Desde los años 1950 hasta hoy la producción de carne, a nivel mundial, se ha multiplicado por cinco. La producción de cerdo seguida por la de pollo y la de ternera son las que han registrado los mayores aumentos (1). Entre 1964-66 y 1997-99, el consumo de carne en los países del Sur se ha multiplicado por dos ; se ha pasado de consumir 10,2 kg anuales por persona a 25,5 kg, y se espera un incremento de hasta 37 kg para el 2030. Este crecimiento ha sido desigual, con un aumento muy importante de la demanda en países como Brasil y China, mientras que en el África subsahariana las cifras han permanecido estancadas. En los países del Norte se prevé que el consumo de carne por persona al año pase de 88 kg en 1997-99 a 100 kg en 2030 (2).
La industria ganadera se ha convertido en un elemento central del crecimiento de la agricultura en todo el mundo, apostando por un modelo de ganadería industrial e intensiva que ha recibido el nombre de “revolución ganadera” (3). Este sistema ha significado un incremento exponencial de la producción y el consumo de carne y derivados, siguiendo el mismo patrón productivista que la “revolución verde” (uso intensivo del suelo, insumos químicos, “mejora” genética, etc.), a la vez que ha modificado de raíz nuestra dieta alimentaria. Un modelo que ha promovido la concentración empresarial, dejando en manos de un puñado de multinacionales del agrobusiness la capacidad de decidir sobre qué carne y derivados consumimos, cuantos, y cómo se elaboran.
La “revolución verde” prometió acabar con el hambre en el mundo y no lo consiguió. Al contrario, las cifras de hambrientos no han parado de aumentar superando los mil millones según indica la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) (4). El alza en la producción de carne tampoco ha significado una mejora en la dieta alimentaria. Al contrario, el aumento del consumo de carne ha generado mayores problemas de salud y su lógica productivista ha tenido un impacto muy negativo en el medio ambiente, el campesinado, los derechos animales, y las condiciones laborales. Aumentar la producción no implica un mayor acceso a aquello que se produce, como bien ha demostrado el fracaso de la “revolución verde” y la revolución ganadera (5).
Hoy la ganadería representa el 40% del valor bruto de la producción agropecuaria mundial, superando el 50% en los países del Norte, y es la principal utilidad de las tierras agrícolas, ya sea por vía directa mediante el pastoreo o por vía indirecta por el consumo de piensos y forraje (6). Ambos usos resultado, muy a menudo, de la deforestación de bosques vírgenes y selvas tropicales con la consiguiente degradación del suelo y de los recursos hídricos.
Miles de campesinos, debido a estas prácticas, han sido expulsados de sus tierras, ahora destinadas a monocultivos de cereales para la alimentación animal. La ganadería campesina, diversificada, local y familiar está siendo sustituida por un modelo intensivo, monoganadero, corporativo y exportador, frente al cual los primeros no pueden competir.
Otro de sus impactos reside en la generación de cambio climático. Se calcula que la ganadería industrial produce un 18% de los gases de efecto invernadero, superando al sector del transporte. En concreto, es responsable del 9% de las emisiones de CO2, debido al uso intensivo de la tierra y la deforestación ; del 65% del oxido nitroso, la mayor parte procedente del estiércol ; del 37% de las emisiones de metano (mucho más perjudicial que el CO2), originado por el sistema digestivo de los rumiantes ; y del 64% del amoniaco, que contribuye significativamente a la lluvia ácida (7).
A pesar de que la revolución ganadera dijo “mejorar” las razas de ganado, eso sí, respondiendo a los intereses del mercado y promocionando aquellas más productivas, resistentes a enfermedades, de fácil adaptación al medio, etc. Esto no significó un enriquecimiento de nuestra alimentación. De hecho, la variedad de razas animales, así como de especies vegetales, se ha reducido drásticamente en los últimos años. Se calcula que un 30% de las razas de animales domésticos está en peligro de extinción, lo que significa la desaparición de tres razas domésticas cada dos semanas (8). Nuestra alimentación cada día depende de menos variedades animales y vegetales, lo que implica una mayor inseguridad alimentaria.
El uso intensivo y la contaminación del agua es otra de las consecuencias derivadas de la revolución ganadera. Actualmente, la agricultura y la ganadería consumen entre un 70% y un 80% del total de agua dulce disponible, según datos del II Foro Mundial del Agua (La Haya, 2000). Producir un kilo de proteína animal en la industria ganadera requiere 40 veces más agua que la producción de un kilo de proteína de cereales o 200 veces más que un kilo de patatas (9). Como bien señala el filósofo y ecologista Jorge Reichmann : “En un mundo finito donde la escasez de agua dulce se ha convertido en un factor limitante esencial, ¿da igual consumo uno que consumo 40 ?” (10). No es lo mismo plantar espinacas que pienso para las vacas. La misma cantidad de tierra producirá 26 veces más proteínas para consumo humano si cultivamos espinacas en vez de pienso para forraje (11).
Asimismo, los desechos animales, los antibióticos, las hormonas, los productos químicos, los fertilizantes, los pesticidas son los principales agentes contaminantes. La ganadería industrial, por ejemplo, es la principal responsable de las emisiones de amoníaco que contaminan y acidifican aguas y suelos. Y el sobre-pastoreo impide la renovación de los recursos hídricos tanto de la superficie como subterráneos.
Se trata de impactos que afectan de pleno a las comunidades. “Los gases que emite una granja porcina a escala industrial son muy tóxicos. Hay muchos gases volátiles mezclados con polvo, bacterias, antibióticos, que forman una mezcla muy compleja de más de 300 ó 400 sustancias a las que están expuestos vecinos, familias y niños” afirma David Wallinga, del Institute for Agriculture and Trade Policy, en el documental Pig Business (2009) de Tracy Worcester, con el consiguiente aumento de enfermedades de distinta índole entre quienes habitan cerca de estas instalaciones.
Nuestra salud es otra de las grandes perjudicadas por este modelo ganadero. Somos lo que comemos y está claro que si consumimos carne producida con altas dosis de hormonas, antibióticos, piensos transgénicos, etc. esto tiene un coste para nuestro organismo. Las dietas excesivamente carnívoras generan problemas cardíacos, de hipertensión, cáncer, obesidad, diabetes. Aunque éste es solo un elemento más de un sistema agrícola y alimentario que nos enferma como ha analizado Marie Monique Robin en su documental Notre poison quotidien (2010) o como demostró Morgan Spurlock sometiéndose durante treinta días a una dieta a base de “comida basura” en McDonald’s y que documentó en su film Super Size Me (2004).
Los animales se han convertido en materia prima industrial y las granjas han dejado de ser granjas para transformarse en fábricas de producción de carne o modelos de “ganadería no ligada a la tierra”, como se les denomina en el sector. La misma lógica capitalista y productivista que rige otros sistemas impera en el modelo ganadero actual, pero en este caso las mercancías son animales. “Se aplican sistemas industriales diseñados para fabricar coches y máquinas a la cría de animales. Es algo increíblemente cruel que ninguna sociedad civilizada debería tolerar” afirma Tom Garrett, del Welfare Institute en el documental Pig Business.
La práctica productivista convierte a los animales en enfermos crónicos. Instalaciones que impiden su movimiento, mala alimentación, hacinamiento, estrés, etc. son sólo algunas muestras del maltrato animal. Para compensar su maltrecho estado de salud se les inyecta antibióticos, así como hormonas reproductoras para compensar su pérdida de fertilidad. En Europa, la ganadería industrial utiliza la mitad de los antibióticos comercializados. De estos, un tercio se administra preventivamente con el suministro de pienso (12).
La revolución ganadera ha implicado un creciente monopolio e integración vertical del sector, donde unas pocas empresas controlan todo el proceso de producción de carne, desde la crianza al matadero y envasado.
La multinacional estadounidense Smithfield Foods es, por ejemplo, el mayor productor y procesador mundial de carne de cerdo con unos ingresos de 11.000 millones de dólares anuales (en 2010), emplea a 48.000 personas, y desde su sede en EEUU se ha expandido a 15 países (13). Y es que para evitar regulaciones laborales y medioambientales estrictas, Smithfield Foods ha trasladado parte importante de sus operaciones a otros países con legislaciones más laxas.
Entre 1990 y 2005, su crecimiento fue del mil por ciento, aumentando su control sobre cada eslabón de la cadena productiva y haciéndose con nuevos mercados, a costa de acabar con pequeños ganaderos (14).
Smithfield Foods es conocida por las numerosas acusaciones y denuncias que ha recibido por contaminación ambiental. La más importante ocurrió en 2009, cuando Granjas Carroll, una de sus empresas subsidiarias en México, fue acusada de ser el epicentro del brote de gripe porcina, gripe A, que asoló el país y se propagó globalmente (15).
La vulneración de los derechos laborales es otra de sus prácticas habituales. Escalada en el número de accidentes laborales, despidos, abusos verbales... son algunos de los casos recogidos en el informe “Empaquetado con abuso” (16), elaborado por el sindicato United Food and Commercial Workers Union (UFCW), que analizaba las condiciones de seguridad laboral en el matadero y planta de empaquetado de Smithfield Foods en Tar Hell, Carolina del Norte, el más grande del mundo, con 5.500 empleados. Y donde la UFCW intentó durante más de una década organizar a sus trabajadores, con la oposición frontal de la empresa, y que finalmente lo consiguió en unas elecciones sindicales a finales del 2010.
Según un informe de Human Rights Watch, publicado en 2005 (17), trabajar en la industria cárnica es el empleo fabril más peligroso en EEUU. Dicho informe señalaba el abuso sistemático de la mano de obra inmigrante sin papeles, la intimidación, la falta de indemnizaciones, las represalias y las amenazas de despido contra quienes denuncian abusos, etc. Unas prácticas que quedan recogidas a la perfección en la película Fast Food Nation (2006) de Richard Linklater Fast.
En definitiva, un sistema de producción ganadero que nos enferma, acaba con la agrodiversidad, vulnera los derechos de los animales, contamina el medio ambiente, destruye la ganadería campesina y explota la mano de obra.
(1) Danielle Nierenberg, “Happier Meals. Rethinking the Global Meat Industry”, World Watch Paper n°171, septiembre 2005.
(2) Jelle Bruinsma, World agriculture : towards 2015/2030. An FAO perspective, FAO y Earthscan Publications Ltd, Londres, 2003.
(3) C. Delgado et al. Livestock to 2020 : the next food revolution, Food, Agriculture and the Environment Discussion Paper 28, (1999)
(4) The State of Food and Agriculture 2010-2011, FAO, Roma, 2011.
(5) Gustavo Duch, “Los riesgos neoliberales de alimentarse”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 2011.
(6) J. Bruinsma, op cit.
(7) Henning Steinfeld et al. Livestock´s long shadow, FAO, Roma, 2006.
(8) Veterinarios Sin Fronteras La revolución ganadera (2007) : http://www.veterinariossinfronteras.org/mm/FICHA2,%20LA%20REVOLUCION%20GANADERA.pdf
(9) Jorge Reichmann, Cuidar la T(t)ierra, Icaria, Barcelona, 2003.
(10) Ibíd. p. 418.
(11) Ibíd.
(12) Veterinarios Sin Fronteras, op cit.
(13) Smithfield Food, Smithfield 2010 Annual Report : http://files.shareholder.com/downloads/SFD/1342712551x0x388379/4C7F88AE-3FD1-4C18-AC6B-E7F85BCE51E2/smi_ar_10.pdf
(14) Luis Hernández Navarro, Muchas caras de la crisis rural (2010) : http://www.grain.org/es/article/entries/4091-muchas-caras-de-la-crisis-rural.
(15) Ignacio Ramonet, “Los culpables de la gripe porcina”, Le Monde diplomatique en español, junio de 2009.
(16) Research Associates of America, Safety and Health Conditions at Smithfield Packing’s Tar Heel Plant, Washington DC, UFCW, 2006.
(17) Human Rights Watch, Blood, Sweat, and Fear. Workers’ Rights in U.S. Meat and Poultry Plants, Washington DC, 2004.