la economía, sino sobre todos los terrenos de la vida española, incluyendo el de la propia cultura”. Una frase que no hubiera estado nada mal que los dirigentes de los partidos de izquierda (socialista, comunista o postcomunista) hubieran tenido en cuenta para poner en marcha la campaña pedagógica que necesitaba un país que había vivido tres decenios y medio en la oscuridad. Algo que nunca se hizo y cuyas consecuencias están a la vista.
En este caso, el libro del que vamos a hablar es también una autobiografía : la historia de un hombre que tiene ahora 87 años. Se titula Cuandos los pasos se alejan (3) y ha sido publicada por una pequeña editorial : Ediciones La Bahía (de paso dígamos que los libros más interesantes que se están publicando actualmente llevan el sello de pequeñas y combativas editoriales de escasos medios pero con mucha vocación e inteligencia).
El autor del libro que comentamos, Eduardo Rincón, nació en Santander en 1924. A los quince años, conoció, como detenido, las cárceles franquistas. La policía –la siniestra brigada político-social– apareció un día de 1939 en su casa para detener a un hermano suyo republicano, y como éste no se encontraba se llevaron a Eduardo. Fue la primera prisión que conoció. Allí encontró a un muchacho que sólo tenía dos años más que él, se llamaba José Hierro y se convertiría en una especie de hermano mayor suyo, y después en un extraordinario poeta (4).
Antes de seguir adelante hay que decir que Eduardo Rincón es actualmente uno de los compositores más notables de música clásica en nuestro país. Sus obras se dan con frecuencia en España y fuera de ella. En ese caso, en el de la música clásica, se ha hecho justicia a una obra de primer orden, que estuvo durante mucho tiempo bajo llaves en un baúl y fue compuesta en gran parte en la prisión. Por fortuna, hace unos veinte años, la obra musical de Rincón empezó a conocerse. Y Rincón es hoy un compositor apreciado. Sus obras, repetimos, empiezan a intepretarse dentro y fuera de España. Le ha llegado el éxito con un aire de justicia tardía pero que no lo es tanto porque ha servido para dar a conocer su talento singular.
Rincón ha tenido una vida rica en dramáticos episodios. Su militancia en el Partido Comunista de España (PCE) le llevó, entre otras cosas, a desempeñar un importante papel en las huelgas de los mineros de Asturias en 1962, uno de los episodios más importantes del doloroso y heroico renacer del movimiento obrero en España. La detención a los quince años fue solamente un prólogo –estuvo encerrado en otras cinco cárceles en total, la última vez en 1968. Conoció como pocos la persecución, la tortura, el exilio y el desempleo. Pero la experiencia de los terribles años de la dictadura también hicieron nacer en él el orgullo de haber sido un luchador antifranquista. Ahora, Rincón acaba de publicar un libro extraordinario, su autorretrato, que se abre con un iluminador prólogo del poeta Juan Antonio González Fuentes.
Cuando los pasos se alejan es una obra fascinante. Escrita en una prosa precisa y cuidadosamente elaborada, reconstruye la tremenda verdad de una época que abarcó el final de la guerra civil hasta los años preagónicos del franquismo. Crítico de su partido, cuya miseria y grandeza conocíó muy bien, Rincón nos trae el recuerdo de un tiempo que marcó con fuego la vida española para generaciones y generaciones, un régimen que nació de una violencia salvaje y se extinguió manchado de sangre una vez más. Escéptico pero no cínico, Eduardo Rincón sabe dar emoción al recuerdo de sus años de militancia en los que tuvo el privilegio de conocer a hombres y mujeres excepcionales, la inmensa mayoría de cuyos nombres ha borrado el silencio culpable de la Transición.
En el libro hay retratos de gente que nunca pidió nada en compensación de su sacrificio por la libertad y la democracia, gente que, en los años en los que se empezaron a construir las libertades, se mantuvo callada y vivió la amargura de que nadie oficialmente le mostrara ni siquiera una mínima consideración. Me refiero a la responsabilidad que tienen quienes se hicieron amos y señores de la democracia. El propio Rincón fue uno de esos olvidados y es más que posible que fuera su pasión por la música la que le ha permitido no desaparecer en el anonimato como tantos hombres y tantas mujeres de su generación.
Cuando los pasos se alejan es también un libro repleto de pasión y de una medida carga emocional. En algunos momentos es de una singular dureza, como sucede cuando el autor describe la vida carcelaria o cuando rememora los hechos de los que fue testigo, en particular los momentos previos a las ejecuciones. Esas ejecuciones cuya visión no le ahorró la bestialidad franquista cuando era casi un niño. Cuando los pasos se alejan no es una elegía sino un canto de esperanza. Reconstruye el ambiente de unos años terribles que llevaron a nuestro país a la más descarnada y cruel crisis de su existencia. Merece una atención especial y que sea una necesaria referencia para saber que ocurrió en España entre 1939 y 1975.
Hay en él un momento especialmente emotivo y es el recuerdo de uno de los hombres más extraordinarios, víctima de la represión franquista : Manuel de la Escalera, de familia santanderina como Rincón, nacido el 6 de agosto de 1895 en San Luis de Potosí, México, fallecido el 22 de abril de 1994 en Santander, unos meses antes de cumplir los noventa y nueve años. Escalera pasó veintidós años en las cárceles de Franco y dejó una obra literaria de primer orden que no ha interesado, al menos hasta ahora, a ningún editor español. Fue también un soberbio traductor de John Berger, Katherine Mansfield, William Saroyan y Somerset Maugham. La única de sus obras que vio la luz fue publicada por una editorial de prestigio pero del otro lado del Atlántico, la mexicana Era. Se trata de sus memorias de condenado a muerte en la prisión de Alcalá de Henares, un libro estremecedor, titulado : Muerte después de Reyes (5). El único homenaje que se le hizo a ese hombre excepcional fue “post mortem”, se celebró el 9 de junio de 1994 en los locales de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) en Madrid y su convocatoria fue firmada entre otros por Jesús Aguirre, Marcos Ana, Manolo Arroyo, Juan Antonio Bardem, Antonio Buero Vallejo, Rafael Conte, Manolo Gutiérrez Aragón y Lauro Olmo. Todos los firmantes de la convocatoria de aquel homenaje tuvimos la inmensa suerte de haber conocido a un hombre como él, que vivió en el anonimato durante su larga vida y que lo dio todo por el socialismo y por la libertad.
Las palabras que Rincón dedica a Manolo de la Escalera se cuentan entre las más emotivas de Cuando los pasos se alejan. Afortunadamente, Rincón está vivo y al contrario que Escalera ya no es un desconocido. Pero la lectura de su autobiografía tiene también otra dimensión. Es un libro cuyo protagonista es la memoria de unos hechos que han marcado la historia de este país. Una dictadura que duró casi cuarenta años, hay que repetirlo una y otra vez. Hace unos meses un airado y polémico artículo de Gregorio Pérez-Barba, publicado en el diario El País, planteaba, sin citar su origen, el efecto devastador que está teniendo la forma más reciente de la desmemoria, la que se ocupa del descrédito de la política (6).
Todos hemos visto con simpatía un movimiento como el llamado 15-M. Pero en un momento de crisis, que no es solo económica y social sino que atañe también a la ética y al conocimiento de la historia, condenar a quienes hacen la política es una tendencia demasiado fácil. Significa, aunque no se quiera hacerlo deliberadamente, borrar un pasado, o sea, conscientemente o no, destruir un parte vital de nuestra historia. Quienes, no sólo en España sino en toda Europa, lucharon contra el fascismo, el colonialismo o el estalinismo, lo hicieron por razones políticas.
Por desgracia, es fácil criticar a políticos que no han estado a la altura de sus obligaciones pero convertir en bandera el “No a la política” es un inmenso error que, a quienes tenemos memoria, nos hace recordar una parte esencial de la retórica de una extrema derecha que llevó al mundo –y no solo al occidental– a la más devastadora de sus guerras... Aquello de no ser “ni de derechas ni de izquierda”, que se oyó con frecuencia durante el 15-M, es una cantilena que inevitablemente hace recordar la propia de los movimientos fascistas. Es así y no de otra manera. Abolir el pasado –también esto es necesario repetirlo una y otra vez–, es una forma de destruir el presente, de hacerlo añicos y abrir el camino para los disparates de antaño.
Libros como Cuando los pasos se alejan deberían servir para hacer reflexionar. Durante demasiados años hemos vivido en un silencio casi total que arrastró tras de si lo que las nuevas generaciones debían de haber aprendido acerca de la miseria franquista y su utilización incansable del terror.
No ha sido así porque se creyó que hacerlo desencadenaría de nuevo a la fiera acechante. El paso de los años ha demostrado que la abolición de la memoria ha sido un tremendo error porque quienes detestan la idea de libertad han sabido manipular el pasado, taparlo y luego convertirlo en un instrumento de lucha contra la democracia. La democracia, dijo en su día alguien que la supo defender, tiene muchos defectos pero es la única garantía de poder vivir con dignidad, sin miedo a que si suena en casa el timbre al amanecer es el lechero y no la policía política.
(1) Marcos Ana, Decidme cómo es un árbol, Umbriel, Barcelona, 2007.
(2) Editorial Crítica y Departamento de Historia Contemporánea, Universidad de Valencia, 1986.
(3) Eduardo Rincón, Cuando los pasos se alejan (prólogo del poeta Juan Antonio González Fuentes), ediciones de la Bahía, Santander, 2011, 220 páginas, 20 euros.
(4) José Hierro (1922-2002), autor, entre otros libros, de Cuanto sé de mí (1957) y Libro de las alucinaciones (1964).
(5) Manuel de la Escalera Amblard, Muerte después de Reyes, Era, México, 1966.
(6) Gregorio Peces-Barba, “Los indignados y la democracia”, El País, Madrid, 13 de septiembre de 2011.