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FRACASO DE LA AGRICULTURA INDUSTRIAL

Regar con lágrimas

dimanche 11 novembre 2012   |   Gustavo Duch
Lecture .

Que la agricultura industrial está detrás del uso intensivo del agua es una realidad no suficientemente conocida ni denunciada. Sobre todo cuando sabemos que usa más agua de ríos, lagos y acuíferos que la que reponen las lluvias o las nieves. Y ahora, como lo demuestran los informes de la organización Grain, se puede concluir que los mismos intereses comerciales que la mueven están detrás del agua del continente que más sed pasa : África.

Si analizamos las agriculturas tradicionales de los mil y un ecosistemas del planeta constataremos una obviedad : ha evolucionado adaptándose a la disponibilidad de agua. Recorriendo España, por ejemplo, vemos el cultivo del arroz en los deltas o territorios más húmedos, los cereales de secano en las mesetas áridas o semiáridas, y los cultivos de regadío junto a las riberas de los ríos. Incluso en islas volcánicas como Lanzarote descubrimos un ingenioso caso de tal coevolución : el cultivo de vides en conos excavados entre las pequeñas piedras de la zona, el lapilli, para aprovechar cada una de las gotas del rocío.

Los pueblos que las diseñaron tenían presente que el agua no es sólo un recurso fundamental para la producción de alimentos, también tenían claro que es un re-curso, un curso que tiene que volver, preciado y ‘caído del cielo’. Será por eso que, en todas las culturas y religiones, el agua aparece como elemento sagrado. En todas menos una, la cultura capitalista del negocio, la cual ha desarrollado una agricultura industrializada que no piensa en el agua y la usa hasta el derroche por encima de las capacidades de la naturaleza para reponerla.

El caso más paradigmático lo denunciaba el poeta uzbeko Muhammed Salikh : “No se puede rellenar el mar de Aral con lágrimas”, refiriéndose a la destrucción de la cuarta masa de agua dulce más grande del mundo, el mar de Aral en Asia Central. En pocas décadas, una agricultura de regadío de algodón a muchos kilómetros de este lago interior le robó tanta agua, que si bien las co­sechas fueron exitosas, hoy apenas se mantiene el 10% del volumen de agua que contenía, está contaminada, y la pesca y quienes vivían de ella han casi desaparecido.

Observar las fotos del Mar de Aral antes y después te hace sentir vergüenza de un ser humano torpe donde los haya, donde la avaricia se hace evidente e insoportable. Pero tenemos una situación similar, a nivel global, escondida bajo el disfraz del ‘rendimiento’ agrario. Se ha impuesto el discurso de la industrialización de la agricultura para producir más alimentos, cuando sabemos que es el discurso de quienes sacan tajada económica, no de la lucha contra el hambre ni la defensa de la biodiversidad. Las semillas de alto rendimiento, los pozos y motores de bombeo, las canalizaciones excesivas y, desde luego, la ganadería intensiva, en un sistema de mercadeo sin regulaciones, son los actuales sistemas derrochadores de agua dulce.

El gobierno de Arabia Saudí, durante la década de 1980, invirtió miles de millones de dólares para bombear el agua de sus acuíferos para regar millones de hectáreas de trigo y posteriormente de alfalfa para la ganadería estabulada. Hoy, apenas les queda agua subterránea. Las plantaciones frutales de California, en Estados Unidos, son un éxito comercial pero utilizan un 15% más del agua que reponen las lluvias. No podrá continuar mucho tiempo.

En la India, los cálculos cifran que la agricultura industrial, que sustituyó los sistemas tradicionales, es posible gracias a un uso del agua subterránea de 250 km3 por año, alrededor de 100 km3 por encima de la restitución que garantizan las lluvias. De entre los cultivos comerciales impuestos en algunos Estados de la India destaca la caña de azúcar, uno de los cultivos que –además de desplazar cultivos alimenticios– más agua consumen. Igual que en otras regiones del mundo, los intereses económicos han exigido el desarrollo –mutilando bosques y selvas– de las plantaciones de sedientos eucaliptos para la industria papelera.

La industria animal que ha impuesto el sobreconsumo de carne en el mundo es también responsable del agotamiento del agua potable. Las necesidades de agua para la producción de alimentos de origen animal es lógicamente mucho más alta, pero si además hablamos de ganadería intensiva, alimentada en establos con granos producidos intensivamente e importados de otros continentes, y cuya carne es ­comercializada en otros países, el consumo de agua se dispara hasta la insostenibilidad. Promover ese modelo de agricultura industrial tiene consecuencias muy peligrosas, como ya saben en China, donde más de 100 millones de habitantes dependen de alimentos producidos mediante un uso excesivo de agua, es decir, un modelo sin futuro.

Cualquiera de los casos comentados, supone a medio plazo un grave problema de sobreuso del agua dulce y una vulneración de la Soberanía Alimentaria de los pueblos afectados. Son ejemplos de unos intereses comerciales que pisotean medios de vida de comunidades campesinas ; de desplazamientos forzados de sus regiones ; de desertización, salinización o encharcamiento de sus tierras ; de contaminación de las aguas de riego o de boca ; y de mucha menos agua disponible para la producción de sus alimentos.

Son en definitiva, y como escribió Vandana Shiva, “las guerras del agua”. No es una gran guerra abierta con misiles y cañones, con invasiones y soldados ; es un sutil pero dramático avance de un modelo agrícola que saca agua de donde sea –con graves costes ecológicos y sociales– para producir su mercancía. Un terrorismo empresarial con la connivencia de las instituciones políticas y su violencia de despacho. Las guerras del agua ya causan muchas bajas, y parece que no tienen freno.

Arabia Saudí, China y algunos magnates indios son, junto a algunos fondos de inversión y empresas del sector agroalimentario, quienes más tierras están adquiriendo en África. ¿Sólo buscan el valor de la tierra ? No. Es la escasez de agua que padecen sus sistemas de cultivos agroindustriales la que, en buena medida, les está llevando a tales adquisiciones.

La organización no gubernamental (ONG) Grain ha analizado las adquisiciones de tierras en regiones africanas y afirma que “casi todas ellas están ubicadas en las cuencas de los ríos más grandes con acceso al riego, ocupan tierras fértiles en los humedales o se ubican en áreas más áridas donde puede llegar agua de los grandes ríos o de aguas subterráneas mediante bombeo”. Las aguas del Nilo, el Níger o el Congo son, no hay duda, una nueva mercancía pues estos capitales saben que les generará muchos dividendos con la comercialización de las materias primas ahí producidas, en su caso, alimentos o agrocombustibles para la exportación.

Se calcula que, en tierras etíopes, se han ‘entregado’ a inversionistas extranjeros un total de 3,6 millones de hectáreas para ser puestas en producción de regadío (la india Karuturi Global Ltd obtuvo una concesión de cincuenta años renovables, por 100.000 hectáreas con opción para otras 200.000 hectáreas ; Saudi Star, de Arabia Saudí, obtuvo 140.000 hectáreas y está tratando de obtener más ; y la india Ruchi Group firmó un contrato por veinticinco años por 25.000 hectáreas). En Sudán del Sur y en Sudán la cifra asciende a 4,9 millones de hectáreas entregadas a corporaciones extranjeras como Citadel Capital (Egipto), Pinosso Group (Brazil), ZTE (China), Hassad Food (Qatar), Foras (Arabia Saudí), Pharos (Emiratos Árabes Unidos) y otros, que proyectan también ponerlas a producir. Lo mismo está ocurriendo en Egipto, con más de 140.000 hectáreas entregadas a inversores saudíes.

¿Podrá la frágil cuenca del Nilo asumir el riego para estas miles de nuevas hectáreas puestas en producción agroindustrial ? ¿Tendrán en cuenta, como siempre han tenido las comunidades locales, que la disponibilidad de agua del río es estacional o cultivaran en ciclos continuos año tras año ? Si el acaparamiento de tierras no se detiene y se devuelve el manejo comunal de las aguas del Nilo a la población local, la finitud del recurso agua se hará presente. Tengamos presente que según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) la ­cantidad máxima de tierras de riego que puede asumir el Nilo en el conjunto de estos cuatro países es de poco más de 8 millones de hectáreas. Actualmente se riegan ya unos 5 millones, con lo que añadir estos nuevos 8 millones generaría un enorme déficit hídrico.

Las guerras por el agua están afectando a millones de africanos y a su medio de vida, la agricultura, la ganadería o el pastoreo. Citando de nuevo a Vandana Shiva, es un combate entre dos culturas muy distintas : “una cultura que entiende el agua como un elemento sagrado cuyo suministro es un deber para el mantenimiento de la vida, y otra que considera el agua una mercancía, y su propiedad y comercio un derecho fundamental de las empresas”.

Cada nueva adquisición de tierras en África es una victoria de la cultura de la mercantilización del agua que deja a miles de personas, respetuosas y sensibles con su entorno, sin el acceso adecuado al agua para su sustento. “Los defensores de los acuerdos de cesión de tierras y de los mega sistemas de riego –explica la organización no gubernamental GRAIN en referencia a estos abanderados de la cultura de la mercantilización– argumentan que estas grandes inversiones deben ser bienvenidas como una oportunidad para combatir el hambre y la pobreza en el continente africano. Pero utilizar excavadoras para producir los cultivos de exportación que requieren un uso intensivo de agua no es y no puede ser una solución al hambre y la pobreza. Si la meta es aumentar la producción de alimentos, entonces hay amplia evidencia de que esto puede ser logrado en forma mucho más efectiva, construyéndola sobre los sistemas tradicionales de manejo de aguas y de conservación de suelos de las comunidades locales. Sus derechos colectivos y tradicionales sobre la tierra y las fuentes de agua deben ser fortalecidos y no pisoteados”.

Más de un tercio de los africanos viven hoy con escasez de agua ; muchos millones tienen enormes dificultades para asegurar su alimentación que se agravarán con el encarecimiento de la materia prima derivado de la especulación ; y los efectos del cambio climático ya están afectando a su agricultura. No añadamos a tales dificultades un robo a gran escala de sus recursos –tierra y agua– que sólo “las personas y comunidades de África deben administrar y controlar para enfrentar los inmensos desafíos que tienen por delante”.





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