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ECOLOGÍA Y SOLIDARIDAD

El ser humano y la naturaleza

dimanche 16 janvier 2011   |   Jostein Gaarder
Lecture .

El pasado 17 de noviembre, en Alicante, en el marco de un ciclo de conferencias dedicado al tema “Ecología y Solidaridad”, organizado por el Aula Cultural de la CAM, intervino el gran escritor noruego Jostein Gaarder, universalmente conocido por su libro El Mundo de Sofía, éxito de ventas en el todo el mundo. Ecologista militante y humanista consecuente, Gaarder nos ha autorizado a reproducir aquí su ponencia.

Una base importante para todas las éticas ha sido la regla de oro o principio de reciprocidad : trata a los demás como te gustaría que te tratasen a ti. Es más, hemos aprendido a ampliar nuestro horizonte ético. Un hito fue el movimiento ético-social de los años 1960 y 1970 ; el principio de reciprocidad debe aplicarse, por supuesto, más allá de las fronteras nacionales, y entre el Norte y el Sur.

Pero la regla de oro ya no puede tener solamente una dimensión horizontal. En otras palabras, un “nosotros” y un “los otros”. Debemos darnos cuenta de que el principio de reciprocidad también tiene una dimensión vertical : trata a la siguiente generación como habrías deseado que las generaciones anteriores te hubieran tratado.

Es tan simple como eso. Amarás a tu vecino como te amas a ti mismo. Esto debe incluir obviamente a tu próxima generación. Ha de incluir absolutamente a todo el que viva en la Tierra después de nosotros.

La familia humana no habita la Tierra simultáneamente. La gente ha vivido aquí antes que nosotros, algunos viven ahora y algunos vivirán después de nosotros. Pero los que vienen después de nosotros son asimismo nuestros prójimos. Debemos tratarlos como habríamos deseado que nos hubiesen tratado si hubieran sido ellos quienes habitaban este planeta antes que nosotros.

El código es así de simple. No tenemos derecho a entregarles un planeta Tierra que valga menos que el planeta en el que nosotros mismos hemos tenido la suerte de vivir. Menos peces en el mar. Menos comida. Menos selva tropical. Menos arrecifes de corales. Menos especies de plantas y animales… ¡Menos belleza ! ¡Menos asombro ! ¡Menos esplendor y alegría !

Hacia el final de su vida, Immanuel Kant señaló que era un imperativo moral esencial que todas las naciones se reunieran en una “Liga de Naciones” que asegurara la coexistencia pacífica entre las naciones. Este filósofo alemán se presenta así como el padrino de Naciones Unidas.

En 2008 pudimos celebrar el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y este hito sigue siendo motivo de celebración por la sencilla razón de que los Derechos Humanos deben defenderse continuamente frente a violaciones brutales y abusos. La única novedad es que hemos tenido una institución y un instrumento con los que defender estos derechos durante más de sesenta años.

Vemos ejemplos de la importancia de las convenciones internacionales todos los días. Sin una serie de normas supranacionales y sin el imperio de la ley, es imposible que alguien sea responsable de crímenes de guerra, de atentar contra la libertad de las personas o de crímenes contra la humanidad. Pero se han establecido algunos límites universales de lo que la comunidad internacional puede aceptar como asuntos internos de una nación individual.

La Declaración Universal de Derechos Humanos puede que represente el mayor triunfo de la filosofía y de la literatura hasta la fecha. Después de todo, los poderes mencionados más arriba no nos concedieron los Derechos Humanos. Ni éstos surgieron de la nada. Marcan el final de un proceso de mil años de maduración. ¿Pero durante cuánto tiempo podemos hablar de nuestros “derechos” sin que al mismo tiempo nos centremos en nuestras responsabilidades ? ¿Quizás necesitemos una nueva declaración universal ? Es el momento oportuno para una nueva Declaración Universal de Obligaciones Humanas.

¿Cuánto tiene de ancho nuestro horizonte ético ? Al final, esto será una cuestión de identidad. ¿Qué es un ser humano ? ¿Quién soy yo ? Si fuera simplemente yo mismo, en otras palabras, el cuerpo que aquí está hablando, habría sido una criatura sin esperanza. Pero tengo una identidad más profunda que mi propio cuerpo y mi breve periodo de tiempo en la Tierra. Soy parte de –y participo en– algo que es más grande y más poderoso que yo. Soy parte de una dimensión que sobrevivirá a mi propio cuerpo.

El ex presidente indio, Sarvepalli Radhakrishnan, lo dijo así : “Amarás a tu prójimo como te amas a ti mismo porque tú eres tu prójimo. Es una ilusión lo que te hace creer que tu prójimo es alguien distinto de ti mismo”. A lo que quizás podamos añadir : ¿no es, además, una ilusión lo que nos hace creer que la vida en este planeta es algo distinto de nosotros mismos ?

Si queremos lograr que se salve la diversidad biológica de este planeta, y de hecho nuestra propia economía y suministro de alimentos, hará falta una revolución copernicana en nuestra forma de pensar. Vivir como si todo girara alrededor de nuestro tiempo es tan simplista como cuando se creía que todos los cuerpos celestes orbitaban alrededor de nuestro planeta. Nuestro tiempo, sin embargo, no tiene más importancia capital que todas las épocas que vengan después de nosotros. Para nosotros, nuestro propio tiempo reviste naturalmente la máxima importancia. Pero asimismo no podemos vivir como si nuestro tiempo fuese lo más importante para los que vienen después de nosotros.

Tanto entre las relaciones individuales como entre naciones, hemos conseguido salir de un “estado de naturaleza”. Sin embargo, aún estamos en un estado de cruda anarquía cuando se trata de las relaciones entre generaciones.

Quizás la cosmología geocéntrica fuera simplista, ¿pero es menos simplista vivir como si tuviéramos varios planetas que cosechar en vez del único que tenemos para compartir ?

Estamos viviendo en todos los sentidos un tiempo excepcional. Por una parte, pertenecemos a una generación triunfante que explora el universo y hace un mapa del genoma humano. Por otra, somos la primera generación en destruir el medio ambiente en nuestro propio planeta. Vemos cómo la actividad humana agota los recursos y podría ocasionar la desintegración de los hábitat.

Mi foco de atención no es ante todo moral. Es antropológico. La naturaleza humana se caracteriza por un sentido de la dirección predominantemente horizontal y a corto plazo. Los ojos de la gente siempre han mirado alrededor atentos a peligros potenciales y posibles presas. Por lo que tenemos una disposición natural para protegernos a nosotros mismos y a nuestros familiares. Sin embargo, no tenemos la misma disposición natural para proteger a quienes vienen después de nosotros, y mucho menos a otras especies distintas de la nuestra.

Favorecer nuestros propios genes está profundamente arraigado en nuestra naturaleza como seres humanos. Pero no tenemos tal disposición natural de proteger nuestros propios genes para las cuatro u ocho generaciones venideras. Eso es algo que debemos aprender. Es algo que debemos aprender al igual que tuvimos que estudiar detenidamente el catálogo entero de Derechos Humanos.

Desde que vimos la luz del día en África, hemos estado luchando una resuelta batalla para asegurar que nuestra rama no se pode del árbol genealógico de la evolución. Esta batalla ha tenido éxito, porque todavía estamos aquí. Sin embargo, como especie, los seres humanos han tenido tanto éxito que estamos amenazando nuestra propia base de la existencia. Hemos tenido tanto éxito que estamos amenazando la base de la existencia de todas las especies.

No tenemos la necesidad de dudar cuando hablamos claro acerca de estas cuestiones, porque estamos contemplando algo que es genuinamente nuevo tanto en la historia de la humanidad como en la de este planeta. Es un nuevo punto de partida en el que no sólo soy capaz de proteger a mis propios hijos sino que de hecho también puedo hacer algo para proteger a mis descendientes de dentro de cien o mil años. Dicho de otra forma, soy responsable de mis descendientes de dentro de cien o mil años. Y lo que es más : soy responsable de toda la vida en este planeta por siempre jamás. Somos responsables de todos los ecosistemas, y, por consiguiente, de lo que llamamos diversidad biológica.

Hemos hablado un poco acerca de cómo la Naturaleza dota al hombre. Pero asimismo vivimos en una cultura que está extremadamente preocupada por el aquí y el ahora. La base para nuestra perspectiva predominantemente horizontal sobre la vida es tanto la naturaleza como la cultura : “Te miro, y me miras”. Para mucha gente, la perspectiva vertical, es decir, la dimensión histórica y geológica, es algo muy distante y casi abstracto.

A menudo decimos que tenemos raíces culturales y tradiciones que proteger. Como así aparece, por ejemplo, en la lista del Patrimonio Universal de la UNESCO. Sin embargo, también debemos proteger nuestras raíces naturales. Nuestra civilización tiene unos miles de años, pero nuestras condiciones naturales previas son mucho más viejas. Está muy bien que se acabe de publicar en mi país una traducción al noruego de la obra completa de Platón, y con razón podemos llamarlo una obligación cultural, pero en la misma década exterminamos especies de plantas y animales que tardaron millones de años en evolucionar.

No sólo tenemos una herencia cultural de la que ocuparnos ; también somos responsables de una herencia genética –o una herencia natural– con la que simplemente hacemos lo que nos da la gana. Mucha gente sabe más nombres de futbolistas o de cantantes de pop que de plantas o de pájaros. Considero que esto es una forma de pobreza.

Podemos estar completamente de acuerdo en que el mundo será más pobre sin los grandes simios. Nos arriesgamos a perder algunos de los eslabones mismos de la gran Naturaleza de la que somos parte, y en ese sentido corremos el riesgo de estar todavía más cegados.

La naturaleza, sin embargo, también se vuelve más pobre y más expuesta a una mayor desintegración cuando hay cada vez menos especies de plantas, de hongos, de invertebrados y de peces, así como de reptiles, de anfibios y de pájaros. El planeta se vuelve más pobre, y nosotros nos volvemos más pobres. Hablando asimismo de manera literal : la amenaza a la biodiversidad es a la vez una amenaza a nuestra propia economía y a nuestros hogares. Cuando las abejas ya no zumben, habrá menos fruta y mermelada…

No es menos importante en este contexto cuando hablamos de gestión, de la gestión de la naturaleza. Incluso diría de la gestión bancaria. La degradación de los ecosistemas y de la diversidad biológica es, ante todo, una amenaza a la distribución equitativa de los recursos mundiales, porque en la parte más rica del mundo nos hemos acostumbrado a comprar nosotros mismos la mayoría de nuestros problemas.

Las listas rojas de especies amenazadas de plantas y animales se muestran como publicaciones cada vez más espléndidas con fotos en color nítidamente reproducidas de especies que están “en peligro crítico de extinción”, están “en peligro” o son “vulnerables”. Como una ironía del destino, se publican simultáneamente elegantes “libros ilustrados de gran formato” con deslumbrantes imágenes en color de todas las especies que ya están extinguidas. Cada vez en mayor medida, estas imágenes van a ser las mismas fotografías que, unos pocos años antes, adornaban las listas de especies amenazadas de extinción, y dentro de un tiempo quizás nos refiramos a estas especies extintas como “fotos de fósiles”, en otras palabras, especies que simplemente procuraron volverse ópticamente preservadas antes de extinguirse, junto con los hábitat que les rodeaban. ¿No es en cierto modo un poco fantástico contemplar cómo el arte de la fotografía –y el almacenamiento digital de la información– pudo expandirse justo cuando empezamos a destruir seriamente la diversidad biológica de la Tierra ?

Yo mismo tengo uno de estos libros de lujo, de hecho fue de los primeros de este tipo. Desafortunadamente era demasiado pesado para traérmelo conmigo a Alicante, pero se llama A Gap in Nature (Un salto en la naturaleza), y su subtítulo reza Discovering the World’s Extinct Animals (Descubrir los animales extinguidos del mundo). Su autor es el eminente paleontólogo y ambientalista australiano Tim Flannery. Un dodo de la isla Mauricio, del que se dio noticia por última vez en 1681, adorna la portada. La primera víctima descrita en el libro es la última especie de moa, un pájaro que los maoríes de Nueva Zelanda llevaron a la extinción hacia 1600. El moa sobrevive en el folclore maorí. En Nueva Zelanda –o Ao-tea-roa, nombre maorí de la isla– aún se puede oír este lamento : “No moa, no moa en el viejo Ao-tea-roa. No podemos conseguirlos. Se los han comido. ¡Se han ido y ya no quedan más moas !”

No es solamente que el hombre blanco haya agotado la biodiversidad en este planeta. La diferencia es que la tasa de extinción es ahora desmesuradamente más rápida que en cualquier tiempo pasado. Dicho sea de paso, nuestra naturaleza humana sí la hemos conservado. No obstante, quizás nos volvamos gradualmente mejores en prevenir el abuso, la fragmentación de los hábitat, la tala ilegal y los delitos contra la fauna.

Cuando hablamos de globalización, generalmente pensamos tanto en la economía como en la cultura. Muchos de nosotros nos hemos encontrado con gente en marcos pequeños y locales impregnados de tradición, que nos ha expresado una honda tristeza acerca de la enorme pérdida cultural que el ambiente local ha sufrido como consecuencia de lo que muchos consideran colonialismo o neocolonialismo, por ejemplo, en islas vulnerables en el Pacífico. Pero no es solamente la vida cultural la que se ve afectada por la “globalización”. Las consecuencias para el entorno físico han sido todavía más serias e irreversibles, tales como la extinción parcial o completa de especies endémicas de plantas y animales a causa de los monocultivos artificiales y de la introducción de nuevas especies. Algunas de las especies extinguidas perviven en canciones populares tradicionales y en el folclore, en otras palabras, en la cultura. Simplemente las han eliminado de la superficie de la Tierra, como el “moa en el viejo Ao-tea-roa”.

Una amenaza a los viejos biotopos obviamente también es una amenaza a la cultura de un pueblo. Incluso un ataque a la economía tradicional puede ser un ataque a la cultura tradicional. La base de la cultura es la naturaleza. Esto puede que sea fácil de olvidar en una sociedad de consumo internacional donde la diferencia entre productor y consumidor puede parecer enorme. Pero privar a un pueblo de su naturaleza es al mismo tiempo apropiarse indebidamente de su cultura y de su alma. Es inútil discutir qué constituye la mayor pérdida. Eso sería lo mismo que preguntar qué es lo que más detestarías perder, el cuerpo o el alma.

Esta perspectiva del “cuerpo y alma” –o naturaleza y cultura– es claramente relevante para la totalidad del planeta en el que vivimos. Si el sistema económico de hoy en día está reñido con los límites establecidos por la naturaleza, éste también representa una amenaza para toda la vida cultural.

Para un primate juguetón, ingenioso y presumido, puede que sea fácil olvidar que en el fondo somos Naturaleza. ¿Pero somos nosotros tan juguetones, ingeniosos y presumidos que nuestro propio arte, invenciones y diversión tienen prioridad sobre el futuro de nuestro planeta ?

Ya no podemos simplemente relacionarnos los unos con los otros. También pertenecemos a la Tierra en la que vivimos. Eso, asimismo, es una parte significativa de nuestra identidad. Aunque nuestra especie debería ser un linaje transitorio, todavía somos responsables de este único planeta y de la naturaleza que aquí dejamos detrás de nosotros.

Puede que nunca llegue el día en que nos sentemos y ojeemos una colección variada de semejantes libros ilustrados de gran formato con magníficas fotos de chimpancés, gorilas u orangutanes extinguidos, de leones, leopardos y tigres. Sin embargo, no soy incapaz de imaginar tal obra gigante con imágenes sensacionales de especies extinguidas de plantas y animales en un estricto orden taxonómico.

De momento parece que estamos situados justo en el umbral de las dramáticas consecuencias del cambio climático inducido por el hombre, mientras los sondeos de opinión sugieren al mismo tiempo que, en realidad, los habitantes del mundo no están particularmente preocupados. Pero el hecho es que la actividad humana altera el entorno y las necesidades vitales de nuestro planeta hasta tal punto que ahora empezamos a referirnos al periodo en el que vivimos como una época Geológica completamente nueva, el Antropoceno.

En plantas y animales, en el mar, y en el petróleo, carbón y gas, inmensas cantidades de carbono están ansiosas por convertirse en gas y salir a la atmósfera. La atmósfera de planetas muertos como Venus y Marte está compuesta principalmente de CO2, y ésta habría sido la situación aquí, también, si la naturaleza viva y los procesos de la Tierra no hubieran contenido el carbono. Sin embargo, desde mediados del siglo XVIII, las reservas de combustible fósil nos han tentado, como el genio de Aladino en la lámpara. “¡Liberadme de la lámpara !”, ha susurrado el carbono. Y nosotros mismos nos hemos permitido estar tentados. Y ahora estamos intentando conseguir que el genio regrese al interior de la lámpara.

Si todo el petróleo, carbón y gas que aún falta por descubrir en este planeta se extrajera y saliera a la atmósfera, nuestra civilización sencillamente no sobreviviría. Sin embargo, mucha gente considera esto como un claro derecho a extraer y quemar todo el petróleo y todo el carbón en su propio territorio nacional.

¿Por qué no deberían también tener las naciones con selva tropical un claro derecho a hacer lo que quieran con sus selvas tropicales ? ¿Cuál es la diferencia ? ¿Cuál es la diferencia en relación con el saldo global del carbono ? ¿Cuál es la diferencia en relación con la pérdida de diversidad biológica ?

Al principio de la Revolución Industrial, había 275 partes por millón (ppm) de CO2 en la atmósfera. Actualmente la cifra ha aumentado hasta las 391 ppm y sencillamente continúa aumentando, con el cambio climático destructivo como consecuencia indiscutible.

Antes o después, debemos intentar volver al nivel preindustrial. El Dr. James Hansen, que yo no dudaría en designar como el climatólogo más importante del mundo, ha señalado que, al menos inicialmente, debemos bajar a una tasa de un máximo de 350 ppm para sentirnos razonablemente seguros de evitar desastres realmente graves para el planeta y para nuestra civilización. La tendencia, sin embargo, está yendo en la otra dirección.

Sobre la base del principio de reciprocidad, solamente deberíamos permitirnos el uso de recursos no renovables de tal manera que, al mismo tiempo, preparemos el camino para que nuestros descendientes puedan arreglárselas en el futuro sin los mismos recursos.

Las cuestiones éticas no son necesariamente tan difíciles de responder ; es nuestra capacidad de vivir de acuerdo con esas respuestas la que a menudo brilla por su ausencia. Pero si nos olvidamos de pensar en nuestros descendientes, serán ellos los que nunca nos olviden.

Puedo imaginar la desesperada tristeza de nuestros nietos y biznietos respecto a la pérdida de recursos como el gas y el petróleo, y, por consiguiente, de los recursos agrícolas y de la diversidad biológica : ¡os lo llevasteis todo vosotros ! ¡No nos dejasteis nada !

En lo referente a la diversidad biológica del planeta, la luz al final del túnel puede que sea, a pesar de todo, precisamente el problema climático. ¡Menuda paradoja !

Si las selvas tropicales, con su casi inimaginable diversidad biológica, no sobreviven, los hábitat naturales del planeta estarán tan sobrecargados que casi todos los ecosistemas de la Tierra estarán amenazados, incluidas nuestras propias necesidades vitales. O viéndolo desde otro ángulo, si no fuera por el problema climático, quizás nunca lograríamos salvar la diversidad biológica del Amazonas. Y si logramos eso, quizás también salvemos la historia y los recursos naturales de otros países y paisajes.

En gran medida, el hombre moderno está moldeado por nuestras condiciones histórico-culturales previas, por la civilización misma que nos ha criado. Decimos que gestionamos una herencia cultural, pero es asimismo la historia biológica del planeta la que nos ha dado forma. También gestionamos una herencia genética. Somos primates. Somos vertebrados.

 Se tardaron unos miles de millones de años en crearnos. ¡Sí, realmente se tardaron unos miles de millones de años en crear un ser humano ! ¿Pero sobreviviremos al tercer milenio ?

¿Qué es el tiempo ? El horizonte individual viene primero, y luego el horizonte familiar, la cultura actual y la cultura basada en la tradición de la lengua escrita. Después también está lo que llamamos tiempo geológico. Provenimos de unos tetrápodos que salieron sigilosamente del mar hace poco más de 350 millones de años. En definitiva, venimos de una conexión temporal cósmica. Vivimos en un universo que tiene aproximadamente 13,7 mil millones de años.

Sin embargo, estas divisiones de tiempo no distan mucho entre sí, a diferencia de lo que pueda parecer a primera vista. Tenemos razones para sentirnos en casa en este universo. El planeta en el que vivimos tiene casi exactamente un tercio de la edad del universo. Y el orden animal al que pertenecemos, los vertebrados, ha existido tan sólo el diez por cien del tiempo de vida de la Tierra y de este sistema solar. Este universo no es más infinito que eso. O dicho de forma contraria : nuestras raíces y afinidad con el suelo universal son enormemente profundas.

Años atrás, los ambientalistas solían centrarse en cómo proteger la naturaleza de este planeta de la civilización humana. Actualmente es más probable que haya que centrarse en cómo proteger a nuestra civilización de la naturaleza, o de los límites establecidos por la naturaleza.

Puede que el Hombre sea la única criatura viviente en todo el universo que tenga una conciencia universal ; me refiero a que tenga una noción de la totalidad de este enorme y enigmático universo del que todos somos parte. Por lo que conservar el medio ambiente vivo de este planeta no es solamente una responsabilidad global. Es una responsabilidad cósmica.

Permítanme concluir esta charla en Alicante haciéndome una pregunta a mí mismo : ¿entonces qué soy, un optimista o un pesimista ?

Bueno, sin lugar a dudas soy un optimista, simplemente porque no hay otra opción. Por lo menos no hay otra opción respetable. Pesimista es otra forma de decir perezoso. Y si a veces nos sentimos decepcionados, puede que sea importante recordarse a uno mismo que entre las dos categorías, pesimismo y optimismo, siempre hay una tercera categoría. La llamamos esperanza. Y la esperanza, a veces, se relaciona muy de cerca con la lucha.

(Esta versión castellana ha sido traducida del inglés)

 





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