Existen todavía investigadores que consideran científicamente necesaria la práctica de la vivisección, es decir, una disección practicada en un animal vivo. Pero, para cualquier individuo normalmente constituido, se trata de un acto de barbarie tan intolerable como la tortura de un ser humano. En economía europea, la vivisección se llama políticas neoliberales y más precisamente “planes de austeridad”. Los viviseccionadores son las instituciones europeas y los gobiernos que han confiado el bisturí a la “troika” integrada por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional; y los organismos vivos sobre los que se encarnizan los médicos locos de Bruselas, Fráncfort y Washington –supervisados por los de Berlín– son las sociedades europeas.
Al igual que los sabios dementes de bata blanca, los tecnócratas de traje gris de la troika están convencidos de que poseen la verdad, y están decididos a imponérsela a los pueblos europeos recalcitrantes. Y tanto da si el paciente sucumbe a sus operaciones quirúrgicas, a partir del momento en que se convertirá en un muerto sanado. Desde este punto de vista, su balance ya resulta impresionante: la casi totalidad de la zona euro estará muy pronto en recesión; el desempleo estalla por todas partes; las tasas de suicidio aumentan sustancialmente en los países mediterráneos; los servicios públicos han sido desmantelados o privatizados; las infraestructuras (puertos, aeropuertos) se venden por un precio vil a grupos extranjeros; los movimientos neofascistas están en pleno auge, etc.
Lo más grave es que la terapia de choque que padecen esas sociedades produce el objetivo inverso al oficialmente proclamado: en lugar de reabsorberse, los déficits no hacen más que aumentar. Para una mente mínimamente racional esto no tiene nada de asombroso: la caída de actividad provocada por los planes de austeridad –reducciones presupuestarias, supresión masiva de empleos y aumento de los impuestos– conlleva mecánicamente una caída de los ingresos fiscales y, por lo tanto, un aumento de la deuda. En cambio, según la troika y Angela Merkel, no se obtienen resultados porque esas medidas no fueron aplicadas con suficiente rigor. Y dado que el endeudamiento es el enemigo acérrimo del crecimiento, hay que hacerlo disminuir a cualquier precio…
Al menos es lo que afirmaban dos eminentes economistas de la universidad de Harvard, Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, en un artículo (1) publicado en 2010 y que ministros y financieros erigieron en biblia. Así como existe una barrera del sonido, existiría según esos dos autores una especie de barrera de la deuda pública. Cuando ésta franquea el umbral del 90% del Producto Interior Bruto (PIB), produce automáticamente un descenso del 1% del crecimiento. Esta era la tesis “científica” de las políticas de austeridad.
El problema es que esta “teoría” está repleta de errores internos, como lo demostraron dos profesores de la Universidad de Massachusetts en Amherst, Robert Pollin y Michael Ash (2). Por consiguiente, la cómoda coartada “científica” del 90% desaparece: ¿por qué no el 80% o el 100%? Igualmente, ¿cuál es la justificación del objetivo fetiche de ‘déficit público cero’? Después del caso de Chipre, ¿será suficiente una nueva exacerbación de la crisis para devolverle la razón a los viviseccionadores de Europa? ¿O será necesario que los pueblos sublevados les arranquen el bisturí de las manos?
NOTAS:
(1) “Death and growth revisited”, 11 de agosto de 2010: http://www.voxeu.org/article/debt-and-growth-revisited.
(2) “Why Reinhart and Rogoff are wrong about austerity”, Financial Times, Londres, 18 de abril de 2013.