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Jeremy Corbyn, una esperanza

lundi 5 octobre 2015   |   Bernard Cassen
Lecture .

Las elecciones primarias del pasado 12 de septiembre, que han situado a Jeremy Corbyn a la cabeza del Partido Laborista británico, han provocado una onda de choque que sacude toda la socialdemocracia europea, tanto por la forma de hacer política como por la definición de su contenido.

En principio, debemos recordar una característica importante del sistema electoral británico : el escrutinio mayoritario uninominal de una sola vuelta conlleva, generalmente, una fuerte distorsión entre el número de votos obtenidos por un partido y el número de escaños del que dispondrá. En las elecciones legislativas de mayo de 2015, el Partido Conservador obtuvo 331 escaños (de los 650 de la Cámara de los Comunes) con un 36,9% de los votos, mientras que el Partido Laborista obtenía apenas 232 con un 30,40% de los sufragios. ¡Una diferencia de 99 escaños por un margen del 6,5% ! De hecho, los Tories no avanzaron más que un 0,8% con respecto a las anteriores elecciones de 2010. Estamos muy lejos del “terremoto” que evocaron algunos comentaristas.

Los análisis muestran que la derrota del Partido Laborista se debe esencialmente a una fuerte abstención de sus electores tradicionales, aquellos de las clases populares. Esto contrasta de forma impresionante con el entusiasmo de los miembros y de los simpatizantes del Partido Laborista, que le valió una victoria aplastante (con el 59,5% de los sufragios) a Jeremy Corbyn en las elecciones internas para la designación de su dirigente. Esta victoria es tanto más notable cuanto que fue conseguida gracias a una línea de ruptura total con las políticas neoliberales y atlantistas impulsadas por Tony Blair a su llegada al poder en 1997 y seguidas por su sucesor en Downing Street, Gordon Brown, desde 2007 hasta 2010 y, más tarde –ciertamente de forma más moderada–, por Ed Miliband en la oposición.

La originalidad del enfoque de Corbyn radica en que aspira a transformar el Labour desde el interior, queriendo volver a hacer de éste un auténtico partido de izquierdas, fiel a sus tradiciones militantes históricas. Así, no dejará vacante el espacio que ha sido ocupado por fuerzas externas en España y en Grecia –respectivamente, Podemos y Syriza– en detrimento del PSOE y del Pasok, desacreditados por su conversión al neoliberalismo.

Este emprendimiento va a enfrentarse con enormes dificultades, puesto que la pesada herencia del blairismo, los barones del partido y la gran mayoría de los diputados laboristas son profundamente hostiles a este giro a la izquierda. Algunos de ellos se sitúan ideológicamente más cerca del 1% de los privilegiados que del 99% a los que el nuevo líder quiere dar la palabra. Existe un alto riesgo de que se desate un conflicto de legitimidad entre la nueva dirección del Labour y su grupo parlamentario en Westminster.

Jeremy Corbyn, sacando sus propias conclusiones de la asombrosa movilización –de los jóvenes en primer lugar– que lo ha llevado al triunfo, escribió al día siguiente del escrutinio en The Observer que “la dimensión de la votación del sábado es un mandato inequívoco a favor del cambio pronunciado por el levantamiento democrático que ya se ha convertido en un movimiento social”. Un partido que se considera al mismo tiempo un movimiento social, estando ambas categorías, por lo general, bien diferenciadas : nos encontramos ante una configuración inédita en la socialdemocracia europea, así como en los partidos de la izquierda radical. Nos recuerda la dinámica de las revoluciones ciudadanas de América del Sur, que Jeremy Corbyn conoce muy bien. Sin atisbo de duda, será seguida de cerca por todos los decepcionados de la política tradicional.





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