La sélection du Monde diplomatique en español

La fuerza de las cosas

jeudi 7 janvier 2016
Lecture .

En Yo el Supremo, su obra maestra publicada en 1974, el novelista paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005) imagina el monólogo de un personaje inspirado en José Gaspar Rodríguez de Francia. Este autoproclamado dictador “supremo” y, más adelante, “perpetuo” de Paraguay (1814-1840)
trabajó, sin embargo, por la independencia y por el desarrollo del país.

Los oligarcones querían seguir viviendo hasta el fin de los tiempos de la cría de su dinero y de sus

vacas. Vivir haciendo el no hacer nada. (…)

No me perdonan que me haya intrusado en sus dominios. Desprecian el trato justo que doy a

guacarnacos y espolones campesinos ; así es como estos delicados espíritus designan al chusmerío. Han olvidado que la chusma de la gleba era la que amamantaba sus haciendas en servidumbre perpetua.

Para estos mancebos de la tierra, para estos fierabrases del garrote, la chusma no era sino un

apero de labranza más. Piezas laborativas/procreativas. Utensilios-animados. Trabajaban en los feudos con las rodillas rotas a una orden del sol hasta la caída de la noche. Sin día libre, sin hogar, sin ropa, sin nada más que su nada cansada. (…)

¿Cómo establecer la igualdad entre ricos y pordioseros ? ¡No se fatigue usted con estas quimeras !, me decía el porteño [habitante de Buenos Aires] Pedro Alcántara de Somellera [dirigente político

argentino] en vísperas de la Revolución. Vea usted don Pedro, precisamente porque la fuerza de las

cosas tiende sin cesar a destruir la igualdad, la fuerza de la Revolución debe siempre tender a mantenerla : Que ninguno sea lo bastante rico para comprar a otro, y ninguno lo bastante pobre para verse obligado a venderse. Ah ah, exclamó el porteño, ¿usted quiere distribuir las riquezas de unos pocos emparejando a todos en la pobreza ? No, don Pedro, yo quiero reunir los extremos. Lo que usted quiere es suprimir la existencia de clases, señor José. La igualdad no se da sin la libertad, don Pedro Alcántara. Esos son los dos extremos que debemos reunir.

Entré a gobernar un país donde los infortunados no contaban para nada, donde los bribones lo eran todo. Cuando empuñé el Poder Supremo en 1814, a los que me aconsejaron con primeras o segundas intenciones que me apoyara en las clases altas, dije : Señores, por ahora pocas gracias. En la situación en que se encuentra el país, en que me encuentro yo mismo, mi única nobleza es la chusma. (…)

En cuanto a los oligarcones, (…) no quisieron comprender que hay ciertas situaciones desgraciadas en que no se puede conservar la libertad sino a costa de los más. Situaciones en las que el ciudadano no puede ser enteramente libre sin que el esclavo sea sumamente esclavo. Se negaron a aceptar que toda verdadera Revolución es un cambio de bienes. De leyes. Cambio a fondo de toda sociedad. No mera lechada de cal sobre el desconchado sepulcro.

Procedí procediendo. Puse el pie al paso del amo, del traficante, de la dorada canalla. De bruces

cayeron del gozo al pozo. Nadie les alcanzó un palito de consuelo.





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