Por definición, toda institución se preocupa más por su propia continuidad que por su finalidad. La Unión Europea (UE) no se sale de la norma y, con respecto a ella misma, las palabras que últimamente se repiten con más frecuencia en los comentarios políticos son “salvar” y “rescate”: hay que “salvar” el euro; hay que “salvar” la UE; hay que poner en marcha planes de “rescate” en este o en aquel Estado miembro. Los casos del Reino Unido y de Grecia constituyen ejemplos recientes de esta acusada tendencia.
La sorprendente victoria del Partido Conservador en las elecciones legislativas británicas del pasado 7 de mayo (aunque hay que relativizar su magnitud si nos fijamos en el número de votos) (1), se ha interpretado en el extranjero como una seria amenaza de salida del Reino Unido de la UE (Brexit). El primer ministro David Cameron confirmó, efectivamente, su compromiso para organizar, como muy tarde en 2017, un referéndum sobre la pertenencia de su país a la Unión. Si no logra que sus socios de la UE transfieran competencias comunitarias importantes a Londres y que se vuelva al proyecto que Margaret Thatcher en su momento resumió en la frase “Todo el gran mercado y nada más que el gran mercado”, no llamará a votar “sí”. Así pues, el resultado del escrutinio dependerá de lo que los principales centros de decisión –Bruselas, Berlín y París– estén dispuestos a conceder para “salvar” una UE de 28 miembros, es decir, Reino Unido incluido.
Sin embargo, no es el Brexit, sino el Grexit (la salida de Grecia de la zona euro, pero no de la UE) lo que tiene todo el mundo en mente en estos momentos. Para impedir que el mal ejemplo griego de rechazo frente a las medidas suicidas de austeridad se contagie a otros países, los “halcones” de la Comisión y de Berlín están dispuestos a correr el riesgo de obligar a Atenas a llegar a la situación de suspensión de pagos y, por ende, a salir de la zona euro. Para ellos, la moneda única ya fue “rescatada” y no será, según ellos, un Estado que representa sólo el 2% del Producto Interior Bruto (PIB) de la UE el que la volverá a poner en peligro. No obstante, el precedente de Lehman Brothers demostró que una quiebra bancaria local podía degenerar en un choque sistémico mundial…
Durante mucho tiempo se ha dicho que la construcción europea salía reforzada de cada obstáculo que superaba. Esta vez, por el contrario, la búsqueda de soluciones a la crisis llega con una interrogante sobre la razón de ser de la UE. En este aspecto, es significativo que Islandia retirara su candidatura a la Unión el pasado mes de marzo, alegando que sus intereses están mejor defendidos estando fuera de la Unión.
La cacería de los déficits presupuestarios, el estrangulamiento de los países endeudados y la invocación de los pilares de la competencia y de la competitividad no pueden constituir un proyecto europeo movilizador. ¿Es este corpus ideológico el que hay que “salvar”? El hecho es que, con o sin la UE y el euro, una estrecha cooperación europea resulta indispensable. Aún falta –inmensa tarea– elaborar el contenido y las modalidades. Y con urgencia, pues compromisos tan cruciales como, entre otros, el cambio climático y las migraciones masivas reclaman respuestas coordinadas y solidarias urgentes.
NOTAS:
(1) El escrutinio mayoritario uninominal de una sola vuelta puede conllevar una importante distorsión entre el número de votos obtenidos por un partido y su número de electos. Con un 37% de los votos, el Partido Conservador obtiene 331 escaños y el Partido Laborista 232 escaños con el 31% de los votos, es decir, una diferencia de 100 escaños por una divergencia del 6%. Pero esta distorsión alcanza proporciones aberrantes en el caso del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), que gana un solo escaño con el 13% de los votos, y en el del Partido Nacional Escocés (SNP), que obtiene 56 escaños con poco menos del 5% de los votos a escala nacional.