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EL PRECURSOR ESPAÑOL DE KEYNES

Germán Bernácer y las crisis económicas

lundi 2 mars 2009   |   Rafael Cid
Lecture .

La crisis financiera internacional ha dejado al descubierto la complejidad asimétrica de la globalización. En estos momentos de pánico, algunos expertos escudriñan, buscando claves anticrisis, en los sistemas financieros que mejor resisten al tsunami de las subprime y derivados ; y releyendo textos de teóricos visionarios. Hace ahora casi un siglo que un economista español, Germán Bernácer, ya había previsto y alertado sobre los riesgos que entraña la generalización exponencial del interés del capital no productivo.

Olímpicamente ignorado por sus colegas españoles, mientras las mejores mentes económicas europeas, como el francés Jacques Rueff o los ingleses Dennis Holme Robertson, Ralph George Hawtrey y John Maynard Keynes alababan sus trabajos, Germán Bernácer (1883-1965), un ingeniero químico de profesión que llegó a dirigir el Servicio de Estudios del Banco de España durante la II República, figura como el precursor de la investigación en torno al pernicioso influjo de la especulación monetaria sobre la economía real, lo que en el argot “bernaceriano” se denominaba la “riqueza que crea antirriqueza”.

Nacido en Alicante en 1883, año talismán como recuerda el mejor conocedor de su obra, Henri Savall (1), ya que ese mismo año había fallecido Carlos Marx y venidos al mundo John Maynard Keynes y Joseph Schumpeter, Bernácer hizo del estudio de la economía al servicio de la sociedad y, por tanto de la producción, la causa de su vida (2). Su ambición fue proporcionar material científico e intelectual para tratar de solucionar “el problema social”, que en el inicio del siglo XX en España suponía la agobiante lucha contra el desempleo, la pobreza de la mayoría y la insultante riqueza de unos pocos. Para lograrlo, Germán Bernácer postulaba irreverentemente : la socialización de los recursos naturales, la autogestión obrera en las empresas y hasta la desaparición de la Bolsa. Medidas todas en las que se piensa hoy para salir de la actual crisis. Pero la osadía de Bernácer hizo que tuviera que trabajar casi en la clandestinidad y con el ostensible desdén de la comunidad científica oficial. Nunca fue profeta en su tierra (3). El conocido diccionario francés Petit Larousse Illustré de 1988 citaba a Bernácer, pero en la posterior edición española esa entrada había desaparecido…

Ya en su libro de juventud, Sociedad y Felicidad (4), publicado en 1916, cuando contaba sólo 23 años, dedicado a su fraternal amigo el compositor Oscar Esplá, un Berrnácer visionario diagnosticaba que el paro estructural era consecuencia de la inestabilidad inherente al mercado financiero, a consecuencia de la actuación incontrolada de ingresos no ganados, como el interés del dinero. Según Bernácer, dinámicamente, el equilibrio de una economía en crecimiento exigiría la ausencia del mercado financiero, porque el dinero, “esa mercancía universalmente deseada por todos y para todos”, debe realizarse en la inversión productiva, ya que de lo contrario, si acude al mercado financiero de manera generalizada, se convierte en una especie de antídoto de la economía real que termina frustrándola.

Lo que el “Keynes español” sostenía era que no todo el ahorro de dinero va al sistema productivo, sino que se atesora para acudir a otros mercados distintos como el financiero. Él llamó disponibilidades a la parte de la renta que ni se consume ni se capitaliza porque es la masa especulativa que interactúa en el mercado financiero, y por esa razón, a medida que estos mercados se hacen más densos y rentables, el dinero se hace más escaso en la economía real. Especialmente en los periodos de euforia que son la antesala de las crisis porque, según Bernácer, el modelo de referencia de la especulación es el de la apuesta en el juego de casino que busca realizar beneficios ininterrumpidamente.

Con las herramientas teóricas de la economía de su tiempo, Bernácer está anticipando la profundidad de la anomalía que significa la terapia monetarista, su temeraria apuesta, cuando se usa de manera exclusiva, y al mismo tiempo advirtiendo sobre su grado de ineficacia soterrado cuando solapa a la economía real, por su capacidad de enajenar recursos a la producción. Algo que se ha visto en la implosión de la crisis financiera actual en forma de destrucción de riqueza, empleo y la consiguiente acumulación de deuda pública prorrateada en varias generaciones debido a las amortizaciones de las operaciones de rescate aplicadas por los gobiernos. Un abismo apenas compensado por esas recetas para abrir “un paréntesis en el libre mercado” pedidas recientemente por algunos oráculos de las finanzas o la quirúrgica cancelación del modelo de banco de inversión.

Para el economista alicantino no hay más valor que el trabajo y “la manera más radical de impedir la especulación sería suprimir la propiedad privada de los valores de renta” (5). Esta militancia en lo social que le acompaño hasta su muerte e hizo que, en una ocasión, le confesara a su esposa que sus ideas terminarían siendo aceptadas en el siglo XXI, le llevó incluso a rivalizar con John Maynard Keynes, personalidad al que algunos autores han creído en deuda epistemológica con Bernácer, por admitir “que hay equilibrios económicos en la desocupación, de modo que el paro resulta incurable por medios naturales porque la limitación del empleo de brazos es una ley de la economía” (6). Pero, también, a ser admirado y seguido por revolucionarios como el dirigente anarquista Diego Abad de Santillán, quien en su libro El organismo económico de la revolución (Barcelona, 1937), publicado en plena guerra civil, reconoce la importante influencia recibida de la lectura del Interés del capital, un texto que data de 1925 donde Germán Bernácer expone su teoría sobre y contra la especulación financiera.

En el Interés del capital. El problema en su orígenes, Bernácer trata de responder a la pregunta : “¿Por qué la posesión de riqueza permite recibir una renta de la que su poseedor puede vivir, sustrayéndose a la labor productiva ?”, cuestión que él considera clave para abordar el problema más amplio del “lucro del capital”, que es objetivo diana de sus pesquisas como economista social. “El valor de renta que el lucro da a la riqueza –argumenta su autor–, no por su inversión, sino por su posesión, es lo que comunica principalmente a la sociedad actual su aspecto peculiar de persecución de la riqueza por sí misma, ese sello de sordidez y codicia, junto al lujo estéril, que es la característica económica y moral del momento social presente o al menos el aspecto que tiende a desarrollarse a expensas de otras más nobles cualidades. Si es a la posesión de la riqueza, y no a la capacidad útil del trabajo, a lo que ha de estar vinculada siempre la mayor ventaja social, el mejoramiento moral de la sociedad –que es el fundamento de su progreso– será una obra muy lenta o acaso imposible” (7).

Despojado del aroma a sermón que expele el texto, el testimonio de Bernácer se convierte en simple premonición que nos pone en la pista de la creciente irracionalidad del sistema económico capitalista denunciado por Maurice Godelier en su clásico texto, “Lo ideal y lo material”(Taurus, Madrid, 1989).

Bernácer señala la diferencia entre “productividad” y “lucratividad”, aspectos ambos tan presentes en las tretas del libre mercado volcado al homo económicus. Así afirma : “La actividad industrial puede ser improductiva y, sin embargo, lucrativa, como sucede con la obtención de productos que no son útiles e incluso son perjudiciales (el opio por ejemplo) para que proporcionen pingües beneficios a sus productores. Inversamente ; puede ser productiva y no lucrativa, como cuando se obtiene un producto útil, que presta servicios sociales y que no obstante, por una mala organización comercial o por la desfavorable coyuntura social, el productor no obtiene beneficio de su fabricación”.

La negación del interés del capital formulada por Bernácer dista mucho de ser anticapitalista, pero evita claramente legitimar una economía que socializa pérdidas, privatiza beneficios y resulta improductiva a la hora de atender la demanda de necesidades cuya producción no justifica la tasa de beneficio dominante en los mercados. Informes de organismos humanitarios internacionales señalan que con sólo 3.000 millones de euros de los movilizados contra la peste de las subprimes se podrían atajar los problemas de desnutrición crónica de 19 millones de niños en el mundo. Y si utilizáramos los 2 billones de dólares destinados a salvar al sistema financiero en Estados Unidos, cabría atender a 12.400 millones de personas (cálculo del catedrático de Economía de la Universidad de Málaga, Juan Torres López).

La aportación de Germán Bernácer a la teoría de las disponibilidades tiene otra singularidad que vista a la luz de la problemática presente baliza el carácter de oleadas de la actual crisis financiera. En su aparato metodológico figura en realidad un “atesoramiento doble”. El constituido por el dinero que está inserto en operaciones especulativas y el que está disponible para idénticas lucratividades fuera de la producción pero dentro del circuito financiero, que es lo que Keynes denominaba “preferencia por la liquidez”. Ambas modalidades son perniciosas, aunque en diferente medida y rango. Bernácer, en opinión de su biógrafo Savall, refuta el interés del capital, que es el precio a pagar para provocar el desatesoramiento, porque éste hace más cara la inversión productiva y mantiene la desocupación forzosa.

La teoría general sobre el interés del capital y la especulación financiera fue concebida prácticamente a la par que el estallido de la Gran Depresión que terminaría con cerca de 3.000 bancos en suspensión de pagos y 140.000 millones de dólares de ahorradores esfumados, pero Germán Bernácer nunca abandonó ese filón hasta su fallecimiento en 1965. Con sus errores y limitaciones, él fue uno de los pocos economistas que avistó el abismo que un día podía abrirse ante la economía de casino, porque como dejó escrito : “Lo futuro no podemos hacer más que pensarlo ; sentir, sólo sentimos el presente”. 

 

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Notas :

(1) Henri Savall, Germán Bernácer. La heterodoxia en economía, Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, 1983.

(2) Una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios le permitió completar su formación en Alemania y otros países europeos. De vuelta en España obtiene el título de profesor mercantil y entra como profesor en la Escuela Superior de Comercio de Alicante de la que llegó a ser Director. Posteriormente, en 1932 pasa a la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Madrid. Fue miembro del consejo de redacción de la “Revista Nacional de Economía”, en la que publicaban los economistas más prestigiosos de la época y colaboró en la fundación del Servicio de Estudios del Banco de España, en 1930. Tras la guerra civil española se le abre expediente de depuración por haber colaborado con el Banco de España "republicano" hasta el final de la contienda, pero el Tribunal de Responsabilidades Políticas le permite la reincorporación a su cátedra y al servicio de estudios. En esos empleos continuará hasta su jubilación en 1955.

(3) Recientemente, las cosas han cambiado, y en honor de Germán Bernácer, el Observatorio del Banco Central Europeo y la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) han establecido el Premio Bernácer que se concede anualmente, desde 2001, a un economista menor de 40 años, de un país de la Unión Europea, que haya realizado contribuciones destacadas en el terreno de la macroeconomía y las finanzas.

(4) Germán Bernácer, Sociedad y felicidad. Ensayo de mecánica social, Francisco Beltrán, Madrid, 1916.

(5) Germán Bernácer, “Teoría de las disponibilidades como interpretación de las crisis económicas y del problema social”, Revista Nacional de Economía, n°40, Barcelona, 1922.

(6) Germán Bernácer, Misión del Economista, Discurso de clausura de curso en la Escuela Superior de Comercio, Madrid, 1954.

(7) Germán Bernácer, Interés del capital. El problema de sus orígenes, Edición Lucentum, Alicante, 1925.





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