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Identidades e integraciones de geometría variable

Ser árabe en América Latina

samedi 29 juillet 2017   |   Lamia Oualalou
Lecture .

Existe el racismo en América Latina. Afecta con mayor frecuencia a las poblaciones negras, así como a los migrantes bolivianos, peruanos o colombianos. Por el contrario, las comunidades árabes sufren solo en escasas ocasiones los estigmas que se le asocian en Europa. Explicar el fenómeno implica observar las modalidades de la llegada de estas personas a la región y las posiciones sociales que ocupan.

“El libanés de origen Michel Temer se convierte en presidente de Brasil”. Aquel 1 de septiembre de 2016, ese titular de An-Nahar, periódico conservador de Beirut, no hace la más mínima alusión a Dilma Rousseff, obligada a ceder su puesto a quien hasta ese momento era su vicepresidente. Poco importa que su destitución se viera empañada por irregularidades, hasta el punto de ser considerada por millones de brasileños como un golpe de Estado. En el Líbano se prefiere exaltar el destino del hijo de campesinos originarios de Btaaboura, a setenta kilómetros al norte de la capital, quienes partieron a São Paulo en 1925 a probar fortuna. La calle principal del pueblo de trescientos habitantes ya fue rebautizada como “calle Michel Tamer [según la ortografía local], vicepresidente de Brasil”. El alcalde –uno de sus primos– solo necesitó un poco de pintura azul para borrar el “vice” de la placa, tanto en portugués como en árabe.

Un hijo de inmigrantes árabes a la cabeza del país : en América Latina, esto no es nada incongruente. Ya se ha visto en Argentina (Carlos Menem, 1989-1999), en Ecuador (Abdalá Bucaram, 1996-1997, y Jamil Mahuad, 1998-2000), en El Salvador (Elías Antonio Saca, 2004-2009), en Honduras (Carlos Flores Facussé, 1998-2002) o incluso en Colombia (Julio César Turbay, 1978-1982). Los descendientes de árabes, muy bien representados en la clase política –tanto en la izquierda como en la derecha–, también son actores principales de la escena intelectual y artística. Cabe citar a los escritores Raduan Nassar y Milton Hatoum en Brasil, al actor Ricardo Darín en Argentina o a la cantante colombiana Shakira. Y cuando Donald Trump, al poco tiempo de ser elegido presidente de Estados Unidos, multiplica los ataques contra México, es el hijo de un libanés, Carlos Slim –la sexta fortuna del mundo en 2017 según la revista estadounidense Forbes–, quien convoca una rueda de prensa para tranquilizar a sus compatriotas.

¿Se trata de una integración modelo ? Es lo que cuenta la historia oficial al sur del río Bravo. Allí, los árabes, que comenzaron a llegar a finales del siglo XIX, no son magrebíes ; provienen en su mayoría del Levante Mediterráneo. Se les llama, según su origen y según la historia local, “sirio-libaneses” en Argentina y en Brasil, “libaneses” en México y Ecuador, “palestinos” en Honduras y Chile ; y, para simplificar, los “turcos” un poco por todas partes en referencia al Imperio otomano, el cual dominaba entonces esa región. “Son relativamente poco numerosos : 160.000 en Brasil, por ejemplo, un poco menos que en Argentina y la mitad que en Estados Unidos”, precisa Paulo Gabriel Hilu da Rocha Pinto.

Este investigador es el coordinador de los estudios sobre Oriente Próximo en la Universidad Federal Fluminense, en Niterói, una ciudad vecina de Río de Janeiro. Se sumergió en los archivos relativos a la inmigración para acabar con la idea establecida según la cual el gigante latinoamericano contaría en la actualidad con más de ocho millones de descendientes de personas de Oriente Próximo. “En Brasil, los árabes representan el séptimo grupo de inmigrantes en número, por detrás de los europeos ; pero aquí, igual que por toda América Latina, la inmigración es poco frecuente, de manera que el impacto de cada una de estas poblaciones es importante”, explica. Provenientes de Beirut o de Trípoli, en el Líbano, algunos buscaban instalarse en Estados Unidos. Alentados por las compañías marítimas, desembarcaron en Río de Janeiro, Santos, Buenos Aires o Veracruz. Después de todo, seguía siendo América.

Al contrario que otros flujos migratorios, organizados por Estados necesitados de mano de obra, las llegadas provenientes de Oriente Próximo eran espontáneas, motivadas por la crisis económica y por la ocupación francesa y británica. En Brasil, por ejemplo, esta particularidad evitó que los recién llegados fueran enviados a las fazendas de café, donde se trataba a los trabajadores como esclavos. La inmensa mayoría se lanzaron al comercio popular de los centros de las ciudades. “En México se impuso la idea de que los libaneses, como herederos de los mercaderes fenicios –una historia de seis mil años de antigüedad–, tendrían un talento particular para generar beneficios”, observa Theresa Alfaro-Velcamp, profesora de Historia en la Universidad de Sonoma, en California, y autora del libro So Far from Allah, So Close to Mexico (University of Texas Press, Austin, 2007 [“Tan lejos de Alá, tan cerca de México”]). Entre los inmigrantes árabes censados entre 1926 y 1951 en el país, el 45% declaraban ser comerciantes.

“Lo más curioso es que la historia oficial del irresistible ascenso social de las comunidades árabes es la misma en Brasil, en Argentina, en Chile, en Guatemala y en toda la región”, afirma, divertido, el antropólogo. Y con razón : fue moldeada por un libro de Philip Hitti (exprofesor en la Universidad Americana de Beirut) publicado en 1924, The Syrians in America, antes de que una red de intelectuales la retomara y la difundiera. ¿El objetivo de esta historia ? Cohesionar una comunidad muy segmentada en términos religiosos, geográficos o políticos. Este relato, que excluye a los musulmanes –muy minoritarios– y a los pobres –quienes no cosecharon éxito–, cuenta también con la ventaja de que facilita la aceptación por parte de la población local.

Desde el punto de vista étnico, el árabe no es el europeo blanco, que supuestamente mejora la raza y eleva la cultura, pero tampoco es el “amarillo” o el “negro”. Los recién llegados sembraron tanta más confusión cuanto que a menudo desembarcaban con pasaportes expedidos por Francia, que ocupaba su país. “Los turcos no pertenecían a ninguna de las categorías del sistema de clasificación racial utilizado por las elites ; por lo tanto, no eran proscritos ni deseados, y se encontraban en una situación ambigua”, analiza Pinto. Se les reconoce el mérito de haber modernizado el comercio, introduciendo poco a poco la venta a crédito por todas partes. Pero, como contrapartida, eran percibidos como gente codiciosa, impura, que ocultaba sus intenciones, por definición, en sociedades mayoritariamente rurales en las que los notables tenían pretensiones aristocráticas. Las diferencias culturales alimentaban los delirios xenófobos : se aseguraba que los árabes eran caníbales porque les gustaba comer kibbe crudo, una versión libanesa del tartar. La aversión a veces tornó en violencia, como durante la “guerra del peine” que estalló el 8 de diciembre de 1959 en Curitiba, en el sur de Brasil. Aquel día, un comerciante se negó a darle una factura a un policía que acababa de comprarle un peine. El intercambio acabó degenerando, lo que provocó el saqueo y la destrucción de 120 tiendas de inmigrantes, en su mayoría árabes.

Así pues, los recién llegados tuvieron que negociar su integración. Con una apariencia similar a la de los europeos, comenzaron a suprimir lo que los distinguía, comenzando por el uso del árabe, en particular en los años 1930 y 1940, cuando se agudizaban los nacionalismos. De Argentina a México, dejaron de transmitir a sus hijos su lengua de origen. También se convirtieron, abandonando las variantes orientales del cristianismo, percibidas por los católicos latinoamericanos como cercanas al islam, o el propio islam en el caso de los musulmanes.

El éxito social y material, así como cierta aculturación, les permitieron ser aceptados a la vez que mantenían su identidad. “Algunos se consideran árabes por tradición familiar ; otros, por su participación en instituciones árabes. Y algunos, como los escritores y los actores, hacen de sus orígenes una fuente de inspiración. Lo único que realmente ha sobrevivido es la gastronomía, que se sigue reivindicando, al contrario que la lengua, la religión o la vestimenta”, precisa Pinto. En toda América Latina, los inmigrantes originarios de Oriente Próximo se consolidaron al adoptar una parte de los prejuicios en vigor, como la sensualidad de las mujeres o el talento comercial heredado de los nómadas del desierto, jugando con las ambigüedades también en este caso.

El antropólogo recuerda que los intelectuales profesaban un orientalismo “que oscilaba entre unas representaciones de los árabes como un pueblo indolente e irracional y otras que hacían de su mundo una de las matrices culturales de las naciones latinoamericanas debido a su extensa presencia en la península Ibérica”. Las elites de las comunidades concernidas respondieron a ello reinventando este orientalismo y adoptando las referencias aceptables a ojos de las poblaciones locales, permitiéndoles negociar su diferencia. Pero no tenían mucho que ver con su historia. Así, la danza del vientre, tradición inventada por excelencia, es un elemento inevitable de los acontecimientos organizados por los Centros Sirio Libaneses, esos clubs de la elite árabe que florecen en las principales metrópolis. En México, Guadalajara, Veracruz, Mérida y Monterrey, esos clubs, instalados en magníficas casas, “cuentan con la doble función de demostrar el carácter mexicano de esos notables y la superioridad cultural libanesa en el ámbito empresarial. Puesto que han alcanzado el éxito, pueden reivindicar sus raíces, las cuales explican incluso dicho éxito”, argumenta Theresa Alfaro-Velcamp. En 1966, nadie le reprochó al multimillonario Carlos Slim su matrimonio con Soumaya Domit Gemayel, sobrina de los expresidentes libaneses Amin y Bashir Gemayel.

Ocurre lo mismo con el carnaval, el cual, en Brasil, permite manifestar de manera lúdica su integración (¿acaso hay algo más brasileño que el carnaval ?), pero también una identidad idealizada. Hombres y mujeres lucen disfraces de beduinos o de odaliscas sacadas directamente de los serrallos otomanos. También cantan marchinhas, esas “pequeñas marchas” del carnaval, que remiten a ese imaginario orientalista. Así, Allah-la Ô, escrita en 1940 por David Nasser y Antônio Nássara –descendientes de inmigrantes libaneses–, evoca el nomadismo de la caravana, el desierto y el islam, todo a ritmo de samba : un clásico incluso hoy en día.

Mohammed ElHajji aprovechó ese orientalismo cruzado con ignorancia para hacerse un hueco rápidamente en Río de Janeiro tras su llegada en 1991. “Siempre me he presentado como marroquí, pero, incluso para los profesores de la universidad a la que iba, no remitía a nada concreto : se confundía Marruecos y la India con facilidad –recuerda con una sonrisa–. No sabían dónde clasificarme, lo que me dio la oportunidad de eludir las jerarquías implícitas –étnica, geográfica y social– asimiladas por la sociedad brasileña, las cuales apartan a los negros, a los latinos de aspecto indígena (bolivianos, paraguayos, peruanos...) y a los habitantes de la Región Nordeste”. Considera que, “en Brasil, el lugar ocupado en la sociedad deriva de un cruce entre el nivel social y el origen geográfico”. Este experiodista del diario de Rabat L’Opinion imparte clases de Comunicación en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). En cuanto a su hija, “es una brasileña de padre marroquí. Aquí no se utiliza el concepto de ‘segunda generación’ como en Europa”.

Sorprendido agradablemente en un primer momento por la posibilidad de fundirse en el país, ElHajji vio como las miradas cambiaban tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Invitado recientemente a formar parte de un tribunal de tesis doctoral en Salvador de Bahía, se quedó petrificado ante la broma del director de tesis, quien, tras haberlo presentado al público, le preguntó en qué momento pensaba poner la bomba, si antes o después de la presentación. Por primera vez, su nombre suscita preguntas, incluso inquietudes. “La retórica mediante la cual se asimila ‘árabe’ a ‘terrorista’ no se instaló rápidamente en Brasil gracias a la existencia de una elite política y económica de origen árabe ; pero, a fuerza de que se repita una y otra vez, el islam se tacha cada vez más de religión peligrosa y fundamentalista”, considera Gustavo Barreto, investigador de Comunicación en la UFRJ y autor de una tesis sobre la visión, por parte de la prensa, de doscientos años de inmigración en Brasil. El islam, aunque en aumento en la región, sigue siendo extremadamente minoritario. Según la Organización Islámica para América Latina, habría unos seis millones de musulmanes allí ; de ellos, 700.000 en Argentina (en una población de 43 millones de habitantes), 1,5 millones en Brasil (de 206 millones de habitantes), 120.000 en Venezuela (31 millones) y 115.000 en México (122 millones). Este discurso ha arraigado con más facilidad en la región de la “Triple Frontera”. En los confines de Argentina, Brasil y Paraguay, esta zona siempre ha sido un paraíso del contrabando, y las autoridades estadounidenses la designaron con rapidez como un “feudo del terrorismo” sin aportar nunca ninguna prueba de ello. Así, sitúan en el punto de mira a los inmigrantes árabes de la segunda ola, aquellos que llegaron durante la guerra civil libanesa, a partir de los años 1970. Estos eran en su mayoría musulmanes y, gracias a la televisión por satélite y a Internet, algunos han conservado un vínculo más estrecho con la lengua árabe.

“En cualquier caso, el Gobierno brasileño ha rechazado la retórica islamófoba hasta ahora. Pero no es el caso de Argentina, ni mucho menos el de Paraguay, que ha multiplicado las detenciones arbitrarias de ciudadanos de origen árabe”, declara Fernando Rabossi, antropólogo en la UFRJ. No obstante, reconoce que la islamofobia causa estragos hoy en día en toda la región. Se multiplican las agresiones, en particular contra las mujeres que llevan velo, mientras los hombres pasan más desapercibidos. En julio de 2016, los profesores del Instituto de Física de la UFRJ se quedaron asombrados ante la expulsión de uno de sus compañeros, el investigador franco-argelino Adlène Hicheur. Este había sido condenado en Francia por terrorismo en 2012, ya que al examinar su mensajería electrónica se reveló que había estado en contacto con un supuesto responsable de Al Qaeda en el Magreb Islámico, y más tarde fue puesto en libertad tras dos años y medio de detención. El celo de Brasilia por expulsarlo, sin razón, es inédito.

Además de en la presión mediática (pues los principales periódicos difunden con facilidad algunos prejuicios europeos y estadounidenses), Hajji ve la causa de este cambio de actitud en el aumento de poder de los evangélicos y, sobre todo, de sus representantes políticos en América Latina. Unos noventa diputados brasileños reivindican su pertenencia al grupo evangélico y reclaman cambios en materia de política exterior, solicitando en particular que Brasilia adopte una actitud más clemente con respecto a Israel. “En la mente de muchos evangélicos hay una confusión entre la Tierra Santa del pasado y el Estado moderno de Israel, una confusión que no hace más que acentuar el discurso contra los árabes y los musulmanes”, precisa el experto universitario. Y cabe recordar que, el día de la inauguración del Templo de Salomón por la Iglesia Universal del Reino de Dios, en julio de 2016 en São Paulo, el himno nacional de Israel se escuchó después del de Brasil. Una parte de los fieles evangélicos, pero también católicos, defienden en la actualidad una “identidad cristiana” contra todos, y sobre todo contra el islam.





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