El vertiginoso scooter surca los sembradíos de la Beauce ; en medio del campo y entre los vientos, se distingue una torre sutil, rosada, rasguño en el cielo. Y pronto un cartel : “Combray de Marcel Proust”. Olvido mi humilde Vespa delante de una pastelería donde venden las “auténticas magdalenas para recuperar el tiempo perdido”. Desde el interior de un bar podré vigilarla ; hojeo el periódico local y doy con una historieta gráfica dedicada a Prisciliano. Firma un tal Pierre Yves Proust. Llamo a la redacción del periódico. A Proust le sorprende mi llamada. No se trata de una broma, le digo, demostrándole un conocimiento del hereje mucho mayor del que tiene el común de la gente, gracias a las lecturas de Unamuno y de su TBO. No le gusta nada de nada que le llame hereje.
- Es hereje, me replica, según sus enemigos. Fue el primer eclesiástico ejecutado por el brazo secular, vivió en el siglo IV, fue obispo de Ávila y lo decapitaron en Tréveris, la ciudad donde nació Karl Marx. ¿Qué más le puedo decir ?
- En un libro de Alphonse Dupront leí que fue un precursor de los albigenses.
- Bueno, sí ; se puede considerar que se adelantó a los cátaros, a Savonarola y a Lutero, pero en realidad poco se sabe de su vida.
También se sabe poco de Santiago. Sólo que era hijo de Zebedeo, hermano de Juan y uno de los discípulos de Jesús. Apenas se encuentran referencias suyas en los relatos evangélicos ; sólo una, y esencial : fue decapitado en torno a los años 42-43 por orden de Herodes Agrippa, rey de Jerusalén. Los textos más antiguos sólo permiten conjeturas y nada dicen de su vida. Lo más llamativo es la ausencia total de referencias en obras de autores eclesiásticos hispanos primitivos, que no mencionan la predicación de Santiago en España a pesar de que debería ser de la máxima relevancia. Tinieblas también sobre su enterramiento. Sin embargo, a partir del siglo VIII, comenzó a peregrinarse desde todo Occidente hasta Galicia para venerar los “restos del apóstol Santiago”, también llamado Hijo del Trueno, Patrón de España y símbolo de los cristianos contra los musulmanes. De aquel movimiento de masas que dura hasta nuestros días, nació una de las mayores industrias turísticas. ¿Quién se atreve a remover los cimientos que sostienen ese entramado económico y a veces espiritual ?
La incombustible Vespa arremete contra montañas de tiza y manadas de corderos. Poca gente, pocas casas, ningún pueblo que merezca una parada. Pretendo llegar a la catedral de Angély, donde se adora una de las cabezas de Juan Bautista (otra está en Amiens). Me imantan sus ojos desorbitados por la danza del vientre que le asestó Salomé. Ahora que lo pienso, el caso de las dos cabezas del Bautista, se repite, mejorado, con los restos de Santiago. En el siglo XI se veneraban en Jerusalén, cuando el conocimiento de los de Compostela ya debería de estar generalizado. Y en 1165, Juan de Würzburg, peregrino alemán, encuentra en Jerusalén la cabeza del apóstol en el oratorio de los armenios.
De todos esos restos esparcidos, el más molesto era el cuerpo custodiado en Toulouse. Hacia 1460, el arzobispo Bernard du Rosier, buscando documentos sobre su catedral de Toulouse, encuentra uno probatorio de que ésta había sido fundada por Carlomagno y situaba el cuerpo de Santiago en ella. Más de un peregrino mostró su extrañeza por la doble presencia apostólica a un extremo y otro de la ruta.
En cambio, a los peregrinos que en la Baja Edad Media llegaban a Compostela no se les permitía visitar el cuerpo del apóstol, de modo que, habiendo dudas respecto a que el verdadero estuviese en Toulouse, algunos visitantes manifestaron su desconfianza, en especial Andrew Boorde, futuro obispo anglicano que llegó a Santiago en 1530. También Arnold von Harff intentó ver la reliquia ofreciendo propinas y “me contestaron que a aquél que no está convencido de que el santo cuerpo del apóstol Santiago se encuentra en el altar mayor y que desconfía de ello [...] si después se le enseña el cuerpo al instante se vuelve loco”.
De Prisciliano sí que hay testimonios. El abogado del siglo IV, Sulpicio Severo habla de él, de su aspecto, de su martirio en Tréveris, e informa de que sus acólitos llevaron su cuerpo “a un lugar de Hispania”.
Mientras tanto, este alienado del scooter llega a Jaca. Se dice que este nombre, Iak (Jacques, Santiago en francés), procede de los Compagnons Constructeurs Enfants de Maître Jacques, y que éste Maître Jacques fue un arquitecto celta que participó en la construcción del Templo de Jerusalén. No tiene nada que ver con Santiago, pero la Iglesia Católica se valió de la homonimia para crear la leyenda del matamoros. Fui directamente a Correos, donde me esperaba una misiva de Higinio, obispo de Córdoba, enviada a Hydacio, metropolitano de Emérita Augusta, sobre los discípulos de Prisciliano. Mi reverendo hermano Xosé la pasó al gallego y yo la resumo en castellano :
“Desde los años de gracia 370, se halla predicando en nuestras tierras una pareja de aquitanos llamados Elpidio él y ella Eucrocia. Su propósito consiste en depurar el cristianismo, cuyo declive comenzó, según ellos, en tiempos de los apóstoles para llegar a la degeneración con nosotros, los herederos de Pedro”.
Esta pareja afirma que el Antiguo Testamento no es divino, por lo cual debe ser rechazado, y son sus armas los Cuatro Evangelios, que llevan constantemente en la mano y saben de memoria, por lo cual resultan tan temibles. Los interpretan de un modo contrario a las reglas de la Iglesia e introducen subrepticiamente una multitud de textos apócrifos en sus sermones, causando impresión en quienes ignoran las auténticas Escrituras. Defienden actitudes muy estrictas en cuanto a la guerra, que consideran siempre inmoral y nunca bella, justa o buena. Por eso aborrecen la máxima “ojo por ojo y diente por diente” de Moisés, y en particular detestan al hombre salvado de las aguas, porque creó al rico y al pobre robando plata y oro a los egipcios cuando el éxodo de los judíos. Ellos y sus discípulos siguen al apóstata Juliano cuando expresa : “que nuestros sacerdotes prueben su amor al prójimo poniendo gustosamente a disposición de los indigentes lo poco que poseen”. Por esto abandonan riquezas y hogares, andan descalzos y se jactan de su tipo de alimentación, absteniéndose de todo lo que ha sido animado y bebiendo sólo agua. Los miembros de esta secta venden sus posesiones y haciendas a fin de engrosar el fondo común. Todos los días acuden a la iglesia, parten el pan en las casas y toman el alimento con gran alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios en medio del general fervor del pueblo. Revelan que entonces la muchedumbre de los que creen tiene un solo corazón y una sola alma, y ninguno tiene cosa alguna propia, sino que lo tienen todo en común. Así no hay entre ellos indigentes, pues cuantos han sido dueños de casas o haciendas las han vendido y llevado el precio de lo vendido a los pies de sus apóstoles ; y a cada uno lo reparten éstos según su necesidad. Es decir, toman en serio lo que Jesu Christo predica al joven rico : Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo ; ven y sigúeme.
Ascética en sumo grado es igualmente su moral, que les prohibe, incluso estando casados, el uso de la carne, además de imponerles una gran austeridad en las demás circunstancias de la vida. En general, condenan la intemperancia y la vanidad del clero, su apego a los bienes de este mundo y el descuido y abandono con que miran los intereses del alma. Ellos pretenden preservar sus almas de todo lo que se relaciona con la materia y lo ilusorio, que tiende a la disolución del espíritu ; aborrecen la mentira, luchan contra el sueño, el olvido y la molicie del cuerpo ; en todo esto se parecen más a los cínicos que a los cristianos.
Niegan la existencia del infierno : el único infierno es el que padecemos en la tierra, sentencian. No soportan la vida de los ricos y desprecian los bienes, que sólo se alcanzan, afirman, con la ayuda de nuestra Santa Iglesia. Dan a Dios lo que es de Dios ; sin embargo, se niegan a dar al César lo que le pertenece. Es más, incitan a los siervos a desobedecer a sus amos, abogan por la supresión de la esclavitud y atacan toda clase de poderes, afirmando que quien respeta y glorifica a un príncipe, rinde culto a Satanás.
Convencen a los catecúmenos de que en los templos viven sacerdotes demoníacos instalados por influencia o fuerza. El templo material no es bueno, añaden, porque en él no se puede orar. Se oponen a la construcción de iglesias y de monasterios que se agregan posesiones, tierras y bienes terrenales, de modo que pronto todo será de la Iglesia. Tratan a los anacoretas de raposos tragones borrachos y viciosos en sus escondrijos. El auténtico cristiano debe, según ellos, practicar la prolijidad de las masas y compartir privaciones y miseria con los humildes. Celebran la misa sobre una piedra en los campos o en los mercados. En la lejana Gallaecia, en la dulce Aquitania, en la montañosa Ávila, los bosques son templos y las piedras altares, viéndose abandonadas las capillas, sus ruinas esparcidas por los suelos y la barca de la Iglesia expuesta a un naufragio total”.
En el año 382, Teodosio publicó una ley que condenaba a los priscilianistas al suplicio y la muerte, confiscaba sus bienes en beneficio del Estado y encargaba al prefecto pretoriano la creación de inquisidores y delatores para descubrirlos y perseguirlos. Poco tiempo después, los prelados de Hispania exigieron el suplicio de los priscilianistas con tan ardiente caridad que Máximo no pudo negarse, y pidió que también se castigase a San Martín de Tours, quien osó pedir que la pena de muerte fuera conmutada por el exilio.
Según se lee en el Cronicón de San Próspero de Aquitania : “En el año del Señor 385, en Tréveris, fue decapitado Prisciliano, juntamente con Eucrocia, mujer del poeta Elpidio, con Latroniano y otros cómplices de su herejía”. Después del juicio de Tréveris, Máximo envía dos comisarios a Hispania para depurar las sedes episcopales de todo rastro de priscilianismo, iniciándose una cadena de ajusticiamientos y deportaciones que acabaron por despertar las iras de sectores de la Iglesia oficial.
En el año 388, Máximo es derrotado y decapitado por Teodosio ; la situación da un vuelco. Ese año, según Sulpicio Severo, varios discípulos viajan hasta Tréveris con el permiso de Roma para exhumar los restos de su mártir y llevarlos a Gallaecia. ¿Adónde si no ? Cuatro de los cinco obispos galaicos eran priscilianistas y en Iria Flavia existía un compost stelle, un pudridero donde enterraban a los sacerdotes druidas. Sostenido mayoritariamente por los humildes, y particularmente por el campesinado, el priscilianismo seguiría secretamente palpitando hasta bien avanzado el siglo VI, sobre todo en el norte de Hispania.
El problema clave consiste en explicar cómo llegó el cuerpo de Santiago a Galicia después de que hubiera muerto en Jerusalén casi ocho siglos antes y aclarar cómo se encontró tantos siglos después. La leyenda de la translatio por mar desde Tierra Santa a Iria fue fácil de justificar : en una barca de piedra, como en muchas leyendas celtas, y como llegó a Irlanda San Patrick. Aún faltaba la cola por desollar : que aparecieran los restos. Un cuento de meigas : en un lugar sombrío de Galicia, el ermitaño Pelayo observa “luminarias” y oye cánticos que parecen señalar la existencia de algo sobrenatural. Informa a Teodomiro, obispo de Iria, que acude y se oculta entre la maleza : una revelación divina le asegura que es el sepulcro de Santiago, por lo que no es preciso hacer más averiguaciones. Luego, el llamado Hijo del Trueno se aparecerá en Clavijo, en 844, luchando contra los moros.
Al final la jerarquía envía al rumano Martín de Dumio, obispo de Braga, que escribe De correctione rusticorum (‘rústico’ no significa bárbaro, sino campesino), en el que insta a obispos y clero a evangelizar y purificar la religiosidad campesina. El tratado expone las supersticiones principales del pueblo suevo y su origen : condena la idolatría, la adivinación, los augurios y la brujería ; también insta a que los días de la semana dejen de dedicarse a los dioses romanos –día de Marte, de Mercurio, de Júpiter, de Venus y de Saturno– y pasen a llamarse por la nomenclatura litúrgica cristiana (esta costumbre se mantiene en lengua portuguesa donde los días de la semana se nombran con el término litúrgico de feria).
Todo esto lo fui descubriendo en las etapas del viaje : Jaca, Zaragoza y Sigüenza, donde me esperaba mi hijo Manu con su flamante Yamaha 500. Juntos seguimos en carrera desigual hasta Finisterre. Presenciamos una puesta de sol con rayo verde incluído. Al cabo, bajamos por el camino que lleva a Corcubión y vimos que un grupo de italianos subía en un autobús de Castromil llamado, no se lo van a creer : ¡Prisciliano !
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