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OTRA EUROPA ES POSIBLE

Simulacro de oposición entre socialistas y conservadores en el Parlamento Europeo

Viernes 2 de mayo de 2014   |   Bernard Cassen
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Si, en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo (PE), lo que querían Martin Schulz y Jean-Claude Juncker era mostrar de qué manera funciona esa institución, realmente lo han logrado, como vamos a ver. El primero, dirigente del SPD alemán, es el candidato del Partido Socialista Europeo (PSE), es decir, de todos los partidos socialdemócratas europeos (entre ellos el PSOE español) a la presidencia de la Comisión Europea. Una función que disputa también el segundo, ex primer ministro luxemburgués, candidato del Partido Popular Europeo (PPE) que reúne a la mayoría de los partidos de derecha del continente (entre ellos el PP español).

En virtud del artículo 17 del Tratado de Lisboa, es el PE quien “elige” al presidente de la Comisión previamente designado por el Consejo Europeo, debiendo este último “tener en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo”. El número de eurodiputados que les corresponderá respectivamente al Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D) y al PPE al término del escrutinio de este mes de mayo debería ser entonces el factor decisivo para la designación del sustituto de José Manuel Durão Barroso. Por lo tanto, cabría esperar que ambos partidos se entregaran a una dura carrera para hacer acceder a uno de los suyos a este puesto de suma importancia en la arquitectura institucional de la Unión Europea (UE). En buena lógica democrática, eso implicaría que propusieran programas diferentes. Pues no, ¡y es el propio Martin Schulz quien lo dice!

El pasado 9 de abril, los dos candidatos participaban a un “debate” –las comillas se imponen– en la cadena de información internacional France 24. Interrogado sobre lo que lo diferenciaba de su contrincante, el dirigente alemán respondió: “No sé qué es lo que nos distingue”. Unos días antes, el 3 de abril, el PPE y el grupo S&D habían suscrito, con los liberales del grupo de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa (ADLE), una declaración en la cual preveían concertarse para someter conjuntamente al Consejo Europeo el nombre del futuro presidente de la Comisión.

Los electores están avisados: poco importa que, en el país en el cual voten, pongan en la urna una papeleta socialista, conservadora o liberal puesto que sus elegidos harán de todas formas causa común en Estrasburgo y en Bruselas, especialmente para repartirse los cargos de responsabilidad. Es muy probable que las elecciones de mayo de 2014 perpetúen el funcionamiento del Parlamento Europeo que prevalece desde 1979 –fecha de sus primeras elecciones por sufragio universal–, a saber, como en Berlín, una “gran coalición” entre la derecha y la socialdemocracia al servicio de las políticas neoliberales de la UE. Detrás de la cortina de humo de sus manifiestos electorales –donde se habla de “reorientar” a Europa, de hacerla “más esto” o “más lo otro”–, el proyecto en común que tienen es la permanencia de un statu quo desastroso cuya figura emblemática es la troika.

La existencia, a nivel europeo, de este bloque parlamentario central, pero cuyos integrantes, durante la campaña electoral, fingen oponerse, deja en teoría un amplio espacio a las demás fuerzas políticas, desde la izquierda radical hasta la extrema derecha, pasando por los Verdes. De hecho, este simulacro favorece sobre todo la abstención: dado que las jugadas parecen hechas de antemano, ¿para qué ir a votar? Suficiente para desacreditar un poco más a un Parlamento Europeo cuya legitimidad resulta inversamente proporcional a los poderes extendidos de los que dispone.





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