Está usted en territorio zapatista en rebeldía. Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece”. Con la pátina del tiempo, oxidado, el gran cartel metálico que anuncia el acceso a las zonas insurgentes sigue siendo bien visible. En Oventic, en Chiapas, hace quince años que perdura “la autonomía de hecho”. Con mayor determinación aún, desde que comenzó el siglo XXI, cuando los zapatistas decidieron reorientar progresivamente su estrategia hacia el ámbito local, escaldados por el balance de su marcha de 2001 a México. Con el apoyo de más de un millón de simpatizantes movilizados en el centro de la ciudad, habían ido para pedir –en vano– la reforma constitucional prometida en los acuerdos de San Andrés firmados el 16 de febrero de 1996 con el gobierno (1).
Siguió un periodo de repliegue que, en un primer momento, los zapatizantes de México, América y Europa comprendieron mal, y que después fue interpretado como la definitiva renuncia a un cambio mediante la vía política institucional. Sin embargo, esta tentativa de construir “otro mundo”, precisamente allí donde la discriminación y la marginación habían empujado a miles de campesinos mayas a alzarse en armas el 1 de enero de 1994 hoy constituye de facto lo esencial de la realidad de esta rebelión fuera de las normas.
En 2003, unas cuarenta municipalidades zapatistas fueron repartidas en cinco “caracoles” (regiones autónomas) : Oventic, Morelia, La Garrucha, Roberto Barrios y La Realidad. Para administrarlas se constituyeron otras tantas Juntas de Buen Gobierno. Por turnos, delegados –hombres y mujeres– de las comunidades asumen sus responsabilidades durante una o dos semanas : funcionan en forma colectiva, horizontal y rotativa. Según el subcomandante Marcos, portavoz aún del movimiento y jefe militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el mejor medio de evitar las trampas del poder, como la corrupción o el alejamiento de las preocupaciones cotidianas. ¿Con éxito ?
Si bien esas municipalidades autónomas no se han transformado en paraísos terrenales, los índices de absentismo escolar, desnutrición y mortalidad infantil –antes de 1994 eran los más elevados del país– disminuyeron. La estricta aplicación de la “ley seca” que desde 1993 fuera reivindicada por la componente femenina del movimiento hizo descender el alcoholismo –hasta entonces endémico– y la violencia conyugal y el maltrato hacia las mujeres que se le asocian.
En materia de justicia, el recurso a los usos comunitarios –aunque emancipados del tradicional caciquismo– no deja de ser arriesgado e instala situaciones complejas de “pluralismo jurídico”. No obstante, la antropóloga Mariana Mora explica, al igual que otras personas, que en el caracol de Morelia tanto mestizos como indígenas zapatistas y no zapatistas prefieren hoy resolver sus problemas de tierra, robo y divorcio “acudiendo a las instancias autónomas más que a las oficiales”. Están convencidos de que las primeras son más “justas” y “eficaces”.
Por supuesto, el aspecto económico es el más problemático. En las comunidades autónomas el clientelismo y el asistencialismo estatal, eliminados desde 2003, fueron reemplazados por otra dependencia, con la solidaridad no gubernamental, interna e internacional. Por cierto, ésta es más respetuosa con las dinámicas y prioridades zapatistas, sin embargo no logra romper con el esquema aleatorio u obligatorio de la ayuda. Además, el conjunto de las regiones indígenas rurales de Chiapas sigue pagando el coste de una inserción, cuando menos desfavorable, en el seno de la economía nacional y mundial. Lo atestigua la emigración, que también afecta mucho a las comunidades rebeldes. Zapatista o no, el indígena chiapaneco sabe que en Cancún (México), en Estados Unidos o en otra parte, tanto en la construcción como en cualquier otro sector, podrá ganarse la vida mejor que empecinándose en su pobre terrenito para producir un maíz que perdió su rentabilidad desde que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por su sigla en inglés), de 1994, abrió la vía a los excedentes de la agroindustria estadounidense.
Es verdad que Chiapas, rica en recursos naturales, es tierra de inversiones, pero en sus formas actuales, sean agrícolas, petroleras, gasíferas, forestales o mineras, benefician en primer lugar a los capitales estadounidenses, colombianos, españoles y otros. La organización del mercado turístico local, por ser la más visible, constituye la faceta más escandalosa de ese pillaje. El “pintoresquismo de los indios” de Chiapas, el “misterio” de sus ruinas precolombinas, su “lujuriosa naturaleza preservada” hicieron de la región el lugar con el que sueñan los turistas en busca de un cambio cultural soft, decorado humano exótico y relación cautivante con el mundo… Sin embargo, los primeros que se benefician con la afluencia turística siguen siendo algunos operadores trasnacionales y sus “fórmulas de ecoturismo todo incluido”, y no los mayas, que en un 70% sufren de desnutrición…
Así, la módica suma adicional que los rebeldes zapatistas hacen pagar “de manera totalmente ilegal” al ingresar a las Cascadas de Agua Azul a los agentes de viaje que vuelcan allí su cuota diaria de visitantes maravillados, parece más la expresión simbólica e inofensiva de una legítima voluntad de reapropiación que el trampolín a una improbable inversión de tendencia.
Según los comandantes rebeldes, las principales amenazas que pesan sobre su proyecto autonomista y sobre “sus resultados sanitarios y económicos alentadores” residen en la estrategia contra-insurreccional que privilegian las autoridades mexicanas en los últimos años. Una estrategia con múltiples variantes que, por no haber aceptado pagar el precio político de una erradicación militar del EZLN o, al contrario, de negociaciones llevadas a buen término, desde 1994 apuesta por el cansancio de las poblaciones insurgentes, sometiendo activamente a las comunidades autónomas a un acoso físico y psicológico.
División militar de las zonas rebeldes –118 bases o puestos del ejército federal, de los cuales 57 instalados en tierras comunitarias–, amenazas y desplazamientos forzados, “padrinazgo” de grupos paramilitares, cortes de electricidad y sabotajes varios, exacerbación de las divisiones y los conflictos entre organizaciones campesinas indígenas, particularmente mediante el otorgamiento de títulos de propiedad sobre tierras ocupadas por los zapatistas… Todo contribuye a pudrir la situación. No pasa una semana sin que surja el eco de una escaramuza más o menos violenta en tal o cual lugar de un tejido social desgarrado desde hace mucho tiempo.
En las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) locales cercanas a comunidades rebeldes siguen siendo optimistas. Se reconoce que los zapatistas “son menos numerosos que hace diez años” –incluso cuando “el propio EZLN es incapaz de cuantificar con precisión sus bases de apoyo, ya que algunos abandonan el movimiento y otros se le unen”. Pero sigue intacta la convicción de que se trata de “un movimiento antisistémico”, “irreversible”, “más determinado que nunca” y “con miras a largo plazo”. “Los colectivos de producción agroecológica otorgan vida a la autonomía, en estrecha relación con los sistemas de educación y de salud”.
Sin embargo, su relativo aislamiento político del resto de México aumenta la vulnerabilidad de los rebeldes. El propio Marcos lo reconoce : “El zapatismo ha pasado de moda”. Y en el seno de las izquierdas mexicanas existen muchas voces que le atribuyen la responsabilidad al subcomandante en persona. Más allá de la inevitable recaída de todo fenómeno mediático y del insoslayable agotamiento de una movilización social, se cuestiona la estrategia nacional e internacional del dirigente del EZLN y, más aún, su discurso paradójico, que a menudo divide más de lo que la humildad que exhibe deja traslucir.
Si bien las razones del progresivo alejamiento del zapatismo de las organizaciones, los intelectuales y los movimientos son múltiples, la elección presidencial de 2006 cristalizó la fractura. De la “Otra Campaña” que lanzara Marcos al margen de la campaña electoral oficial para movilizar y articular las luchas de “los de abajo y a la izquierda”, lo que se filtró en la opinión pública fue sobre todo su “antipoliticismo”, en especial los repetidos ataques contra el candidato favorito de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador. No sin algo de razón : tanto en Chiapas como en el Congreso su formación política, el Partido de la Revolución Democrática (PDR), a menudo “traicionó” la causa zapatista : esporádicos conflictos sangrientos en Chiapas entre indígenas zapatistas e indígenas que reivindicaban al PRD ; voto del PRD en 2001 en favor de la “ley indígena” que equivale a la inadmisibilidad de los acuerdos de San Andrés ; oportunismo político y corrupción comprobados en el seno del partido ; ambigüedades del programa económico de López Obrador…
Las diatribas del subcomandante irritaron también a las izquierdas mexicanas que, en su mayoría y en toda su diversidad –de los radicales a los centristas– cerraron filas detrás del candidato del PRD. Más aún después de las elecciones, cuando se trataba de oponerse a los fraudes que le costaron el triunfo y devolvieron a la cabeza de México a un Presidente de la derecha conservadora y neoliberal, Felipe Calderón.
Además de su “soberbia” y de su “zigzagueo político”, a Marcos se le reprocha haber “autoexcluido” al zapatismo de la escena mexicana e internacional, desdeñando otras dinámicas revolucionarias de América del Sur, cometiendo tal o cual pecado de orgullo, marcando como nunca la ruta a seguir, al mismo tiempo que repetía no querer guiar el proceso… Lúcido, el subcomandante reconoce algunos errores de apreciación. Pero aunque lamenta en especial la ultrapersonalización del EZLN en momentos de su fuerte mediatización, le resulta fácil asombrarse de su propio descrédito ante aquellos que, todavía ayer, lo ensalzaban como genial portavoz de una rebelión que sin él no hubiera retenido la atención del mundo por más de 48 horas.
El aislamiento, aunque real, sólo es relativo. Oficialmente, en consonancia con su “Otra Campaña” que lo vio recorrer el país en búsqueda de las minorías rebeldes –sociales, étnicas, sexuales, generacionales…–, el EZLN sigue creyendo en “la posibilidad de un movimiento nacional anticapitalista de izquierda”, horizontal, de base, al margen de cualquier representación, mediación o institución política. A comienzos de 2009, en Chiapas tuvo lugar un nuevo encuentro internacional para celebrar el 15º aniversario del levantamiento : el Festival de la Digna Rabia. Por cierto menos concurrido que los anteriores “Encuentros intergalácticos” organizados desde 1996, el “happening” reunió sin embargo un interesante muestrario de intelectuales y políticos latinoamericanos, de movimientos indígenas y campesinos nacionales e internacionales, entre ellos la Vía Campesina (2), en la que los zapatistas parecen reconocerse.
Pase lo que pase con esta rebelión de los confines de México, conserva el mérito de haber dado vida, a partir de su anclaje local, a un ideal ético y político de ahora en adelante universal : la articulación de la agenda de la redistribución con la del reconocimiento. Al principio con las armas, después en forma pacífica, según las circunstancias, las relaciones de fuerza y la adaptación de sus propias estrategias. “Iguales porque diferentes”, repiten sus comandantes bajo sus pasamontañas, que se convirtieron en el inesperado símbolo de una afirmación identitaria.
Amotinados en 1994 por “la democracia, la libertad y la justicia”, es cierto que no lograron refundar la Constitución, descolonizar las instituciones, democratizar el país, pero pretenden seguir pesando sobre las opciones de sociedad, en un México bloqueado políticamente y muy abierto a los vientos dominantes de la economía globalizada.
Así, el zapatismo participa plenamente de esos movimientos indios que en México, Bolivia y otros países, de la base a la cima, dan prueba –frágil– de que la movilización por el reconocimiento de las diversidades no implica necesariamente crispación identitaria o “choque de civilizaciones”, y puede ir de la mano con la lucha por la justicia social y el Estado de Derecho.
LE MONDE DIPLOMATIQUE, París
Notas :
(1) Al término de una primera fase de la negociación, esta reforma constitucional se refería a los derechos y las culturas indígenas. Por falta de aplicación, las otras fases de negociación previstas –en especial sobre las reivindicaciones socioeconómicas del EZLN– no pudieron mantenerse. Véase Ignacio Ramonet, “Marcos, la dignidad rebelde”, Ediciones Cybermonde, Valencia, 2001.
(2) Movimiento internacional nacido en 1993, Vía Campesina milita por el derecho a la seguridad alimentaria y por el respeto del pequeño y mediano campesinado.