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La depresión y la esperanza

Miércoles 22 de agosto de 2012   |   Bernard Cassen
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Un consejo para los que están deprimidos ante el espectáculo de una Unión Europea (UE) que se hunde en la depresión económica, pero también psicológica: a modo de ansiolítico, hagan una inmersión en el baño latinoamericano.

No se pretende aquí afirmar que el nivel de ingresos, el acceso a la educación, a la vivienda y a la salud –por tomar solo algunos indicadores– sean más favorables en América Latina que en el Viejo Continente. Aun siendo este tipo de comparación dudosa, podemos considerar que la situación de un desocupado europeo –incluso griego– sigue siendo sin duda menos difícil que la de un trabajador precario brasileño o venezolano.

Hay sin embargo una diferencia importante entre estos dos proletarios: el primero ha perdido su empleo, y las perspectivas de volver a encontrar otro son casi inexistentes; no espera nada de dirigentes políticos totalmente desacreditados por su capitulación ante los mercados financieros. El segundo, por el contrario, ha visto a millones de sus compatriotas salir de la gran pobreza; espera del gobierno una mejora regular de su suerte y, más aún, una mejor suerte para sus hijos. De hecho, hace algún tiempo se observa una inversión de los flujos migratorios entre Europa y América Latina: numerosos inmigrantes, sobre todo ecuatorianos y dominicanos, se retiran de España, donde perdieron su empleo, para volver a su país. Y jóvenes de toda Europa del Sur se van ahora a probar suerte en Argentina o Brasil.

La UE habrá logrado una hazaña: la de hacer estallar contra el muro de las políticas neoliberales y de la austeridad a perpetuidad el “sueño” europeo que pretendía encarnar y promover. El actual discurso de los gobiernos y de las instituciones de Bruselas se reduce en efecto a una serie de cifras: alza de los tipos de interés, de los déficits públicos, de la deuda y de los regalos a los banqueros. Lo cual, en lo concreto, se traduce por un aumento del desempleo, de la precariedad y de las desigualdades, la rebaja de los salarios y las jubilaciones y la degradación de los servicios públicos. El sentimiento de un horizonte sin salida, el “no future”, no provoca aún, por el momento, levantamientos masivos de ciudadanos, salvo en las urnas: en el curso de los últimos años, la casi totalidad de los gobiernos europeos han sido expulsados del poder, pero fueron sustituidos por otros gobiernos que aplican exactamente las mismas políticas.

En América Latina se está muy lejos de esta astenia. En todas partes hay movimiento. Enfrentados a las oligarquías locales –que aprendieron a armar golpes de Estado con apariencia “legal” como en Honduras y en Paraguay–, a la hostilidad de las multinacionales y las maniobras desestabilizantes de Estados Unidos, gobiernos progresistas se esfuerzan por “cambiar la vida”. Eso no significa que estén al abrigo de las contradicciones internas y, en los países andinos y en Brasil, de la oposición de ciertos sectores indígenas. En otros países, como en Chile, se desatan conflictos sociales con regularidad.

Un hilo conductor atraviesa todos estos movimientos: la idea de que las luchas, cualquiera que sea su naturaleza, pueden resultar victoriosas; que, en última instancia, la política está al mando y, por ende, que las elecciones sirven todavía para algo. Para los latinoamericanos hay un hecho sumamente simbólico: el Fondo Monetario Internacional (FMI), que prácticamente han expulsado del continente, se encuentra, al lado de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo, en el seno de la siniestra troika encargada de hacer sufrir a los pueblos europeos…





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