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Para los medios de comunicación, un hombre a abatir

vendredi 29 mars 2013   |   Steve Rendall
Lecture .

El pequeño cabecilla venezolano Chávez ha muerto”, clamaba la portada del New York Times, mientras que el Times descorchaba el champán frente a “la muerte de un demagogo” (6 de marzo). Durante la noche, el canal NBC había explicado : “La expresión ‘hombre fuerte’ solía preceder a su nombre, y con justas razones” (5 de marzo). A la mañana siguiente, ABC World News vio salir el sol en “el primer día en que el pueblo venezolano dejó de vivir bajo el yugo de su presidente”.

En Francia, de forma excepcional, Bernard-Henry Lévy concentraba el fuego de su crítica en el “antisemitismo enfermizo” del expresidente venezolano (Le Point, 14 de marzo) (1), mientras que el Premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa lo inscribía en la tradición de los caudillos latinoamericanos, “esos payasos horripilantes con las manos manchadas de sangre, inflados de vanidad por el servilismo y la adulación que los rodean” (El País, 10 de marzo).

La noche de la muerte de Chávez, el servicio de informaciones de ABC World News consideró útil destacar que “muchos estadounidenses consideraban [a Chávez] como un dictador”, sin precisar cómo se habían formado esa opinión. Para darse una idea, bastaba con escuchar el elogio fúnebre pronunciado en la radio pública NPR por un veterano del antichavismo, Michael Shifter : “Al fin de cuentas, era realmente un autócrata y un déspota”.

Uno de los principales reproches que se le hacen al jefe de Estado venezolano tiene que ver con la dilapidación de la renta petrolera en gastos fútiles para la educación, la salud o los programas alimentarios, cuando todo ese dinero habría estado mejor invertido en el sector privado. Como observaba la agencia Associated Press en un comunicado digno de una farsa, las ventajas de los programas sociales venezolanos “eran magras en comparación con los espectaculares proyectos inmobiliarios que los magnates del petróleo hicieron surgir en las relumbrantes ciudades de Oriente Próximo, como las torres más altas del mundo en Dubái o los planes de construir una réplica de los museos del Louvre y el Guggenheim en Abu Dabi” (5 de marzo) ¿Para qué molestarse en alimentar a la gente cuando se pueden construir rascacielos ?

En su editorial, el Wall Street Journal reunía todas las piezas de artillería retórica utilizadas por sus colegas : Chávez no sólo fue un “petrodictador clásico” y un “demagogo carismático”, también desarrolló una “combinación entre bufonería y cleptomanía” que, gracias a sus sucesores, va a “perdurar más allá de su muerte”. El diario del sector de los negocios no hace mención a los logros del gobierno venezolano en materia de reducción de la pobreza, puesto que contradicen el único diagnóstico que puede recibir la prensa estadounidense : “Pese al populismo y a los subsidios gubernamentales, la vida en Venezuela –sobre todo para los pobres– no ha hecho sino empeorar” (6 de marzo).

Unos meses antes, en France 2, David Pujadas había indicado que “el 80% de la población [venezolana] sigue viviendo por debajo del umbral de pobreza” (3 de octubre de 2012) ; un error lo suficientemente embarazoso como para que el canal público se decidiera a presentar una rectificación una semana después. El diario español El País no tuvo la misma elegancia después de haber afirmado que las desigualdades no se habían “reducido” durante la presidencia de Chávez (5 de octubre de 2012). Según la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, la tasa de pobreza era inferior al 30% en 2010 (últimas cifras disponibles). Se había vuelto el país con menos desigualdad de la región durante los últimos catorce años.

Para The New York Times, Chávez lega a sus compatriotas una “nación amargamente dividida”, lo cual no es sorprendente, ya que el jefe de Estado venezolano –insiste el diario– no ha cesado de “profundizar las divisiones de la sociedad” (5 de marzo). En el léxico del periodismo autorizado, la palabra “división” remite exclusivamente a las tentativas de redistribución de las riquezas, no a la guerra de clases llevada a cabo por los poderes económicos.

Chávez nunca fue santo de la devoción de los medios de comunicación estadounidenses. Unos días después de su primera victoria electoral, en 1998, el especialista en América Latina del New York Times, Larry Rohter, ya se alarmaba : “Con su victoria en la elección presidencial venezolana el 6 de diciembre, Hugo Chávez está resucitando un espectro del que las elites dirigentes de América Latina ya creían haberse desembarazado : el del demagogo populista y autoritario llamado ‘caudillo’” (20 de diciembre de 1998).

Independientemente de la estrafalaria fantasía según la cual las “elites dirigentes” de Sudamérica serían hostiles a la autocracia, los medios de comunicación anglosajones siempre consideraron a Chávez como un payaso solo capaz de armar escándalos, arruinar la economía, falsear las elecciones y violar los derechos humanos. Para ellos, es una evidencia asimilarlo a un tirano “profundamente antidemocrático” (Daily Beast, 7 de marzo de 2013). El semanario británico The Economist puede entonces, por un lado, alarmarse de una “desviación dictatorial” en Venezuela (23 de septiembre de 2010), aunque Chávez siempre haya derrotado a sus oponentes legalmente, tras un proceso electoral descrito por el expresidente estadounidense James Carter como “el mejor del mundo”. Y, por el otro, celebrar la llegada al poder en Italia de Mario Monti, concediendo al mismo tiempo que “dirige un Gobierno ‘tecnocrático’ donde ninguno de sus miembros había sido elegido” (21 de enero de 2012).

Como todo Gobierno, el de Venezuela es criticable en muchos aspectos. El colectivo de observación de medios de comunicación Fairness & Accuracy in Reporting (FAIR) se preocupó en varias oportunidades por los intentos de censura en el país, si bien este conserva una prensa de oposición perfectamente robusta. El caso de la magistrada María Lourdes Afiuni, encarcelada por haber liberado a un detenido privado de juicio desde hacía tres años, indica que el Estado de derecho venezolano no está exento de las tentaciones autoritarias.

Es saludable, pues, pedir que rinda cuentas. El problema es que los medios de comunicación occidentales juzgan a Venezuela según un criterio que se niegan a aplicar a otros países. En 2009, un estudio de FAIR dedicado a la cuestión de los derechos humanos en los editoriales de la prensa estadounidense mostró hasta qué punto la visión sistemáticamente negativa que se dio de la revolución bolivariana contrastaba con la indulgencia mostrada al mismo tiempo hacia el régimen colombiano. (2) Si bien la Venezuela de Hugo Chávez podía dejar algo que desear, al menos los periodistas, los sindicalistas y los militantes asociativos no vivían bajo la amenaza de terminar siendo secuestrados, asesinados o torturados, como ocurría habitualmente en Colombia. Pero Bogotá es un aliado de Washington, y la alineación de la prensa de Estados Unidos con la agenda de la Casa Blanca no favorece un tratamiento equilibrado de la actualidad extranjera.

En el semanario progresista The Nation, el historiador Greg Grandin recuerda que Venezuela cuenta con once prisioneros políticos, entre los cuales figuran varios responsables del golpe de Estado fallido de 2002 (3). Once siguen siendo demasiados. Sin embargo, no se puede negar que la represión política y el uso de la fuerza pública han resurgido considerablemente bajo la presidencia de Chávez. Según un informe publicado en 2005 por la revista Latin American Perspectives, “en Venezuela, cada vez se reconoce más el derecho a manifestar su desacuerdo, hasta el punto que está institucionalizado” (4).

Uno de los principales objetivos de los propagandistas occidentales es hacer creer en un desastre económico. Una tarea que no siempre es fácil, en la medida en que Venezuela –si nos basamos en los indicadores utilizados por los propios periodistas– se las está arreglando bastante dignamente.

No hay duda de que su economía padece una inflación muy alta (del 20,1% en 2012), una falta de infraestructuras y una dependencia excesiva de una industria petrolera subexplotada. No obstante, desde la huelga antichavista convocada en 2003 por la patronal del petróleo, el país conoció una tasa de crecimiento anual promedio del 4,3%, una caída de la tasa de pobreza de casi el 50% y la tasa de pobreza extrema registró incluso una caída aún más espectacular, del 70%.

En 2012, la tasa de crecimiento alcanzaba el 5,8% con una tasa de desempleo del 6,4% –es decir, inferior a la mitad de lo que era antes de la llegada de Chávez al poder–, que la eurozona podría envidiarle. Todos esos resultados se obtuvieron gracias a importantes inversiones en la educación, la salud y la lucha contra la desnutrición. La tasa de mortalidad infantil se redujo un 30% desde la llegada de Chávez al poder, y en 2005, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) clasificó a Venezuela entre los “territorios libres de analfabetismo”. Pero eso no basta para disuadir al Washington Post de criticar duramente “la situación económica crítica provocada por Chávez” ni de acusar a la revolución bolivariana de haber “llevado a la ruina a un país que antes era próspero” (5 de enero de 2013)

En diciembre último, The New York Times publicaba un artículo sobre las preocupaciones de la vida cotidiana en Venezuela. En su nota, el autor explicaba que Chávez había sumado a su causa a “una mayoría significativa de la población gracias a su excepcional personalidad, su uso irrestricto de los recursos públicos y su capacidad de convencer a los venezolanos de que la revolución socialista mejoraría sus vidas” (13 de diciembre de 2012). Como si un pueblo cuyas condiciones de vida mejoran efectivamente necesitara que se lo llevara de la punta de las narices a constatar ese simple hecho.

Un mes más tarde, era el turno del sitio web de ABC News de pintar un cuadro apocalíptico de Venezuela. Firmado por Stephen Keppek, jefe del servicio económico del canal hispanohablante Univisión, la acusación se titulaba : “Las cinco maneras en que Chávez ha destruido la economía venezolana” (17 de enero de 2013).

¿Por qué tanto encarnizamiento en mostrar la democracia bolivariana como una desoladora dictadura ? ¿Por adhesión al modelo democrático occidental ? De ser así, los diarios estadounidenses, empezando por The New York Times, no habrían celebrado con fervor el golpe de Estado de 2002 (léase el artículo de Maurice Lemoine en la p. 24) y se preocuparían más por la corrupción que ensucia el sistema electoral de su propio país. ¿Es por preocupación por los derechos humanos ? Siguiendo esa hipótesis, los periodistas habrían debido dedicar buena parte de los catorce años de presidencia de Chávez a denunciar otros regímenes mucho más condenables que el de Venezuela, inclusive entre los aliados de Estados Unidos.

NOTAS :

(1) El País reprodujo el artículo en castellano en su edición del 22 de marzo de 2013 : “Dos o tres cosas que sé del chavismo”.

(2) “FAIR Study : Human Rights Coverage Serving Washington’s Needs”, Extra !, Nueva York, febrero de 2009.

(3) “On the legacy of Hugo Chávez”, The Nation, Nueva York, 5 de marzo de 2013.

(4) “Popular protest in Venezuela : novelties and continuities”, Latin American Perspectives, vol. 32, nº 2, Thousand Oakes (Estados Unidos), marzo de 2005.





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