El triunfo del NO en el referéndum que solicitaba la opinión de los británicos sobre seguir como miembro en la Unión Europea y la crisis del sistema europeo. ¿Está la izquierda preparada para encontrar una estrategia viable para salir de la UE? Christophe Ventura discute la necesidad de la confrontación que lleve a redefinir el proyecto continental y devuelva a los pueblos su dignidad y su autonomía.
El Brexit marca el final de una historia. La historia de la Unión Europea (UE) como encarnación simbólica de Europa. Sea cual sea el resultado de las próximas negociaciones entre la UE y el gobierno británico(1), esta involución política llamada “Brexit” representa un duro revés para la Europa de los padres fundadores, transmitiéndole, además, un mensaje doloroso: la integración de las sociedades del Viejo Continente a través de la primacía del mercado, de la economía, de la moneda, y el vasallaje geopolítico con Estados Unidos, no será garantía de paz ni de prosperidad, y tampoco garantizará la unión entre ellas (2).
Si bien es cierto que hay que evaluar el Brexit dentro del contexto histórico, político y geopolítico singular del Reino Unido (y su vínculo ancestral con Europa), también hay que entenderlo por sus implicaciones profundamente sistémicas, que van más allá de sus fronteras geográficas. Los británicos votaron al mismo tiempo en contra de las políticas de la UE (incluyendo las presuntas políticas –o no políticas– en materia de inmigración y de ampliación), sus instituciones, sus tratados, sus gobiernos, su propio establishment, así como el de cada uno de los países europeos considerados por separado.
En ese sentido, el Brexit es ante todo el nombre de una rebelión electoral contra un sistema que la UE representa a ultranza. Este sistema, adulado por todas las figuras políticas, económicas, mediáticas y culturales de las desprestigiadas y autistas elites de las naciones europeas, acarrea debilitamiento social, desposeimiento y vejaciones democráticas, tiranía de los poderosos y de la economía, híper-competitividad entre todos, miedo al futuro propio y al de sus hijos.
El voto del pueblo británico traduce una energía candente y negativa que emana de la bronca popular, ignorada por las símiles, sino iguales, clases políticas, los partidos de centro izquierda y de centro derecha que están en el poder. En período de crisis económica y social aguda, sus decisiones ordoliberales y austeritarias debilitan a los Estados, reduciendo cada vez más sus recursos disponibles para financiar sistemas sociales y de solidaridad. De este modo, las indecentes oligarquías –cuyos miembros más eminentes circulan sin pudor entre la esfera pública y los bancos de inversiones fraudulentas (3) – sirven en bandeja a la extrema derecha a numerosos sectores de la población que ven en la figura del inmigrante la causa más clara y condenable de su empobrecimiento continuo.
Mientras se desarrollan revueltas en estado puro –crudas, rebeldes y violentas– como la del Brexit, la población, dominada y dejada a la merced de la tiranía de los señores mundializados, no vislumbra alternativas capaces de mejorar su situación.
Y, lamentablemente, es aquí donde empieza el problema de la izquierda. Débil en todos los países europeos –o no lo suficientemente fuerte para acceder al poder y/o conseguir la hegemonía cultural y política dentro de la sociedad–, con una credibilidad en baja tras el fracaso de Tsipras –que fue, hace apenas un año, un balde de agua fría para la expectativa generada por el referéndum contra la austeridad en Grecia–, la izquierda no está en condiciones de dar la más mínima credibilidad a su quimérico discurso sobre la refundación democrática, social y ecológica de la Unión Europea.
Es efectivamente quimérico, ya que no se le puede pedir a un sistema jurídico-político, destinado a producir neoliberalismo y austeridad a escala masiva y a organizar la jerarquía en la relación de fuerzas entre los Estados capitalistas europeos en torno a la dominación central de Alemania, que impulse y ordene un cambio copernicano hacia nuevos modelos de integración solidaria.
Si tales modelos surgieran como consecuencia de un enfrentamiento político mayor y de divisiones dentro de las elites comunitarias y nacionales, entonces asistiríamos a la agonía de la UE. Ésta no podría sobrevivir, en su estructura institucional y su perímetro geográfico, a su eventual reforma y democratización (4). Desde este punto de vista, pase lo que pase, cambiar la UE significa, in fine, abandonar su sistema. Esta perspectiva no sólo implica a aquellos que quieren salir de la neoliberal y austeritaria UE, sino también, en el extremo opuesto, a los que desean permanecer leales a los principios y a las funciones del sistema. Estos podrían, en efecto, decidir alejarse de los más recalcitrantes para volver a unirse en una nueva configuración similar a la de la actual UE.
En estas condiciones, ¿es la izquierda la mejor preparada para encontrar una estrategia viable para salir de la UE? ¿Sería posible una salida por izquierda en uno o varios países, y a partir de ahí, amplificar la crisis europea, asumiendo una confrontación que lleve a redefinir el proyecto continental? Hoy y a mediano plazo, la respuesta es no. La debilidad y la imposibilidad de coordinación entre las fuerzas de la izquierda europea en cada país de la región no permiten creer en la factibilidad de un escenario como ése. Menos aún si se tiene en cuenta que no fue éste el escenario elegido por la izquierda británica durante el referéndum del 23 de junio.
Hay que reconocer que la izquierda no dispone actualmente de los medios necesarios para resolver las contradicciones de la situación histórica y que la hegemonía para la salida de la UE la detienen quienes están del lado de las fuerzas reaccionarias y xenófobas, cuyo proyecto tiene el mérito de ser claro: salir para volver a darle plena autonomía a la patronal nacional frente a su homólogo alemán dominante, conseguir nuevos márgenes de maniobra nacionales en un contexto de competencia exacerbada a escala mundial y acrecentar la posibilidad de explotación de los trabajadores nacionales por parte del empresariado nacional en una sociedad bien disciplinada, controlada por un Estado y un partido fuertes.
Sin embargo, incluso en un contexto como éste, el “Lexit” (“Left Exit”/ “salida por izquierda”) es la orientación que la izquierda debe seguir para abrirse al futuro(5), acompañándola de una propuesta que busque definir otra asociación europea –rebautizada– cuyos límites políticos se ubicarán dentro de una cooperación interestatal fuerte y una integración solidaria, bajo control democrático(6). La izquierda tiene que elaborar esta propuesta –actualmente en construcción y no aún consensuada– en toda Europa, afirmando, en oposición a la extrema derecha, que es indispensable un proyecto internacionalista de salida de la UE y que el objetivo es romper el sistema europeo para devolver a los pueblos su dignidad, su autonomía y su poder de acción frente a aquellos que los explotan, incluso frente a los explotadores “nacionales”.
La izquierda tiene que esmerarse particularmente porque, a diferencia de lo que sostienen los medios de comunicación y la eurocracia para amedrentar las opiniones y reorganizarse, el marco operativo de la UE no va a desintegrarse ni a reformarse tan fácilmente. Continuará funcionando, como un zombi, haciendo lo que sabe hacer (administrar los intereses de los mercados financieros y del libre comercio).No está en el interés de las clases dirigentes europeas la desintegración de su espacio y de sus herramientas, ni en el plano económico, ni en el comercial o geopolítico. Aunque parcialmente competidoras, todas esas oligarquías necesitan de la UE, de su mercado único y de sus reglas tal y como son.
Entre ellas, el debate se va agudizando, pero sin poner en tela de juicio el marco común (la oligarquía británica votó por el “sí” en la UE). Lo que se discute es el nivel de ajuste que pueden imponer a las sociedades para satisfacer las demandas del gobierno alemán y sus aliados en materia de ordoliberalismo. En efecto, la posición de la primera potencia europea se va definiendo a medida que las crisis se suceden una tras otra. Los países que no obedezcan y que rechacen un mayor control de sus presupuestos y de sus economías, tendrán el derecho de permanecer en la UE pero como miembros de segunda zona, dejando que el núcleo ordoliberal profundice su integración. De no ser así, podrán retirarse. Para Berlín, los que quieran beneficiarse de la cadena de valor económico alemana, deberán aceptar estar bajo su control y responder a los criterios de austeridad presupuestaria y de disciplina fiscal que ella impone. El hecho de que el Reino Unido haya formalmente salido de la UE podría fortalecer la centralización del poder europeo en Berlín, en detrimento de los precarios equilibrios de los cuales París cree aún beneficiarse.
De este modo, los dirigentes europeos más poderosos, en Alemania y en los países aliados que no se atreven a contradecirla, concluyen, como hicieron durante la “crisis griega”, que la situación actual exige reforzar la estabilidad y la irreversibilidad del sistema europeo sin cambiarlo.
En los pasillos de los poderes europeos está, por así decirlo, sonando una nueva canción. Su letra tiene dos mensajes: “La UE no funciona porque no se respetan lo suficiente las reglas de la UE” y “La UE, se la quiere o se la deja”. De esta manera, para hacer frente a los riesgos sistémicos, el sistema europeo va a radicalizar su posición para sostenerse y organizarse a fin de mantener a los pueblos cada vez más lejos de la toma de decisiones.
Así, los dirigentes europeos se preparan para conducirnos hacia un mayor federalismo autoritario. A su vez, dicho federalismo no hará más que alimentar y acrecentar la rabia de los pueblos y fortalecer a la extrema derecha.
¿Puede la izquierda aún decir “Queremos la Unión Europea pero deseamos cambiarla” o “Podríamos querer la Unión Europea si fuera diferente”? No. La izquierda tiene que dejar de soñar y volver a la realidad. Tiene que afirmar que los dirigentes europeos ya no son creíbles cuando proponen soluciones nuevas cada vez más parecidas a las viejas. Tiene que exigir una moratoria sobre la UE, sobre sus decisiones respecto de asuntos económicos, sociales y de las negociaciones de tratados internacionales; tiene que afirmar que recurriendo a más federalismo, se fortalecerá, inexorablemente, a la extrema derecha.
La izquierda tiene que apoyar la opción del “Lexit” –aunque no sea operacional en lo inmediato– como proyecto que permita proponer nuevas alianzas europeas y plantearse un nuevo texto fundacional –post tratados europeos actuales– entre países que deseen compartir un destino común por fuera del dogma neoliberal. En este sentido, debe promover un método para llegar a una Europa donde las cooperaciones sean voluntarias y de geometría variable entre los países, que favorezca el desarrollo de políticas que se aparten de las lógicas del mercado y que permitan la inclusión de otros países que no comparten fronteras geográficas.
Para alcanzar objetivos democráticos, de justicia social, ecológicos y de independencia, esta nueva asociación europea deberá establecerse previa reformulación del principio de subsidiariedad, del sistema de jerarquía de normas e implementar mecanismos de transferencia de soberanía (sobre todo en lo que respecta a ciertos temas transversales como el clima, la energía, etc.), que podrán siempre ser controlados y llegado el caso, revocados.
NOTAS
[1] Ya se verá tras las negociaciones si el Reino Unido se desprende verdaderamente del edificio europeo o si conserva lo esencial de los lazos operacionales que lo unen a él, a cambio de remendar de manera oportunista una justicia que sepa preservar los intereses vitales del sector empresarial y financiero de ambos lados de la Mancha. Ésta es la opción más factible.
[2] Para un análisis de los resultados del referéndum del 23 de junio, léase a Bernard Cassen, “Après le Brexit, la nécessité d’une pause”, Mémoire des luttes, julio de 2016.
[3] El 8 de julio del 2016, el banco de inversiones norteamericano Goldman Sachs, responsable de haber manipulado las cuentas públicas griegas para responder a las exigencias del euro y de los millones de empleos destruidos tras la crisis financiera del 2008, anunció haber contratado al exprimer ministro portugués (2002-2004) y expresidente de la Comisión europea (2004-2014) José Manuel Barroso, quien fuera también uno de los jefes de Estado y de gobierno (junto con Georges W. Bush, Tony Blair y José María Aznar) responsables del crimen de la invasión de Irak durante la Cumbre de las Azores en el 2003. Anteriormente, Goldman Sachs había contado con los servicios del actual presidente del Banco central europeo, Mario Draghi (2002-2005), del expresidente del Consejo italiano, Mario Monti (2005-2011), y del efímero primer ministro griego Lucas Papadémos (2011-2012).
[4] Christophe Ventura, “L’Union européenne ne survivrait pas à sa démocratisation”, Mémoire des luttes, febrero de 2016.
[5] El 7 de junio del 2016, el grupo de discusión y de participación en el debate púbico “Chapitre 2” –el autor de este artículo es uno de sus miembros fundadores– presentó su manifiesto “Francia en el futuro”. En él se afirma: “Francia se volverá un mejor país, siempre y cuando retome el camino de la democracia, sea más justa e inclusiva, se oponga al sistema de la Unión europea (UE), sus tratados y sus instituciones, se comprometa de forma radical en pos de la descarbonización de su economía y actúe al servicio de la paz en las relaciones internacionales”. Chapitre 2 trabajará para que la cuestión europea ocupe un lugar central en la campaña presidencial y legislativa francesa del 2017. Página web: http://chapitre2.hautetfort.com/
[6] La red europea “Lexit”, integrada por europeos comprometidos en lograr una salida del euro y del modelo neoliberal de integración europea con una alternativa de izquierda, publicó el 29 de junio del 2016 un llamamiento fundador titulado “La democracia y la soberanía popular contra el fracaso de la integración neoliberal europea y del euro”. Esta red se esforzará para que en los próximos meses el debate se mantenga activo: http://lexit-network.org/appel
Traducción: Victoria Cozzo.