La sélection du Monde diplomatique en español

La estrella de Río

jeudi 29 juin 2017   |   Sébastien Lapaque
Lecture .

Clarice Lispector, apodada la “princesa de la lengua portuguesa”, escribía como si ello le permitiera salvar la vida de alguien y acercarse a la belleza silenciosa del mundo. Figura principal de la literatura brasileña, durante mucho tiempo fue desconocida en Francia. La publicación en francés de sus cartas debería contribuir a su brillo.

Comencemos por el final. Dos volúmenes de correspondencia publicados en Brasil en 2001 y 2007, ambos traducidos al francés (1), han permitido a los admiradores de Clarice Lispector intimar con esta novelista escurridiza, quien nació como Chaya Pinkhasovna Lispector el 10 de diciembre de 1920 en Chechelnik, Ucrania, desembarcó en el Nordeste de Brasil a la edad de dos meses junto con sus padres, que huían de la guerra civil, y murió el 9 de diciembre de 1977 en Río de Janeiro. En Francia, donde fue descubierta en 1954 (2), quince obras de ficción, publicadas desde 1978 en Éditions des femmes-Antoinette Fouque, no habían logrado crear tal familiaridad con esta artista cuya obra recuerda a Franz Kafka por la angustia y a Virginia Woolf por su refinamiento, y cuya personalidad recuerda a la de algunas de las estrellas más misteriosas de la literatura universal : Katherine Mansfield, Catherine Pozzi, Victoria Ocampo, Simone Weil o Sylvia Plath. La sonrisa de “meia satisfação”, de mediana satisfacción –como escribe de un personaje– que muestra en sus fotografías conserva intacto su secreto. Desde Cerca del corazón salvaje, su primera novela –publicada a la edad de 23 años–, hasta La hora de la estrella, obra póstuma, cada uno de sus libros parece haber sido escrito para levantar un muro protector entre ella y el mundo. Algunos han considerado hermético ese monumento de sensaciones sutiles. La artista se defendía, afirmando que era tan simple como Bach...

 Madre e hija, judía y cristiana, cerebral y sensual, santa y bruja, humana y animal, de Europa y de América, asumió su “tentativa de ser dos”, como dice el personaje de Angela Pralini, quien dialoga con “la Autora” en Un soplo de vida, otra novela publicada tras su muerte. Brasileña, pues sentía cariño por las perfecciones de la lengua portuguesa y tal era su estado civil, Chaya, convertida en Clarice, había nacido en una familia donde se hablaba yidis. Lectora de La Imitación de Cristo, que propone una ascesis espiritual, mística sin sinagoga ni iglesia, no era practicante pero fue enterrada según su deseo en el cementerio judío de Cajú, en Río, bajo una lápida con su nombre en hebreo, “Chaya bat Pinkhas”, “Chaya, hija de Pinkhas”.

Cosmopolita, esta mujer, que fue retratada por Giorgio De Chirico y a la que una estatua de bronce rinde tributo desde 2016 en la playa de Leme, en Río, hablaba muy bien francés, inglés y español. Llevó una existencia soñadora y viajera por Italia, Suiza, Inglaterra y Estados Unidos, jurando –hay que creerla– que tenía saudade (nostalgia) de su país, del que estaba impregnada tras haber conocido “la auténtica vida brasileña” en Recife, capital de Pernambuco. “No me gusta viajar. Me gustaría estar junto a vosotros (…). El mundo entero es ligeramente aburrido, creo. Lo importante en la vida es estar junto a los que uno ama. Esa es la mayor verdad del mundo. Y si existe un lugar particularmente simpático, ese es Brasil”, escribe desde Europa a sus hermanas en 1944.

Más tarde, frecuentó las embajadas y los cenáculos literarios con el mismo ligero aburrimiento, salvo quizás en París, donde persiguió el recuerdo de Marcel Proust y prestó atención a las voces de François Mauriac, Julien Green y Paul Valéry. Durante quince años, siguió a su marido Maury Gurgel Valente, uno de sus compañeros en la Facultad de Derecho de Río de Janeiro, convertido en diplomático del Itamaraty –el Ministerio de Asuntos Exteriores brasileño–, con el que se casó en 1943 y tuvo dos hijos. Vivió con él hasta 1959, antes de divorciarse, cansada de sus infidelidades : la mentira, el fraude y las promesas rotas son temas obsesivos en su obra. Acuciada por los problemas económicos en los últimos años de su vida, redactó crónicas para el Correio da Manhã, el Jornal do Brasil y la revista Manchete, escribió cuentos para el diario O Estado de São Paulo y tradujo obras de Jonathan Swift, Jules Verne, Oscar Wilde o Agatha Christie.

 

Orgullosa de ser mujer, Clarice Lispector quería escapar al destino habitual de las personas de su sexo. Se lo hizo saber a una de sus hermanas en una carta escrita en Belém, a orillas del Amazonas, en julio de 1944. Un texto sorprendente en el que la escritora se desnuda, anunciando el carácter feroz de sus personajes femeninos ; también, y quizás sobre todo, el de las vencidas, como Macabéa, conmovedora mujer que emigraba del Nordeste a Río en La hora de la estrella : “¿Qué más me da si les pasa a otras mujeres ? Lo que para algunas es el fundamento de su propia feminidad, para otras es la muerte de esta y la muerte de todo lo más delicado que existe. Yo misma sé que no valgo nada. Pero, te lo digo, he nacido para no someterme ; y si la palabra existe, para someter a los demás. No sé cómo ha podido ocurrírseme, desde siempre, la idea de que si no soy la única, nada es posible. (…) Si hubiera de cambiar, no me transformaría en una mujer normal y corriente”. Todas su criaturas –Joana en Cerca del corazón salvaje, Lori en Aprendizaje o el libro de los placeres, Ana en el fascinante cuento titulado “Amor”, de la antología Lazos de familia, y Lucrécia en La ciudad sitiada– hablan de este modo. Todas tienen un alma de mujer en un cuerpo de mujer y pasan por la violencia, la cobardía y la locura de los hombres, como Lena Grove en William Faulkner o Sophie Zawistowska en William Styron (3).

Las cartas que dirigió a sus hermanas mayores permiten oír la voz de su corazón, a menudo ahogada en sus obras, embargadas del sentimiento trágico de la vida y la imposibilidad de la expresión. Es el caso de La pasión según G. H., “confesión penosa” que comienza con una serie de guiones en la que una mujer de clase media de Río cuenta su encuentro con una cucaracha. Contrariamente a lo que se podría esperar en La manzana en la oscuridad (4), su anterior novela –todavía portadora de una fe ingenua en el futuro–, ya no hay un ningún brillo de esperanza en esta novela asfixiante. “Esto no es la eternidad, es la condenación”.

Recuerda a La Metamorfosis de Kafka. Pero también a Monsieur Ouine de Georges Bernanos, publicada a finales de 1943 en francés en Brasil, donde este vivía desde 1938. ¿Tuvo conocimiento Clarice Lispector, gran lectora, de esta novela en la que la nada aspira el mundo y las palabras como el sifón el agua en el fondo de la bañera ? Cuando apareció Cerca del corazón salvaje, el mismo año, los críticos se preguntaron por las influencias de esta prosista venida de otro planeta cuyo estilo contrastaba con la mayoría de lo que se producía. Entre ellos, Álvaro Lins y Sérgio Milliet, quienes conocían bien a Bernanos y su obra (5). Ninguno mencionó un posible vínculo. Y Clarice Lispector, en sus cartas publicadas, no habla en ningún momento del autor de L’imposture (“La impostura”) y de su capacidad para hacer sentir “el dominio de la infelicidad” (6). Es tanto más sorprendente cuanto que gran número de ellas están dirigidas a dos escritores de su generación con los que se relacionaba, Lúcio Cardoso y Fernando Sabino. Los dos leían a Bernanos y lo habían conocido en Minas Gerais.

En Cartas perto do Coraçao (“Cartas cerca del corazón”), la correspondencia entre Lispector y Sabino, intercambiada entre 1946 y 1969, se habla de historia literaria y del arte de la novela, pero no de Monsieur Ouine. Al leerlo, nos deslizamos en la trastienda de los artistas, compartimos con ellos sus tormentos, sus noches en vela y sus “carnavales sin alegría”. Al comienzo de su amistad, Lispector había escrito Cerca del corazón salvaje y La lámpara. En sus cartas a Sabino, se refiere a la génesis dolorosa de sus novelas La ciudad sitiada y La manzana en la oscuridad, y de ciertos cuentos reunidos en 1960 en Lazos de familia, a menudo entretejidos de terror. Habla del coraje que quiere encontrar para adentrarse un poco más en la oscuridad. “Cada uno de mis nuevos libros es tan vacilante y temeroso como un primer libro”, le confía. Avanzando a tientas en la noche del alma, Lispector no escribió sus libros con ideas sino con palabras. “El lenguaje es mi esfuerzo humano”, explica G. H., criatura a la que la novelista no pudo dar nombre. La ausencia de palabras no hace necesaria la infelicidad, lo inexpresable no se abre siempre al vacío, sino a veces a otra cosa, Otra cosa, muy distinta, contemplación, espera o recogimiento, la posibilidad de una alegría.

Lo que no puede decirse siempre puede vivirse. G. H. afirmaba una vez más : “¡Jamás ! Jamás entenderé lo que yo diga. Porque, ¿cómo podré hablar sin que la palabra hable por mí ? Porque, ¿cómo podré hablar sin que la palabra mienta por mí ? ¿Cómo podré decir, sino tímidamente : la vida me es ? La vida me es, y no entiendo lo que digo. Y entonces me encanta…”. 

 

NOTAS :

(1) Clarice Lispector y Fernando Sabino, Lettres près du cœur. Correspondance, y Clarice Lispector, Mes chéries, Lettres à ses sœurs, 1940-1957, traducidas del portugués (Brasil) al francés por Claudia Poncioni y Didier Lamaison, Éditions des femmes-Antoinette Fouque, París, 2016 y 2015 respectivamente. En España, se tradujo Queridas mías (Siruela, Madrid, 2010), el segundo de estos volúmenes de correspondencia. 

(2) Près du cœur sauvage (Cerca del corazón salvaje en su edición en español) fue primero publicada en francés por Plon en 1954, con una cubierta de Henri Matisse. La traducción de Denise-Teresa Moutonnier puso a Clarice Lispector fuera de sí.

(3) William Faulkner, Luz de agosto, Alfaguara, Madrid, 2010 y William Styron, La decisión de Sophie, Random House, Barcelona, 2001.

(4) Excepcionalmente publicada en francés por Gallimard, en 1970, y no por Éditions des femmes.

(5) Cf. Mario Carelli, “Quand les écrivains brésiliens se confiaient à Bernanos”, Caravelle. Cahiers du Monde hispanique et luso-brésilien, n.° 57, Toulouse, 1991.

(6) Según una expresión empleada por Antonin Artaud en una carta dirigida a Georges Bernanos en 1928 tras la publicación de L’Imposture. Cf. Georges Bernanos, Combat pour la liberté. Correspondance inédite, 1904-1934, Plon, París, 1971.





A lire également